Carta del Obispo de Posadas para el Primer domingo de Cuaresma. 13-03-2011.
(Primera parte).
Queridos hermanos y hermanas:
Iniciamos el tiempo cuaresmal como un tiempo de preparación para celebrar el misterio de
la muerte y resurrección de Jesucristo el Señor.
En la liturgia de este tiempo, en cada Misa, somos invitados a convertirnos y a
encaminarnos desde el hombre viejo del pecado, del egoísmo y la soberbia, hacia el hombre
nuevo, para vivir el mandamiento del amor.
La liturgia es la fuente más importante de espiritualidad que nos permite actualizar en
nuestra vida, tanto en lo personal como en lo social, el misterio de la Pascua. La cuaresma
que nos prepara para celebrar la Pascua, es un tiempo de gracia donde Dios obra
especialmente “su amor misericordioso para que nosotros podamos volver a Él”. Es “el
camino” del discipulado cristiano que nos permite comprender que Dios nos ama , y que
somos llamados al Amor. La liturgia en donde ejercemos y celebramos el sacerdocio común
de los fieles recibido en el Bautismo con gestos, signos y palabras, nos ayuda a convertirnos
a “la verdad de Jesucristo” y la “vida” nueva de los hijos de Dios
En esta reflexión cuaresmal quiero que nos planteemos que para asumir este camino
cuaresmal hacia la Pascua, es indispensable la virtud de “la humildad” que es la puerta de
ingreso a una auténtica espiritualidad cristiana. Solo cuando somos los pequeños del
Evangelio y pobres de espíritu, nos abrimos a una verdadera comprensión del Reino de Dios
y a la maravillosa propuesta del Evangelio que nos llama al amor.
1-La Humildad y el Discipulado Cristiano:
Es cierto que en nuestro tiempo la virtud de la humildad no esta pasando por su mejor
momento, lamentablemente si miramos los modelos sociales, los liderazgos que se nos
presentan y los estilos de vida, notamos que la soberbia, como pecado opuesto a la
humildad, es por lo menos en apariencia quien va ganando espacios, y a la vez va
generando como consecuencia una cultura de la muerte que se expresa en odios,
intolerancia, fragmentación y formas de violencia.
Quizá sea importante en primer lugar recordar que no puede haber vida cristiana si en
nuestro encuentro con el Señor y camino de discipulado no experimentamos tanto su amor
misericordioso como nuestra pobreza y pequeñez. En las bienaventuranzas el mismo Señor
es categórico: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino
de los Cielos” (Mt. 5,3). Cuando ahondamos en nuestra condición humana y espiritualidad
experimentamos el Amor de Dios, en contraste con nuestra creaturidad cargada de
fragilidades, límites y pecados. El humilde reconoce que ha recibido de Dios todo lo que
tiene: “En efecto, ¿con que derecho te distingues de los demás? ¿Y que tienes que no
hayas recibido? Y si lo has recibido ¿Por qué te glorias como si no lo has recibido?”(1Cor 4,
7). El humilde que reconoce su pequeñez y se siente necesitado, se abre a la gracia y al
proceso del discipulado cristiano. Al respecto el Apóstol Santiago dice: “Pero Él nos da una
gracia más grande todavía, según la palabra de la Escritura que dice: Dios resiste a los
soberbios y da su gracia a los humildes” (Sant. 4, 6).
Un Saludo cercano y hasta el próximo domingo.
Mons. Juan Rubel Martínez