I DOMINGO DE CUARESMA
(Génesis 2:7-9.3:1-7; Romanos 5:12-19; Mateo 4:1-11)
Los nios de seis aos preguntan: “¿Existe Santa Claus?” Respondemos: “Sí”
pensando en Dios que beneficia a todos. Deberíamos tomar la historia de los
primeros humanos en el mismo sentido figurativo. Dice un experto: “Génesis no
dice nada de lo que pasó al comienzo del tiempo sino de lo que pasa todo el
tiempo”. En otras palabras, el pecado descrito en la primera lectura no es del
señor Adán y la señora Eva sino de nuestros compadres, Lorenzo y Lupe, de
Padre Carmelo, y de todos nosotros aquí presentes.
La serpiente es “astuta”, eso es, tiene una lengua tan suave como su piel reptil.
Estamos acostumbrados a pensar en ella como el diablo, pero sería mejor que la
consideremos como nuestra razón autónoma. Como un carro con tracción en las
cuatro ruedas nos pone en apuros más profundos que habríamos estado con un
carro regular, la razn autnoma es inclinada a llevarnos problemas. “¿No
mereces un crucero caribeo este ao?” nos propone la razn autnoma. El
problema es que no hemos ahorrado nada para vacaciones. En Génesis la
serpiente emite una tal pregunta falsa: “¿Conque Dios les ha prohibido comer de
todos los árboles…?” Decimos “falsa” porque la pregunta no busca informacin
sino rebelión del alma.
La mujer toma el cebo. Para ella Dios comienza a aparecer como un déspota.
Dice que Dios no permite que ni siquiera toquen el árbol del conocimiento del
bien y del mal cuando sólo les prohíbe de comer su fruto. Más significante,
confunde las consecuencias del comer el fruto con el verdadero propósito de
Dios. Según la mujer, Dios dijo que no deben comer el fruto para que no
mueran. Pero en verdad Dios no dio Su razón para prohibir el comer del fruto;
sólo les dio el mandamiento para obedecerse y les advirtió de la consecuencia.
Siendo Dios, Su motivo tiene que ver con el amor. Es como cuando los padres
advierten a sus niños que si cruzan la calle solos, los pegarán. Su motivo es para
evitar un accidente, no para darles una cachetada.
Como los niños quedan ya más curiosos para ver el otro lado de la calle,
nosotros deseamos el crucero con más empeño. La razón autónoma fácilmente
nos engaa a negar la realidad. “Sí – nos dice – tienes mucha plata para el
viaje. Sólo tienes que entrar datos falsos en el formulario de impuestos para que
el gobierno te devuelva dinero”. En la historia bíblica la serpiente similarmente
engaña a la mujer a pensar en Dios como actuando con celos por Su sede de
poder. “No morirán – dice el reptil -- Bien sabe Dios que el día que coman de los
frutos de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como Dios, que conoce el bien
y el mal”. Tan prepostero como sea esta declaracin, tiene matiz de la verdad.
De hecho los humanos no mueren al tomar el fruto; sus ojos sí se abren; y
conocen algo del bien y del mal. Sin embargo, estas realidades no les traen los
beneficios que esperan. Pues, eventualmente mueren. Sus ojos se abren a su
vergüenza. Y conocen sólo el bien que ya les falta y el mal que hicieron.
Dicen los moralistas que nunca pecamos para obtener el mal sino para el bien
que viene como un aspecto del mal. Así la mujer ve el fruto prohibido sólo bajo
sus aspectos deseosos: bueno al estómago, bello al ojo, y verdadero a la razón
autónoma. Lo come aunque sabe que no es correcto. Es así cada vez que
pecamos. Vemos la estafa en los impuestos en primer lugar no como pecado
sino pasaje al crucero. Los niños ven cruzar la calle no como desobediencia sino
oportunidad para experimentar nuevas maravillas.
Pero un hombre resiste la tentación de hacer el mal para lograr el bien. El
evangelio muestra a Jesús tentado por la comida cuando está famélico, por el
reconocimiento cuando siente agotado, y por el poder cuando viene para ganar
el mundo por Dios. Sin embargo, no permite que su razón autónoma lo engañe.
Más bien, obedecerá a Dios, su Padre, hasta la última gota de su sangre. Así
gana no sólo nuestra estima como modelo en la vida sino a todo nuestro ser por
su Espíritu llenando nuestros corazones.
Jesús es como un árbol en medio del jardín. Aunque experimenta sed en la
sequía y embate en el diluvio, no se pone en apuros profundos. Siempre es
inclinado a obedecer a Dios su Padre. Sus manos como hojas dan amparo a los
agotados. Sus palabras como fruto proveen alimento a la razón. Y su sangre
como raíces estabilice la vida. Queremos modelar nuestros modos según los
suyos. Sí, queremos actuar como él.
Padre Carmelo Mele, O.P.