Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
¿Cómo es el cielo?
“Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan y los hizo subir a solas con él a un monte y
se transfiguró en su presencia ” (Mt 17,1). En la transfiguración Jesús desvela su aspecto
glorioso a sus discípulos. Para el padre Teilhard de Chardin, la transfiguración expresa el
misterio más bello de nuestra fe porque nos muestra aquello en lo cual creemos y
esperamos. Este hecho nos introduce en las realidades eternas pues responde a una cuestión
fundamental: ¿Cómo será la vida después de la muerte? Actualmente hay gente que no se
plantea la pregunta considerándola inútil, como si de fantasías se tratara, o de invenciones
medievales o de cuentos que nos enseñaron los abuelos. Historietas o no, lo cierto es que
vamos a morir y esto exige responder a la incógnita de la muerte.
¿Qué noticias hay sobre el cielo? Aún a las mentes más brillantes, como Dante Alighieri,
les ha costado describir el cielo. Cuando avanza por los círculos concéntricos del infierno
en “ La Divina Comedia ”, Dante hace gala de un derroche de imaginación, pero del cielo es
poco lo que logra avizorar. Los que han tenido el privilegio de vislumbrarlo se van por la
vía de la negación, como san Pablo: “ Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre
llegó lo que Dios preparó para los que lo aman ” (I Cor. 2,9). Alguno pensó que el cielo
ocupa un lugar allá arriba en el espacio, como le ocurrió a Yuri Gagarin, el astronauta ruso,
que de regreso del espacio dijo con ironía: “¡He dado vueltas a lo largo del espacio y no he
encontrado en ninguna parte a Dios!” El cielo no es un lugar sino un estado. Dios está
fuera del espacio y del tiempo y así es también su paraíso. Por esta razón no nos queda otra
que recurrir a las imágenes como lo hizo el único que ha bajado del cielo, Jesucristo. Él
utilizó las mejores comparaciones para despertar en nosotros el deseo de ganar el cielo: es
como un espléndido banquete; es como una fiesta de bodas; es como un grano de mostaza
que cuando crece llega a convertirse en un árbol. El cielo es un estado de dicha y felicidad,
es estar abrasado en el fuego del amor de Dios. En esta vida se nos concede, como a los
apóstoles, gustar de fugaces experiencias del cielo, como cuando se está sensiblemente
enamorado, pero ese momento se esfuma y nos quedamos sólo con el recuerdo. Algo
semejante es la gloria, pero lo será eternamente.
Gracias a la resurrección de Cristo, no estamos lejos del cielo, y además, quien contempla
la patria desde lejos, no se contrista por las vicisitudes del camino.
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