Comentario al evangelio del Lunes 28 de Marzo del 2011
La palabra de Dios de esta tercera semana de Cuaresma insiste en la actitud de la conversión y en sus
implicaciones: el perdón, la observancia en los pequeños detalles de la vida, la apertura a los signos de
la presencia de Dios y, como síntesis de todas ellas, la centralidad del amor. La conversión, en lo que
tiene de arrepentimiento, implica un movimiento hacia dentro de sí, pero no puede quedarse ahí, sino
que acto seguido tiene que volverse hacia Dios, hacia Jesús y, como consecuencia necesaria, hacia los
demás. No podemos contorsionar sobre nosotros mismos para encerrarnos en nuestro interior. Este es
un peligro que debe ser evitado. Y este peligro no se da sólo en el nivel personal, sino también en el
colectivo: como pueblo, como grupo social, también como Iglesia. Jesús recuerda a sus paisanos que la
gracia y la salvación de Dios no son asunto exclusivo de Israel, y lo hace poniendo como ejemplos de
la acción salvífica a personajes, como Amán, el sirio, o la viuda de Sarepta, es decir, gentes que
pertenecían a pueblos ajenos a las promesas, incluso tradicionalmente enemigos de Israel. También
nosotros, cristianos del siglo XXI, hemos de tener en cuenta esta verdad. Cuando por el camino
cuaresmal tratamos de revisar nuestra vida, renovarnos por dentro por medio de la oración y el ayuno,
no podemos concentrarnos en nosotros mismos hasta el punto de olvidar al resto del mundo, a los
demás, también a aquellos que de un modo u otro, por motivos personales, ideológicos, incluso
religiosos, están lejos de nosotros. Jesús nos llama a levantar la cabeza y a mirarlos cara a cara. Dios
quiere que también a ellos les llegue la salvación. Y nuestra conversión no puede ser ajena a esa
voluntad. Si nos consideramos miembros del pueblo elegido, de la Iglesia de Cristo, esto no sólo no
nos aísla de todos los demás, sino que nos tiene que llevar a abrir los ojos para ver en ellos a
destinatarios iguales a nosotros de los favores de Dio; la conversión significa que nosotros somos los
profetas y servidores, mediadores para ellos de esos mismos favores. Si no es así, es que nuestra
conversión no es verdadera. Estaremos haciendo de nuestra fe un privilegio, algo privado y exclusivo,
en vez de un don que es también una responsabilidad. Y, en tal caso, Jesús, al que creemos conocer
bien, al que tenemos por alguien nuestro, se convertirá en un extraño; y bien puede suceder, como les
sucedió a los celosos e iracundos paisanos de Jesús, que él, abriéndose paso entre nosotros,
simplemente se aleje…
Saludos cordiales
José M.ª Vegas cmf
http://josemvegas.wordpress.com/
José M.ª Vegas cmf