El ciego de nacimiento
Apuntes de +Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia,
para la homilía del domingo 4° de Cuaresma, Jn 9,1-41), (3-4-2011 ).
I. «Ve a lavarte a la piscina de Siloé»
1. Hoy contemplamos la escena del hombre ciego de
nacimiento. Los protagonistas principales son Jesús, el
ciego y los fariseos. El evangelista Juan da mucha
importancia a esta escena, pues la describe minuciosamente.
Ante el ciego, los discípulos se enredan en divagaciones
sobre la causa de su ceguera. Para Jesús es la ocasión para
manifestarse y actuar como luz del mundo: “Mientras estoy
en el mundo, soy la luz del mundo». Después que dijo esto,
escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso
sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la
piscina de Siloé», que significa "Enviado". El ciego fue,
se lavó y, al regresar, ya veía” (Jn 9,5-9).
2. Es muy significativo que la piscina lleve uno de los
títulos más frecuentes que el evangelista da a Jesús: “el
Enviado”. La liturgia del Jueves Santo nos recordará que es
Jesús, el Enviado del Padre, quien nos lava. Como le dijo a
Simón Pedro: “«Si yo no te lavo, no podrás compartir mi
suerte» (Jn 13,8). Juan Bautista ya lo había anunciado como
el que lava de veras: “Yo bautizo con agua… El que me envió
a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas
descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que
bautiza en el Espíritu Santo" (Jn 1,26.33).
II. Identidad verdadera del bautizado
3. El ciego lavado en la piscina del “Enviado” tuvo un
cambio fundamental. Ahora veía. Se parecía al anterior,
pero era tan distinto que “unos opinaban: «Es el mismo».
«No, respondían otros, es uno que se le parece». El decía:
«Soy realmente yo» (9,9). El lavado que Jesús le prescribió
le devolvió al ciego su verdadera identidad. Tenía luz en
sus ojos y en su espíritu. Veía en profundidad.
4. Cabe preguntar si a partir del bautismo la gente
advierte un cambio en el bautizado. Y cuando se trata de
niños pequeños, si se lo advierte en sus papás y padrinos.
Lo mismo, si a partir de la confirmación se lo advierte en
los confirmados. ¿La catequesis preparatoria de ambos
sacramentos apunta al cambio de vida?
En la Vigilia Pascual, San Pablo dirá que es absurdo que un
bautizado no cambie: “¿Cómo es posible que los que hemos
muerto al pecado sigamos viviendo en él? ¿No saben ustedes
que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos
hemos sumergido en su muerte?... Para que así como Cristo
resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos
una Vida nueva” (Rom 6,2-4).
III. La reincidencia en el pecado
5. Sin embargo, se da el hecho triste de la vuelta a la
vida anterior al bautismo, según lo comprobó el mismo
Apóstol en la comunidad de los corintios. Estos volvían a
caer en vicios que ni se estilaban entre los paganos, como
cohabitar uno con la esposa del propio padre (cf 1 Co 5,1).
Tal situación le dolía, pero no lo hacía desistir del ideal
que se había propuesto: “Yo estoy celoso de ustedes con el
celo de Dios, porque los he unido al único Esposo, Cristo,
para presentarlos a él como una virgen pura” (2 Co 11,2).
También hoy se dan situaciones en las que una catequesis
muy bien llevada pareciera que no hubiese servido para
nada. ¿Ello nos desanima a los pastores y catequistas? ¿Nos
hace perder el ideal al que tiende una verdadera
catequesis?
IV. La ceguera de los videntes
6. Lo más desconcertante del capítulo nueve es la ceguera
espiritual de los hombres religiosos, llamados a ser luz:
“El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era
sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los
fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a
ver. El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me
lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene
de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban:
«¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se
produjo una división entre ellos” (Jn 9,13-16).
7. La incredulidad del hombre religioso es un fenómeno
presente desde el comienzo del Evangelio: “La Palabra era
la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo
hombre… Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron” (Jn
1,9.11). Jesús fustiga tal incredulidad: «Si ustedes fueran
ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su
pecado permanece» (Jn 9,41).
Ello ha de hacernos reflexionar a los hombres religiosos de
hoy. Busquemos las raíces de la incredulidad en la cultura
contemporánea, pero no temamos constatar que, tal vez, las
más resistentes se encuentren en nosotros mismos.
V. “Creo, Señor», y se postró ante él”
8. La escena evangélica culmina en el encuentro con Jesús
del ciego curado: “Jesús se enteró de que lo habían echado
y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del
hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en
él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está
hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró
ante él” (vv. 36-38).
Hagamos nuestra esta profesión de fe, repitiéndola con fe y
amor, una y otra vez. Así nos preparamos a la renovación de
las promesas bautismales en la Vigilia Pascual.