II Domingo de Cuaresma A
(Génesis 12:1-4ª; II Timoteo 1:8b-10; Mateo 17:1-9)
Encontramos a Jesús subiendo a un monte con Pedro, Santiago, y Juan. Es
compañía privilegiada pero hay campo para nosotros. Si estamos dispuestos a
unírnosla, que sigamos con los sacrificios de la cuaresma. Pues, la cuesta es la
preocupación por nosotros mismos que tenemos que superar, y las alturas son
ningún otro que el Reino de Dios.
Es la visión de la meta que nos mantiene en la subida. Durante la lucha para los
derechos civiles los negros en los Estados Unidos recordaban a uno y otro,
“Fíjense los ojos en el premio.” Nuestro premio es un nuevo yo. No estamos
hablando de perder unos kilos por no comer los donuts. No, tenemos en cuenta
una transformación al fondo. Nos volveremos en personas nuevas como Jesús
mismo listas para hacer frente a los grandes retos. Sea aceptar el cáncer con la
ecuanimidad o sea trabajar en dos empleos para apoyar a la familia, nos
fortaleceremos para lograrlo. Así la visión de Jesús transfigurado permitirá a los
discípulos seguir creyendo en él a pesar de la muerte que vaya a soportar.
Jesús está escoltado por Moisés y Elías. El primero representa la Ley; el
segundo, los Profetas. Juntos con Jesús los dos indican que Dios está para
cumplir en él todas las promesas de las Escrituras. Jesús ya ha demostrado la
justicia escrita por Moisés. Ahora está acercándose el martirio intentado por el
rey Ajab contra Elías. La presencia de los tres nos regala una mejor idea del
resultado de la transformación. Seremos personas cumplidas que no se retiran
bajo las lluvias de la dificultad. Cuando, por ejemplo, la tía Luisa se interna, la
visitaremos. No importará que ella esté enferma, sólo se queje de su mala
suerte, y huela mal. Porque la vemos como Cristo en la cruz, la abrazaremos.
¿Qué exactamente haremos por los que sufren? Pedro tiene una propuesta para
nosotros: “…haremos tres chozas…” Es pura locura porque ya no es tiempo de
grandes proyectos. Más bien, ahora – estos cuarenta días de la cuaresma -- es
tiempo de retirarnos del trajín de la vida. Dios nos sugiere esto cuando habla de
la nube: “Éste es mi Hijo…escúchenlo.” Particularmente en los domingos de este
cuaresma Jesús tienen enseñanzas significativas. Al próximo domingo nos dirá
que tiene el agua que nos refresca cuando sentimos desconcertados por la
maldad. En quince días Jesús va a describirse como la luz del mundo que nos
permite ver nuevas posibilidades. Y en veintidós, Jesús se presentará como la
vida misma llamándonos de los sepulcros a los cuales los pecados nos condenan.
En suma, Jesús tiene el poder de cambiarnos de agotados en renovados, de
caprichosos en honrados, de pecadores en santos.
Pero para muchos este es un pensamiento de miedo. Nos preocupamos que si
estamos transformados, tendremos que actuar así. Tendremos que escuchar
más que hablar y responder con bondad cuando queremos echar críticas. Sobre
todo, tendremos que servir a los demás, sea en la casa, al trabajo, o en la
comunidad. Por eso, nos encontramos a nosotros mismos como los discípulos
cabizbajos en la tierra. “¿No sería mejor” – nos preguntamos – “si me quedo
como soy?”
El Seor responde a nuestra inquietud cuando dice a sus discípulos: “Levántense