COMENTARIO A LA LITURGIA DEL DOMINGO
III Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Hemos llegado al tercer domingo del Tiempo de la Cuaresma. En este Ciclo A
de Lecturas dominicales, la liturgia nos propone a la reflexión el capítulo 17
del Libro del Éxodo; el capítulo 5 de la Carta del Apóstol Pablo a los
Romanos, y el capítulo 4 del Evangelio según San Mateo. El Salmo
responsorial es el 94, que tiene como antífona: “Escucharemos tu voz,
Señor”.
La liturgia de la Palabra de este domingo está centrada en la narración del
encuentro de Jesús con la mujer samaritana, que encontramos en este
capítulo cuarto del Evangelio según san Mateo. Las otras dos lecturas de
alguna manera hacen referencia a lo esencial de este evangelio, que es la
sed, como búsqueda de Dios, primera lectura, y el amor incondicional de
Dios que nos ha salvado, aún cuando seguimos siendo pecadores, segunda
lectura. Y precisamente Jesús se encuentra con una mujer, que es pecadora
y que va al pozo a buscar agua para saciar su sed física. Y resulta que
consigue a alguien que le promete una agua que al tomarla calma la sed
para toda la vida. La mujer, se emociona, piensa que si encuentra esa agua
viva ya no tendrá que ir más a ese pozo y cargar el agua para su casa. Pero
Jesús, en el devenir del encuentro la va llevando a descubrir esa agua viva
que ha venido a traer a toda la humanidad y que no es otra cosa que la
salvación mediante el perdón de los pecados. Por eso lo de la petición que le
hace Jesús de que vaya a buscar a su marido, a lo que la mujer responde
que no tiene, pero Jesús le revela que ha estado con 5 que al final ninguno
era su marido. Ante esas palabras la mujer se ve descubierta y descubre que
está ante un profeta, está ante su Mesías, que no la condena, sino que la
invita a la conversión a través del agua de la vida.
El símbolo fundamental de este evangelio y el encuentro del Señor es el
agua. Para la mujer significa saciar la sed física, para Jesús por medio del
agua se derrama la vida, y toma entonces un nuevo carácter que se
concretizará con el bautismo, donde el agua bendecida nos lava de nuestros
pecados y nos regenera la vida, dándonos la presencia del Espíritu Santo con
el que alabamos al Dios uno y Trino. Porque este es otro de los temas
planteados por Jesús en la conversación con esta señora samaritana. La
costumbre era ir al templo para rendir culto a Dios. Y Jesús plantea que ya
ha llegado el tiempo en el que quien quiera alabara a Dios lo hará en Espíritu
y verdad. El templo significaba la intermediación de la clase sacerdotal, a la
que los fieles confiaban las ofrendas para que, en su nombre, fueran
ofrecidas por la expiación de sus pecados. Y como la gente lo hacía, también
los mismos sacerdotes debían ofrecer sacrificios por ellos mismos, eran
también pecadores. Jesús inaugura una nueva época en donde los
creyentes, como tu y como yo, si bien seguimos teniendo el beneficio de la
intermediación y el ministerio de la Iglesia, también tenemos la gracia de
compartir directamente con Dios, en espíritu y verdad, porque somos hijos,
porque hemos recibido un bautismo que nos ha dado derechos y deberes
como propiedad de Dios. Con la Iglesia compartimos el culto y los
sacramentos, pero la relación con Dios debe ser algo personal, algo entre
cada uno de nosotros y Dios, para cumplir lo que el mismo Jesús dijo en otro
momento: “cuando vayas a orar, ve a tu aposento, cierra la puerta y habla
con tu Padre que está en el cielo”.
Por último, dentro de los tantos temas que se encuentran en este Evangelio
de hoy, quisiera que reflexionáramos sobre el testimonio. La mujer, después
de encuentro con Jesús, va a su comunidad y cuenta que ha encontrado a
un profeta que le ha mostrado las miserias de su vida. La gente acude a ver
a Jesús, y cree en él. Primero se interesan en Jesús por el testimonio de la
mujer, luego ellos mismos dicen que creen por lo que han visto. Nuestra
misión como cristianos es dar testimonio de Jesús, mostrar a la gente que
nos rodea que creemos en él, y sobre todo invitarlos a que también ellos
tengan un encuentro con Jesús. El milagro de la conversión se dará, no tanto
por lo que vean en nosotros, cuanto por la experiencia de la misericordia
que cada uno puede experimentar.
En este domingo en que recordamos el episodio de la samaritana, te invito a
que calmes tu sed de Dios con la oración y los sacramentos, y sobre todo
que tengas en cuenta que Jesús está allí para escucharte y consolarte, para
perdonarte, porque su misericordia es eterna.
Fuente: Radio vaticano. (con permiso)