LA PASCUA DEL SEÑOR
(Mateo 28:1-10)
Los estudiantes querían mucho a su profesor de teología. Pues, era puro oro ambos
como persona y como instructor. Cuando murió, los jóvenes deseaban darle una
despedida especial. Se organizaron en grupos para hacer una vigilia por una noche
entera. No sólo quedaron con el cuerpo en la capilla sino también repitieron los 150
salmos a través de la noche. Así mostraron su afecto en tal manera que el profesor
habría apreciado. En el evangelio encontramos a las mujeres que acompañaban a
Jesús haciendo algo semejante.
Dice la narrativa que María Magdalena y la otra María salen al “transcurr(ir) el
sábado, al amanecer del primer día de la semana”. Ordinariamente pensamos en
esta hora como la madrugada pero tenemos que recordar que estamos en el
ambiente judío del primer siglo. Entonces el día termina con el puesto del sol. A lo
mejor, el “amanecer” del texto se refiere al planeta Venus, considerado como la
estrella más luciente del cielo. Las mujeres no llevan olios para ungir el cuerpo de
Jesús. Pues, se colocó una gigante piedra sobre la entrada. Los judíos aun
consiguieron un destacamento de soldados para guardar el sepulcro. No, las
mujeres van al lugar sólo para dar testimonio de su amor para el Señor.
Las mujeres son como mucha gente hoy en día que quieren visitar a sus familias en
México. Pero, como si pusieran una piedra, los carteles de drogas han aterrorizado
la frontera. En un caso entre miles una familia de Texas ha perdido a su papá que
fue a México para cuidar sus tierras allá. Donde una vez era un rico intercambio de
gente y de mercancía, ahora se caracteriza la frontera por secuestros, violencia, y
muerte.
En el evangelio Dios no permite que la muerte reine sobre la vida. Sacude la tierra
con un temblor que causa un reverso completo. Jesús, el muerto, vuelve a la vida
mientras los guardias se congelan en su temor como si fueran muertos. La escena
regala una vislumbre del fin de la historia. Al término del tiempo lo bueno habrá
vencido la maldad. Aunque a veces tarda la justicia, no tenemos que dudar la
victoria de Dios sobre sus enemigos. Aun en la frontera entre México y los Estados
Unidos podemos contar con la derrota de los carteles.
Sin embargo, no debemos sentarnos como si fuéramos espectadores de la lucha.
Tenemos que hacer nuestro papel por las fuerzas de la verdad. En ninguna forma
deberíamos compartir en el mal. Mentir, robar, tomar drogas, y diez mil otros vicios
simplemente no nos valen a nosotros. Además hemos de esforzarnos contra la
maldad. Apoyar al débil, consolar al acongojado, y educar al ignorante constituyen
nuestro modo de vivir tanto como comer tacos y celebrar cumpleaños. Con tales
actos cumplimos el mandato del ángel a las mujeres para anunciar la resurrección
del Señor.
Al llevar a cabo su misión las dos Marías encuentran a Jesús. Les asegura que su
experiencia con el ángel no fue fantasía sino fenómeno tan real como tomar el café
en la mañana. Como a las mujeres, Jesús nos acerca a nosotros cuando cumplimos
su palabra. Los ministros de la Iglesia dicen que es Dios, no ellos mismos, que
derrita los corazones de parejas que les vienen con problemas. Asimismo la madre
Teresa decía que cuando ayudamos a los pobres, estamos tratando a Jesús “en
disfrace”.
Veinte cinco años después del tratado de paz, se encontró un soldado japonés en la
jungla de una isla del pacífico. Porque nadie le había informado que se había
acabado la guerra, el soldado andaba preparándose para la batalla. Es así con la
lucha contra el mal. Con la resurrección de la muerte Jesús lo ha vencido. Aunque
sigue causando daño, no puede ganar. Jesús lo ha vencido.
Padre Carmelo Mele, O.P.