«El día siguiente al sábado, al amanecer, cuando todavía estaba oscuro,
fue María Magdalena al sepulcro y vio quitada la piedra del sepulcro ;
entonces echó a correr, fue a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús
amaba, y les dijo : Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos
dónde lo han puesto. Salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro.
Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y
llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos caídos, pero no
entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos
caídos, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no caído junto con
los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio. Entonces entró
también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó,
pues no entendían aún la Escritura según la cual era preciso que resucitara
de entre los muertos.» (Juan 20, 1-9)
1º. Jesús, ¡has resucitado!
Ya lo habías dicho .
Pero la Resurrección superaba totalmente a los apóstoles.
Tras la Transfiguración les dices que «a nadie contasen lo que habían visto,
hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos
retuvieron estas palabras, discutiendo entre sí qué era lo de resucitar de
entre los muertos.» (Marcos 9,9-10).
«Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús
resucitado, los discípulos dudan todavía: creen ver un espíritu. «No acababan de
creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados» (Lucas 24, 41). Tomás
conocerá la misma prueba de la duda y, en su última aparición en Galilea referida
por Mateo, «algunos sin embargo dudaron» (Mateo 28, 17). Por esto, la hipótesis
según la cual la resurrección habría sido un «producto» de la fe (o de la credulidad)
de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección
nació -bajo la acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la realidad de
Jesús resucitado» (CEC.- 644).
¡Has resucitado!
Luego eres realmente Dios.
Se ha cumplido lo que habías dicho.
Tu madre no ha ido al sepulcro.
Ella sí creía en tus palabras.
Sabía que era necesario que murieras primero para poder resucitar y enviarnos al
Espíritu Santo.
Ella, la Esposa de Dios Espíritu Santo, fue la primera en creer. Y es bienaventurada
porque creyó «sin haber visto» (Juan 20, 29).
2º. «Cristo vive». Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe.
Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de
las tinieblas, del dolor y de la angustia. «No temáis», con esta invocación saludó un
ángel a las mujeres que iban al sepulcro; «no temáis. Vosotras venís a buscar a
Jesús Nazareno, que fue crucificado: ya resucitó, no está aquí.
»El tiempo pascual es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa
época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del
cristiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un
tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos.
No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos
revela que Dios no abandona a los suyos». (Es Cristo que pasa.-102).
Jesús, estás vivo.
« Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe».
La vida cristiana no consiste en seguir unas palabras más o menos profundas, en
tener unos sentimientos más o menos solidarios con los demás hombres, o en
realizar una serie de actos externos más o menos distraídos o emocionantes.
«No: Cristo vive.»
Y ser cristiano es, precisamente, vivir tu vida: una vida de hijos de Dios por la
gracia, que nace con el Bautismo y se refuerza con los demás sacramentos, con la
oración y las buenas obras.
El tiempo pascual es un tiempo de alegría: Alegraos, pues la alegría es propia de
los hijos de Dios.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones
Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.