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EN CAMINO
4to domingo de cuaresma, ciclo “A”.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR
- 1ra lect.: 1S 16,1b.6-7.10-13
- Sal 22,2-6
- 2da lect.: Ef 5,8-14
- Evangelio: Jn 9,1-41
Saber elegir
Que un hombre sea galante, buen conquistador y, además, sea poseedor de una
gran chequera, no significa que sea un esposo y un padre excelente. Que una mujer
llame la atención con sus carnosos labios y su despampanante figura, no significa que
sea la ideal para formar un hogar estable y que con ella se construya un matrimonio
feliz. Que un candidato para liderar alguna obra pública o privada sea el más destacado
por su presencia, sus títulos o su palabrería, no significa que realmente sea un excelente
conductor y servidor de dicha causa. Muchos países, ciudades, iglesias o empresas han
sufrido los estragos de los buenos candidatos que resultaron ser verdaderos fiascos. No
son pocos los matrimonios que han terminado en la papelera porque los cónyuges se
dejaron llevar por las apariencias.
El libro de Samuel nos presenta la elección del Rey David para invitarnos a que,
cuando debamos elegir, analicemos muy bien las posibilidades y escojamos la mejor de
ellas. Saúl era un muchacho distinguido, de “buena familia” y de una figura muy
atrayente. Los ganaderos y demás hebreos influyentes lo apoyaron con la esperanza de
que el Rey lograra controlar el avance de los filisteos. Pero una vez llegó al poder, Saúl
se encargó de defender sólo a quienes lo habían puesto en el poder y a darse la gran
vida, mientras los filisteos avanzaban en su propósito de dominar Israel. Al poco
tiempo se convirtió en un tirano que hacía la vida del pueblo más insoportable y los
debilitaba ante los extranjeros que pescaban en río revuelto.
Entonces, surgió un líder carismático cuya condición humilde no fue obstáculo
para hacer que Saúl terminara de perder el apoyo de los grandes y de todo el pueblo, y
que pasara a formar parte del pasado, con un fin muy triste: el suicidio. El relato de
Samuel presenta a los siete hermanos de David, todos ellos muy buenos candidatos por
su figura, mas no por su corazón. Por eso, Dios invita a Samuel a ver más allá: “No te
fijes en su apariencia ni en su buena estatura. No es éste el que quiero. Lo importante
no lo ven los hombres: ellos ven sólo la apariencia, pero Dios ve el corazn.”
Finalmente, apareció David y ese fue el elegido.
Nos corresponde ser muy cuidadosos con nuestras elecciones tanto a nivel
personal como comunitario. Tenemos la responsabilidad de ser muy críticos y analíticos
porque en este mundo de las apariencias, la imagen está por encima de la esencia y,
aunque los humanos tenemos la capacidad de razonar, muchas veces nos dejamos
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dominar por las pasiones y los impulsos de bajo nivel. Aunque tenemos la capacidad de
ir más allá de las apariencias, muchas veces la pereza y la mediocridad nos hacen quedar
con una imagen distorsionada y engañadora que esconde la realidad.
De las tinieblas a la luz
Vale la pena recordar que el presente texto del Cuarto Evangelista no es una
narración periodística, sino un relato teológico-simbólico. El texto es ciento por ciento
cierto, mas no literalmente, sino simbólicamente, pues como decía Antoine de Saint
Exúpery: “Lo esencial es imperceptible a los ojos”. Aquí lo esencial está en el trasfondo
del texto, en lo sucedido a la comunidad cristiana que, por obra de Jesús, pasaba de la
oscuridad a la luz y se convertía en protagonista de su propia historia.
Como todos los evangelios, el presente texto fue elaborado por las comunidades
cristianas después del acontecimiento pascual (pasión, muerte y resurrección). Una
clave de lectura para comprender este texto es tener en cuenta que el ciego no es sólo
una persona sino todas aquellas personas que se encontraron con Jesús durante su vida
pública y, después de su muerte y resurrección, las que lo experimentaron dentro de la
comunidad cristiana. Recordemos que para el Cuarto Evangelista, Jesús y comunidad
cristiana se identifican. Lo que le hacen a Jesús se lo hacen a la comunidad: La
persecución, los azotes, los insultos, así como las alabanzas y las atenciones. Jesús sufre,
ríe y obra en la comunidad.
Este texto sintetiza el proceso salvífico de las personas que se encontraron con
Jesús: pobres, enfermos, pecadores, marginados, ignorantes, etc. Personas que nacieron
y crecieron en un ambiente hostil que los marginaba y les gritaba a cada rato la poca
cosa que eran. No hay pobreza ni ceguera más grande que la ignorancia. Estas personas
habían crecido ignorando su dignidad, su filiación con Dios y sus grandes posibilidades
de crecer como seres humanos. A pesar de que Qohelet y Job habían cuestionado la
doctrina de la retribución, los rabinos en el tiempo de Jesús, así como el sistema cultural
y religioso de su tiempo, enseñaban que Dios amaba especialmente a quienes les
concedía salud, buen nombre, bienes e hijos en abundancia. Los pobres, las estériles, los
enfermos y, en general, los marginados vivían así porque habían cometido pecados,
ellos mismos, sus padres, abuelos o tatarabuelos. Además del sufrimiento por su
condición social y personal, la religión los tachaba de pecadores despreciados por Dios
y despreciables por los hombres. Por eso, los discípulos le preguntaron a Jesús quién
había pecado para que ese hombre estuviera así, si él o sus padres.
Efectivamente, hay padecimientos que son consecuencia de algún mal paso que
damos los seres humanos. Una persona que sufre un accidente mientras conduce
embriagado, otra que le da cáncer por fumar cigarrillo o aquella que echa a perder su
hogar a causa del licor, etc. Pero hay muchos dolores que son causados por problemas
genéticos, por el medio en el que vive, por situaciones terriblemente adversas en las que
crece la persona, por la ausencia de padre o de madre, por la falta de amor, de
comprensión y de compañía. Por carencia de formación y educación, por mala
alimentación y servicios de salud, por valores tergiversados, etc. El problema del ciego
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de nacimiento, es decir, el problema de los marginados se había convertido en una
marca social, religiosa y cultural que les habían impuesto y que no solamente los hacía
sufrir más, sino que los ataba para salir de su problema, porque, si esa situación era un
castigo de Dios, ¿quién podría contra eso? Por eso, lo primero que hizo Jesús fue quitar
ese mito maléfico que tachaba de pecadores a quienes sufrían algún un mal.
Luego los invitó a ir más allá de la cruda realidad y a ver la vida con la esperanza
que da la fe en la acción salvífica de Dios. Muchas veces pronunciamos o escuchamos
quiméricas frases tales como: “¿Por qué a mí?” “¿Qué estoy pagando”? “¿Qué hice yo
para recibir esto?” “¿Por qué Dios a mí no me escucha?” Más allá del por qué, Jesús ve
en esa situación una oportunidad para permitir que Dios transforme radicalmente la
vida humana y cambie el llanto en alegría (Jer 31,13). Ante una situación difícil
podemos darnos látigo, encerrarnos en el círculo vicioso de la desesperanza y la
culpabilidad enfermiza, en la cual no lograremos otra cosa sino hundirnos más. Otra
opción es reconocer los errores en los que realmente hemos caído, mejorar y crecer
como personas, y abrirnos a la gracia de Dios para que Él haga su obra y nos libere de
eso que tranca nuestra vida.
Cada situación frustrante, de dolor y sufrimiento, cada obstáculo, cada adversidad
es una oportunidad para crecer, para crear, para poner en función todas las facultades
que Dios nos ha dado y, por supuesto, para que en nosotros se manifieste la gracia de
Dios. Esa fue la actitud de Jesús: “No fue porque él o sus padres pecaran, sino que nació así para
que se manifiesten en él las obras de Dios.” Asumir nuestros obstáculos y nuestras
oportunidades, con esta convicción, con esta fe profunda, sin duda nos hará vivir
mejor, más tranquilos y equilibrados, y, además, veremos mejores resultados prácticos.
El barro aquí es más que un elemento precario e insignificante para realizar una
curación. Detrás de este signo se esconde la historia del pueblo desde sus orígenes, por
el empleo que le daban al barro. De barro hizo Dios al ser humano. Durante la
esclavitud en Egipto el pueblo duró años haciendo ladrillos, cuya materia prima era el
barro. Ya en su tierra cada familia hacía su casa de barro y construían las fortalezas que
protegían a las ciudades. De barro se fabricaban tinajas, platos, ollas, cazuelas, lámparas
y miles de utensilios. El barro hecho con la tierra y con la saliva de Jesús es un signo de
la nueva creación que Dios quiere hacer en cada ser humano y de la nueva humanidad
surgida a partir de Jesús.
Cuando el ciego se encontró con Jesús, se dejó tocar por él y se lavó en la piscina,
quedó limpio. Esa fue la experiencia vivida por los integrantes de las comunidades
cristianas que llevaban el proceso discipular con Jesús. Esos marginados a los cuales
Jesús, el enviado del Padre, les abrió los ojos y les hizo ver el derecho que tenían de
vivir dignamente como hijos de Dios. Con su vida, con su palabra, con su solidaridad;
con la forma como trataba a todas las personas les hizo ver que no eran lo peor. Que
eran sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5,13-14). Que Dios había tenido a bien darles
el Reino. (Lc 12, 32) Que tenían dentro de sí grandes talentos dados por Dios y que
debían ponerlos a producir (Mt 25,14-30). Que el Padre Dios había ocultado estas cosas
a los sabios y entendidos para revelárselas a la gente sencilla (Lc 10,21)…
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El ciego vivió su experiencia de salvación y se convirtió en testigo de la obra de
Dios en él, por medio de Jesús. Los vecinos notaron el cambio y se admiraron. Sin
grandes discursos, sólo contando su experiencia con el maestro de Nazaret, este
hombre se había convertido en un anunciador de la Buena Noticia. Eso es evangelizar.
Los fariseos se negaban a creer que un hombre sencillo y sin autoridad oficial para
enseñar como Jesús pudiera realizar obras como ésta, peor aún si no guardaba la Ley
del Sábado. Sentían que este hombre les movía la banca y ponía en peligro su autoridad
religiosa y su influencia social. No alcanzaron a ver en Él a un hombre de Dios, a un
profeta y, menos, a su enviado y ungido. Vieron en Él un peligro que debía ser
combatido como fuera y a una llama “perversa” que debía ser apagada de cualquier
manera.
Después de mostrar incredulidad ante el acontecimiento, presionaron al ciego para
que “desmintiera” el supuesto milagro. Luego lo intentaron hacer con sus padres para
que “desmintieran” que su hijo había nacido ciego. Sus padres, que no querían meterse
en problemas con las autoridades, sólo confirmaron que, en efecto, había nacido ciego,
pero que sobre lo demás no tenían ningún conocimiento, por lo cual debían
preguntárselo a él ya que era mayor de edad. Ellos conocían la amenaza que había
contra aquellos que aceptaran el camino de Jesús: excomunión.
El que antes era un marginado, señalado por todos y que inspiraba lástima, ahora
era un hombre totalmente renovado por el Espíritu de Dios que vibraba en él y le hacía
ver la vida con nuevos ojos. El que antes era considerado un desgraciado pecador,
castigado por la furia de Dios, ahora era un bendecido por el amor y la misericordia del
Señor. Del más profundo anonimato de los marginados había pasado a ser el centro de
discusión. De la ignorancia, al conocimiento de Dios; y de la oscuridad, a la luz, por
medio de Jesús. Dios había hecho su obra en él y lo hacía sentir seguro para enfrentar
cualquier situación. Por eso, en el segundo interrogatorio de las autoridades, habló con
ellas de tú a tú y se atrevió, incluso, a hacerles comentarios sarcásticos. No era un
erudito en las leyes religiosas, (“doctores tiene la santa madre iglesia”, decían nuestros
viejos a veces también de manera sarcástica), pero había sido testigo de la obra de Dios
en su vida y esa es la más grande autoridad que puede tener un evangelizador. Los
fariseos no soportaron tremenda “competencia”, tremenda llama de luz y, por lo tanto,
lo expulsaron de la sinagoga, es decir, lo excomulgaron.
La plenitud de la fe llegó para este hombre en el encuentro final con Jesús. Al
principio hablaba de él como ese hombre que se llama Jesús (v. 11), luego dijo que era
un profeta (v. 17) y, finalmente, lo reconoció como el Salvador y se postró (v. 38), es
decir, se convirtió decididamente en su discípulo.
Recordemos de nuevo que éste no es un relato periodístico sino una magnífica
elaboración teológica que cuenta la historia de las comunidades cristianas, las cuales
fueron testigos de la obra de Dios por medio de Jesús. Obra que transformó totalmente
sus vidas, las llenó de gozo y las ayudó a encontrarle un sentido pleno. Por eso seguían
sus pasos a pesar de las amenazas. Sin creernos los únicos, nosotros estamos invitados a
vivir esta misma experiencia de salvación. Sin fanatismos ni exclusivismos, pero con el
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Oración
Jesús, hermano, amigo, compaero de camino, profeta, ungido del Padre…
Jesucristo. Te reconocemos como aquel en quien la humanidad ha alcanzado la plenitud
del amor, la plenitud de la vida, la plenitud de la gracia… Por eso nuestra mirada se
dirige a Ti con admiracin, con fe, con esperanza, con confianza… Por eso estamos
abiertos a tu Palabra y dispuestos a seguir tus pasos para alcanzar la grandeza humana
con la que Tú viviste.
Queremos vivir esta misma experiencia de salvación. Queremos enfrentar nuestra
vida con la misma fe, con la misma entrega, con la misma alegría, con la misma
esperanza como Tú la asumiste. Cualquier situación será una oportunidad para ver la
gloria de Dios. Te presentamos nuestras alegrías y tristezas, nuestras logros y
frustraciones, nuestros obstáculos, conflictos y tribulaciones; también nuestros anhelos
y esperanzas, nuestros sueos e ilusiones… Crea en nosotros esa nueva humanidad que
quieres… pon en nosotros ese barro bendito que nos hace ver todo con nuevos ojos y
asumir la vida con esperanza nueva…
Danos la capacidad para reconocer tu paso en nuestra historia. Que nunca nos
creamos perfectos y con autoridad para juzgar y condenar, para despreciar, marginar y
excomulgar. Libéranos de la ceguera cruel de quienes se creen poseedores de la verdad.
Danos la gracia de tu Espíritu para saber analizarlo todo con conciencia crítica y elegir
siempre lo mejor para nuestra vida personal y comunitaria.
Henos aquí, postrados ante tu presencia… reconociendo nuestra gran dignidad
humana, así como nuestra fragilidad, nuestra necesidad de Ti, nuestra necesidad de
Dios… Te reconocemos como El Mesías, el Cristo, el Ungido… estamos dispuestos a
seguirte, a caminar contigo, a vivir como Tú en medio de nuestro mundo real y
concreto… aquí estamos, aquí estamos… Amén.
convencimiento, la alegría y el amor de Dios que obra en nuestra vida y la dignifica
totalmente.