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EN CAMINO
3er domingo de cuaresma, ciclo “A”.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
- 1ra lect.: Ex 17,3-7
- Sal 94, 1-2 y 6-9
- 2da lect.: Rom: 5,1-2,5-8
- Evangelio: Jn 4,5-42
Nuevos adoradores
Entre otros derechos fundamentales, los seres humanos tenemos derecho a un
nombre propio, a un apellido y a una nacionalidad, y a afiliarnos a una comundiad
religiosa o ideológica. Para una vida sana es necesario la identidad con nosotros
mismos, con nuestra familia, con nuestro país, así como con nuestro grupo religioso o
ideológico. Es necesario trabajar para crecer como personas y para hacer crecer el
entorno vital en el cual nos desarrollamos.
Si a una persona le falta identidad y amor propio, se descuidará a sí misma y vivirá
con profundos complejos de inferioridad, lo cual le impedirá desarrollarse como tal.
Esto lo puede llevar a desinteresarse por tener una interacción sana con los demás seres
humanos y, por el contrario, puede convertirse en un antisocial que atente contra el
bien común y busque, simplemente, sobrevivir en esta selva de cemento que amenaza
contantemente su vida.
Si una persona crece con sus necesidades totalmente resueltas y rodeada de
servidores que lo hacen sentir como un dios, creerá que pertenece a una raza superior y
que, por lo tanto, tiene derechos por encima del común de los mortales. Si un ser
humano es adoctrinado con la convicción de que pertenece a un grupo selecto de
personas puras por excelencia y carece de sentido crítico, puede caer fácilmente en un
fundamentalismo peligroso y con una ceguera que no le permitirá ver que otros seres
humanos tienen derecho a vivir de manera diferente.
Es necesario que la persona experimente el amor propio y la valoración individual;
que se vea como un ser dotado de facultades, proyectos, derechos y deberes. Pero la
supravaloración del ego y el desprecio de los demás crea personas egoístas y peligrosas
para la sociedad, e infelices en su interior. Es necesaria la identidad cultural, ideológica
y/o religiosa. Pero cualquier tipo de fundamentalismo es destructor. Es necesario un
sano sentido de pertenencia y referencia a una región o a un país, es decir, una buena
identidad regional o nacional. Pero los regionalismos y los nacionalismos, combinados,
además, con ideologías segregacionistas y exclusivistas, son tremendamente peligrosas,
han causado y causan grandes desastres a nuestra humanidad.
Después de tantos golpes que ha recibido la humanidad por culpa de los
fundamentalismos, y aún en medio de tantas falencias, se están dando pasos para hacer
respetar los derechos humanos y para promover el desarrollo de los pueblos.
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Terminada la Segunda Guerra Mundial nació la ONU y detrás de ella vinieron otras
organizaciones internacionales. El diálogo interreligioso se viene dando como un fruto
de la toma de conciencia por parte de algunos miembros de las diferentes religiones, las
cuales han sido utilizadas muchas veces para justificar guerras, o como escudo perverso
de muchas conquistas, colonizaciones y destrucción de la vida. Algunas iglesias
cristianas, que en este tema también tenemos rabo de paja, hemos formado grupos
ecuménicos en los cuales buscamos unirnos en lo fundamental del evangelio de Jesús y
respetar las diferencias. Disfrutar del generoso y añejo vino donado por Jesús,
respetando la copa en la que cada cual lo quiera tomar.
Al acercarnos al Cuarto Evangelista (Evangelio según San Juan) es necesario
precisar su carácter especialmente simbólico. Dicho carácter reemplaza casi en su
totalidad al carácter histórico. Este evangelio es el más simbólico y el menos histórico
de todos. El texto que hoy leemos no es una crónica de los acontecimientos tal y como
sucedieron, sino una hermosa composición teológico-simbólica, con un mensaje muy
profundo para las comunidades cristianas.
Judíos y samaritanos, a pesar de sus raíces comunes y de su cercanía territorial, y
por el mal manejo de sus diferencias culturales y religiosas, tuvieron tantos problemas
que se convirtieron en enemigos acérrimos. Los samaritanos tenían la misma religión
judía, pero mezclada con tradiciones religiosas de otros pueblos con los cuales
compartieron el mismo territorio durante la deportación judía en Babilonia. Por haberse
mezclado con “paganos”, los samaritanos fueron considerados herejes y expulsados del
pueblo judío en la reforma de Esdras y Nehemías (Cuando a los judíos se les permitió
volver de Babilonia, en tiempo del Rey Ciro). Por todo eso, la palabra samaritano se
había convertido entre los judíos en una ofensa de gran calibre. Los samaritanos, por su
parte, se consideraban a sí mismos como los legítimos continuadores de la fe de Israel y
tachaban a lo judíos de cismáticos (separatistas).
En el presente relato, el judío Jesús se acerca a la mujer samaritana, no con la
prepotencia de quien se cree poseedor de la verdad, sino con la calidad humana de
quien se ha liberado de todos los prejuicios, regionalismos y fundamentalismos. Con
una pedagogía exquisita, se presenta como una persona humilde, necesitada y sedienta.
Aunque la mujer está a la defensiva, Jesús poco a poco va rompiendo el hielo y creando
un espacio cálido para que ella se abra y le permita entrar en su mundo.
Los grupos religiosos o ideológicos opositores entre sí tienen puntos claves que
salen a relucir en sus discusiones. Los izquierdistas tratan de politiqueros burócratas y
de rancios aristócratas a los derechistas, y estos, a su vez, les dicen populistas, bufones y
engañadores a los de izquierda. En las discusiones entre protestantes y católicos casi
siempre brotan temas tales como la virginidad de María, la autoridad del Papa, los
ídolos, la oración por los difuntos, etc. Para pelear, siempre habrá temas. Entre
cristianos, judíos, musulmanes, budistas, sintoístas, hinduístas, etc., las diferencias se
hacen aún más grandes. Hay personas que acceden muy complacidos al diálogo con
otras iglesias cristianas, pero cuando se habla de otras religiones dicen inmediatamente
que con ellos no tienen nada de qué hablar.
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Jesús no cae en la trampa de discutir cuál es el verdadero lugar de culto, si
Jerusalén o Garizín. En otras palabras, no discute cuál es la verdadera y cuál, la falsa
religión, ni cae en el falaz argumento de desprestigiar las demás para enaltecer la propia.
Tampoco funda una nueva religión o iglesia alguna. (Es bueno tener bien presente que
históricamente Jesús no fundó la Iglesia sino que ésta se fundó en Él después de la
experiencia pascual y sólo tiene validez, si sigue fiel al espíritu con el cual Él enfrentó su
contexto vital). Jesús no invalida alguna religión, pero sí las relativiza e invita a ir más
allá, pues los nuevos adoradores lo harán, no necesariamente en Garizín o en Jerusalén,
en X o Y religión, sino en espíritu y en verdad (v. 23).
La propuesta de Jesús es, fundamentalmente, una nueva forma de relacionarnos
con Dios y con los hermanos, más allá de las leyes, los preceptos, las prohibiciones y los
templos de cada religión. “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo según el Espíritu y
la verdad.” (v. 24b). Y al Espíritu no lo podemos encerrar en cuatro paredes, porque
como dijo Jesús en el encuentro con Nicodemo: “El viento (pneuma en griego, que es lo
mismo que espíritu) sopla aquí y allá y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.
Lo mismo sucede con el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3,8). Adorar a Dios en espíritu y en
verdad supone romper las fronteras, superar todo tipo de exclusivismo y fanatismo,
encarnado en casi todas las religiones. Adorar a Dios en espíritu y en verdad exige ir
más allá de las estructuras asfixiantes que las religiones crean con el tiempo y renovar
cada día la experiencia religiosa, según los cambios culturales que vive el ser humano.
Las religiones y las iglesias son válidas no porque tengan una línea ininterrumpida
de consagraciones. Ninguna religión y ninguna Iglesia, si quiere ser de verdad un
instrumento de salvación para los seres humanos, puede apropiarse de la plenitud de la
revelación y mostrarse como la poseedora del esplendor de la verdad. Las religiones y
las iglesias no son absolutas. Son válidas en la medida en que ofrezcan un espacio para
que las personas nos encontremos con el Dios de la Vida y para establecer mejores
relaciones entre los seres humanos.
Durante la época preindustrial y estática, en la cual los pueblos giraban en torno a
narraciones mítico simbólicas que obligaban a aceptar leyes, dogmas y estilos de vida, y
bloqueaban cualquier otra alternativa, las religiones de cada pueblo se erigían como
absolutas. Nuestra sociedad postmoderna ha vivido revoluciones industriales y se ha
rebelado contra la cultura estática y su oposición a las alternativas. Se ha desencantado,
incluso, de las promesas mesiánicas de la diosa razón y se ha visto muchas veces sin
esperanza y a merced de los mercaderes pseodoreligiosos que prometen éxito, felicidad,
salvación y vida plena.
No podemos vivir el camino de Jesús con las estructuras jerarquizadas,
monopolizadas y estáticas propias de la sociedad preindustrial y agraria. “En las nuevas
condiciones culturales la religión es únicamente un camino; y el camino es un proceso que consiste en
aprender a conocer y sentir más allá de nuestra condición de depredadores. Superar esa condición
nuestra de superpredadores de todas las especies vivientes es aprender a ser luz vibrante frente a la
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maravilla que nos rodea; es aprender a ser calor que se transforma en luz frente al esplendor de la
realidad. 1
Por eso sería mucho mejor anunciar el hermoso testimonio de Jesús y su camino
de salvación no con los mismos términos excluyentes y con ideologías fundamentalistas
como lo hicieron muchos de nuestros antepasados. Ellos fueron muy intrépidos y
entregados al Reino de Dios, pero hoy tenemos otra realidad, otras exigencias y otras
oportunidades para comunicar el mismo Espíritu. La Iglesia en la cual seguimos el
camino de Jesús no puede autoproclamarse como único instrumento universal de
salvación, sino ofrecer un espacio de vida y de encuentro con el Dios vivo en Espíritu y
en Verdad. “Porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran
deben adorarlo según el Espíritu y la verdad.” (v.24)
Nuestra fidelidad a Dios no puede medirse en la aceptación irracional a un credo,
a unos cánones estáticos y, menos, a instituciones premodernas que se niegan a
abandonar la comodidad que les representa su estructura jerárquica piramidal. Nuestra
fidelidad a Dios tiene que medirse según el espíritu y la verdad, según la obras de amor,
justicia, solidaridad, responsabilidad ética y social que se nos exige nuestra propia
humanidad y nuestro contexto vital. Nuestra evaluación como Iglesia de Cristo no ha
de medirse exclusivamente por si cumplimos o no cumplimos con los mandatos del
centro, sino especialmente por si ayudamos a que las personas descubran el sentido de
su vida y el camino de su propia realización y felicidad.
Desde un marco abierto, de valoración, respeto y tolerancia con todas las
experiencias religiosas que buscan acrecentar la vida, el Evangelio de hoy invita,
además, al encuentro con Jesús. Así como Él se acercó a la samaritana, hoy se acerca a
cada uno de nosotros, a nuestras familias y comunidades. Sediento, necesitado, humilde
y generoso. Y cada uno de nosotros, con nuestra propia historia, con nuestros logros y
frustraciones, con nuestros gozos y padecimientos, con nuestro constante anhelo de
felicidad, de plenitud, como la mujer que había tenido cinco maridos, cinco fracasos y
un nuevo intento por rehacer su vida.
Delante de Jesús podemos abrirnos con plena confianza. Con su Espíritu
podemos descubrir nuestra propia realidad, conocer y reconocer todo lo que somos y
tenemos y nuestra necesidad del agua viva que Él nos ofrece gratuitamente.
Bebiéndonos confiadamente a Jesús, es decir, asimilándole a Él, a su palabra, siguiendo
su camino, configurando nuestra vida a su imagen, realizando en nosotros su proyecto,
vamos a experimentar la salvación. Vamos a descubrir que Él es el Mesías, que en Él
hay abundante redención.
Y esa experiencia de salvación, esa alegría de haber experimentado, de estar
experimentando una nueva vida, no podemos guardarla de manera egoísta. Es preciso
dejar tirados los cántaros viejos, las palabras y las obras, las costumbres, los hábitos y
todo tipo de actividad que no nos construye, que carecen hoy de sentido, y salir
corriendo a comunicar con un nuevo espíritu, con nuevo ardor, con nueva pedagogía
1 CORBÍ Mariá, Los rasgos de una religiosidad viable , Relat 325. www.servicioskoinonial.org pag. 18
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con un nuevo lenguaje, pero con las mismas ganas, eso que estamos viviendo con Jesús.
Lo primero que tenemos que contar es lo que Jesús está haciendo con nosotros, es
cómo Jesús está transformando nuestra vida; es cómo nosotros, sin haber alcanzado la
perfección, gracias a Él descubrimos nuestras falencias, nuestros vacíos, nuestras
riquezas, nuestras cualidades y nos vamos convirtiendo en mejores hijos, en mejores
padres, en mejores ciudadanos… en mejores personas.
Eso es evangelizar, comunicar el Evangelio, comunicar el mensaje de Jesús como
Buena Noticia, como una gran oportunidad para crecer, como el agua viva que calma
definitivamente la sed que existencialmente todos tenemos. No es trasmitir unos
dogmas fijos, unas normas que se deben obedecer sin derecho a preguntar. El mensaje
de la mujer a sus paisanos fue muy sencillo y paradigmático para todos nosotros que
debemos ser discípulos y misioneros: “Vengan a ver un hombre que me dijo todo lo que he
hecho. ¿No será este el Mesías?” Eso es evangelizar. Propiciar el encuentro con Jesús, el
Cristo, todo dentro de un ambiente de respeto. La mujer ni siquiera se atrevió a
presentar a Jesús como Mesías. Sencillamente los invitó a encontrarse con Él y a
sugerirles que, tal vez, Él era el Mesías.
Y la pedagogía le funcionó. Ellos fueron libremente, sin coacción, en libertad, en
apertura y se encontraron con Jesús. Y dice el texto que muchos samaritanos creyeron,
otros no, pero eso es normal, la fe en Jesús no puede ser una imposición colectiva, ni
podemos esperar que todos acepten nuestra fe. Y Jesús se quedó con ellos, y muchos
maduraron y confesaron su fe a partir de su propia experiencia.
Con nuestra mentalidad jerarquizada a veces pretendemos que quienes
acompañamos en el camino de fe simplemente obedezcan nuestras órdenes dadas
desde el centro, que crean como nosotros creemos, que digan amén a todo lo que
predicamos, incluso a las no pocas barrabasadas que decimos desde el púlpito. Eso no
es, así no se forman personas con fe crítica; así se domestican creyentes incautos, se
multiplican las inseguridades y se reafirman actitudes dependientes. La evangelización
tienen que apuntar a que quienes caminamos con Jesús, quienes acompañamos en
nuestro camino de fe nos digan como le dijeron a la samaritana: “Ya no creemos por lo que
tú nos contaste: nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del
mundo.”
Oración
Jesucristo, maestro, amigo, hermano, compañero de camino. Te damos gracias
por todo tu testimonio de amor, por toda tu entrega, por habernos mostrado con tu
Palabra y con tu vida el amor misericordioso de Dios que es Padre y Madre. Hoy, como
la samaritana, te reconocemos a nuestro lado, con la misma generosidad y
disponibilidad para darnos a beber del agua viva que perdura hasta la vida eterna.
¡Gracias por ese bello ofrecimiento!
Reconocemos en nuestra historia, en nuestra larga búsqueda de felicidad, todos
los logros y las frustraciones, los sufrimientos y las alegrías. Reconocemos nuestro vacío
existencial que muchas veces hemos llenado con aguas malas que nos han hecho daño.
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Reconocemos que muchas veces hemos intentado calmar nuestra sed con aguas que
nos han dejado amargura y dolor. Te damos gracias también por todos los momentos
bellos que hemos compartido, por todo el amor y el gozo que hemos experimentado y
que nos hacen sentir vivos.
Hoy manifestamos nuestro deseo de beber esa agua que Tú nos ofreces. Te
abrimos nuestra mente, nuestro corazón, nuestros pensamientos, nuestros
sentimientos, todo nuestro ser, para que penetres con tu Espíritu hasta lo más
profundo, transformes y le des un sentido nuevo a nuestra vida. Calma nuestra sed
existencial con esa agua viva, renueva nuestro ser e impulsa nuestro proyecto vital
según tu plan de salvación, según tu proyecto. Estamos atentos a tu voz que nos habla
cada día, que nos sigue hablando en el silencio de las horas, en el tumulto de los
pueblos, en el grito de las calles… en la sonrisa y en el llanto, en el logro y en el
fracaso… Estamos atentos a tu voz que nos interpela, nos cuestiona, nos invita y nos
anima.
Contamos contigo, sabemos que en Ti está la fuente viva y que tu luz nos hace ver
la luz. Contamos contigo, confiamos en Ti y en la acción de tu Espíritu que nos
conducirá a la verdad completa, a la plenitud de nuestra vida según nuestra propia
naturaleza y el plan misterioso salvífico de Dios Padre y Madre. Cuenta también con
nosotros, para seguir comunicando tu Palabra y propiciando encuentros maravillosos
contigo, que sin duda traerán la salvación. Porque en Ti, en tu Palabra, en tu camino,
hay abundante redención y está la plenitud de la vida. Amén.