Domingo de Ramos, Ciclo A
La humildad sísmica del Mesías
El Domingo de Ramos al comienzo de la semana Santa ofrece dos motivos
fundamentales para la celebración de la comunidad cristiana: la manifestación
mesiánica de Jesús en las inmediaciones de Jerusalén (Mt 21,1-11) y el gran relato
bíblico de la Pasión (Mt 26-27), ambos tomados este año del evangelio de Mateo.
En el primer relato, lejos de las categorías de triunfalismo y de exaltación del poder
del supuesto mesías esperado por Israel, el evangelio de Mateo presenta a Jesús,
como Señor y como Mesías, pero de manera sorprendente. La soberanía de Jesús
es la de la humildad y la sencillez, la de la mansedumbre y la no violencia. Su
grandeza es la de ser servidor de los otros y su autoridad la del que va a ser
crucificado para revelarnos dónde y cómo podemos encontrarnos con Dios en esta
tierra. Este Jesús rompe los esquemas humanos de representación mesiánica y
divina.
En Mateo, el acercamiento mesiánico de Jesús a Jerusalén sigue presentando, como
en Marcos, los rasgos dramáticos de la confrontación con la ciudad, que le
conducirá a la cruz, tras un conflicto de muerte. Pero el centro de la narración gira
en torno a los textos bíblicos del Antiguo Testamento que ilustran la escena. Mateo
cita expresamente a “la hija de Sin” (Is 62,11) a la cual se le anuncia la venida de
un rey con las palabras proféticas de Zacarías (Zac 9,9). La combinación de ambas
citas subraya el señorío real de Jesús ante sus discípulos, que realizan su mandato
de proporcionar un pollino y un asna para la realización de un gesto mesiánico
simbólico que destaca su realeza (cf. Zac 9,9). El énfasis del texto es que “todo
ocurri para que se cumpliese” lo dicho en la Escritura, lo cual constituye la clave
de interpretación de este texto y de todo el relato de la Pasión. La dignidad
mesiánica de Jesús queda patente. La mención reiterada de los dos animales
contribuye al cumplimiento de la profecía. La figura del “pollino” es relevante pues
se trata de un animal digno y majestuoso, pero a la vez sencillo, humilde y pacífico.
El pollino no es tratado aquí como un animal de carga, sino como el que sirve para
realzar la figura de Jesús, como rey justo y salvador desde la mansedumbre y la
humildad. No se trata de un caballo, poderoso y violento, como corresponde a los
reyes de la tierra, especialmente en tiempos de guerra. Mateo subraya así la
cualidad mesiánica de la mansedumbre del rey. Mansedumbre es la virtud que
combina la sencillez, la no violencia, la humildad y la solidaridad compasiva. Éste es
el Mesías de la Pasión. En Jesús esta cualidad mesiánica es la expresión de su
relación con Dios Padre y con los que están cansados y agobiados (Mt 11,25-30),
con los pobres, oprimidos e indigentes (Mt 5,3-5).
Asimismo la manifestación popular entusiasta no consiste en un desfile militar sino
en una alegría espontánea de seguidores, que esperan al que viene en nombre del
Señor, pero sin entender bien en qué consiste su mesianismo. Extendiendo los
mantos por camino se remarca el carácter real de Jesús con términos
veterotestamentarios (cf. 2 Re 9,13). El grito de “Hosanna” significa “Seor,
sálvanos”. La aclamacin de “bendito el que viene en nombre del Seor” (Sal 118,
25-26) expresa las expectativas de las gentes, en las cuales están representados
los humildes, sencillos e indigentes que, lejos del poder establecido, anhelan la
llegada del Señor y Salvador. Sin embargo, la primera aclamación deja entrever la
incomprensión de la multitud acerca de la identidad de Jesús. Su confusión está en
pensar que Jesús es sólo el hijo de David, reduciendo así la comprensión mesiánica
a una cuestión de poder, y en el mejor de los casos, a una figura profética. La
multitud sabe que desea y espera la salvación, pero no entiende el modo concreto
en que ésta se va a manifestar a través de la persona de Jesús. Jesús es una vez
más incomprendido, como antes lo había sido ante Pedro, el apóstol.
En realidad la escena no transcurre en Jerusalén sino en el monte que está enfrente
de Jerusalén, más exactamente frente al templo. Y en confrontación con el templo
es como se plantea el mesianismo de Jesús, el cual cuando accede a Jerusalén lo
hace directamente al templo, provocando la escena dramática y profética de la
expulsión de los mercaderes, que manifiesta la caducidad del viejo sistema religioso
judío del templo y su sustitución por la nueva presencia de Dios a través del cuerpo
del crucificado. Esta profunda convulsión religiosa es expresada en Mateo con la
imagen del terremoto que afecta a la ciudad tras la entrada de Jesús en ella (Mt
21,10) y que preconiza los dos terremotos que se narran, sólo en Mateo, con la
muerte de Jesús y con su resurrección, los cuales son, sin duda, símbolos de la
manifestación de Dios en la historia en un lenguaje apocalíptico y escatológico,
también propio del Antiguo Testamento.
El relato de la Pasión revela la tensión dramática de todo el Evangelio. Sus temas
fundamentales son la identidad de Jesús como Hijo de Dios y el templo, cuyo velo,
desgarrado en dos tras la muerte de Jesús, muestra la ineficacia y caducidad de
dicha institución religiosa para seguir representando el espacio de la presencia de
Dios en esta tierra. Ambos temas están presentes en la acusación de Jesús ante el
sanedrín, en las burlas ante la cruz y en la muerte de Jesús. Las palabras del
centurión pagano al pie de la cruz constituyen la revelación más solemne de todo el
evangelio de Mateo y su objetivo primordial: “Verdaderamente éste era Hijo de
Dios” (Mc 15,39). En Mateo se acentúan en la Pasión los temas del cumplimiento de
las Escrituras, la entrega de sangre inocente (en la escena de la muerte de Judas,
el traidor) y la repercusión cósmica de la muerte de Jesús que, en lenguaje
apocalíptico, remueve hasta los pilares de la Tierra. Esta convulsión de la tierra
reflejada en la entrada en Jerusalén y en la muerte de Jesús es la que han
plasmado expresiones populares de la fe como la gran tamborada estruendosa y
caótica de la ciudad de Mula en la Semana Santa, la cual será una auténtica fiesta
si de verdad expresa el movimiento interior del corazón humano que adora a Jesús,
el Mesías desconcertante, como Señor único de nuestras vidas.
Sin embargo el paso único y decisivo para convertirse en discípulo de Jesús y
participar en su Reino, no será otro que reconocer en este hombre, Jesús, al Hijo de
Dios, cuando, como el centurión, contemplemos su muerte en la cruz. Sólo con esta
reorientación de la mirada hacia Jesús en la cruz y, con él, hacia todas las víctimas
de la injusticia y los sufrientes de este mundo, se producirá en nosotros la
auténtica conversión y el verdadero cambio de mentalidad y de comprensión del
Mesías que nos pedía el evangelio al principio de la Cuaresma.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.