“Levántate, toma tu camilla y camina”.
Jn 5, 1-3a.5-18
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
"¿QUIERES CURARTE?".
Sentado en los límites de la esperanza, sin poder comprometerse con la vida, desilusionado de
los demás y con frecuencia también de la religión: así es el hombre de hoy, de siempre, al que
Cristo viene a buscar allí donde se encuentra, paralizado por el sufrimiento, el pecado o por
distintas circunstancias. Jesús sencillamente pregunta: "¿Quieres curarte?". Pregunta obvia,
quizás, pero exige una respuesta personal que renueva interiormente y hace sentir la gran
dignidad del hombre: su libertad y responsabilidad. Luego, sencillamente, dice: "Levántate:
echa a andar... ". No por medio de ritos vacíos o por no sé qué agua milagrosa, sino por el
poder de la Palabra de Dios que recrea, rompe las ataduras que aprisionan. No es nada la
parálisis del cuerpo: hay ataduras mucho peores que atan el corazón al pecado. Por esta
razón, Cristo ha dejado a la Iglesia la eficacia de su Palabra y la gracia que brota como un río
de su costado abierto: agua viva del baño bautismal, que regenera y renueva al pecador; agua
viva de las lágrimas del arrepentimiento, que suscita el Espíritu para absolver de todo vínculo
de culpa al penitente; sangre derramada por aquel que fue perseguido a muerte por haber
traído al mundo la salvación de Dios.
ORACION
Ven, Señor Jesús a buscar a todo el que yace con el ánimo abatido, en la enfermedad de sus
miembros, en la desesperación del pecado oculto. Ven a buscarme también a mí. Acércate a
nosotros, oh Cristo, vuélvete a nosotros, uno por uno, para que en cada uno resuene la
pregunta: "¿Quieres curarte?". Pídemelo también a mí. Ven a sumergirnos, Señor, en el
profundo abismo de tu amor, que brota de tu corazón abierto como un río y corre, inagotable y
potente, atravesando y renovando tiempos y espacios para desembocar en el Eterno. Ya me
purificaste en la fuente bautismal: haz que viva fielmente en conformidad a los dones recibidos.
Que pueda cada día cancelar las culpas cometidas con el agua de mis lágrimas: que me abran
a la gracia del perdón nunca merecido, siempre humildemente implorado. Libre del pecado que
me inmoviliza en una existencia carente de sentido, que pueda caminar anunciando que en ti
todos pueden volver a encontrar la vida y sentirse hermanos.