Comentario al evangelio del Lunes 25 de Abril del 2011
Queridos amigos y amigas:
¡Feliz Pascua de Resurrección! Os digo esto y no sé bien lo que digo. Detrás de este saludo, que es un
eco del mensaje pascual proclamado en la solemnidad de ayer, se esconden muchas convicciones:
Que quien ama acaba siempre venciendo.
Que no estamos hechos para las lágrimas.
Que la muerte no destruye nuestra vocación de vida plena.
Que la fe en Jesús no es absurda.
Que el testimonio de su comunidad es verdadero.
Que siempre, siempre, siempre, hay futuro.
La liturgia de este Lunes de Pascua nos propone un fragmento del discurso de Pedro el día de
Pentecostés. Sus palabras constituyen una mini-cristología. Nos habla de Jesús mencionando los
principales hitos de su existencia:
Su origen: Os hablo de Jesús Nazareno.
Su ministerio: El hombre que Dios acreditó realizando por su medio milagros, signos y prodigios.
Su final: Vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz.
Su triunfo: Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte.
Pedro cita el salmo 15, que es el que la liturgia incluye hoy como salmo responsorial. Me detengo en
un versículo que alcanza la plenitud de significado en la Pascua de Jesús: Se me alegra el corazón ...
porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Escuchemos ahora la voz del Resucitado. Lo seguiremos haciendo, paso a paso, a lo largo de toda esta
semana. Hoy nos dice a nosotros lo mismo que, según el relato de Mateo, dijo a las mujeres. Son tres
palabras de futuro que se van a repetir con acentos diversos durante los próximos días:
Alegraos . La invitación de Jesús a la alegría no es un consejo, sino una orden de obligado
cumplimiento. En el círculo de nuestras tristezas, el Resucitado enciende la llama de la alegría.
¡Tenemos tanta necesidad de respirar!
No tengáis miedo . No hay nada que nos paralice más que el miedo. Hemos empezado el siglo
XXI acorralados por el miedo. ¿Quién nos puede transmitir la confianza que necesitamos? ¡Sólo
el Resucitado!
Id a comunicar. La resurrección inaugura una urgencia. Acomodados en nuestras seguridades de
siempre cavamos nuestra propia tumba. Cuando nos ponemos en camino, la fuerza del Resucitado
nos restaura.
Ciudad Redonda