Comentario al evangelio del Martes 12 de Abril del 2011
MORIRÉIS POR VUESTROS PECADOS
El estandarte del desierto que hay que mirar para curarse del veneno mortal de la serpiente, y la
alusión de Jesús a que el Hijo del hombre será levantado nos sitúan en las claves del Viernes Santo:
cuando «miremos» el árbol de la cruz donde Cristo fue elevado para la salvación del mundo. Por tres
veces en el Evangelio advierte Jesús qu e «moriréis por vuestros pecados ». Se alude a la «muerte» de
Jesús y a la «muerte» de los fariseos. La causa está en que ellos son de este mundo, a diferencia de
Jesús. Ambos morirán. Pero con distinto significado.
Una mala interpretación o traducción de estas palabras hace que algunos entiendan que Jesús es
«de otro mundo» (del cielo) y los hombres (los fariseos) son de éste. El Evangelio de Juan está lleno
de referencias a esto del «mundo»: « Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único »; « Mi
reino no es de este mundo ». Pero a la vez « soy rey, para eso vine al mundo ». « Vosotros (los
discípulos) no pertenecéis al mundo porque yo os elegí y os saqué de él ».
La palabra «mundo» que se encuentra detrás de estas expresiones no se refiere a la creación, al
universo, a la tierra.... sino al «orden» , las estructuras sociales políticas y religiosas, las leyes, los ritos,
etc que los hombres hemos «inventado» para organizarnos en él.
Ese «mundo» al que pertenecen los fariseos y no Jesús tiene que ver con los que quieren
apedrear a la mujer adúltera en el nombre de la Ley de Moisés (=Dios), los que se escandalizan porque
un hombre que lleva 38 años paralítico es curado junto a la
piscina de Betesda un sábado. Son los que «ven» el milagro de la curación de un ciego de nacimiento
(por cierto también un sábado) y se niegan a creer y reconocer la presencia de Dios en quien le ha
curado. Son los que buscan la gloria unos de otros, la gloria de este mundo (la fama, el prestigio, la
influencia, las riquezas, el poder, incluso se pretenden representantes oficiales de Dios...) y así se
incapacitan para creer (Jn 5, 31-47). Son los que pretenden ganarse a Dios y estar en «orden» con él a
base de ritos, sacrificios, rezos y leyes humanas, templos... pero no saben dar culto a Dios « en espíritu
y verdad ».
En definitiva: los que se han dejado morder por la viejísima tentación de « ser como dioses » a costa de
prescindir en la práctica de Dios y su voluntad (o reinventárselo a su conveniencia), de la misericordia,
del amor al prójimo... Un «orden» que es destructivo en sí mismo (« moriréis por vuestros pecados »)
porque reduce a la persona a intereses egoístas, baja el listón de lo que uno puede llegar a ser, y
además hace mucho daño a otros (podéis preguntar a la adúltera, al ciego de nacimiento, y a tantos
otros). Habría que nacer de nuev o, como bien sabe Nicodemo. O mejor dicho: ser como Jesús, que no
es de este mundo (como tampoco sus auténticos discípulos).
Esto quiere decir que su apoyo, su referencia, sus criterios, su proyecto vital, sus obras... son las
del Padre. Que su manera de entender la relación con Dios ( el Padre y yo somos uno ), entre sus
seguidores ( que seamos uno, que nos amemos ) y con el «mundo» es bien diferente de lo que tantos
enseñan y se empeñan. Y al plantar cara a todos estos manipuladores y creídos será rechazado,
levantado en la cruz.
Será entonces cuando Dios quiera que miremos de frente, contemplemos, y nos identifiquemos con
todas las víctimas del «orden» de este mundo. Nos advierte que también seremos perseguidos al
enfrentarnos (como Jesús) a este «mundo» y sus estructuras injustas, que no aceptan que el débil (el
Hijo del hombre y los que son como él) es el preferido de Dios, que el condenado injustamente es el
«lugar» donde se revela la gloria, el poder de Dios que toma partido por él, que hace justicia, y que
descalifica a los que le han condenado (con la Ley de Dios en la mano) resucitando al Hijo del
Hombre. La Vida está en él. Ha venido para que tengamos Vida. Y no habremos de perder de vista al
que ha sido levantado en lo alto (y a tantos otros crucificados de hoy), para que no caigamos
«prisioneros» de este mundo, y para vencerlo cada día en su nombre y con su ayuda.
Menos mal que el que nos envía está con nosotros y no nos deja solos. Este ha de ser el punto de
partida y el medio y la motivación para que podamos ir donde está él (y no los «fariseos») y donde nos
espera con un lugar bien preparado: la casa del Padre.
Enrique Martínez, cmf
Enrique Martinez cmf