I DOMINGO CUARESMA
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
Desierto: Purificación y encuentro
En esta Europa nuestra, que parece haberse instalado en lo que se ha llamado
“la cultura de la satisfaccin”, resulta cuado menos chocante para algunos seguir
creyendo y esperando en un ajusticiado en los maderos de una cruz. La obra
pstuma de Nietzsche “Ecce Homo”, publicada ocho aos después de su muerte,
porque el autor la dejó sin corregir al caer en un ataque de locura que le
acompañó hasta su final, concluye con el más radical desafío: “Dionisio contra el
Crucificado”. Dionisio, equivalente al dios Baco de los romanos, era el dios del
ditirambo, de la pasin, de la juerga, del placer, de la borrachera… Aquel desafío
ha tomado cuerpo en la actual cultura de la postmodernidad, donde el goce sin
límites, el delirio de la fiesta o el éxito a toda costa .cotizan a la alta. ¿Se puede,
en un contexto así, seguir confiando y poniendo el sentido de la vida en un
crucificado?
La liturgia del primer domingo de cuaresma nos presenta las tentaciones de
Jesús en el desierto. Lo de las tentaciones no ha dejado de sonar escandaloso a
algunos oídos pietistas: “¿Jesús tentado?”. Pero esa es la verdad de la
encarnación.
El evangelista, con una finalidad catequística, ha concentrado en una narración
ordenada las tres tentaciones y las ha situado en el desierto, ese lugar en que el
hombre, por no haber escapatorias y distracciones, tiene que enfrentarse
consigo mismo, con su verdad más honda, con su identidad y su misión.
Las tentaciones seguramente le acompañaron a Jesús a lo largo de todo su
ministerio, hasta la cruz. Debieron de manifestarse con una fuerza especial en
los momentos en que se endurecía contra él la oposición y se hacía tan dura su
misión que pareciera estar abocada al fracaso.
El tentador, apelando a la condición de Hijo de Dios y a su poder mesiánico, le
sugiere a Jesús la posibilidad de tomar un camino que le haría más fácil su tarea
y más exitosa su sagrada misión. Imaginemos a Jesús, en medio de un pueblo
hambriento, convirtiendo las piedras en pan o lanzándose desde el pináculo del
templo y descendiendo mansamente a la vista del pueblo y de los sumos
sacerdotes. Todos habrían caído rendidos a sus pies, todo habría sido como un
desfile de victoria. Pero Jesús las rechaza apelando a la palabra de Dios.
Secundando la propuesta del tentador, es decir, vendiendo su alma al diablo,
Jesús habría seguido un camino hasta más lógico; nos habría revelado lo que se
puede lograr con el poder, pero ¿nos habría revelado el amor del Dios compasivo
y misericordioso, que no humilla al hombre desde arriba, sino que lo levanta
desde abajo? Sólo redime el que comparte y compadece con la persona amada.
Sólo el amor posibilita alcanzar una libertad liberada.
En el diálogo que el Gran Inquisidor de la novela de Dostoievski mantiene con
Jesús durante la noche, en un calabozo de Sevilla, donde éste ha sido encerrado,
 
se encuentra una muy sugerente interpretación psicológica de las tentaciones. El
Gran Inquisidor le recrimina a Jesús que no hiciera caso al tentador; pues él sí
que conocía bien a los hombres y, por eso, sabía manejarlos con tanta eficacia.
Los hombres, le viene a decir, aunque parecen buscarla, a nada temen tanto
como a la libertad; están dispuestos sacrificarla por un poco de pan, de placer,
de poder, de éxito o de seguridad. Tú, en cambio, ofrecías una libertad tan
exquisita que así acabaste, sin poder y sin éxito, en el estrepitoso fracaso de la
cruz.
Las épocas de grande mutaciones culturales suelen ser épocas propicias para
que al creyente y a la Iglesia le salten sutiles tentaciones sobre su identidad y su
misión. No es fácil, en el contexto cultural actual, resistirse a la tentación de la
plausibilidad, de lo fácil, de lo que se lleva o se nos vende, sobre todo cuando
lleva la marca de progresía.
A las tentaciones de Jesús, salvadas las distancias, ha de enfrentarse la Iglesia
en cada nuevo recodo de la historia. Y a ellas tiene que enfrentarse cada
cristiano hoy. Un buen momento de discernimiento puede ser esta Cuaresma.
La Iglesia nos sigue invitando al desierto de la cuarentena como lugar de
purificación y de encuentro. Allí empezó Jesús a librar su batalla a solas, sin
seguridades en que apoyarse, desgastado por el hambre y por la sed, sostenido
sólo por la Palabra de Dios.
Y junto al desierto, recordemos los otros signos cuaresmales: el ayuno, la
oración y la limosna. A algunos pueden resultarle anacrónicos, pero habrá que
descubrir su significado hoy. Veamos: ¿No estaría bien ayunar para empezar a
vivir la comunicación de bienes con los que ayunan cada día? ¿No estaría bien
hacer abstinencia de algunas horas de televisión para mirar a los ojos a los de
casa, para comunicarnos más en familia , para comentar juntos un libro o una
película, para hacer un rato de oración , para constatar que no es lo mismo la
realidad que la publicidad; para acompañar a quienes están solos?