La Transfiguración
Homilía para el Domingo II de Cuaresma (Ciclo A)
En el “Mensaje para la Cuaresma” de 2011, Benedicto XVI sintetiza el
significado del Evangelio de la Transfiguración: “El Evangelio de la
Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo,
que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La
comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles
Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» ( Mt 17, 1), para acoger
nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la
invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la
presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que
penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y
el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor”.
Detengámonos en la contemplación de este pasaje evangélico (cf Mt 17, 1-
9), considerando tres aspectos: La Transfiguración como manifestación de
la gloria de Cristo, como anuncio de la divinización del hombre y como
invitación a sumergirse en la presencia de Dios.
1. La Transfiguración muestra a Jesús en su figura celestial : Su
rostro “resplandecía como el sol” y sus vestidos “se volvieron blancos como
la luz”. Moisés y Elías, precursores del Mesías, conversaban con Jesús.
La voz que procede de la nube confirma la enseñanza de Jesús: “Este es mi
Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Es preciso escuchar a Jesús y
cumplir así la voluntad de Dios. San Juan de la Cruz comenta al respecto
que sería agraviar a Dios pedir una nueva revelación en lugar de poner los
ojos totalmente en Cristo, “sin querer otra cosa alguna o novedad”: “Pon los
ojos sólo en Él, porque en Él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en
Él aun más de lo que pides y deseas”.
La aparición de la gloria de Cristo está relacionada con su Pasión: “La
divinidad de Jesús va unida a la cruz; sólo en esa interrelación reconocemos
a Jesús correctamente” (Benedicto XVI).
2. El evangelio de la Transfiguración habla también de nuestro
futuro . A través del Bautismo nos revestimos de la luz de Cristo y nos
convertimos nosotros mismos en luz. San Pablo dice a Timoteo: “Dios
dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha
manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador
Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal” (cf 2
Tim 1,8-10).
El Catecismo explica que la Transfiguración es, como decía Santo Tomás de
Aquino, “el sacramento de nuestra segunda regeneración”: nuestra propia
resurrección (cf Catecismo , 556). Cristo, nuestro Señor, transformará en su
segunda venida “este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como
el suyo” ( Flp 3,21).
3. Los discípulos – Pedro, Santiago y Juan – experimentaron en “una
montaña alta” un encuentro con Dios . El monte simboliza siempre el
lugar de la máxima cercanía de Dios. En la vida de Jesús están presentes
diversos montes: “el monte de la tentación, el monte de su gran
predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte
de la angustia, el monte de la cruz y, por último, el monte de la ascensión”
(Benedicto XVI).
El monte es el lugar de la ascensión, de la subida interior. Subir al monte
equivale a alejarse de la vida cotidiana para sumergirse en la presencia de
Dios. El evangelio según san Mateo nos indica que “la experiencia de Dios
no es algo exclusivo de unos pocos elegidos y que no sólo los profetas
escuchan la voz de Dios, sino que esto es algo posible para cualquier
persona” (M. Grilli – C. Langner).
Meditar sobre la Transfiguración del Señor nos ha de impulsar a centrar
nuestra mirada en Jesucristo, Revelador y Revelación del Padre; a llenarnos
de esperanza, aguardando nuestra resurrección futura, y a buscar en
nuestra vida tiempos y espacios que nos permitan escuchar la voz de Dios.
Guillermo Juan Morado.