Comentario al evangelio del Sábado 26 de Marzo del 2011
Queridos amigos y amigas:
Sin duda que nos encontramos en esta página del evangelio ante una obra maestra de la narrativa.
Pocas historias como ésta describen con tanta finura y precisión los entresijos del corazón humano en
sus reacciones y la magnanimidad del corazón de Dios-Padre. Es una historia que jamás ha agotado la
luz que contiene.
Una provocación: Jesús la proclama a consecuencia de una murmuración de los fariseos y de los
escribas que condenan que Jesús reciba a los pecadores y coma con ellos. Esa relación les escandaliza.
La parábola es, por tanto, la respuesta de Jesús a la pregunta de cómo actúa Dios con aquellos que nos
puede parecer que no merecen nada. Habla sobre todo de la forma de proceder de Dios.
La dificultad de aceptar al padre. Nunca fue obvio, ni siquiera en el pasado, aceptar sin problemas la
figura paterna. Ninguno de los dos hijos fue capaz de vivir en verdad su relación con el padre. Los dos
de alguna manera lo rechazaron. Fue necesario un largo camino para encontrar al padre por parte del
hijo más joven, mientras que del mayor no sabemos todavía hoy, si recorrió este camino de vuelta.
Pero lo claro de la parábola es que Dios es de verdad padre (y madre) de todos; pero que para todos es
difícil reconocerlo como tal.
El asesinato del padre . Las razones del menor para irse de la casa son las mismas por las cuales fue
acuñada la expresión "el asesinato del padre". Ella denota el impulso que hay en nosotros de pedir
cuentas y razón, a quien pensamos que de algún modo está sobre nosotros, de aquello que nos
corresponde, para ser así finalmente dueños de nosotros mismos y de nuestro destino, para hacer de
nosotros "lo que nos dé la gana". Pero para esto es necesario eliminar de algún modo la figura del
padre, hacer como si no hubiese existido jamás, suprimirlo.
El síndrome del “hijo mayor”. Vive con el padre, pero se diferencia mucho de él. En el fondo el hijo
mayor es también un hijo “perdido”, perdido en el resentimiento y la envidia. Existe un “síndrome del
hijo mayor”: Siempre quiere agradar, cumplir las expectativas de los padres. Pero tiene envidia de los
hermanos que parecen disfrutar haciendo sus planes. De la envidia, el pecado de los buenos, decía
agudamente Quevedo que “era amarilla y flaca, porque muerde, pero no come”. Por ello, la suya es
una fidelidad sin alegría y sin gratuidad. Cumple, pero siempre espera la recompensa. También a él se
le ofrece un regreso a través de una doble experiencia: la confianza y la gratuidad.
El padre bueno . Es un padre/madre. Curiosamente no aparece expresamente la madre. Es débil –“no
puede” con sus hijos-; pero les espera con una paciencia infinita. Es el padre quien “encuentra” a sus
hijos, quien sale a buscarlos. No es un padre que se esconde. El padre lo da todo, da lo mejor: vestido,
anillo, sandalias, banquete,... Toda la escena es una invitación a la alegría. El Padre quiere decir, más
su actitud que con sus palabras, cosas buenas de sus hijos. No les castiga. Ya han recibido demasiados
castigos con sus caprichos. Quiere simplemente hacerles saber que el amor que han estado buscando
por las vías más variadas ha estado, está, y siempre estará allí para ellos. El Padre quiere decir más con
sus manos que con su boca: "Tú eres mi amado, en ti me complazco". Descubrir que tenemos un Padre
así, vale una eternidad.
Vuestro, amigo y hermano,
Juan Carlos cmf
Juan Carlos Martos, cmf