Comentario al evangelio del Lunes 11 de Abril del 2011
DE LA MANO DE LAS MUJERES
Me agrada que en este camino de conversión, de transformación de actitudes, de
comportamientos, y también de estructuras, la liturgia nos traiga a la mujer. En muchos casos, su
dignidad no está asegurada: ni ante las leyes, ni en sus derechos, ni en el acceso a responsabilidades...
En unos países más que en otros, y en cuanto a las personas, unas las tratan con más consideración y
respeto que otras.
La primera invitación que siente al leer despacio las lecturas es a ponerme en el pellejo de
ambas. Hay diferencias entre las protagonistas de las dos situaciones descritas. Pero también hay
puntos en común. Me parece importante que las leamos haciendo uso de la «empatía», para intentar
captar sus sentimientos: desvalimiento, injusticia, imposibilidad de defenderse de las manipulaciones
de los hombres (unos desde la mentira, y otros desde la Ley, desde «los criterios de Dios»). Y luego,
actualizando su situación a nuestro tiempo y circunstancias personales, tomar la decisión de dedicarles
tiempo, escucharlas, apoyarlas, «mojarse» en su favor. Y me parece importante preguntarnos por
nuestra actitud (personal, social y ¡también eclesial!) e implicación ante estas mujeres que tantas veces
son arrinconadas, despreciadas o condenadas, o «usadas» según nuestros intereses particulares.
Una segunda invitación. Los dos relatos de este día nos invitan a caer (más) en la cuenta de que
Dios no es neutral ante la injusticia o el maltrato del ser humano, incluso
cuando es «culpable» con la Ley de Dios en la mano -como en el caso del Evangelio-: quiere salvar
siempre a la persona, y hacer justicia. Lo hizo ya desde el comienzo de la «historia» reclamando por la
sangre de Abel. Lo hace con Susana, por medio del joven Daniel. Lo hace en el Evangelio por medio
de su propio Hijo... Y tendrá que hacerlo personalmente en la cruz, cuando sea el Hijo del Padre la
víctima de los poderes políticos y religiosos. Y tendrá que seguir haciéndolo hoy a través del resto de
sus hijos y de aquellos que escuchan la voz de su conciencia (aunque no sean creyentes), pero saben,
como el propio Dios, ponerse incondicionalmente de parte de la más débil y del más débil, frente al
poder político, económico, social, y hasta religioso. Y hacerlo desde la humildad del que se siente y
reconoce pecador, y no pocas veces, cómplice y hasta culpable de las situaciones que tanto sufrimiento
causan.
Por último, como tercera invitación, podemos revisar nuestras miradas hacia los demás. Los
viejos verdes de la primera lectura miran a la mujer desde el deseo y la inmoralidad. La gente
(servidumbre y el pueblo) tienen una mirada crédula y superficial: no se cuestionan la información que
reciben y se dejan llevar en sus juicios. La mirada de hipocresía y de condena de los escribas y fariseos
del Evangelio... Podíamos añadir muchas otras claves: la mirada lleva directamente a tratar a la
persona de manera parcial e injusta: el aspecto, la raza, la edad, la salud, los prejuicios, los intereses
personales... Hay una mirada que debiéramos aprender: la de Jesús. Una mirada empática,
dignificadora, respetuosa, penetrante, comprensiva, que busca por encima de todo ayudar a la persona
a superar su situación, a defenderla, a estimularla a que luche por sí misma y no caiga de nuevo en el
mal.
Ya tenemos tarea para nuestra conversión... y en la que necesitaremos mucho más que una Cuaresma.
Que la bondad y la misericordia del Señor nos acompañen todos los días de nuestra vida.
Enrique Martínez, cmf.
Enrique Martinez cmf