“Sean misericordiosos”
Lc 6, 36-38
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EN LA ORACIÓN ES DONDE PODREMOS ENCONTRAR A DIOS
La vida cristiana nos presenta a menudo, por no decir siempre, la dolorosa condición de
comprobar nuestras carencias y las trágicas situaciones de muerte y odio que dominan
en el mundo. Si nos quedamos sólo en la crónica corremos el riesgo de ahogar la
confianza y la esperanza. ¿Qué hacer? Es preciso tener la valentía de mirar con ojos
nuevos, purificados por un sincero arrepentimiento y por la oración.
En la oración es donde podremos encontrar a Dios, conocerlo, hablar con El y, sobre
todo, escuchar su voz. Entonces se manifestará a nuestros ojos en su misteriosa y
paradójica trascendencia: tan grandioso y, sin embargo, tan cercano, benévolo,
paciente. Nuestro corazón se abrirá a su propia verdad y a la de los demás: en
presencia de Dios todo juicio de condena se transforma en humilde petición de perdón
para todos, porque todos somos corresponsables de tanto mal.
En este encuentro continuamente repetido cambia el modo de ver la historia personal y
universal: en la oración aprendemos a descubrir las huellas de la presencia de Dios, las
semillas de bien, ocultas pero reales, de las que esperamos con fe y paciencia que
germinen y florezcan.
ORACION
Cuando la mezquindad de mis horizontes pretende juzgar los infinitos espacios de tu
misericordia, Señor, escucha; Señor, perdona. La impaciencia hace que coseche sólo en
la vida fatigas, sufrimientos, promesas vacías o pruebas inútiles. Dilata mi pobre corazón
para no contristar al Espíritu que todo lo sostiene y lo renueva todo. Enséñame, oh Dios,
el arte de elegir lo mejor en todo y en cada uno, ayúdame a mirar al mundo con tu amor
de Padre.
Concédeme una mirada sincera y serena de mí mismo: reconociéndome, mirado con
benevolencia, esperado, perdonado, aprenda así a perdonar, a esperar, a callar.
Sugiéreme el tiempo y modo más oportunos para ofrecer a cada uno la ayuda que
necesite sin excluir a nadie en mi interior.
Cuando el temor me asalte y vacile mi esperanza, Señor, hazte cargo de todo; que me
limite a gritar: "¿Hasta cuándo, Señor?". No con orgullo o amargura, sino con las
lágrimas de un niño que sabe hablar a su Padre.