Domingo 4 de Cuaresma (A)
“Mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo” (Jn. 9, 5)
Uno de los temas centrales de la liturgia de hoy es el tema de la luz. Cristo es la luz del mundo
y nosotros somos hijos de la luz. Quien sigue a Cristo no andará en tinieblas, sino que tendrá la
luz de la vida. Jesús muestra que Él es la luz y que da la luz a través del milagro en el que da
la vista a un ciego de nacimiento. Se trata de un milagro que hace Jesús sin que se lo pidan,
parte de su iniciativa y lo hace con un fin determinado: “mientras es de día tengo que hacer las
obras del que me ha enviado… mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo” (Jn. 9, 4-5).
Jesús hace barro con su saliva y lo unta en los ojos del ciego y le pide que vaya a lavarse en la
piscina de Siloé. El ciego, va en obediencia y fe a hacer lo que Jesús le ha pedido: “el ciego
fue, se lav y, al regresar, ya veía” (Jn. 9,7). La luz física dada a los ojos de este hombre es
signo y medio de la luz que el Señor infunde en el espíritu, provocando en este hombre un acto
de fe y adoración: ¿Crees tu en el Hijo del Hombre? (Ib. 35). “¡Creo Señor!, y se postró ante
Él” (Ib. 38).
Todo cambiará en la vida del ciego de nacimiento. El hecho de ver -para alguien que ha estado
siempre en tinieblas- es como volver a la vida. Significa comenzar una nueva existencia:
nuevas percepciones, nuevos conocimientos, nuevas emociones y nuevas presencias. Al darle
la vista en este milagro el Señor además le infunde la fe en el corazón. Una fe tan firme que se
mantiene imperturbable frente a los insultos y el maltrato de los Fariseos. Una fe que
permanece imperturbable, incluso, ante el hecho de verse amenazado y hasta expulsado de la
sinagoga. En realidad, la fe es la luz que ilumina el corazón de este ciego de nacimiento,
haciendo de su vida una vida nueva y que sin dejar de ser él, ahora es otro gracias a esa luz
recibida de Jesús (Ib. 9).
Es notable que Jesús le dice: “ve a lavarte a la piscina de Siloé que significa El Enviado” (Ib.
9,7). En esto la Iglesia siempre ha visto una clara alusión al Bautismo, ir hacia el agua para
recibir la salud plena, para recibir el don de la fe. Y ciertamente es la fe del bautismo la que
muestra al hombre un camino nuevo, lleno de nuevas experiencias. También de esto nos habla
el Apóstol San Pablo en la lectura de hoy: “En otros tiempos eran tinieblas ahora son luz en el
Seor” (Ef. 5,8). Por medio del sacramento, el hombre pasa de las tinieblas del pecado a la luz
de la vida en Cristo. Pasa de la ceguera espiritual al conocimiento de Dios mediante la fe, la
cual ilumina toda la existencia humana dándole sentidos y orientaciones nuevos. La fe recibida
en el sacramento nos hace ver la realidad desde la verdad, la justicia y la bondad de Dios.
Quien se encuentra con Jesús, recibe su luz y la “vista” para ver las cosas con la mirada y
desde la mirada de Dios.
Este hombre que había nacido ciego, en el que se manifestó la gloria de Dios, recibe luz en sus
ojos y en su corazón, recibe la fe y se convierte en misionero y es capaz de dar un testimonio
coherente y valiente a pesar de las dificultades que esto le acarrea. Así también, todo cristiano
es hijo de la luz y debe dar testimonio de esa luz. El que recibe la luz debe convertirse a su vez
en luz para los demás, y una luz que no se debe esconder. La luz de Cristo no es solamente
luz para la mente, sino para la plenitud de todos los aspectos de la vida humana. La vocación
del cristiano consiste en reflejar esa luz que da sentido y fruto a la vida haciéndola
resplandecer en sí mismo y contagiándola a otros, amando a Dios y haciéndolo amar por los
demás. La luz de Cristo nos hace percibir el amor de Dios, y la fuerza del Espíritu Santo nos
hace contagiarlo a los demás y plasmarlo en las obras de la vida. Que Dios nos libre de la
oscuridad de la vida, nos haga ver su luz y vivir como hijos de la luz.
Que María Madre de Cristo, luz del mundo, nos ayude en esta búsqueda de la luz.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú