“Este es mi Hijo muy amado, ….escúchenlo”
Mt 17, 1-9
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
ÉL ES EL HIJO PREDILECTO QUE CUMPLIRÁ SU DESIGNIO
La liturgia de la Palabra de hoy propone a nuestra contemplación la luz que irradia la
persona de Jesús transfigurado: es un desgarrarse el cielo, un rayo de luz eterna que llega
al corazón para herirlo con la nostalgia del rostro de Dios. Estamos llamados a participar no
de una visión desencarnada, falsamente mística, idílica. A través de todas las lecturas
podemos seguir un hilo de oro: el del don de sí mismo como condición de la verdadera
comunión con Dios.
El Padre, origen de toda paternidad, revela su corazón haciéndonos revivir con Abrahán el
sacrificio y la paz de la ofrenda suprema. A cada uno de nosotros se nos puede pedir -más
bien, se nos pide ciertamente- el sacrificio del propio Isaac. Pero la Palabra nos deja
entrever que éste es el camino para participar de la misma realidad de Dios. El mismo Dios
Padre no perdonó a su propio Hijo, el predilecto, sino que lo entregó por nosotros. Cristo no
consideró "un tesoro codiciable el ser igual a Dios" (cf. Flp 2,6), sino que nos amó y se
entregó a sí mismo por nosotros. ¿No renunciaremos nosotros a todo, no nos negaremos a
nosotros mismos para entrar en comunión con él?
En la transfiguración, Jesús ofrece a los tres discípulos la visión luminosa para mostrarles el
final del oscuro túnel de la pasión, poco antes anunciada. Ahí está la voz del Padre para
confirmarlo: él es el Hijo predilecto que cumplirá su designio; es el testimonio veraz cuando
pide a sus seguidores negarse a sí mismos y llevar la propia cruz detrás de él.
Todo esto debería quedar claro a los discípulos y a nosotros. Pero todavía tiene su mezcla
de oscuridad: la nube de luz de la Presencia de Dios nos envuelve siempre en la sombra, y
la revelación no elimina el misterio. Sin embargo, queda algo indeleble en el corazón: Jesús
es el Hijo que el Padre ha entregado por nosotros; el compañero que nos abre el camino, el
que nos enseña a escuchar dando los pasos de una entrega sin reservas.
ORACION
Oh Padre, ternura infinita, por nosotros no te has reservado a tu único Hijo: tu corazón
divino conoce el desgarro mayor, que es a la vez el purísimo gozo de amar. Concédeme,
Padre, saber corresponder a tu don con el abandono confiado a tus manos y ofreciéndote lo
mejor que tenemos. Ayúdanos a acoger humildemente esa muerte que se nos pide cada día
y que es nuestra entrega total: el sacrificio de nosotros mismos por la vida del mundo.
Plásmanos con la sabiduría del Espíritu a imagen de tu Hijo; hombres nuevos, en él
viviremos como hijos, con él nos ofrecemos por todos los hermanos: es la única gloria que
vale la pena, es el amor que transfigura la oscuridad del tiempo presente en luz de
eternidad.