LUZ Y MÁS LUZ
Por Javier Leoz
Agua, luz y vida son tres nos llevan hacia el Domingo de Ramos. El
domingo, la Samaritana comenzó a caminar en su interior en espíritu y
verdad y, hoy, con el ciego de nacimiento vemos que a pesar de la
oscuridad se encontraba externamente, una luz imponente y poderosa
brotaba desde lo más hondo de su humanidad. Supo reconocer al que era
Luz sobre toda luz y… su vida cambió de color y mudó de la tiniebla a la
claridad. ¡Creo, Señor! Supo ver, aún sin ver, en dónde estaba el remedio a
su mal físico y también postrarse reconociendo el señorío de Dios. Por el
contrario, muchos de los que asistían a aquel prodigio, veían con nitidez
los acontecimientos pero por dentro seguían sin ver nada en absoluto. Sus
corazones permanecían obstinados.
1.- En este domingo, las lecturas, nos invitan a tomar posiciones. ¿Estamos del lado
de la tiniebla o de la luz? ¿Al lado de Jesús o en su contra? Como a los dos ladrones
que serán clavados a la izquierda y a la derecha de Jesús, en medio de la ceguera
física de un hombre, el Señor ofrece lo que tiene. Unos, los más pobres, lo
descubrieron pronto. Otros, los más sabios, intentaron por todos los medios
silenciarlo.
Al ciego, el Señor, le hace renacer en doble sentido: física y espiritualmente.
Responderá, y no por egoísmo sino por convencimiento, con un límpido: ¡CREO,
SEÑOR!
También a nosotros nos puede hacer falta ese último toque, esa última respuesta
con la que descubrió sus entrañas el que hasta entonces no veía. ¿Creemos con
todas las consecuencias que Jesús es el Señor? ¿Lo ponemos en el lugar que le
corresponde? ¿No corremos muchas veces el riesgo de catalogarlo como un
personaje histórico pero sin trascendencia en nuestro crecimiento y descubrimiento
espiritual?
Qué bien ilustra, en este sentido, una anécdota ocurrida a un sacerdote. Se
presentaron unos padres en su despacho con la intencionalidad de bautizar a su
hijo recién nacido. El sacerdote les preguntaba: ¿Y sabéis lo qué significa estar
bautizado? ¿Por qué pedís el bautismo para el niño? La respuesta, aún rápida, era
sincera: bueno a nosotros nos importa muy poco la vida cristiana, pero queremos
seguir la tradición familiar. Gran reto el que tenemos actualmente: que las nuevas
generaciones descubran al Señor cara a cara. Que lo experimenten a flor de piel.
2.- Siglos después, ese mismo Cristo, sigue pasando a nuestro lado. Nos ve ciegos
con muchas cosas. Tanto que, a veces, confundimos lo divino con lo humano, el ver
con el tocar, el placer con el amor, el tener con la felicidad, el sensacionalismo con
la verdad.
Necesitamos, siglos después, que Jesús nos toque por dentro. Que despierte
nuestro apetito por El y por las cosas de su reino.
Hoy muchos de nuestros contemporáneos, muchos niños que nacen a este mundo,
vienen “ciegos de nacimiento” para la fe. Nacen en un mundo donde los valores
eternos son puestos en jaque; en unas familias donde rezar, bendecir la mesa o
llevar una vida medianamente cristiana es lo excepcional. ¿Y eso no produce
ceguera espiritual? ¿Cómo van a ver si nadie les enseña? ¿Cómo van a descubrir si
nadie les abre a otras realidades invisibles pero reales?
4.- Que el Señor, en esta Santa Cuaresma, nos ayude a recuperar la vista
espiritual. Que nos empuje a reflexionar sobre esa penumbra que se abre como un
inmenso paraguas sobre tantas almas (a veces sobre la nuestra). Que no deje de
pasar por nuestro lado, para que cuando lo escuchemos, sepamos reconocerle y
recuperar la luz por el don de la fe en Cristo: es la LUZ sobre toda luz.
Pidamos al Señor que la percepción de todo lo que acontece a nuestro alrededor no
sea causa de nuestro abandono y de nuestra ceguera espiritual, de tiniebla en
nuestra vida interior.
5.- QUIERO VER, SEÑOR, PERO CONTIGO
Tócame, Señor, porque sabes que soy débil barro
y, con tu mano, en un poco más de barro
pon sobre mis ojos algo que despierte mi ceguera.
¡Son tantas cosas las que no veo con claridad!
Confundo, la verdad, con mis propias verdades
tu voluntad con mis oportunos caprichos.
Quiero ver, Señor, pero con tus ojos.
Que no me conforme con lo puramente externo
con aquello que, siendo bueno,
me dice que Tú no puedes darme la luz que necesito
con aquello que, siendo luminoso,
no llega a clarificar mi conciencia ni mi destino.
¿Me ayudarás, Señor, a ver como Tú y contigo?
Que contemple las maravillas del mundo
pero que lo haga con ojos agradecidos hacia el cielo
Porque, en cuántos momentos,
llego a pensar que todo lo que me rodea y siento
es obra exclusiva de la invención del hombre
¿Me ayudarás, Señor, a superar la ceguera espiritual?
¿Me curarás cuando mis ojos ya no lloren por los demás?
¿Limpiarás mis miradas cuando sean egoístas y vacías?
¿Enseñarás a mis ojos el resplandor de tu rostro, Señor?
QUIERO VER, SEÑOR, PERO CONTIGO
Que, en el horizonte, sepa descubrirte como lo más importante
Que no me falle, hoy ni nunca, el telescopio de la fe
Ese telescopio que sabe llegar donde el ojo humano no alcanza
Esa fe que es lente perfecta para sentirte y vivirte
y para reconocerte como lo que eres: ¡El Señor!
Ayúdame, Señor, a creer en Ti, a esperar en Ti
sin condiciones, pruebas ni exigencias.
Ayúdame, Señor, a verte por encima de toda apariencia
más allá de aquello que, mi ceguera espiritual,
me invita a engañarme diciéndome que no existes.
Amén.