La resurrección de Lázaro
Apuntes de +Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia,
para la homilía del domingo 5° de Cuaresma, Jn 11,1-45), (10-4-2011 ).
I. Cuaresma: un camino para reavivar la fe
1. El Evangelio de los dos domingos anteriores contienen
gestos y palabras alusivas al bautismo y al don de la fe.
Así, la samaritana que va por agua y, a raíz del encuentro
con Jesús, el Mesías, que da el agua viva, busca a sus
compaisanos, que vienen a verlo y concluyen profesando la
fe en él como el Salvador del mundo. Así también, el ciego
de nacimiento que va a lavarse a la piscina de Siloé, y
terminó viendo con los ojos del cuerpo y del espíritu, y
cree y adora a Jesús, el Hijo del hombre.
2. La escena evangélica de este domingo 5º está en la misma
línea. Como en las dos anteriores, hay un encuentro con
Jesús, en el que él tiene la iniciativa: «Nuestro amigo
Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo» (Jn 11,11). Si
bien no está el signo del agua, está el del sepulcro, donde
yace Lázaro muerto, simbolizado luego en la liturgia
cristiana por el agua que cubre el cuerpo del que se
bautiza. Está también la resurrección temporal de Lázaro,
pálido signo de la resurrección de Cristo y del que se
bautiza. Y está, sobre todo, el acto de fe de Marta,
expresión de su resurrección espiritual: «Sí, Señor, creo
que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir
al mundo» (Jn 11,27).
3. En las tres escenas, el momento culminante es la
profesión de fe en Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios. De
esta manera, estos tres domingos nos preparan a la
renovación de las promesas bautismales que haremos en la ya
próxima Vigilia Pascual. Ésta no es un rito meramente
circunstancial, sino la meta de toda la Cuaresma, e incluso
de toda la pastoral de la Iglesia. Todo lo que ésta hace
tiene sentido si parte de la fe viva en Cristo y tiende a
suscitarla en los demás.
II. “Los demonios también creen, y sin embargo, tiemblan”
4. Hay un tipo de fe que no es la que suscita Jesús: la fe
meramente intelectual, por la que uno acepta con la mente
los enunciados de la fe, pero no los recibe en su corazón
para transformarlos en germen de una vida nueva. Es como la
fe del demonio, según explica Santiago a unos cristianos
muy ufanos de su fe, pero que no viven conforme a ella :
“¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. Los demonios
también creen, y sin embargo, tiemblan” (Sant 2,19). Jesús
no vino para aumentar nuestro bagaje intelectual sobre Dios
y sus misterios, sino para que le creamos a él con todo
nuestro ser, y creyéndole a él tengamos vida eterna.
III. “El que cree en mí, aunque muera, vivirá”
5. Los encuentros de Jesús con la samaritana y con el ciego
curado nos muestran a las claras el tipo de fe que él
quiere suscitar: fe amorosa en su persona y en Dios su
Padre. El encuentro con Marta es particularmente
ilustrativo: “Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.
Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección
del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y
la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el
que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella
le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios, el que debía venir al mundo» (Jn 11,23-27).
IV. La fe, acto integral del hombre
6. Jesús vino a suscitar en nosotros una fe íntegra en él,
que exprese la adhesión de todo nuestro ser: sentimientos,
inteligencia y voluntad. Como dice el Catecismo de la
Iglesia Católica: “Creer en Dios significa para el hombre
adherirse a Dios mismo, confiando plenamente en Él y dando
pleno asentimiento a todas las verdades por Él reveladas,
porque Dios es la Verdad” (Compendio 27). Es gracias a esta
fe que Jesús puede entrar en nosotros y obrar su salvación.
El Evangelio de San Mateo, que leemos este año en los
domingo del tiempo ordinario, trae ejemplos preciosos de
esta fe: por ejemplo, el caso de la mujer cananea, cuya fe
Jesús pondera (domingo 21º).
V. Revisar el estilo de la catequesis
7. Con relativa frecuencia consideramos un aspecto parcial
de la integridad de la fe. Miramos más al objeto de la fe
que el catequista ha de exponer íntegramente, que al sujeto
o catecúmeno llamado a creer con la integridad de su ser.
De allí, a veces, la mayor atención prestada a desarrollar
el programa catequístico completo que a suscitar en el
catecúmeno las actitudes propias del creyente. Tales son,
por ejemplo: orar a Dios Padre con espíritu filial, amar a
Jesús, perdonar al prójimo, ser bondadoso y servicial con
él, soportar con paciencia las adversidades, etc.
8. La exposición íntegra del Catecismo es importante. Pero
está subordinada a que el catecúmeno abra íntegramente su
corazón a Jesús y a su Evangelio.
Por olvidar este doble aspecto de la integridad de la fe,
la Iglesia ha debido llorar “la aquiescencia manifestada,
especialmente en algunos siglos, con métodos de
intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la
verdad” (Juan Pablo II, TMA 35).
Que no debamos llorar mañana que la gente abandone la
Iglesia por ignorar nosotros el arte de abrir el corazón de
los hombres a la riqueza del Evangelio de Jesús.