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EN CAMINO
6to domingo de cuaresma, ciclo “A”.
Entrada profética de Jesús a Jerusalén
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
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1ra lect.: Is 50,4-7
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Sal 21
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2da lect.: Fil 2,6-11
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Evangelio: Mt 26,14-27,66
Abrir el oído
“El Seor me abri el oído”, dijo Isaías. Todos los días, pero particularmente en estos
de celebración pascual, es preciso tener los oídos abiertos, para escuchar la voz de Dios
que nos habla en medio de los acontecimientos de nuestro mundo convulsionado. La
llamada Semana Mayor es como un alto en el camino para recordar y actualizar el
acontecimiento central de nuestra fe: la muerte y la resurrección de Jesús. Ese fue el
primer anuncio, el llamado Kerigma: Jesús vive. El mismo que mataron, Dios lo
resucitó.
Empezamos hoy con el recuerdo de la entrada profética de Jesús a Jerusalén
montado en un asno. De una manera sencilla, sin la prepotencia de los reyes que
imponían su ley, sino con la humildad de un provinciano que llega a la gran ciudad.
Como lo escribió Pablo a la comunidad de Filipos, sin hacer alarde de alguna categoría
divina, sino como el más humilde de todos y obediente al Padre hasta el final. Con la
humildad de un hombre de pueblo, pero con la certeza absoluta de que su Causa era la
misma Causa de Dios y, por lo tanto, estaba avalada por Él.
La lectura de la pasión nos recuerda los últimos momentos vividos intensamente
por Jesús. No podemos quedarnos con la contemplación piadosa de un cuadro
melodramático. La lectura de la pasión debe ayudarnos para descubrir el drama que hoy
vive la humanidad y nuestra actitud ante ella. No se proclama la pasión de Jesús para
contemplar o imaginar un espectáculo sadomasoquista que nos muestra cómo “unos
hombres malos mataron al hijo de Dios”. Tampoco se proclama para que los fieles nos
demos golpes de pecho y lloremos desgarradamente por el “ancestral pecado de Adán”,
ni para sentirnos culpables porque en esa cruz pesada, “Él cargó con nuestros
pecados”. Tampoco, para engañar a los niños con el cuento de que cada vez que
pecamos crucificamos otra vez a Cristo y, por lo tanto, no debemos pecar. Nuestra
ética cristiana y nuestros actos morales deben estar basados en convicciones profundas,
más que interpretaciones medievales de la redención que es preciso superar.
Abramos nuestros oídos y también nuestros ojos, nuestra mente y nuestro
corazón, para descubrir, en la lectura de la pasión, nuestra propia realidad. El que
traiciona y vende a su amigo, a su familia, o a su pueblo por dinero. El Fulano que
facilita su casa para celebrar la Cena Pascual y provee generosamente para el compartir
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fraterno. El miedo de los discípulos ante el peligro; la falsa promesa de Pedro de
acompañar a Jesús y estar dispuesto a morir con él, y la negación posterior. La debilidad
en la oración por parte de los discípulos, el sueño que no los deja ver la realidad y la
invitación a estar siempre vigilantes y orantes pues no es fácil asumir la cruz de cada día.
¿Existen esas realidades en nuestro entorno social, familiar y eclesial?
¿Podemos ver hoy también a personas al servicio de algún régimen opresor, desde
los soldados que trabajan por un sueldo sin importarles la desgracia de la gente, hasta
Sumos Sacerdotes y senadores que viven más interesados en eliminar al intruso que les
mueve su curubito de poder, que en trabajar por el pueblo? ¿Existen hoy personas que
buscan la justicia por medios violentos, como lo quiso hacer aquel que sacó la espada
para defender el proyecto de Jesús? ¿Existen hoy personas que, llenas de miedo,
abandonan la causa del Reino y se esconden para defender sus vidas? ¿Existen hoy
juicios como el que le hicieron a Jesús? Recordemos que el juicio a Jesús no fue otra
cosa sino una pantomima engañosa de los que tenían la sartén por el mango, porque ya
el veredicto final estaba: ese hombre debía morir y slo faltaban las “pruebas”, para
justificar su condena. ¿Vemos esas realidades en nuestro entorno?
Tratemos de ver también a los “testigos” dispuestos a declarar lo que les digan y al
Sumo Sacerdote que se escandaliza y se rasga sus vestiduras por la “blasfemia” de Jesús,
pero tranquilamente busca su muerte sin siquiera sonrojarse. Aquel que se lava las
manos para esconder su complicidad, los que observaban de lejos el “espectáculo” y los
que, finalmente, reconocen que en verdad este hombre es el Hijo d e Dios. ¿Existen
esos personajes entre nosotros?
Finalmente, ¿podemos ver en nuestro mundo a personas que siguen el testimonio
de Jesús? No dejemos de contemplar su hermoso testimonio desde el principio al final
del relato en el que se mantuvo siempre fiel a la causa de Dios y la causa humana.
Totalmente entregado a la justicia del Reino, con temor natural ante el abismo que
representaba la muerte, pero con la confianza puesta en el Padre. ¿Dónde nos ubicamos
nosotros en el drama que vive hoy nuestra humanidad?
Mucha gente hoy vive su propio vía crucis. ¿Dónde nos ubicamos en el vía crucis
que vive hoy gran parte de nuestro pueblo? Como en el tiempo de Jesús, t enemos
nuestros propios celotes, nuestros propios herodianos, samaritanos, fariseos, saduceos,
sacerdotes, templos, sinagogas, etc. Nuestras propias cruces, gólgotas, verdugos y
crucificados. ¿Qué papel jugamos?
Oración
Jesucristo, hermano, amigo, enviado del Padre para ser nuestra luz y nuestro guía
en el camino de la salvación. Te damos gracias por tu testimonio de amor, por tu
entrega generosa hasta el final, por la grandeza humana manifestada en la humildad, en
la sencillez y en la fuerza con la cual enfrentaste la injusticia y buscaste una humanidad
nueva, digna, libre y feliz.
Iniciamos hoy la celebración de Semana Mayor y te pedimos que nos ayudes a
vivir con un profundo sentido estos acontecimientos, para que cada día avancemos en
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el camino que tú recorriste primero y ahora nos invitas a recorrer , para ser mejores
seres humanos. Te abrimos nuestra mente y nuestro corazón para que entres a nuestra
vida y nos conduzcas con la fuerza de tu Espíritu. Tú entras sigiloso, sin violencia, sin
forzar, como entraste proféticamente en burro a Jerusalén. Entra en nuestras vidas, en
nuestros hogares, en nuestras comunidades…
Hosanna al Hijo del hombre, al Hijo de Dios… ¡Bienvenido en el nombre del
Seor! Bienvenido a nuestras vidas… ¡Hosanna en el cielo! Bendito seas por siempre,
bienvenido seas por siempre… quédate con nosotros por siempre para que nos
conduzcas cada día por el buen camino. Te aceptamos como el creador de la nueva
humanidad, como el paradigma de vida, con el inspirador y el conductor de nuestra
existencia hacia la plenitud. Hosanna, bendito seas… Amén.