EN CAMINO
2do domingo de cuaresma, ciclo “A”.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
- 1ra lect.: Gen 12, 1-4a
- Sal 32 4-5 y 18-22
- 2da lect.: 2Tim 1, 8b-10
- Evangelio: Mt 17, 1-9
Sal de tu tierra
Las aseguradoras están haciendo su agosto en este tiempo. Hoy hay seguro
para todo: para el carro, la casa, la empresa, la salud o la educación. Los hay para
todo tipo de riesgos y para cada parte del cuerpo. Esto se ha convertido, muchas
veces, en una excentricidad más de los famosos para llamar la atención de sus
incautos admiradores, o una forma de cotizarse en el mercado laboral. Hay modelos
que aseguran sus lindos ojos, sus voluptuosas colas, o sus pechos abundantes.
Futblistas que aseguran sus piernas, boxeadores que aseguran sus puños, y golfistas
que aseguran sus brazos. Aquí vemos también el afán natural del ser humano de
buscar seguridad en un mundo que lo amanaza continuamente.
Es cierto que necesitamos ser prudentes como serpientes, pero, a veces esa
prudencia llevada al extremo se convierte en un miedo que nos hace anquilosar y no
nos deja ver la vida más allá de nuestro patio.
En el fragmento del libro del Génesis que hoy leemos, Dios le propone un
nuevo camino a Abrahám: salir de su tierra, es decir, abandonar su familia y su
tradición (lo cual representaba su seguridad), para hacer de él una gran nación, un
nuevo pueblo totalmente diferente. Es así como, en medio de la sofocante vida de
las ciudades-estado cananeas, surge un pueblo alternativo. Desde la fe podemos
decir que Dios no estaba conforme con el estilo de vida de esas ciudades y quiso
formar un pueblo con otras características. En las antiguas ciudades-estado
cananeas, en Ur y en la tierra de los caldeos, se tenía una organización social
excluyente. Un sistema monárquico y esclavista dependiente del imperio egipcio.
Dios invitó a Abrahám a salir de ese esquema mental y de esa realidad que aplastaba
la dignidad de muchos seres humanos, para realizar un proyecto distinto. Un pueblo
en el cual todas las familias, no sólo la imperial, tuvieran la bendición de Dios y la
posibilidad de vivir dignamente.
Hay situaciones en las cuales es imposible pretender la transformación de una
estructura personal, institucional o social, y tratar de cambiarla por la fuerza sería
perder el tiempo, o lo que es peor, sería una especie de suicidio. En estos casos no
hay más remedio que salir de esa tierra, cortar totalmente con esa persona, con ese
grupo o con esa sociedad, y buscar otras oportunidades. Los profetas fueron
enviados por Dios a reclamarle a los reyes y a los demás hombres poderosos de
Israel por todo el atropello hacia los pobres y desvalidos. Pero en este caso, Dios no
envió a Abrahám a hablar con los reyezuelos para pedirles o exigirles el respeto por
las personas. Hubiera sido como gastar pólvora en gallinazos. Lo llamó a salir de su
tierra y a ir tras la utopía de un nuevo pueblo.
Abrahám comprendió que Dios se le manifestaba en su vida y latía en su
corazón inquieto. Que su inconformismo con su mundo, su sed de justicia y su
anhelo de una vida más digna para los seres humanos se traducía en una invitación a
construir un pueblo distinto. Que su amor por la humandiad, su esperanza firme y
su fe en ese ser que experimentaba vivo en su corazón se convertían en una
promesa certera de formar de él una gran nación. Abrahám aceptó el reto y se puso
en camino para alcalzar la “tierra prometida ”.
En aquel tiempo tener tierra garantizaba una vida digna por cuanto la tierra era
el principal medio de producción. Quien tenía tierra la trabajaba y vivía bien; si no
vivía bien era porque no trabajaba. Así que la promesa de la tierra prometida no es
otra cosa que la posibilidad de proveerse una vida en condiciones dignas para vivir,
una vida en la cual se puediese colmar satisfactoriametne todas las necesidades
reales. Hoy hay muchas personas, hombres y mujeres, de muchas partes del mundo
que viven sin tierra. Colombia padece el desplazamiento forzado de más de cuatro
millones de personas a manos de los grupos armados en complicidad con grupos
económicos muy poderosos. Millones de personas padecen en el mundo entero por
la exclusión, la acumulación de recursos, la manipulación de los medios de
producción, la falta de voluntad política del “mundo desarrollado ”…
En medio de muchas mentes y muchos corazones late el anhelo de la “tierra
prometida ”, de un mundo mejor, de una vida digna. Son los nuevos Abraham y Sara
que siguen buscando; y en esa búsqueda, Dios se sigue revelando, sigue llamando y
sigue acompañando los procesos de dignificación humana.
¿Cuál es nuestra reacción ante nuestro mundo, con sus luces y sus sombras,
sus bondades y maldades frente a la discriminación, injusticia y maltrato a la vida de
muchos hermanos nuestros? ¿Estamos atentos a los signos de Dios? ¿Escuchamos
su voz y seguimos sus pasos? ¿Vivimos nosotros un camino de fe con Dios y nos
comprometemos con la construcción de una humanidad nueva, digna morada del
Espíritu Santo?
Se transfiguró
Cuando sus discípulos llegaron a la convicción de que estaban con el Mesías,
hubo entre ellos un gran entusiasmo. Esa buena noticia la esperaban desde hacía
mucho tiempo. Como tenían la idea de un Mesías guerrero y triunfador que
expulsara a los romanos, purificara el templo y a todas la instituciones judías e
impusiera un nuevo orden estatal, sus discípulos ya soñaban con un buen puesto en
esa nueva organización. Pero cuando el Maestro les dio a entender que su estrategia
no comprendía la utilización de las armas sino la fuerza de la Palabra, que Él no
buscaría un trono sino el servicio y que no iba a sacar a los romanos ni a tomarse el
poder, porque no había venido a ser servido sino a servir, se apoderó de ellos una
gran confusión. La decepción más grande la sufrieron cuando, además de pedirles
que se convirtieran en servidores los unos de los otros, les dijo que los problemas
iban a ser demasiado grandes, que no iba a ser fácil la instauración del Reinado de
Dios y que el Hijo del hombre corría un riesgo inminente, por los intereses que
tocaba. Que las persecuciones no se harían esperar, así como un posible proceso en
su contra y una condena a muerte. Para completar, les puso la condición de que si
querían seguirlo debían tomar la cruz de cada día e ir tras Él. Cualquier ser humano
con cinco dedos de frente sabe que cuando se tocan los intereses de los “hombres
importantes ” de una sociedad, éstos reaccionan defendiendo sus privilegios y hacen
lo que sea para mantenerlos. Eso ha sucedido y sigue sucediendo también en
nuestros pueblos latinoamericanos.
Ante tremendo panorama muchos discípulos lo dejaron porque vieron la cosa
muy peligrosa y porque el supuesto Mesías no prometía la dicha que ellos esperaban.
Otros discípulos siguieron su camino con Él a pesar de los ánimos caídos y sin
comprender muy bien las cosas. Cuando el Maestro fue asesinado por “hombres
importantes ”, sus discípulos no habían comprendido muy bien todo lo que había
sucedido. Fue la experiencia pascual, o sea la resurrección de Cristo, la victoria
definitiva sobre las fuerzas diabólicas 1 la que le dio sentido a su lucha, a su entrega y
hasta a su muerte ignominiosa en el patíbulo de la cruz.
El Evangelio de la transfiguración es una elaboracion teológica realizada a la
luz de la experiencia pascual. Una historia leída y escrita con el lente de la fe en Jesús
resucitado. Es una mirada hacia atrás con unos ojos nuevos que permiten
comprender el sentido de la lucha, de la entrega, de la persecución y de la muerte,
porque la victoria ya estaba dada por Dios.
Esa relectura de la historia permitió comprender que Jesús no había sido un
rebelde sin causa. Que su causa era la misma causa de Moisés y Elías. Que la Ley y
los profetas se sintetizaban en la persona de Jesús y que Él hundía sus raíces en toda
la tradición del Primer Testamento, se alimentaba de Él y continuaba la obra
salvadora del Dios de Israel. Que con su vida, palabra y obra, Jesús llevaba a
plenitud la obra del Padre, por eso el Padre Dios lo reconocía como su Hijo muy
amado e invitaba a todos a escucharlo, como otrora había invitado a escuhar y a
seguir sus preceptos. (Dt 4).
Ante los peligros tenemos la tendencia a desistir y abandonar nuestos anhelos
de libertad. Ante la magnitud del compromiso que implica seguir el camino de Jesús,
tenemos el riesgo de espiritualizar la fe, quitarle el aguijón al evangelio y convertirlo
en un somnífero peligroso.
En medio del duro trabajo por el Reino es necesario hacer un alto en el
camino, sacar un espacio para la meditación, para la oración y para llenarnos del
Espíritu del Señor que se ha revelado en la historia. En otras palabras, necesitamos
subir a la montaña. Pero ¡Cuidado con la tentación de hacer tres tiendas! Cuidado
con convertir la fe sólo en rezos y con vivir una fe espiritualista que invita a
contemplar a un Dios desencarnado.
En medio de nuestro mundo convulsionado, en medio de tanta bulla, de tanta
contaminación auditiva y visual, en medio de tanto estrés en el que muchas veces
nos dejamos envolver, necesitamos subir al Tabor. El monte es signo del encuentro
con Dios en la oración, en la intimidad, en la escucha de la Palabra, en la
meditación, en la reflexión, en la contemplación. Necesitamos esos espacios que
oxigenan la mente y el espíritu, que purifican el alma y nos recargan con nuevas
fuerzas. Necesitamos esos espacios, olvidarlos sería un gran desperdicio y
tendríamos que caminar pesados con cargas innecesarias. Que alguien tome la
iniciativa, como lo hizo Jesús que invitó a tres de sus amigos al monte. Que el
esposo invite a la esposa o vicecersa, que los dos inviten a los hijos, que los hijos
inviten a sus padres, que inviten a los amigos, que inviten a sus hermanos, a los
nietos, a los suegros, a los vecinos… en fin. Subamos al monte, vivamos esa
1
Diabólico es todo aquello que divide y desintegra la vida humana.
experiencia profunda de mística, de contemplación, de reflexión, de oración.
Gocémones esa experiencia maravillosa, ese encuentro profundo con la fuente de la
vida, del amor, de la belleza, de la alegría, de la felicidad. ¡Pero no nos quedemos en
el monte!
La auténtica oración cristiana no nos aleja de la realidad sino que nos da la
gracia para enfrentarla y transformarla. Ojalá en nuestra oración siempre
escuchemos la invitación que Jesús hizo a sus discípulos: “levántense, no tengan miedo ”.
Levantémonos, no tengamos miedo. Llenémonos de la gracia de Dios y bajemos del
monte (oración) a la llanura (realidad) para continuar la lucha hasta el final. Las
tinieblas y la muerte ya están vencidas de antemano en Aquel que murió y resucitó
para darnos nueva vida.
Oración
Padre y Madre Dios que sigues inspirándonos como en Abrahan y Sara el
anhelo de la tierra prometida. Gracias te damos por tantas experiencias bellas que
vivimos a diario, por todas las personas que amamos y que nos aman, y con las
cuales descubrimos el sentido de la vida y tu amor misericordioso.
Hoy manifestamos nuesro anhelo de tomar parte en los duros trabajos del
Evangelio. Queremos unirnos a la causa de tantos hombres y mujeres que luchan
por su dignidad. Cuenta con nosotros, como personas, como familias, como
comunidades. Que nuestros labios, nuestros manos, nuestros brazos, nuestros pies,
todo nuestro ser están al servicio del Reino, de la vida, de la justicia…
Te bendecimos por esta oportunidad para encontrarnos contigo, por tu
Palabra, por tu gracia, por tu amor, por la vida abundadante que nos das. Te
abrimos nuestra mente, nuestro corazón, todo nuestro ser. Inunda nuestros
pensamientos, nuestros sentimientos, nuestros impulsos… purifícanos, límpianos,
oxigénanos… haznos experimentar la grandeza de tu amor, la gratuidad de tu
perdón y la alegría de la salvación.
Danos la capacidad de enfrentar y resolver con fuerza, con sabiduría y
serenidad los problemas de cada día. Danos la sagacidad para descubrir y sortear los
peligros. Danos la destreza y la capacidad para tomar buenos caminos y aprovechar
las oportunidades que nos brindas. Ayúdanos a encontrar, trabajar, vivir y disfrutar
de la tierra prometida que tienes para todos…
Todo esto y todos los buenos anhelos de nuestros corazones, te los
presentamos por medio de tu Hijo Jesucristo, el hermano mayor de nuestra familia,
a quien seguimos y con quien luchamos, que vive y nos comunica la vida, por los
siglos de los siglos. Amén.