Cuarto Domingo de Cuaresma - Ciclo A
Santo Tomás de Aquino
Catena Aurea
Jn. 9, 8-17
Los vecinos y los que le habían visto antes pedir limosna decían: ¿No es
éste el que estaba sentado y pedía limosna? Los unos decían: Este es; y
los otros: No es ése, sino que se le parece. Mas él decía: Yo soy. Y le
decían: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos? Respondió él: Aquel hombre
que se llama Jesús hizo lodo, y ungió mis ojos y me dijo: ve a la Piscina
de Siloé y lávate: y fuí, me lavé y veo. Y le dijeron: ¿En dónde está
aquél? Respondió él: no sé. Llevaron a los fariseos al que había sido
ciego. Y era sábado cuando hizo Jesús el lodo y le abrió los ojos. Y de
nuevo le preguntaban los fariseos, cómo había recibido la vista. Y él les
dijo: Lodo puso sobre mis ojos, y me lavé y veo. Y decían algunos de los
fariseos: este hombre no es de Dios, porque no guarda el sábado. Y otros
decían: ¡Cómo puede un hombre pecador hacer estos milagros? Y había
disensión entre ellos. Y vuelven a decir al ciego: Y tú, ¿qué dices de aquél
que abrió tus ojos? Y él dijo: que es profeta. (vv. 8-17).
(Crisóstomo.) Lo extraño del milagro debía dar lugar a la increduli-
dad, y por eso el Evangelista añade: "Los vecinos y los que le habían
visto antes pedir limosna, decían: ¿no es éste el que estaba sentado y
pedía limosna?". ¿A dónde descendía la infinita clemencia de Dios?
Ella curaba con ternura a aquellos que pedían limosna: de esta
manera cerraba la boca a los judíos, pues en su providencia
consideraba dignos de sus gracias, no a los hombres insignes o ilus-
tres por su nacimiento, sino a los pobres y humildes, pues había
venido para salvar a todos. "Los unos decían: Éste es" . En efecto;
aquéllos a quienes este prodigio había convertido en testigos
irrecusables del milagro, no podían decir tampoco: No es éste. "Y los
otros: no es ése, sino que se le parece" . (San Agustín.) Porque,
abiertos los ojos, éstos habían cambiado su semblante. Mas él
decía "Yo soy" : expresión de gratitud y reconocimiento que le libra de
ser tenido por ingrato. (Crisóstomo.) Porque no se avergüenza de su
primitiva ceguera, ni teme el furor de la plebe, ni rehúsa manifestarse
él mismo para proclamar a su bienhechor. "Y le decían: ¿Cómo te
fueron abiertos los ojos?" Ni nosotros sabemos el modo, ni tampoco
lo sabe el que ha sido curado: él conocía el hecho, pero no podía
comprender la manera como se había verificado. "Respondió él: Aquel
hombre que se llama Jesús, hizo lodo y ungió mis ojos". ¡Mira cuán
veraz es en sus palabras! No dijo con qué lo había hecho; no dijo
tampoco lo que no sabía, porque él ignoraba que Jesús había escupido
en la tierra. Por el sentido del tacto conoció que sus ojos habían sido
untados de lodo: "Y me dijo: Ve a la Piscina de Siloé y lá-
vate". También fue testigo de esto por el oído, pues que reconoció su
voz a causa de la disputa con los discípulos. Y como él se había
preparado para una sola cosa, a saber, para dejarse persuadir en todo
por el que le mandaba, añade: "Y fuí, me lavé, y veo".
(San Agustín.) He aquí cómo se hace mensajero de la gracia; he aquí
cómo evangeliza y confiesa a los judíos. Este ciego confesaba, y el
corazón de los impíos estaba oprimido porque no tenían en el corazón
lo que él ya tenía en el rostro. "Y le dijeron: ¿En dónde está
aquél'?" (Crisóstomo.) Ellos decían esto meditando su muerte, porque
ya habían conspirado contra Él; pero Cristo no estaba jamás cerca de
aquellos a quienes curaba, porque no buscaba su gloria, ni tampoco
hacía ostentación de sí mismo. Jesús, después de curar, se retiraba
siempre para alejar toda sospecha de milagros, porque los que no le
conocían, ¿cómo habían de confesar que habían sido curados por
Él? "Respondió él: No sé". (San Agustín.) Al decir estas palabras se
asemejaba al ungido, pero que aun no ve: predica, mas no conoce a
aquel a quien predica. (Beda.) Es figura de los catecúmenos, que aun
cuando creen en Cristo, todavía no le conocen, porque aun no están
purificados.
A los fariseos pertenecía, pues, aprobar o desaprobar esta obra.
(Crisóstomo.) Al preguntar los judíos: "¿Dónde está aquél?" querían
encontrarle para conducirle a los fariseos; pero como que no le
encontraron, llevaron al ciego delante de los fariseos para poder
preguntarle con más insistencia. Y por eso añade el Evangelista "Y era
sábado" , para demostrar la depravada intención de ellos, y por qué
causa le buscaban; esto es, para alegar un motivo contra Él y para
poder manifestarse acusadores de este milagro, so pretexto de viola-
ción de la Ley, y esto es lo que confirman las palabras siguientes: "Y
de nuevo le preguntaban los fariseos" , etc. Mira cómo el ciego no se
turba. Nada de extraño tenía el decir la verdad en presencia de las
turbas que le preguntaban, sin que corriese peligro alguno. Lo
admirable es, que ahora, en presencia de los fariseos, cuando corre
verdadero peligro, nada niega, ni dice lo contrario de lo que antes
había afirmado. "Y él les dijo: lodo puso sobre mis ojos, y me lavé y
veo". Él cuenta el hecho de la manera más breve a hombres que ya lo
habían escuchado: calla el nombre del que le había dicho "Ve, lávate
en la piscina" ; antes bien, exclama desde luego: "Lodo puso sobre mis
ojos" , etc. De este modo obtuvieron un resultado contrario al que se
habían propuesto, porque ellos le habían conducido para que negara
el milagro, que él publicaba sin recelo alguno.
"Y decían algunos fariseos" , etc. (San Agustín.) No todos, sino algu-
nos, porque ya algunos empezaban a ser ungidos. Los que no veían ni
habían sido ungidos, decían: "Este hombre no es de Dios, pues que no
guarda el sábado" . Mejor guardaba el sábado el que estaba libre de
pecado, pues guardar el sábado en sentido espiritual, es estar libre de
pecado, y esto es lo que Dios aconseja cuando exhorta a santificar el
día del sábado, diciendo: "No haréis obras serviles" ; y he aquí lo que
el Señor llama obra servil: todo el que hace un pecado, es esclavo del
pecado; pero ellos mientras carnalmente observan el sábado,
espiritualmente lo violaban.
(Crisóstomo.) Maliciosamente ocultan el hecho, y sólo hablan de la
supuesta prevaricación; porque ellos no decían que había curado en el
día del sábado, sino que no guarda el sábado.
"Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estos
milagros?" . Los milagros les llamaban la atención, pero sus corazones
estaban mal dispuestos. Era conveniente manifestar de qué manera
no se quebrantaba el sábado. Ninguno de ellos se atrevía a decir
claramente lo que quería, sino que prefería dejarlo en la duda, los
unos por debilidad y los otros por la humana ambición: "Y había
disensión entre ellos" . Esta división comenzó en el pueblo, y después
se propagó entre los principales. (San Agustín.) Cristo era el día que
separó la luz de las tinieblas.
(Crisóstomo.) Aquellos que habían dicho: "Un hombre pecador no
puede hacer estos milagros" , queriendo cerrar la boca de sus
adversarios, sacan en medio de ellos a aquel que había ex-
perimentado el poder de Cristo, con el fin de no aparecer
aduladores. "Y vuelven a decir al ciego: Y tú, ¿qué dices de aquel que
abrió tus ojos?" (Teófilo.) Mira con cuánta benevolencia le preguntan.
No le dijeron: Tú, qué dices de aquel que no guarda el sábado, sino
que refieren el milagro: ¿Cómo te abrió los ojos? Como si quisieran
excitar el celo de este hombre curado, diciéndole: Él ha sido tu
salvador, y, por lo tanto, debes ensalzar su poder y su gloria. (San
Agustín.) O tal vez buscaban un medio de calumniar al hombre y arro-
jarle de la sinagoga; pero él no manifestó más que lo que sentía. "Y él
dijo: Que es profeta" . Aunque estaba ya tocado su corazón, todavía,
sin embargo, no confiesa al Hijo de Dios; pero no miente, porque el
Señor había dicho de sí mismo "Que ningún profeta es acepto en su
patria".
( Santo Tomás de Aquino , Catena Aurea, Tomo V, San Juan, pp.
245-247, Ed. Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1946 )