Reflexión Semanal
Domingo de Ramos
Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Mt 26, 14-27, 66
El Domingo de Ramos, nos encontramos en el umbral del Misterio Pascual de Cristo, por
ello la liturgia de esta fiesta basada en el evangelio de San Mateo nos hace presente la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, acontecimiento que lleva a desencadenar de un
modo rápido el final de la vida terrena de Jesús, final que llevará a dar cumplimiento a las
antiguas profecías que hablaban del Siervo de Yahvé que vino para reconciliar a los
hombres con Dios.
Con este domingo se inicia lo que en la Iglesia católica occidental (latina) llamamos la
Semana Santa. La celebración de este domingo tiene, a diferencia de los demás
domingos, una liturgia previa que se denomina en el ritual romano “La bendición de las
palmas”. Esta procesión de las palmas es una de las pocas procesiones en que la Iglesia
norma la participación de los fieles. La bendición de las palmas tiene como fin hacer una
confesión pública de la fe que se realizaba incluso en los primeros siglos. La palma
encontrada en muchas tumbas de cristianos de los primeros siglos expresaba que una
persona había confesado la fe hasta el martirio. Esto indica que todo bautizado, si vive la
fe, estará dispuesto, así como Cristo, a derramar la sangre por confesar la fe en el único
Dios.
El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: En la antigua liturgia del Domingo de
Ramos el sacerdote, al llegar ante la iglesia, tocaba fuertemente con la cruz de la
procesión contra el portón, que todavía estaba cerrado y que en ese momento se abría.
Era una bella imagen del misterio del mismo Jesucristo que, con la madera de su cruz,
con la fuerza de su amor, tocó desde el lado del mundo a la puerta de Dios; del lado de
un mundo que no lograba acceder a Dios. Con la cruz, Jesús ha abierto de par en par la
puerta de Dios, la puerta entre Dios y los hombres. Ahora está abierta. Pero el Señor
también toca desde el otro lado con su cruz: toca a las puertas del mundo, a las puertas
de nuestros corazones, que con tanta frecuencia y en tan elevado número están cerradas
para Dios (Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de Ramos 2007).
Cristo es recibido entre aclamaciones en la ciudad de Jerusalén. La tradición cristiana
interpreta este ingreso de Jesús como una proclamación pública de que Él es el Señor, y
por lo mismo asume la voluntad del Padre porque en Él se cumplen todas las promesas
hechas por los profetas. Es así que las lecturas de esta liturgia nos expresan de una
manera particular este asumir la voluntad del Padre por parte de Jesús.
Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y a una muerte de cruz, por eso Dios
lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre. Con esta
aclamación se da el verdadero sentido de la procesión que la Iglesia recomienda como
parte de esta liturgia, porque no sólo se hace presente al Mesías que entra triunfante a la
ciudad santa, sino que manifestamos como miembros de la Iglesia, que estamos llamados
a llevar en nuestro cuerpo el morir de Cristo.
La lectura de la Pasión nos sitúa ante Cristo, vivo en la Iglesia, porque el misterio
pascual, que reviviremos durante los días de la Semana Santa, es siempre actual.
Nosotros somos hoy los contemporáneos del Señor y, como la gente de Jerusalén, como
los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si estamos con él o escapamos o
si somos simples espectadores de su muerte.
De esta manera estamos llamados a participar de forma activa, y no como en un evento
intrascendente, del misterio de la Pasión. El Papa Benedicto XVI dice: Ser cristiano
significa considerar el camino de Jesucristo como el camino correcto para el ser humano,
como aquel camino que conduce a la meta, a una humanidad plenamente realizada y
auténtica. Ser cristiano es un camino, o mejor: una peregrinación, un ir junto a
Jesucristo, un ir en esa dirección que Él nos ha indicado y nos indica () ¿De qué
dirección se trata? ¿Cómo se la encuentra?, se trata de un ascenso a la verdadera altura
del ser humano. Jesús, camina delante de nosotros y va hacia lo alto, conduciéndonos a
las alturas de Dios, a la comunión con Dios, al ser-con-Dios. Ésta es la verdadera meta; y
la comunión con Él, el camino (Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de Ramos, 28 de
marzo 2010).
Toda esta verdad, que es el fundamento de la vida cristiana, tiene que darse o encarnarse
en cada persona. En medio del sufrimiento, la victoria de Cristo sobre la muerte es la
respuesta para que podamos pasar de la angustia a la esperanza, de la esclavitud de la
muerte a la cual nos lleva el pecado, a la vida plena en el amor misericordioso del Padre,
que nos perdona y acoge. Por eso, este Domingo de Ramos Dios provee en su Hijo
Jesucristo una Nueva Alianza para que en cada uno de los creyentes, cualquiera sea la
situación de nuestra vida, que muchas veces puede estar llena de una pasión dolorosa,
podamos ser introducidos a una Vida Nueva. Una vida donde nuestro sufrimiento sea un
medio para el encuentro con un Dios justo, con un Dios misericordioso: con el Dios de la
Vida. La cruz, como nos lo dice el Papa Benedicto XVI, es parte integrante del ascenso.
Como en los asuntos de este mundo no se pueden lograr grandes resultados sin renuncia
y duro ejercicio, así el camino hacia la vida misma, hacia la realización de la propia
humanidad, está ligado a la comunión con Aquel que ha subido a la altura de Dios a
través de la cruz (Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de Ramos, 28 de marzo
2010).
Unamos a las voces de aquellos que clamaban: Hossana, bendito el que viene en el
Nombre del Señor, Cristo es el camino, la verdad y la vida.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar