"su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro"
Lc 15, 1-3. 11b-32
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA DECISIÓN DE COMENZAR UNA NUEVA VIDA LE PONE EN CAMINO
En la introducción de las parábolas de la misericordia (c. 15), Lucas nos indica a quién van
dirigidas (vv. 1s): el auditorio se divide en dos grupos, los pecadores que se acercaban a
Jesús a escucharle y los escribas y fariseos que murmuran entre ellos. A todos,
indistintamente, Jesús revela el rostro del Padre bueno por medio de una parábola sacada
de la vida ordinaria que conmueve profundamente a los oyentes.
El hijo menor decide proyectar su vida de acuerdo con sus planes personales. Por eso pide
al padre la parte de "herencia" -término equivalente a "vida" (v. 12; en sentido traslaticio,
"patrimonio")- que le corresponde y emigra lejos, a dilapidar disolutamente su sustancia (v.
13; en sentido traslaticio "riquezas"). La ambivalencia de los términos empleados indica que
lo que se pierde es ante todo el hombre entero.
La experiencia de la hambruna (v. 17) hace recapacitar al que, con fama de vida alegre,
salió de prisa de la casa paterna y ahora la añora. La decisión de comenzar una nueva vida
le pone en camino (vv. 18s) por una senda que el padre oteaba desde hacía tiempo,
esperando (v. 20). Es él el que acorta cualquier distancia, porque su corazón permanecía
cerca de aquel hijo. Conmovido profundamente, corre a su encuentro, se le echa al cuello y
lo reviste de la dignidad perdida (vv. 22-24).
Así es como Jesús manifiesta el proceder del Padre celestial (y su propio proceder) con los
pecadores que "se acercan" dando, a duras penas, algún que otro paso. Pero los escribas y
fariseos, que rechazan participar en la fiesta del perdón, son como "el hijo mayor", que,
obedientes a los preceptos (v 29), se sienten acreedores de un padre-dueño del que nunca
han comprendido su amor (v. 31), aun viviendo siempre con él. También para ir al
encuentro de este hijo de corazón mezquino y malvado (v. 30), el padre sale de casa (v.
29), manifestando así a cada uno el amor humilde que espera, busca, exhorta, porque
quiere estrechar a todos en un único abrazo, reunirlos en una misma casa.
ORACION
Las sendas de la infidelidad son siempre angostas y sin salida: la lejanía de la casa paterna
crea, al final, una angustiosa pena que acucia más que el hambre. Por esta razón, todo
descarrío puede convertirse en una felix culpa, un error afortunado, en el que el hombre
deja escuchar y se conmueve por el eco de la voz paterna que, incansablemente, ha
continuado pronunciando con amor nuestro nombre. Si el hijo alejado despierta al sentido
de su dignidad y al amor filial, el que se queda en casa corre el riesgo de no aceptarse, de
quedarse sin amor.
Todos nos podemos ver reflejados en uno u otro hijo. El padre es el que siempre sale al
encuentro de uno y del otro. El nos espera siempre, bien sea que vengamos de la
dispersión, como el hijo pródigo, o que acudamos de un lugar aún más remoto: de la región
de una falsa justicia, de una falsa fidelidad.
A nosotros se nos pide solamente dejarnos estrechar en su abrazo, fijándonos en esa mano
que nos bendice, deseosa de nuestra felicidad y de la de nuestros hermanos.