Carta del Obispo de Posadas – Domingo de Pascua – 24.04.011
“PASCUA: La Vida Nueva”
Después de haber acompaado a Jesucristo, el Seor, en estos días desde la celebracin “de Ramos”
en su llegada a Jerusalén, donde el Dios hecho hombre dio su vida, sufrió y murió por nosotros; este
domingo celebramos aquello que es central para nuestra fe “La Resurreccin del Seor”. Por eso en el
Evangelio que leemos (Jn. 20,1-9), nos dice: “(Pasado el sábado) El primer día de la semana, de
madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había
sido sacada. Corri al encuentro de Simn Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se
han llevado del sepulcro al Seor y no sabemos donde lo han puesto…” El relato nos señala que los
dos fueron al sepulcro y vieron que el Seor no estaba y termina diciéndonos: “Todavía no habían
comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos” (Jn. 20,9).
Es importante repasar y leer desde la fe estos momentos cruciales de la historia humana, que por el
amor que Dios nos tiene se transformaron en historia de la Salvación. Este domingo celebramos el
triunfo de la vida sobre la muerte: “La Resurreccin de Cristo”. ¡Es la celebracin de la Pascua y de la
Esperanza!
Sabemos que en el centro de la acción evangelizadora de la Iglesia, que es su razón de ser, está la
experiencia fundamental que cada cristiano tiene que hacer de Jesucristo, el Señor, el que murió y
resucitó. ¡Esta es la experiencia Pascual! Es la certeza que a pesar de tantas situaciones personales o
comunitarias de dolor, sufrimientos, fracasos… nos lleva a saber que la Vida triunfa sobre la muerte, y
que podemos seguir caminando aún cuando convivimos con nuestros sufrimientos. También esta
experiencia Pascual nos reubica ante los logros y éxitos, placeres y alegrías, sabiendo que son dones
de Dios y nos ayuda a no ponernos en el lugar de Dios. Esta experiencia pascual nos hace discípulos y
misioneros.
En el documento de Aparecida nos dice: “El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de ese
sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discípulo: “No se comienza a ser cristiano por
una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que
da horizonte a la vida y, con ello, una orientacin decisiva”. Esto es justamente lo que, con
presentaciones diferentes, nos han conservado todos los evangelios como el inicio del cristianismo: un
encuentro de fe con la persona de Jesús (Jn. 1,35-39)” (Aparecida 243).
Si bien es cierto y reiteradamente hemos señalado que el profundo cambio de época y crisis de
civilización en que vivimos y que afecta la comprensión de valores y a la misma evangelización, también
hay que señalar, que la Iglesia con la asistencia comprometida del Espíritu Santo y la experiencia de
tantos testigos-discípulos de Jesucristo resucitado, siempre fue dando respuestas a los desafíos que se
presentaron en la historia. No es fácil decir que este tiempo es más adverso para la evangelización que
otros. Hay una cierta mirada “periodística” que analiza los hechos desde la superficie, sin discernir los
signos más profundos que vive nuestro tiempo. Desde esa mirada se ve a la Iglesia como que su misión
es defender tradiciones y casi como una antigüedad. Esa mirada en general está ligada a ciertos
ambientes más sofisticados y complejos que pretenden un mensaje moderno, liviano, sin la cruz, y sin
compromiso con la revelación dada en la Palabra de Dios. Es cierto que en general en estos ambientes
falta comprensión de las cosas de la fe y se busca adecuar el Evangelio a sus situaciones personales.
La Iglesia necesita que los cristianos realmente seamos testigos de la Pascua, sin esta experiencia
indispensable no llegamos a ser discípulos de Jesucristo resucitado y menos misioneros de Él. Siempre,
aún con dificultades, la Iglesia buscó y buscará dialogar con las nuevas realidades que se dan de hecho
en la dinámica de la historia. No solo dialogará, sino que amará el tiempo y la gente concreta que vive,
sufre y que se alegra… todo esto con el gozo del llamado que es un don de Dios y que no implica
relativizar lo que creemos, ni perder nuestra identidad.
En este domingo de Pascua queremos transmitirle a tantos hermanos y hermanas que están tristes y
sufren, a muchos que perdieron la fe y a veces el sentido de la vida, que tenemos el gozo de contarles
que la vida está cargada de sentido cuando nos encontramos con Dios. Con un Dios que por amor se
hizo uno de nosotros, que asumió nuestros sufrimientos, que murió y Resucitó. ¡Feliz Pascua!
Mons. Juan Rubén Martínez