VIERNES SANTO
SERMON 4º
DE LA PASION DE JESUCRISTO NUESTRO REDENTOR 1
"Salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual
entraron él y sus discípulos" Juan 18,1
1.- No quiero hablar esta noche de la salida que Jesús hizo del entendimiento de su Padre, de la
cual dice Habacuc: Se encorvaron los collados del mundo al pasar el Eterno (Ha 3,6); porque esta
salida fue tan inefable, que a los mismos ángeles se les soltó la lengua en alabanzas, cuánto más a los
hombres. Como dice Isaías: Su generación, ¿quién podrá explicarla? (Is 53,8). Dejemos hoy esta
salida que fue tan celebrada por todos y de tanta majestad, que sólo verla, hace bienaventurados a
quienes la contemplan. Dejemos esta salida, y tratemos de la que esta noche tan triste y lamentable hizo
el bienaventurado y benignísimo Jesús.
2.- La primera salida consiste en salirse de los límites de la caridad. Ahora bien, la caridad tiene
dos blancos adonde mirar. Uno de ellos es Dios, a quien hay que amar primero que a nadie. El otro es
el prójimo. Por el lado que mira a Dios, no hay caminante tan ligero que, por más que camine, pueda
salirse de sus límites. Porque como Dios es infinito, por mucho que le amemos, siempre queda mucho
más que amar. Empero, del lado por el que la caridad mira al prójimo, sí que tiene sus límites que
pueden rebasarse. Objetivo de la caridad es que si tú ves a tu prójimo muerto de hambre, que le des de
comer; y si lo ves desnudo, que lo vistas; y si lo ves cautivo, que lo rescates, etc. Mas la caridad no
obliga a que si puedes redimir a alguien con dinero, que lo redimas con tu propia persona. De manera
que, si pudiendo redimir a uno con dinero, lo hicieras con tu sangre, se diría que traspasas los límites de
la caridad, porque te propasaste en lo que la caridad obliga, pues bastando el dinero le diste tu sangre.
3.- Pues de esta última manera el Hijo de Dios se salió esta noche de los límites de la caridad.
Vino desde el cielo a la tierra para redimir a los cautivos. Esta fue la causa de su venida, como lo
afirma San Pablo: Jesucristo vino a este mundo para salvar a los pecadores (1 Tm 1,15). De forma,
que si no hubiera habido pecadores, Cristo no hubiera tenido necesidad de venir. E incluso bien hubiera
podido redimirlos con sólo un acto de su voluntad. Una sola lágrima de las que derramó en los brazos
de su Madre era precio suficiente para redimir a todo el mundo. Y con el sólo acto de humildad de
hacerse hombre podía haber rescatado a todos. Pero no quiso, sino que quiso salirse de los límites de la
caridad, redimiéndonos con su propia sangre.
4.- Escribe San Pedro: Tenéis que saber que fuisteis rescatados de vuestra vana conducta de
vida, que recibisteis de vuestros padres, no con oro, o plata, que son cosas perecederas, sino con la
sangre preciosa de Cristo, como de un cordero inmaculado y sin tacha ( 1 P 1,18). Y David afirma por
su parte: En el Señor está la misericordia, y en su mano tiene una redención abundantísima ( Sal
129,7). Es decir, que en Dios hay misericordia suficiente para redimir al hombre; y no sólo una
redención cualquiera, sino una redención abundantísima , pues pudiendo redimirnos con un solo acto
de su voluntad, lo hizo derramando toda su sangre. Y eso, no porque una sola gota no fuese suficiente,
1 Obras y sermones , vol. I, pp.501-533. Este sermón es, con mucho, el más extenso de los editados en 1688. ¿Se trata de un
solo sermón, o de una recopilación hecha por los editores del siglo XVII, de distintos fragmentos encontrados, relativos a la
Pasión del Señor? De hecho, al principio nos hallamos con dos exordios o "salutaciones" diferentes que, como siempre,
terminan con la invocación a la Virgen. Además, el sermón aparece distribuido en XXII §, detalle éste que no figura en
ningún otro sermón. Parece, por tanto, que este texto responda a la recolección de diferentes fragmentos sobre la Pasión del
Señor, que los antiguos editores encontraron.
sino para que se descubrieran mejor las entrañas del infinito amor con que nos amó. Ya que, como dice
San Juan: No cabe en nadie amor más grande que este dar la propia vida por sus amigos (Jn 15,13).
¡Oh, mi Dios, cuán de veras demuestras amar a las almas, pues las rescatasteis con vuestra sangre!
Pero, por desgracia, Señor, yo estoy seguro de que hallarás muchos que no derramarán ni una sola
lágrima al pensar que han sido redimidos por ti. ¡Oh, cuántos hay que, viendo sus almas cautivas por el
poder del demonio y atadas por la cadenas de los yerros de sus culpas, y habiendo sido rescatados por
ti, no lloran las ofensas con que te han ofendido, y no dejan la mala vida en la que han vivido! Bien
podrás decir de estos tales lo que exclamaba el Salmista: En vano he purificado mi corazón (Sal 72,13).
¿Cuándo purificó el Hijo de Dios su corazón? Cuando mostró tan de veras el gran amor que tenía a los
pecadores. Pues para demostrar ese amor comió con ellos, conversó con ellos, derramó su sangre por
ellos, y no paró hasta permitir que le abriesen el corazón, para que todos pudieran ver cuán lleno de
amor lo tenía. Jesucristo no fue como los hombres, que unos reparten con sus amigos las ropas, y otros
con sus deudos las joyas; Jesucristo repartió con los pecadores el corazón. Los hombres suelen
recrearse de mostrar sus manos y su rostro cuando están bien dispuestos; en cambio el Hijo de Dios
muestra el corazón, porque está justificado, y quiere que todos los pecadores lo vean, para mostrarles
que en su amor hacia ellos ha rebasado los límites de la caridad. Pues esta justificación es en balde para
ti, miserable pecador, cuando no quieres aprovecharte de ese amor. ¿Puede haber un hombre tan
olvidado de su alma que, viendo cómo el Hijo de Dios se sale esta noche de los límites de la caridad, y
viendo su corazón tan justificado, no se aparte de sus pecados y venga a llorar la Pasión de su creador
con un corazón puro y limpo? ¿Qué pecador puede haber, que no diga con David: Crea en mí, oh Dios,
un corazón puro, y renueva en mis entrañas el espíritu de rectitud ? (Sal 50,12). Por tanto, vengamos
todos a llorar la Pasión de Cristo. Salgamos de nuestras culpas y pecados, para que el inocente cordero
no diga de nosotros que ha purificado su corazón sin provecho. Vayamos a su triste Madre, y la
hallaremos en Betania, toda deshecha en lágrimas, al ver que su Hijo se ha despedido de ella para ir a la
muerte. Vayamos para hacerle compañía, porque, como dice Jeremías: Inconsolable llora ella toda la
noche y corren sus lágrimas por las mejillas, pues entre todos sus amantes no hay quien la consuele
(Lm 1,2). Vayamos nosotros a consolarla y a ayudarla en medio de sus dolores, para que ella nos ayude
a nosotros a alcanzar la gracia. Y para ello, digámosle: Ave Maria .
Otra Salutación
5.- Para tratar de la Pasión del inocentísimo Cordero, Jesús, y de los grandes misterios que en
ella se contienen, sería menester poseer la lengua de los ángeles para hablar de ellos debidamente; el
espíritu de los profetas para sentirlos; el don de los Apóstoles para mover los corazones; y las lágrimas
de Jeremías para llorarlos. Este santo profeta deseaba que sus ojos se convirtiesen en fuentes de
lágrimas para llorar los muertos de su pueblo, y así decía: ¿Quién dará agua a mi cabeza, y hará de mis
ojos dos fuentes de lágrimas para llorar día y noche la muerte que se ha dado a tantos moradores de la
hija de mi pueblo? (Jr 9,1). Pues, ¿con cuanta más razón debemos pedir los cristianos esto mismo a
Dios, para llorar, no la muerte de los hombres, sino la del creador de los hombres? Lloraba Jeremías de
ver los muros de Jerusalén derribados por tierra, ¿y no será razón de que pidamos nosotros lágrimas
para llorar el que los delicados miembros de Cristo estén hoy hechos pedazos? Jeremías no podía
soportar el ver las calles de Jerusalén cubiertas de hierbas, como terreno desierto, ¿y no derramará
lágrimas el cristiano de ver esas mismas calles regadas esta noche con la sangre del manso Cordero,
Jesús? Exclamaba el profeta Joel: Sonad la trompeta en Sión, prorrumpid en alaridos desde mi santo
monte, estremézcanse todos los moradores de la tierra, porque se acerca el día del Señor, porque está
ya para llegar ( Jl 2,1). Pues lo mismo: Táñase esta noche la trompeta en Sión, dése un pregón general
por toda la cristiandad, y digan: Cualquiera que en este día no hiciere penitencia, será exterminado de
entre sus gentes (Lv 23,29). Al alma cristiana que, viendo hoy llevar al Cordero inocentísimo a la
muerte, y no llorare y derramare lágrimas, que la destierren del cielo. Que no haya hoy templo alguno,
ni Iglesia, en donde no hayan llantos y se derramen lágrimas. Que se conturben todos los moradores de
la tierra, porque hoy es el día del Señor. Día suyo, porque todo él va a gastarse en atormentarle. Día
suyo, en el que se ha de acabar la vida. Día suyo, en el que vencerá a la muerte y triunfará de sus
enemigos. Día suyo, en el que a todos hace partícipes de su persona: a las espinas de la cabeza, para
que le coronen; a los clavos de los pies y manos, para que los horaden; a los azotes del cuerpo, para que
le desuellen; y a la lanza del costado, para que lo abra. En suma, es el día del Señor, porque en él se
muestra tan liberal con los pecadores que les da toda su sangre para lavar los pecados.
6.- Veamos, pues, Señor, si a todos hacéis partícipes de verdad de vuestra divina Persona. ¿Qué
le dejáis a vuestra triste y desconsolada Madre? Razón es, Señor, que os acordéis de ella... A mi Madre
le dejo la espada de mi Pasión, para que le traspase su triste y afligido corazón. Le dejo la hiel y el
vinagre de mis penas y trabajos, que le resultarán más amargos que la hiel. Pues, considerad, hermanos,
si no será justo que en este día lloren todos y se conturben. ¿Quién no llorará viendo a los cielos
cargados de luto, y a las piedras hacerse pedazos, y a la tierra temblar de espanto? ¿Y quién no
derramará lágrimas, viendo llorar a los ángeles, y a la triste y desconsolada Madre que no tiene quien la
consuele? Bien decía Jeremías: Inconsolable llora ella toda la noche y corren las lágrimas por sus
mejillas, pues entre todos sus amantes no hay quien la consuele (Lm 1,2). No la consuela el Padre,
pues entrega en manos de sus enemigos a su Hijo. Tampoco el Espíritu Santo, pues hoy permite que le
dirijan mil afrentas. No la consuela su Hijo, pues lo ve coronado de espinas como si fuera un loco, y
azotado como un ladrón, y colgado de una cruz como a un malhechor y un excomulgado. No la
consuela el ángel San Gabriel, pues hoy no puede llamarla llena de gracia , pues está llena de dolor; ni
tampoco el Señor está contigo , pues se halla en medio de los judíos. No la consuela otra cosa, sino
llorar y decirle a su Hijo, como David a la muerte de Absalón: ¡Hijo mío Absalón! ¡Absalón, hijo mío!
¡Quien me diera que yo muriera por ti! ¡Oh hijo mío Absalón! (2 R 18,33).
7.- Es costumbre muy antigua que en la muerte de los padres lloren sus hijos, en la de los
señores sus criados, en la de un amigo sus amigos, y en la de los hijos que lloren sus madres. Y es que
donde ha precedido un lazo de amistad y de fidelidad, no puede uno apartarse del otro, sin que el que se
aparta se lleve consigo parte del corazón del que queda. Así sucedió en el caso de Rut y Nohemí; en el
de David y Jonatán; en el de Elías y Eliseo; y en el de Tobías y su madre. Parece que es imposible el
apartarse un amigo de otro, sin que se parta por medio el corazón del uno y del otro, y que cada uno
llore por su parte. Y así dice Séneca que el momento en el que mejor se muestra el amor es cuando el
que ama se aparta de lo que ama. Hoy se despide el Hijo de Dios para irse a morir, y por eso todas las
criaturas lloran. Lo lloran los ángeles como a restaurador de sus sillas; lo lloran los discípulos como a
su Maestro; los cielos como a su creador; y los hombres como a su redentor. ¿Y la Reina del cielo? Lo
llora como Madre del Hijo Unigénito que le había sido siempre tan obediente y que durante treinta y
tres años lo había tenido en su compañía. ¿Cuánto debió sentir la partida de un Hijo tan amado? Si el
profeta Jeremías exclamaba: ¡Hija de mi pueblo!, vístete de cilicio, cúbrete de ceniza; llora con
amargo llanto, como se llora en la muerte de un hijo único ( Jr 6,26), ¿cuánto más podemos decir
ahora: ¡Oh hija de mi pueblo y Madre de Dios! Vestíos, Señora, en un día como hoy de cilicio, echad
ceniza sobre vuestra cabeza, llorad un llanto muy amargo, pues muere hoy vuestro Unigénito Hijo?...
Por tanto, cristiano que me escuchas, si esta noche oyes llorar a esta triste Madre y si la ves derramar
lágrimas, no endurezcas tu corazón. Da lugar a que tus ojos derramen lágrimas juntamente con ella. Y
para que todo se haga con mayor mérito y devoción, supliquémosle que, aunque está anegada de
lágrimas y de dolor, que nos alcance el favor de la gracia, diciéndole: Ave María .
"Salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual
entraron él y sus discípulos" Juan 18,1
8.- Todo nuestro sermón consistirá en declarar de dónde sale Cristo, cuál es el arroyo que
atravesó y hacia donde se dirigió. Plegue a la divina bondad que me conceda la gracia necesaria para
imprimir, muy de veras, en vuestros corazones su dolorosa Pasión; y a vosotros tanta abundancia de
lágrimas que con ellas podáis lavar las manchas de vuestros pecados y dejar limpias vuestras
conciencias.
§ I
9.- Según el sentido literal, el Hijo de Dios salió del Cenáculo en donde había cenado con sus
discípulos, después de haberles predicado un sermón todo lleno de amor y haberles declarado grandes
misterios acerca de su divinidad, diciéndoles que era igual al Padre, que era la verdadera cepa, que era
el camino, la verdad y la vida, y otras cosas pertinentes a su divinidad. Según señalan los otros
evangelistas, a continuación rezó el himno de acción de gracias al Padre (cfr. Mt 26,30, Mc 14,26) y
dio también las gracias a los huéspedes que le habían recibido; y dichas estas cosas salió con sus
discípulos (Jn 18,1). Con todo ello, se mostró sacerdote en la oración, doctor en el sermón, y ahora se
declara Sumo Sacerdote al dirigirse para ofrecerse a sí mismo en sacrifico. En el Antiguo Testamento
mandó Dios a Moisés que confeccionase unas ropas especiales para cuando el Sumo Sacerdote entrase
a ofrecer el sacrificio, y estas ropas debían llevar colgadas en las orillas unas campanillas y unas
granadas de oro (cfr. Ex 28,33). Esta ropa sacerdotal simboliza la vida de Cristo. Las orillas representan
el final de su vida. Las granadas de oro son las obras tan heroicas y encendidas de amor de Dios, que
esta noche realizó, como son el cenar con sus discípulos, el lavarles los pies y el darles su Cuerpo y su
Sangre. Y en verdad estas obras fueron como granadas de oro fino, por la grandísima perfección con
que las llevó a cabo. Las campanillas simbolizan las palabras tan vivas y penetrantes que esta noche
pronunció. ¡Qué mezcla tan admirable de granadas y campanillas, y de campanas con granadas! Sus
obras aparecen así unidas a sus palabras, y sus palabras a sus obras. ¿Qué cosa más hermosa para la
vista, ni más suave para el oído? Primero las granadas, y después las obras, porque las obras han de
preceder a las campanillas de la doctrina. Como atestigua San Lucas: Desde el principio Jesús hizo y
enseñó ( Hch 1,1).
10.- Una vez que hemos visto la hermosura de las granadas, y oído el sonido de las campanillas,
sólo nos queda por saber cómo se dirigió a ofrecer el sacrificio. Y nos informa San Juan que: Jesús
salió con sus discípulos (Jn 18,1). Es decir, salió de Jerusalén con sus discípulos. En figura esto
significa que en esta ciudad no quedaría ni Sumo Sacerdote que la rigiese, ni profetas que la
encaminasen y adoctrinasen. Así se cumplió la profecía de Cristo: Vuestra casa va a quedar desierta
(Mt 23,38). Y también lo que dice por Jeremías: He desamparado mi casa, he abandonado mi heredad;
he entregado lo que eran las delicias de mi alma en manos de sus enemigos (Jr 12,7). Y lo que afirma
Isaías: La hija de Sión, Jerusalén, quedará como cabaña de una viña, como choza de un melonar y
como una ciudad tomada por asalto (Is 1,8). Y hoy se cumple asimismo la lamentación de Jeremías:
La hija de Sión ha perdido toda su hermosura (Lm 1,6). Es decir, que hoy de Jerusalén sale su
hermosura, su salvación, su paz y toda su gloria. Esto es lo que significa que: Jesús salió de Jerusalén
con sus discípulos .
11.- Esta frase significa además que el Hijo de Dios sale con sus obras, que son discípulos, fuera
de los límites de la justicia, porque todo lo que vamos a ver que hizo esta noche, no hay justicia que a
ello le obligue, sino sólo el amor que le impele. Si las obras que hicieron los padres antiguos, los
sacrificios que ofrecieron y las lágrimas que derramaron, no fueron capaces de obligar a Dios, en
términos de justicia, a que viniese del cielo a la tierra; cuanto menos lo serán para obligarle a sufrir los
tormentos que esta noche vamos a presenciar. No existe ley de justicia que le obligue a ello, sino sólo
las exigencias del amor que le mueve. Por eso, la frase, Jesús salió con sus discípulos, hemos de
entenderla además como que Jesús se sale de la casa de la justicia, que no le podía obligar, y se
introduce en la casa del amor, que es el único que podía forzarle.
12.- También podemos decir que el lugar de donde sale Jesús es del alma de los miserables
pecadores, réprobos y condenados al infierno, para nunca jamás tornar a ellos, ni con los méritos de su
Pasión, ni con los triunfos de su Resurrección, ni con la gloria de su Ascensión. ¡Ay, miserable el alma
de la cual saliere Jesús, porque quedará sin salvación por toda la eternidad! Pues, si Jesús sale de tu
alma, ¿quién podrá hacer suficientes méritos para salvarla? ¡Oh, qué salida ésta tan digna de compasión
y de que todos la lloren y derramen lágrimas por ella! ¿Que Dios salga de tu alma, para no tornar nunca
más a ella? Plegue a la divina bondad que no haya en esta santa compañía ningún alma de donde se
salga Jesucristo, sino que todas puedan decir con la esposa del Cantar de los Cantares: Lo así y no lo
soltaré (Ct 3,4). Y si, por desgracia, hubiere alguna tan descuidada de su propia salvación, que no
desespere. El glorioso San Ambrosio le da buenas noticias, cuando escribe: Fíjate qué bueno es Dios y
cuán dispuesto está a borrar nuestros pecados, que no sólo restituye lo perdido, sino que incluso nos
concede lo que ni siquiera esperábamos. Por tanto, que nadie desconfíe, que nadie desespere de
obtener los premios divinos, aunque sea consciente de sus viejos delitos. Dios es capaz de cambiar su
sentencia, si tú eres capaz de enmendar tus delitos . ¿Qué haces pecador? ¿Qué es lo que te detiene en
tu pecado? Mira cuán bueno es Dios que, aunque haya salido de tu alma para no volver más, si tú
mudas la vida, él mudará la sentencia. Hasta aquí podéis ver de dónde sale Jesús; a saber: de Jerusalén,
de los límites de la justicia y del alma de los pecadores.
§ II
13.- El arroyo de los cedros que pasó Cristo con sus discípulos es un arroyo que circula por el
valle llamado Cedrón, situado entre Jerusalén y el monte Olivete, y que, por los muchos cedros que allí
había, tanto al valle como al río se les llamaba Cedrón. Hoy se cumple lo prefigurado por David quien,
perseguido por su hijo Absalón, salió de Jerusalén y atravesó el río de los cedros (cfr. 2 R 15,23).
David representa a Jesucristo, y Absalón al pueblo judío. Absalón significa la amargura de su padre, y
representa al pueblo judío, tanto por el significado del vocablo, como por la hermosura de su persona.
Y así como Absalón fue la amargura de su padre David, así también el pueblo judío fue la amargura
para el Hijo de Dios, que como a hijo muy regalado lo había criado, y hoy lo puso en medio de tantas
afrentas y trabajos. La persona de Absalón representaba además al pueblo judío, porque así como aquél
era muy hermoso exteriormente, pero el alma la tenía llena de soberbia y envidia, así también el pueblo
judío en lo exterior era muy hermoso —ataviado con la ley y los preceptos de tantos sacrificios y
ceremonias—, pero en lo interior estaba lleno de ambición, de envidia y de odio. Por eso muy bien los
comparó Cristo a los sepulcros blanqueados, que fuera aparecían muy hermosos, pero por dentro
estaban llenos de huesos de muertos. Este pueblo es el que perseguía a Cristo, después de haberlo
condenado a muerte. Y este pueblo es el que le hace a Cristo salir hoy con sus discípulos tras el torrente
Cedrón.
14.- Este arroyo representa asimismo los trabajos y penalidades de esta vida. Y esta noche
veremos nadar al pacientísimo Cordero, Cristo; y no solamente nadar, sino pasar a nado a la otra orilla
del arroyo a todos los mártires y amigos de Dios que han existido desde Abel el justo hasta que vino
Cristo, los cuales habían entrado en el arroyo de los trabajos y de las tribulaciones, pero ninguno de
ellos pudo pasar a la otra orilla, porque por sus trabajos no pudieron satisfacer a Dios por los pecados,
ni abrir las puertas del cielo, hasta que vino el Hijo de Dios y, nadando por este río, lo atravesó. Quiero
decir con esto, que todos estos amigos de Dios merecieron por sus trabajos la gloria que les estaba
prometida, pero ninguno pudo pasar a la otra orilla, porque sus méritos no fueron tantos como para
merecer la gracia que el primer hombre había perdido. Por eso vino el Hijo de Dios, y entró en este río,
y lo atravesó, soportando más trabajos de los que era menester, porque puestos todos los trabajos del
mundo en un lado de la balanza, y una sola gota de sangre de las que Cristo vertió en la otra del peso de
la justicia, comprobaréis que pesa más, sin ninguna comparación, esa gota de sangre, que todos los
pecados del mundo. Además, que no se contentó con derramar una gota, sino muchos arroyos de
sangre. Esto es lo que deseaba Job, cuando decía: ¡Pluguiese a Dios que mis pecados se pesaran en
una balanza! (Jb 6,2). Como si dijera: ¡Ojalá pusiese Dios mis pecados y mis tribulaciones en un lado
de la balanza del peso de la justicia, y la sangre de su Hijo en la otra, porque más pesaría su sangre que
todos mis pecados! Por todo lo dicho se ve claro por qué Cristo pasó al otro lado del torrente Cedrón.
15.- Jerusalén tenía a su alrededor muchos montes adonde se podía ir a orar. En la parte
occidental había montes llanos; al mediodía, montes altos; al norte, el valle de Josafat; y al oriente, el
torrente Cedrón, que es adonde Cristo quiso ir. Con esto se nos quiso indicar que al pasar el Hijo de
Dios el río de su Pasión, nacería nuestra redención, la gracia perdida y la gloria deseada. Y quiso pasar
este arroyo para que conozcamos que en el arroyo de su Pasión se encuentran escondidos grandes
beneficios y provechos para nosotros. De este arroyo sacamos el agua del perdón de nuestros pecados;
y de él sacamos también el agua de la paz y de la reconciliación con nuestro Redentor. Todo esto fue
prefigurado, en el Génesis, cuando Isaac cavó en un arroyo y sacó agua viva (cfr. Gn 26,19); en el libro
de los Números, cuando los exploradores trajeron del valle Botri varios racimos de uva (cfr. Nm
13,24); y cuando en el mismo torrente Ezequías quemó todos los ídolos de la casa de Judá (cfr. 4 R
18,4). Pues del arroyo de la Pasión de Cristo sacamos nosotros el agua viva de la gracia y los racimos
de uva de la caridad, y en ella fueron quemados todos los ídolos, ya que en ella fue vencido el demonio.
Además, de este arroyo sacó el Hijo de Dios el agua de su glorificación y de su exaltación, como lo
indica David al decir: Beberá del torrente durante el camino, y por eso levantará la cabeza (Sal 109,7).
Es decir, que subirá más alto que todos los hombres y que todos los ángeles, pues mereció ser la cabeza
de los unos y de los otros, según la sentencia del propio Jesús: Se me ha dado pleno poder en el cielo y
en la tierra (Mt 28,18).
16.- Arroyo podemos también llamar a la inmensa caridad con que Cristo nos amó, prefigurada
en el río que vio el profeta Ezequiel y que a unos les llegaba hasta el tobillo, a otros hasta la rodilla, a
otros hasta el pecho, y a otros tan por encima que no pudieron atravesarlo (cfr. Ez 47,1-5). Pues así, el
río de la caridad para unos viene tan bajo que sólo les cubre los pies, y éstos son los principiantes, que
se contentan con que Dios les perdone sus pecados, y no siguen más adelante. Y les cubre los pies, es
decir, sus pecados, porque como dice San Pedro: La caridad cubre la multitud de pecados (1 P 4,8). A
otros, la caridad les llega hasta la rodilla, y son los que van aprovechando de una virtud en otra, y
puesto que hacen algo más de lo que es menester para salvarse, por eso el río de la caridad anda más
crecido y les llega hasta las rodillas. Para otros este río va tan crecido que les llega hasta el pecho, y
éstos son los perfectos, porque guardan los preceptos y los consejos de Dios, haciendo en todo su
voluntad. Finalmente, a otros el río de la caridad les viene tan crecido que no pueden atravesarlo. Pues
bien, nadie tuvo una caridad tan alta y tan perfecta que expusiese su vida por sus enemigos. Afirma San
Pablo: Apenas hay quien quiera morir por un justo, tal vez se hallaría quien tuviese valor de dar su
vida por un bienhechor (R, 5,7). Pero que alguien quiera morir por un malvado, eso no se encuentra.
En verdad, para esto se requiere una caridad muy elevada, y sólo la hallamos en el Hijo de Dios, de
quien asegura San Pablo que murió por nosotros siendo pecadores (ibíd. 9). Y éste es uno de los
sentidos de la frase del evangelista: Salió Jesús al otro lado del torrente Cedrón , porque lo atravesó
con esta ardiente caridad.
§ III
17.- Pasado el torrente Cedrón, Cristo se dirige en primer lugar al huerto de Getsemaní, situado a
las faldas del monte Olivete. Viene aquí primero para entristecerse, como se lo manifestó a los tres
discípulos escogidos por él a quienes les dijo que se sentaran y esperaran mientras él iba a orar. En
efecto, se apartó como un tiro de piedra de San Pedro, Santiago y Juan, y dice el evangelista que
comenzó a sentir tristeza, pavor y angustia (Mt 26,37; Mc 14,33). Es decir, que empezó a temer, a
sentir pesar y a entristecerse. Entonces añadió: Mi alma siente tristeza de muerte (Mt 26,38). Pero, ¿qué
os pasa, Dios mío? ¿Por qué, Señor, está triste vuestra alma? ¿Acaso se ve perseguida por el cuerpo?
¿Se ve privada de Dios? ¿Acaso no vais acompañado de los ángeles, que siempre os han hecho
compañía?... No teme la naturaleza divina, sino la humana. No teme su espíritu, porque se muestra
pronto para la prueba. Lo que teme es su carne que se encuentra enferma y desfallecida. Del profeta
Eliseo se lee que, estando en Dotaim, envió el rey de Siria a una gran ejército para prenderle, y que
cuando su criado lo vio, empezó a temer. Pero le dijo Eliseo: No tienes que temer, porque tenemos
nosotros mucha más gente que ellos (4 R 6,16). Eliseo representa aquí al espíritu de Cristo; y el criado
a su carne. Esta, al ver el gran ejército de tribulaciones que se avecinaba, temió, porque estaba enferma,
pero su espíritu estaba pronto para el combate. El alma de Cristo se vio sumida por la tristeza, porque
veía mucha alegría en sus enemigos; y también se sentía triste porque veía el gran descuido en el que
muchos cristianos vivirían luego y el poco sentimiento que manifestarían por lo que él sufrió. Si el Hijo
de Dios hubiera visto que todos iban a salvarse y que se aprovecharían de su Pasión, no hubiera
exclamado: Mi alma siente tristeza de muerte , sino, al contrario, muero contento . Pero como veía que
de tantos por los que él iba a morir, serían muy poquitos los que habían de salvarse, por eso se le
entristeció y lastimó el corazón. Por tanto, miserable pecador, si no quieres ser causa de tanta tristeza
para Cristo, deja tu mala vida; abandona el rencor y el pecado; restituye lo ganado de mala manera, y
en seguida cesará su tristeza; pues si los ángeles celebran con gran regocijo cuando tú te conviertes,
¿qué hará el Hijo de Dios, a quien tanto le costó tu salvación? El siente más tu perdición, que sus
tormentos, por eso te dice: ¡Oh, hombre! Mira que sufro por ti. No hay dolor más grande que el que
ahora siento. A ti me aclamo, puesto que muero por ti. Fíjate en las penas que me afligen. Mira los
clavos con los que me han taladrado. Pero aunque mi dolor exterior sea tan grande, mayor es mi
angustia interior al ver lo ingrato que eres.
18.- Dime, mi Dios: ¿Por qué temes ahora la muerte, que antes tanto deseabas, si el cumplimiento
de un deseo es causa de alegría y no de temor? El patriarca Jacob deseó ardientemente ver de nuevo a
su hijo José, y cuando lo vio, fue tanto el placer que sintió, que lloró de alegría. Y tú, mi Dios, teniendo
ante tu vista lo que tanto deseaste, ¿te sientes triste? Los mártires no disponían de los favores, gracias y
fortaleza que tú; a lo más, ellos poseían una simple gota de aquello en lo que tu abundas, y sin embargo
ellos iban gozosos a la muerte. ¿Y tú, antes de entrar en la batalla, la temes?... Mas yo sé, Señor, que
ese temor no es tuyo, sino mío. Son mis pecados los que te hacen estar triste, y son mis culpas las que
suscitan en ti ese temor. Yo soy la causa de todo ello, pues yo fui la causa de tu Pasión.
19.- Dice San Mateo que, cuando Cristo se hubo apartado de los tres discípulos escogidos,
comenzó a sentir tristeza y angustia (Mt 26,37). Y lo expresa así para que entendamos que esa tristeza
no sólo fue natural y espontánea, sino voluntaria. Es decir, que de la misma manera que fue ofrecido en
sacrificio porque él lo quiso (Is 53,7), así también sintió tristeza y angustia porque él lo quiso. Y esta
tristeza no provenía sólo de su cuerpo, sino también de su alma. Por eso dijo: Mi alma siente tristeza de
muerte (ibíd. 38). Aunque es verdad que la parte superior de su entendimiento no dejó nunca de gozar
de la gloria, la parte inferior de su alma sintió el miedo y la angustia 2 . Y es que Dios concertó de tal
manera las dos partes, que ni la gloria que expe rimentaba su parte superior anulaba las tr isteza que
sentía su parte inferior, ni ésta impedía la gloria de aquélla, sino que cada una desempeñaba su oficio,
porque Cristo fue al mismo tiempo comprensor de la gloria y viador hacia ella. Y por eso, en cuant o
comprensor, la parte superior de su entendimiento gozaba ya de Dios; y en cuanto viador, su parte
inferior temía la muerte y se espantaba de los tormentos que se le avecinaban.
20.- Jesucristo se fue al huerto a orar. El evangelista San Lucas nos refiere muchas cosas acerca
de esta oración. Por un lado nos dice que, entrando en agonía, oraba con más fervor (Lc 22,44). Luego
añade que su sudor vino a ser como gotas de sangre que caían sobre la tierra (ibíd.). Y finalmente nos
informa de que un ángel del cielo se le apareció para confortarlo (ibíd.43). ¡Grandes misterios se
hallan aquí contenidos! Lo primero que se nos dice es que se vio sumido en agonía. La agonía denota
horror y espanto, y también batalla y contienda. Pues todo ello lo experimentó Cristo, porque, por una
parte, su espíritu estaba pronto para la muerte; y por otra, la carne, como débil y flaca, la rehusaba. Su
espíritu alegaba los grandes provechos que se seguirían de su muerte; pero la carne rehusaba los
grandes trabajos en los que iba a verse sometida. Y no sólo peleaban entre sí el espíritu y la carne, sino
también la parte superior e inferior de su alma, porque este horror no sólo lo experimentó el cuerpo,
sino también la parte inferior de su alma.
21.- Leemos en el libro del Génesis, cómo Jacob luchó y peleó con un ángel durante toda una
noche, y cómo éste le ganó y lo dejó cojo. Pero al fin le dio su bendición y le mudó el nombre,
diciéndole que ya no se llamaría Jacob, sino Israel (Gn 32,22-28). Jacob significa suplantador , y
representa al cuerpo de Cristo, que esta noche fue verdaderamente un suplantador, pues trabajó y
procuró todo lo que pudo para que Cristo no muriese. Mas qué engañados hubiéramos quedado si
Cristo no hubiera muerto, porque no nos hubiera aprovechado de nada el haberse hecho hombre y el
que anduviera treinta y tres años por el mundo con tantos trabajos. Todo esto no nos hubiera servido de
nada, si Cristo no hubiera muerto 3 . Nadie hubiera ido al cielo, ni hubiera visto a Dios, ni hubiera
disfrutado de la compañía de los ángeles, como él mismo lo indicó al decir: Si el grano de trigo
arrojado en tierra no muere, se queda solo; pero si muere, da mucho fruto (Jn 12,24). Por eso decimos
que el cuerpo de Cristo fue esta noche un suplantador, pues procuraba privarnos de todo nuestro bien y
del fruto de nuestra esperanza. En ángel con quien luchó y mantuvo el combate fue el espíritu, porque
aunque el cuerpo decía: Si es posible, pase de mí este cáliz ; el espíritu respondió en seguida: Pero no se
2 San Luis remite a la opinión común de los teólogos, recogida por S ANTO T OMÁS DE A QUINO en la Suma de Teología , III,
q.46, a.8.
3 San Luis remite de nuevo a la autoridad de S ANTO T OMÁS DE A QUINO , Suma de Teología , III, q. 46, art. 2 y 3, y q. 49, art.
5.
haga mi voluntad, sino la tuya (Mt 26,39). Y por eso podemos decir que el espíritu dejó cojo al cuerpo
de toda consolación. Y es que la parte superior del alma de Cristo esta noche suspendió todas las
consolaciones que en otros momentos solía comunicarle. ¡Qué cojo vemos esta noche a ese cuerpo en
casa de Pilato, en donde aparece amarrado de pies y manos y llagado de pies a cabeza! ¡Y qué cojo lo
vemos hoy a mediodía con un grueso clavo que le atraviesa los pies y le rompe las entrañas de dolor!
Mas con todo eso, el ángel, significado aquí por el espíritu, le mudó el nombre y lo llamó, en lugar de
Jacob, Israel, que significa el que ve a Dios , porque el espíritu trató de transformarlo de cuerpo mortal
y temeroso de la muerte, en cuerpo inmortal que pudiera ver a Dios con todas sus dotes inmortales.
Pues esta guerra entre el cuerpo y el espíritu es la agonía que sufrió Cristo. Esta lucha fue prefigurada
también en la lucha que los hijos de Rebeca mantuvieron en su vientre (cfr. Gn 25,22). Rebeca
representa a la humanidad de Cristo; y los dos hijos, a sus dos voluntades. La divina quería morir; la
humana, en cambio, la rehusaba. Y esto mismo fue prefigurado en el pleito que sostuvieron delante de
Salomón las dos madres que reclamaban para sí un mismo hijo (3 R 3,16 y ss.).
§ IV
22.- Muchas causas motivaron el que Cristo sintiera en esta hora una agonía tan grande. La
primera, el ver que su petición dirigida al cielo, no iba a ser eficaz, porque al decir que, si era posible,
deseaba no beber aquel cáliz tan amargo, por todas partes se le cerraron las puertas; esto es, todos los
cielos le contestaron que no era posible lo que pedía. En primer lugar, su Padre eterno, porque al
principio del mundo, cuando entraron en consulta éste con su Hijo de que si creaban al hombre a su
imagen y semejanza y luego se perdía, el Hijo con su muerte tenía que remediarlo, éste estuvo de
acuerdo; y por tanto, como el Padre tenía dada su palabra, era necesario que con la muerte del Hijo se
remediara al hombre. Si preguntamos al Espíritu Santo si era posible que Cristo no bebiera de este
cáliz, también éste responde que no, porque había profetizado por boca de los profetas que tenía que
morir. Así nos lo recuerda San Pedro: Dios ha cumplido de esta suerte lo anunciado por boca de todos
los profetas que Cristo tenía que padecer (Hch 3,18). Si preguntamos a los ángeles, todos responden
que tiene que morir, porque las sillas del cielo están vacías y con su sangre se han de reparar. Los
serafines dicen que es menester que muera para que les exceda en caridad, porque ellos están
inflamados de amor, y Cristo tenía que demostrar que no cabe en nadie amor más grande que el dar la
propia vida por sus amigos (Jn 15,13). Los querubines, por su parte, afirman que ellos son muy sabios,
y que Cristo ha de morir buscando la forma y manera de excederlos, venciendo a sus enemigos con su
muerte. Los tronos reclaman también su muerte, porque ellos constituyen el trono en donde esta
asentada la justicia, y ésta exige que muera. Y así todos los demás que constituyen la corte celestial
exigen que muera, porque con su sangre ha de pacificar el cielo entero. Por consiguiente, con la súplica
que Cristo dirigió al cielo no obtuvo ninguna consolación.
22 (bis).- En el limbo, entre los santos padres que se encontraban en él, tampoco se hallará
a nadie que diga que no muera; ni entre los patriarcas, ni entre los jueces, ni entre los profetas. El
primer patriarca, que fue Adán, pide que muera, pues su pecado fue la causa de que todos muriesen, y
Cristo, con su muerte, ha de ser la causa de que todos volvamos a la vida. Escribe San Pablo: De la
misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, fueron muchos constituidos pecadores, así
también por la obediencia de uno solo, serán muchos constituidos justos ( Rm 5,19). Abel dice que
muera, porque así como él murió por la envidia de su hermano y su sangre derramada exigía justicia
(cfr. Gn 4,8-10), de la misma manera Cristo tenía que morir por la envidia del pueblo judío y su sangre
derramada en el monte Calvario exigía justicia para los fariseos y misericordia para los predestinados.
Noé a su vez reclama que muera, porque así como él, mediante el arca, fue causa de la restauración del
género humano (cfr. ibíd. 8), igualmente Cristo, mediante el arca de la Cruz ha de redimir a todo el
mundo. Abraham pide que muera porque así como, cuando el sacrificio de su hijo, el cordero fue
sacrificado (cfr. ibíd. 22,13), así también Cristo ha de morir en cuanto hombre para redimir al hombre.
Isaac, por su parte, pide lo mismo, pues él llevó la leña a cuestas al monte (cfr. ibíd. 22,6), y Cristo ha
de llevar la Cruz. Jacob también dice que muera, pues yendo él a Mesopotamia se durmió sobre una
roca y vio una escalera por la que bajaban y subían los ángeles (cfr. ibíd. 28,12), y Cristo ha de ser
sepultado en un sepulcro de piedra y, mediante la escalera de su Pasión, los hombres subirán al cielo y
los ángeles bajarán para servirles. Si después de los patriarcas preguntamos a los jueces, todos
responden asimismo que es necesario que muera. Moisés, el primero, dice que prefigurando su muerte
en cruz, levantó él una serpiente de bronce en el desierto, para que los heridos de serpiente, al mirarla,
no murieran (cfr. Nm 21,8-9). Con esto se prefiguró que Cristo tenía que ser levantado en alto, para que
los heridos por la serpiente del pecado, mirándolo así colgado de la Cruz, curasen. Josué, que fue el
segundo de los jueces, pide también que muera, pues ya que él con el fragor de las trompetas derribó
los muros de Jericó (Jos 6,5), así el pueblo judío ha de llevar a Cristo al monte Calvario al son de
trompetas, y allí derribarán los muros de sus sacratísimos miembros y los clavarán sobre una Cruz.
Gedeón reclama asimismo que muera, pues así como él, estando debajo de una encina, limpiaba el trigo
para su casa (cfr. Jc 6,11), de igual manera el Hijo de Dios, colocado debajo de la encina de la Cruz, ha
de limpiar el trigo de los predestinados sobre la piedra de su Pasión. Jefté dice igualmente que muera,
porque así como él ofreció a su hija única en sacrificio (cfr. ibíd. 11,34-39), así también Cristo ha de
ofrecer su humanidad sacratísima sobre el altar de la Cruz. Si se lo preguntamos a Sansón nos responde
igualmente que es necesario que muera, pues así como él, abrazándose a las columnas del templo y
muriendo, triunfó de sus enemigos (cfr. ibíd. 16, 29-30), así Cristo, abrazándose a los brazos de la
Cruz, ha de alcanzar la victoria sobre el demonio. Samuel, el último juez, dice también que muera,
porque para ungir al rey David, tuvo que menospreciar a Saúl y ofrecer, primero, el sacrificio de un
becerro (1 R,16,1-3), y este hecho era una figura de cómo, el Hijo de Dios, para ungir como rey a los
pueblos gentiles y darles el reino de la Iglesia, tenía que despreciar a Saúl, esto es, al pueblo judío, y
ofrecer en sacrificio el becerro de su santísimo cuerpo. Por eso dice el Salmista: Esto le será más grato
al Señor que si le inmolara un ternerillo cuando comienzan a salirle las hastas y las pezuñas (Sal
68,32). Es decir, un becerro nuevo, sin la vejez del pecado. Por eso escribe San Pedro de Cristo: El cual
no cometió pecado alguno, ni se halló dolo en su boca ( 1 P 2,22). Becerro al que le salen cuernos, no
en la frente, sino en las manos, como afirma Habacuc: Cuernos tiene que saltan de su mano (Ha 3,4); y
cuernos no de hueso, sino e hierro, que son los duros clavos con que lo clavaron. Becerro que produce
uñas, las cuales están simbolizadas por los tormentos de su Pasión y con las cuales ha de despedazar al
demonio y liberar a la presa de sus manos. En este sentido afirma Zacarías: Tú, mediante la sangre de
tu testamento, has hecho salir a los tuyos, que se hallaban cautivos, del lago en el que no hay agua (Za
9,11). Pues, ¿en qué consiste esta agonía en la que se ve sumido Cristo, sino en la uña que empieza a
nacerle?
23.- Si a continuación preguntamos a los profetas, si es posible que Cristo no muera, todos nos
responden que no. Elías dice que muera, porque él fue llevado en un carro de fuego al paraíso (cfr. 4 R
2,11), y ese carro representa a la Cruz del Hijo de Dios, toda encendida en fuego de amor, que ha de
conducir a los hombres al cielo; y pide también que muera, porque él, siendo perseguido por Jezabel,
llegó a un monte y, fatigado, se durmió debajo de un enebro (cfr. 3 R 19,4), y esto representa que
Cristo, perseguido por la sinagoga cruel, había de llegar fatigado y cansado, y así morir bajo la sombra
de la Cruz. Por su parte, el profeta Eliseo nos dice asimismo que es necesario que Cristo muera, porque
él, para resucitar al muchacho de la sunamita, echóse sobre él poniendo su boca sobre la boca, y sus
ojos sobre los ojos, y sus manos sobre las manos (cfr. 4 R 4,34), y lo mismo ha de hacer el Hijo de Dios
para resucitar al linaje humano, esto es, se ha de tender a lo largo y exhalar siete veces su aliento sobre
él, que son las siete palabras que pronunció desde la Cruz. Isaías afirma igualmente que ha de morir,
porque como él mismo escribe: En verdad él tomó sobre sí nuestras dolencias y pecados, y cargó con
nuestras penalidades; pero nosotros lo reputamos como un leproso, y como un hombre herido de la
mano de Dios y humillado. Siendo así que por causa de nuestras iniquidades fue él llagado y
despedazado por nuestras maldades; y el castigo del que debía nacer nuestra paz con Dios descargó
sobre él, y con sus cardenales fuimos nosotros curados (Is 53,4-5). Y el propio Isaías añade que ha de
morir el Mesías, porque ofreció su rostro para que fuese abofeteado y para que sus barbas fueran
arrancadas (cfr. ibíd. 50,6). Y todo esto es figura de Cristo. También Ezequiel afirma que debe morir,
porque vió cómo del lado derecho del templo salía abundante agua (cfr. Ez 47), y esto es un símbolo
del cuerpo de Cristo, templo de la divinidad, de cuyo costado derecho ha de salir desde la Cruz la
abundante agua de los sacramentos con la cual se mate por completo la sed de las almas. Finalmente,
Daniel dice que así como él se vio echado en el lago de los leones, para que éstos le despedazasen (cfr.
Dn 14,22 y ss.), así el Hijo de Dios se ha de ver en el Calvario en medio de aquellos sayones, más
fieros que los leones, para que le hagan pedazos sus carnes con los clavos y la lanza. Por tanto,
hermanos, como veis, no hay ningún profeta en el mundo que diga que Cristo no haya de morir. Y por
eso San Juan vio un cordero muerto, desde el principio del mundo, porque desde entonces, tanto el
cielo como el infierno, reclaman que no es posible que Cristo no muera.
§ V
24.- Pues en la tierra tampoco hallaremos a nadie que diga que no muera Cristo, porque en ella
sólo hay que pecadores, aherrojados en la aflicción y entre cadenas (Sal 106,10), y saben que no hay
otro rescate para ellos que la sangre de este Cordero, como afirma San Juan en el Apocalipsis: Con tu
sangre nos has rescatado (Ap 5,9). Por eso no pueden decir otra cosa sino que conviene que muera.
¡Oh, verdadero José, y cómo te veo rodeado de tus hermanos que claman a voces: Ea, matésmole ! (Gn
37,20). Todos vocean lo mismo. Los ángeles dicen que muera, para que restaure las sillas vacías. Los
patriarcas desean que muera para que se cumplan las promesas. Los jueces piden que muera, para que
se restablezca la justicia. Los profetas reclaman que muera para que se cumplan sus profecías. Y
finalmente los pecadores solicitan lo mismo para que se acabe su cautiverio. Todos claman a coro: ¡Ea,
matémosle! ... ¡Oh Hijo de Dios!, pues si es tan cierta tu muerte, te suplicamos que tú mismo respondas
si es posible tu petición, de que pase de ti el cáliz de la Pasión. Y, entonces, él mismo nos responde que
no, porque: Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre
sea levantado, para que todo el que crea tenga en él vida eterna ( Jn 3,14). Pero, si esto es así, ¿por qué
pide Cristo lo que sabe que es imposible? A eso responde San León Papa diciendo, que de ninguna
manera hemos de pensar que el Hijo de Dios quisiera huir de la muerte, habiendo anunciado tantas
veces a sus discípulos que tenía que morir y que su muerte era necesaria 4 . Es más, como sabemos,
incluso reprendió a San Pedro severamente, llamándole Satanás , porque le rogaba que no muriese (cfr.
Mt 16,23). No rehúsa la muerte el que desde la eternidad, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo,
había dictado esta sentencia. No teme la muerte en sí, porque como dice Isaías: Fue ofrecido en
sacrificio, porque él mismo lo quiso (Is 53,7). Cuando pide, que pase de mí este cáliz , no es su dignidad
la que habla, sino la flaqueza de su naturaleza humana y temerosa. Y lo pide así, por varias razones. En
primer lugar, para desterrar el error de los maniqueos, que afirmaban que Cristo no tenía un cuerpo
verdadero, sino fantástico 5 . En segundo lugar, para enseñarte que, aunque sepas que Dios te tiene
condenado al infierno, no por eso debes dejar de orar y suplicar tu salvación. Pues, como decía más
arriba San Ambrosio: Dios es capaz de cambiar su sentencia, si tú eres capaz de enmendar tus delitos.
Además, según San León, cuando Cristo pide que pase el cáliz, esas palabras no son suyas sino
nuestras, y representan la fragilidad de nuestra naturaleza, para que así aprendamos a armarnos de
paciencia y a echar lejos todo temor, cuando las cosas nos son adversas 6 . Esto mismo afirma San
Ambrosio, cuando exclama: Se compadeció de mí, quien por sí mismo no quiso compadecerse 7 . Por
otra parte, con esta petición, Cristo quiso enseñarnos cómo hemos de pedir los bienes temporales, esto
es, no de forma absoluta, sino condicional, porque según indica San Pablo: Ni siquiera sabemos qué
hemos de pedir en nuestras oraciones (Rm 8,26). Como afirma San León Papa: Estas palabras de la
Cabeza son salvación para todo el cuerpo; y con ellas instruyó a los fieles, confortó a los confesores y
coronó a los mártires 8 . ¿Quién hubiera podido soportar la tempestad de las tentaciones; y a quién no le
hubiera espantado la crueldad de los tiranos, si el Hijo de Dios no hubiera dicho por todos, y en nombre
de todos: Hágase tu voluntad ?... Aprendan de este ejemplo todos los cristianos, redimidos por la sangre
de Cristo y justificados por un acto de su voluntad; apréndanse estas palabras y, aunque la carne sea
flaca y diga, que pase de mí este cáliz , que el espíritu se muestre valeroso en decir: Pero hágase tu
voluntad . De donde se sigue que, cuando Cristo ora, no lo hace en beneficio suyo, sino para que la
virtud y el efecto de su Pasión no se queden sólo en él, sino que pasen a todos nosotros.
4 Cfr. S AN L EÓN M AGNO , Sermón 5º sobre la Pasión del Señor .
5 Cfr. S ANTO T OMÁS DE A QUINO , Suma de Teología , III, q. 5, art.1; q. 14, art. 1 y 2; y Suma contra los Gentiles , lib. IV,
cap. 29, 30 y 34
6 Cfr. S AN L EÓN M AGNO , Sermón 7º sobre la Pasión del Señor
7 S AN A MBROSIO , Libro X sobre el evangelio de San Lucas , cap. 22.
8 S AN L EÓN M AGNO , Sermón 7º sobre la Pasión del Señor .
25.- Esto lo dice más claramente aún San Hilario cuando afirma que así como el miedo y la
tristeza que experimentó Cristo fue por sus discípulos y por los predestinados, así esta petición estaba
dirigida en favor de ellos, para que les llegase la virtud de su Pasión 9 . Como si dijera: «Padre, yo os
suplico que, si es posible, así como yo tengo que beber el cáliz de mi Pasión, así también lo beban mis
discípulos; y que así como yo lo bebo sin perder la esperanza, sin s entimiento de dolor y sin temor a la
muerte, de igual manera lo beban ellos». Esto se cumplió luego, cuando según el relato de los Hechos
de los Apóstoles, éstos se retiraron de la presencia del Sanedrín muy gozosos, porque habían sido
hallados dignos de sufrir aquel ultraje por el nombre de Jesús (Hch 5,41). ¿Cual fue si no la causa por
la que, cuando San Andrés vio la cruz en la que había de ser crucificado, exclamó con gran alegría: ¡Oh
cruz dichosa, tanto tiempo deseada y ya preparada según mis deseos! Confiado y alegre me llego a
ti ? 10 . ¿Y cómo se explica que San Lorenzo, hecho pedazos por los tormentos, y echado al fuego, se
mantuviese tan alegre y le dijese al tirano: Ya está bastante asado mi cuerpo, dale la vuelta y come ? 11 .
¿No es lógico pensar que todo esto fue posible, porque se cumplieron en ellos los efectos de la súplica
de Cristo: Si es posible, que pase este cáliz ?... San Jerónimo añade otra explicación, y dice que cuando
Cristo pidió que pasara el cáliz, lo hizo movido por compasión hacia los judíos, porque si él moría,
ellos no tendrían ninguna excusa de su pecado.
§ VI
26.- También Lucifer y los ángeles apóstatas, viendo a Cristo en oración y temiendo que
mediante ella se librase de la Pasión, responden que es imposible que pase el cáliz sin que él lo beba .
Pero Lucifer convocó a consejo a todos sus ángeles, y les preguntó si era posible o no esta petición.
Porque si era posible, habían de trabajar para que no muriera; y si no era posible, era necesario darse
prisa para colgarlo de la Cruz 12 . Unos opinaron que, para ellos, era necesario que no muriera, porque
sospechaban que era el Mesías prometido en la ley, ya que las señales que había hecho a lo largo de su
vida lo manifestaban como Hijo de Dios, y además parecía que todas las profecías s e estaban
cumpliendo en él. Ahora bien, si era el verdadero Mesías, y le matamos, con su muerte nos destruirá,
despojará nuestro infierno y nos quitará todo el poder que tenemos sobre el mundo. Como dijo Oseas:
¡Oh muerte!, yo seré tu muerte, yo destruiré el infierno (Os 13,14). Por consiguiente, por lo que
respecta a nosotros, no conviene en absoluto que muera, y por tanto hemos de deshacer todo lo que
hemos urdido y tramado para darle muerte. Otros dijeron: A nosotros nos parece que conviene que no
viva y, por tanto, su petición no es posible que se cumpla, ya que no hay que temer que sea Dios. Lo
hemos visto nacer temblando de frío; luego huir de Herodes, y cansado, y muerto de hambre. Todo esto
es muy extraño para el Mesías que ha de venir. Por consiguiente lo más conveniente es que muera, pues
si vive todo el mundo se irá con él (Jn 12,19), y con su predicación destruirá todo tipo de idolatría.
Pareció bien esta sentencia a Lucifer, y acordaron que era imposible lo que pedía, y por tanto que tenía
que morir. Luego se dieron mucha prisa en solicitar a Judas para que lo vendiera; a los fariseos para
que lo acusasen; a San Pedro para que lo negase; y a Pilato para que lo condenara a muerte. Todo esto
fue industria del demonio, como lo dijo el propio Cristo: Esta es vuestra hora y la del poder de las
tinieblas (Lc 22,53). Con lo que dio a entender que en aquella hora sería él entregado para que, por
medio de los miembros y ministros del demonio, se ejecutasen sobre él todos los tormentos y
crueldades que quisiesen. Esto lo profetizó Zacarías cuando dijo: Hízome ver el Señor al Sumo
Sacerdote Jesús, que estaba en pie ante el ángel del Señor, y estaba Satán a su derecha para
oponérsele (Za 3,1-2). Este Sumo Sacerdote es Jesucristo, de quien afirmó David: Juró el Señor y no se
arrepentirá: Tú eres Sacerdote sempiterno según el orden de Melquisedec (Sal 109,4). Pues a este
Sacerdote lo veremos esta noche con sus ropas sucias y bañadas en sangre, y al demonio a su derecha,
dándose prisa. Hermanos, ¿no hay quien consuele a Cristo en el huerto y le diga que es posible su
petición?...
9 Cfr. S AN H ILARIO , Comentario a San Mateo , nº 31.
10 De la liturgia de la fiesta de San Andrés.
11 De la liturgia de la fiesta de San Lorenzo.
12 Cfr. S ANTO T OMÁS DE A QUINO , Lectura sobre el Evangelio de San Mateo , cap. 27,19.
§ VII
27.- Sólo una persona se duele del Hijo de Dios y se esfuerza por que su petición sea posible: su
triste y lastimada Madre. Ella sola es la que se duele de ver a su Hijo en tan penosa agonía, y la que se
esfuerza, pues le parece cosa posible y muy justa, por que su Hijo no muera, puesto que no encuentra
causa justa por la que merezca la muerte. ¿Por qué, Padre celestial, decís que no es posible que vuestro
Hijo, e hijo mío, no puede seguir viviendo? Yo conozco muy bien su inocencia, pues lo concebí sin
obra de varón y lo parí sin dolor; en su vida no ha habido nada digno de reprensión; durante treinta y
tres años ha estado en mi compañía y siempre me ha sido muy obediente. ¿Cómo decís, Padre eterno,
que no es posible? No es eso lo que me dijo de parte vuestra el ángel cuando me aseguró: Para Dios no
hay nada imposible (Lc 1,37). Pues, ¿cómo una cosa tan fácil decís ahora que es imposible? Y si es así,
porque vos lo habéis determinado, bien sabéis, Padre celestial, que vos no sois como los hombres que,
cuando dan la palabra, quedan obligados en justicia a cumplir lo que han prometido. En vos no cabe
obligación alguna, pues sois infinito, y no hay palabra que os obligue. Si vos queréis, todavía es posible
que vuestro Hijo no muera. Y vos, Espíritu Santo, ¿por qué decís también que no es posible? Aunque
vos hayáis profetizado que mi Hijo ha de morir, creo que ya son suficientes los trabajos que ha pasado,
para que vuestra palabra se cumpla, porque la agonía en la que se ve sumido es ya otro género de
muerte. Y vosotros, ángeles, ¿cómo decís que no es posible? ¿No sabéis que mi Hijo os creó de la nada
con sólo su palabra? Pues el mismo poder posee ahora para hacer que los pecadores, que no son nada,
reciban la gracia con una palabra suya, y así pasen a ser algo, y puedan ocupar las sillas del cielo. Y
vosotros, patriarcas, ¿cómo decís que no es posible? ¿No sabéis que suficientísimamente pudo pagar
vuestras deudas con una gota de sangre de las que ahora está vertiendo, y que cumplió todas sus
promesas al tomar nuestra naturaleza humana y hacerse hombre como nosotros? Y vosotros, pecadores,
¿cómo decís que no es posible? Siendo verdad que para lavar vuestros pecados era menester su sangre,
¿no os parece que la que derramó en la circuncisión fue ya suficiente? Y si aquélla os parece poca, ¿no
os basta la que ahora le veis sudar gota a gota?
28.- ¡Oh soberana Reina del cielo! ¡Cuán vivas y valiosas son las razones que dais para concluir
y convencer a cualquiera de que no es necesario que vuestro Hijo muera! Mas, vos, Señora, sois parte
interesada, puesto que sois Madre, y estáis sola. Por eso no se admitirán vuestras razones. El proceso de
vuestro Hijo está cerrado y sentenciado que no es posible que viva, sino que es necesario que muera.
Esta es la primera causa de su agonía. Ver cerradas por todas partes las puertas de la misericordia, y
abiertas las de la justicia que lo condenan. Pensad qué tormento supondría y qué agonía tan mortal
sentiría un mancebo delicado, que se viese condenado a grandes tormentos, y apresado, sin culpa
alguna, y no hallase en nadie remedio para su vida. Pues aún mayor fue la agonía que experimentó
Cristo.
§ VIII
29.- La segunda causa de su agonía fue ver, por una parte, que iba a morir por todos los pecados
del mundo; y por otra, ver cuán poquitos iban a aprovecharse de su Pasión. Este dolor llegaba a sentirlo
en lo íntimo de sus entrañas más que los sufrimientos que tenía que padecer en su persona. La tercera
causa fue ver que todos sus discípulos, a los que tanto amaba, le abandonarían y huirían y se meterían
en la boca del dragón. La cuarta causa, y quizás la que más lástima le producía, fue ver y percatarse de
que su Pasión iba ser muy amarga para su triste Madre. Se le representaba cómo su Pasión iba a ser
para ella una espada afilada, que le partiría las entrañas; y esto le causaba una grande agonía. Si el santo
Tobías, estando en casa de su suegro con tanto regocijo, no comía bocado que le supiese bien,
recordando la agonía y la angustia en la que había dejado a su madre cuando se despidió de ella (cfr. Tb
10,9), ¿qué haría el Hijo de Dios cuando recordase la pena y la angustia con que dejó a la suya, cuando
se despidió de ella en Betania? ¿Y qué sentiría cuando previese que ella iba a estar al pie de la Cruz tan
llena de dolores?... Pues, ¿qué haces tú, cristiano que me escuchas? ¿Ves a tu Dios en tanta agonía y
angustia, y no te entristeces y sientes profundo dolor? Jeremías os amonesta diciendo: Derrama día y
noche a manera de torrente las lágrimas; que tus ojos no reposen ni cesen de llorar (Lm 2,18).
30.- Lo segundo (cfr. nº 20) que nos dice el evangelistas San Lucas, es que, después de entrar en
agonía, Cristo oraba con más fervor ( Lc 22,44). Con lo cual quiso enseñarnos que el mejor remedio
para nuestras necesidades es la oración, que es como el fiel mensajero de nuestras miserias, y al que
nunca jamás se le cierran las puertas de cielo. De este remedio usó Jacob cuando se vio en peligro a
causa de su hermano Esaú, y Dios lo libró (cfr. Gn 32,9-12). De este mismo remedio se aprovechó la
santa Susana, cuando se vio en manos de los jueces (cfr. Dn 13,42-43). Y lo mismo hizo Daniel estando
en el valle de los leones (cfr. Dn 14,37). A todos ellos los escuchó Dios y les envió el socorro del cielo,
pues él mismo dice por el Salmista: El justo clamará a mí, y le oiré benigno. Con él estoy en la
tribulación; lo pondré a salvo y lo llenaré de gloria (Sal 90,15). Solamente a su Hijo no lo escucha, ni
lo libra de los trabajos y de la agonía en la que se encuentra. Respecto a la manera en que oró, San
Mateo nos dice: Se postró sobre su rostro (Mt 26,39). Es decir, que oraba echado en el suelo y puesto
su rostro en tierra, para enseñarnos que hay que orar con humildad, no estando de pie como el soberbio
fariseo (cfr. Lc 18,13), sino postrados por tierra y reconociendo nuestra indignidad. Además oró por
tres veces, para mostrarnos que hemos de orar con frecuencia, porque estas dos cosas hacen que la
oración alcance lo que se pide. Por una parte, la humildad, porque, como dice el Eclesiástico: La
oración del humilde traspasará las nubes ( Ecli 35,21). Esta es que la eleva a la oración hasta el
acatamiento de Dios, ya que quien se humilla será ensalzado (Mt 23,12). Y por otra parte, la
perseverancia, que es la que da eficacia a nuestra oración para que alcancemos lo que pedimos. En este
sentido escribe el Apóstol Santiago: Mucho vale la oración perseverante del justo (St 5,16). Esto
mismo nos lo significó el Espíritu Santo en la figura de Ester, la cual para entrar ante el rey Asuero,
tomó a dos doncellas para que la acompañaran: una que le llevase las faldas, y otra sobre la que iba
reclinada (cfr. Est 15,4-7). Ester significa cosa elevada, y por eso representa a la oración que se la
define como: La elevación de la mente a Dios 13 . La doncella que le llevaba las haldas, representa a la
humildad, que quita las haldas de la vanagloria y de la presunción; y la otra doncella, sobre la que Ester
iba reclinada, representa a la persever ancia con que se ha de pedir. Con estas dos criadas entró ella en
presencia de Asuero, que representa a Dios, en quien está toda nuestra bienaventuranza y de quien
hemos de alcanzar todo lo que pedimos.
31.- Cristo ora apartado de sus discípulos para enseñarnos que, para orar, hemos de apartarnos de
la compañía de los hombres, por muy amigos y familiares que sean. Esto es lo que nos dice Jeremías:
Se estará quieto y callado, como un solitario, cuando el Señor lo levanta sobre sí (Lm 3,28). ¿Quién
duda de que los que están a solas con Dios, hablando con él, se elevan más altos de lo que merece su
dignidad? Porque esa oración, en cuanto al alma, los transfigura en Dios; y en cuanto al cuerpo, muchas
veces son levantados del suelo, como leemos de muchos santos. Esto mismo afirma Dios por Oseas: Yo
lo llevaré a la soledad y le hablaré al corazón (Os 2,14). Y esto mismo lo atestigua David diciendo: He
aquí que me alejaré huyendo y permaneceré en el desierto (Sal 54,8). ¿Quieres tú, que tu oración sea
escuchada? Ora con humildad, ora con perseverancia, y ora con reposo y quietud de espíritu, que esto
es lo que significa irte al desierto. Cuando oras, has de dejar todos los tratos y negocios del mundo.
Tengo para mí, que una de las causas por las que Dios no atiende las oraciones de muchos, es porque ni
ellos mismos se entienden, pues están orando y al mismo tiempo pensando en mil cosas impertinentes.
Estos tales no se han ido al desierto, ni se han apartado de sus discípulos. Y de la misma manera que
ellos no se entienden, así tampoco los entiende Dios, ni los escucha. Es menester, pues, que cuando
oras digas con San Pablo: Oraré con el espíritu, y oraré también hablando inteligiblemente; cantaré
salmos con el espíritu, pero los cantaré también inteligiblemente (1 Co 14,15). En suma, que el
entendimiento y la voluntad estén ocupados en Dios.
§ IX
32.- Lo tercero (cfr. nº 20) que nos dice el evangelista San Lucas es que a Cristo, estando
postrado en tierra, le produjo tanto horror y espanto el pensamiento de la muerte con que tenía que
morir, que se le abrieron los poros de su cuerpo, y empezó a sudar gotas de sangre con tanta
13 S AN J UAN D AMASCENO , Sobre la fe ortodoxa , lib. III, cap. 24.
abundancia que corrían hasta el suelo. Se le representaron allí todos los tormentos que tenía que
padecer. Cómo su cuerpo virginal iba a ser amarrado, azotado y desconcertado; cómo le abofetearían su
divino rostro; cómo le agujerearían toda su cabeza con una corona de espinas horrenda y espantosa; y
cómo le cargarían una Cruz tan pesada, y en ella lo sujetarían con clavos, etc. Y espantada su
humanidad santísima por tantos tormentos en los que se había de ver, empezó de tal manera a agonizar,
que en lugar de sudar agua, sudó sangre. ¿Qué es esto, mi Dios? ¿Sudáis gotas de sangre?
Verdaderamente es grande la agonía que os atormenta, pues fuerza a la sangre a que salga por los
poros. De los sacerdotes de Baal leemos que, para que su dios los oyese, se rasgaron las venas y
quedaron todos ensangrentados (cfr. 3 R 18,28). Pero nuestro verdadero Sacerdote no suda sangre
porque su Padre no le escuche, sino porque tú no le oyes llorar y derramar lágrimas por tus pecados.
Ahora no le azotan los verdugos, ni le coronan de espinas los soldados de Pilato. No son los azotes los
que sacan a este Cordero la sangre de sus venas, ni los clavos. Son tus pecados; ellos son los verdugos
que le azotan; ellos son las espinas que lo punzan; ellos son la carga tan pesada que lleva a cuestas y le
hacen sudar sangre. Y es que, como dice Isaías: El Señor ha cargado sobre sus espaldas la iniquidad
de todos nosotros (Is 53,6). Pues grande ingratitud sería por tu parte, hermano, que mientras el Hijo de
Dios derrama gotas de sangre por tus pecados, que tus ojos no derramen lágrimas porque le ofendiste.
¡Oh, cuán cara te cuesta, Salvador mío, mi salvación y mi remedio! ¡Oh, mi verdadero Adán, expulsado
del paraíso por mis pecados, y que ahora con sudores de sangre te ganas el pan con que me has de
mantener!
33.- Con toda clase de circunstancias nos ha declarado el evangelista este paso de Cristo, tan
digno de compasión. Al decirnos que sudaba sangre, nos da a entender el grandísimo fuego de amor
que ardía en su pecho. Los hombres no sudan sino en tiempo de mucho calor. Por eso, al decirnos que
sudó sangre nos muestra el precio que traía encerrado en su pecho para nuestra salvación. Ya se
empieza a abrir el saco de Benjamín en donde hallaremos el precio de nuestro rescate (cfr. Gn 44,1-2).
Y al decir que corría hasta el suelo la sangre, nos significa la abundancia, que fue tanta, que desde el
rostro caía por tierra, pasando por las ropas y todo el cuerpo. ¡Hasta la tierra corre la sangre! ¿A quién
representa la tierra sino a los pecadores envueltos en sus pecados? Pues por eso derrama la sangre,
porque por ellos había derramado antes su doctrina: No he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores (Mt 9,13). Este sudor lo vio ya Isaías, y se pregunta: ¿Por qué está rojo tu vestido, y está tu
ropa como la de aquellos que pisan la vendimia en el lagar? (Is 63,2). Y esto mismo vio Jeremías
cuando exclama: En las faldas de tu vestido se ha hallado sangre de los pobrecitos e inocentes (Jr
2,34). Y esto mismo vio también Ezequiel: Pasando cerca de ti, te vi ensuciado en tu propia sangre
(Ez 16,6). Y este sudor lo profetizó Jacob, cuando dijo: El Mesías lavará en vino su vestido, y en la
sangre de las uvas su manto (Gn 49,11). Y esto mismo nos lo prefiguró el Espíritu Santo en el Exodo
cuando Moisés roció el Libro del Testamento con sangre en señal de la paz y reconciliación con Dios
(cfr. Ex 24,6-8). Este libro es Jesucristo, en donde está escrito cuanto Dios nos manda. Y a éste lo
vemos hoy rociado de sangre en señal de paz. Esto mismo se prefiguró en Amasá quien, según el libro
de los Reyes, revolcado en su sangre, yacía tendido en medio del camino (2 R 20,12). Hoy vemos que
el vellocino de Gedeón quedó cubierto de rocío (cfr. Jc 6,37-38). Hoy brota agua de la piedra en el
desierto (cfr. Ex 17,6; Nm 20,10-11). ¿Quién esta piedra sino Cristo? Dice San Pablo: La piedra era
Cristo (1 Co 10,4). En el desierto del huerto Cristo fue herido dos veces. La primera vez fue cuando
dijo: Mi alma siente tristeza . Este fue el primer golpe sobre la piedra, y no sacó agua. El segundo fue la
consideración de todo lo que tenía que sufrir. Y este golpe fue tan fuerte, que corrió tanta sangre que
llegó hasta correr por tierra.
34.- De este sudor le hablaba él a la esposa del Cantar de los Cantares, cuando le decía: Ábreme,
hermana mía, amiga mía, paloma mía, mi inmaculada; porque está cubierta de rocío mi cabeza y del
relente de la noche mis cabellos (Ct 5,2). ¡Qué palabras tan dulces, tan suaves y tan llenas de amor de
Dios! Ábreme, ¡hermana mía!, pues tú eres mujer y yo soy hombre; tú eres hija de Dios, y yo soy Hijo
de Dios. ¡Amiga mía! , pues te amo tanto que por tu amor derramo la sangre. ¡Paloma mía! , pues en mis
manos y en mis pies y costado he hecho un hueco en donde puedas criar. E ¡inmaculada mía! , porque
con mi sangre te lavé. ¡Oh, mi Dios! ¿Y qué queréis del alma a la que así habláis con palabras tan
dulces y con requiebros tan divinos? Veamos, ¿qué le pides? — No más sino que me abra las puertas
de su corazón; que me dé aposento dentro de su voluntad. Por eso le digo: ¡Ábreme! Pero, ¿por qué
queréis entrar? ¿Para condenarla en su pecado? ¿Para robarle lo que tiene? ¿Queréis que os abra para
afrentarla?... No, sino porque mi cabeza está cubierta de rocío . Quiero que me abra, porque traigo todo
mi rostro rociado de sangre, y mis ropas manchadas por las gotas de sangre que esta noche he sudado.
¡Ábreme! , porque traigo el rostro cubierto de rocío para lavarte, y mis ropas llenas de sangre para tu
rescate. No quiero que me abras por una necesidad mía. Vengo para ti, pues para ti es la tristeza y la
agonía en la que me he visto sumido; y para ti es la sangre que he sudado. ¡Ábreme! ... Palabras son
éstas, verdaderamente capaces de romper las peñas de los corazones obstinados y empedernidos por sus
pecados. ¿Que estando tú tan descuidado de Dios y durmiendo en la noche de tus pecados, con las
puertas de tu corazón cerradas a él, y que entonces venga él a ti, y te hable con palabras tan dulces, y
que te pida con grandes requiebros que le abras, pues viene a lavarte con su sangre, es decir, a darte su
gracia y sus dones? ¡Qué infinita bondad es ésta! Y también sería una infinita ingratitud el que,
habiendo usado él de tanta bondad, fueses tú tan ingrato, que no le abrieses, ni le dieses aposento en tu
alma. ¡Ea, pecadores!, ¿qué hacéis empedernidos en vuestros pecados? Mirad que el Hijo de Dios viene
a vosotros todo sudado y bañado en sangre, pidiendo dulcemente que le abráis la puerta. Dejad, pues,
vuestros pecados, y no aguardéis a que tenga que dirigiros palabras muy rigurosas. Pues en lugar de
deciros, ¡ábreme! , os dirá, ¡apartaos de mí! ; y en lugar de ¡amiga mía! , os llamará ¡malditos! Abridle
ahora, limpiadle el rostro, que lo trae ensangrentado por la sangre de vuestros pecados. ¡Oh, Hijo de
Dios! ¡Y qué poquitos son los que os darán un paño para que os limpiéis! Sólo vuestra triste Madre es
la que se quitaría de buena gana el velo de su cabeza para limpiaros la sangre de vuestro rostro.
§ X
38.- Lo cuarto (cfr. nº 20) sobre lo que nos informa el evangelista San Lucas es que, estando
Cristo en agonía: Un ángel del cielo se le apareció para confortarlo (Lc 22,43). ¡Oh, riqueza del cielo!
¡Oh, bienaventuranza cumplida! ¿Quién te puso, Señor, en tal apuro? ¿Quién te echó por puertas
ajenas? ¿Quién te hizo mendigo de tus mismas criaturas? ¿Que sean mis pecados los que te han traído a
tal punto que tengas necesidad de que los ángeles te consuelen, siendo tú el que consuelas y animas a
todas las criaturas?
36.- Bueno será que consideremos qué clase de consuelo le trae el ángel, qué refrigerio le envía
su Padre, si es para aumentarle la pena o para aliviarle en la agonía. Pensad por un momento cómo
estaría el ángel delante del Hijo de Dios, viéndole postrado en tierra y todo cubierto de sangre. Cabe
suponer que también él se postraría en tierra y le adoraría como a Dios y, postrado, le comunicaría la
embajada que le traía. —Ya veo, mi Dios, debió decirle, la agonía en la que os ha puesto esa
humanidad que habéis asumido, y quisiera traeros nuevas de más consuelo. Vuestro Padre ha oído
vuestra oración desde el primer momento que empezasteis, y me envía a deciros que escojáis lo que
preferís: o que no muráis, y entonces el mundo se perderá; o que muráis, y entonces los hombres se
salvarán. Tened presente, además, que vuestra Pasión sólo durará el día de hoy, mientras que la gloria
de los predestinados durará por siempre. Todos los santos del Antiguo Testamento están dando voces y
pidiendo que se les rescate de su cautiverio, y no hay otra solución que vuestra muerte.
37.- Pensad, hermanos, qué agonía tan grande debió ser ésta para el Hijo de Dios. La elección
que se le proponía debió angustiarle sobremanera. Porque, por una parte, se le representaban los
tormentos que tendría que padecer, si aceptaba la muerte, y su carne, como flaca, los rehusaba. Pero,
por otra parte, dolíase tanto del género humano, que le suponía otra muerte dejarle sin rescate. Y
prevaleció tanto el amor, que éste venció al temor de su humanidad. Ved aquí señores a nuestro
verdadero Moisés, que prefiere ser afligido y maltratado con los hijos de Israel, que no estar muy
prestigiado y honrado en casa de la hija del Faraón. Prefiere morir por los pecadores, que no quedarse
solo en la gloria de su Padre. Esto es que lo afirma San Pablo cuando escribe: Jesús viendo el gozo que
le estaba preparado en la gloria, sufrió la cruz, sin hacer caso de la ignominia (Hb 12,2).
38.- ¡Cuán poquitos hay que en esto imiten al buen Jesús! ¡Cuán poquitos son los que por no
ofenderle se deciden a dejar las riquezas, las honras, etc.! Muchos son los que hoy se han juntado para
consolar al Hijo de Dios. El primero es el ángel, que viene de parte de los cielos, y al verle postrado en
tierra, y tan sin fuerzas, y derramando sangre, le consuela con aquellas palabras de Isaías: Levántate,
levántate; ármate de fortaleza, ¡oh brazo del Señor! Levántate como en los días antiguos y en las
pasadas edades. ¿No fuiste tú el que azotaste al soberbio Faraón, el que heriste al dragón de Egipto?
¿No eres tú el que secaste el mar, las aguas del tempestuoso abismo, y el que abriste camino en lo
profundo del mar, para que pasaran los que habías libertado?... ¿Quién eres tú que tanto temes a un
hombre mortal, y al hijo del hombre, que como el heno ha de secarse? (Is 51,9-12). ¿Qué es esto, mi
Dios, que os veo postrado en tierra y tan sin fuerzas? Levantaos, Señor, y revestíos con vuestra
fortaleza. Levantaos como en los días antiguos de vuestra eternidad. Levantaos con la potencia que
mostrasteis en la creación de los siglos. ¿No sois vos el que humillasteis a Adán, cuando se levantó
contra vos? ¿No heristeis vos a Lucifer? ¿No sois vos el que secasteis el Mar Rojo, para que pasaran
libremente vuestros amigos? Pues, ¿por qué no os revestís ahora con esa fuerza? ¿Quién sois vos para
que ahora temáis a los hombres, si todo el cielo tiembla ante vuestra presencia?... Señor, vuestro Padre
quiere que bebáis esta purga, porque aunque para vos sea muy amarga, ha de ser muy saludable para
vuestro Cuerpo Místico, pues con ella se purgarán todos los malos humores de la infidelidad, de la
idolatría, de la soberbia, etc. Acordaos que el profeta David predijo de vos: El Señor tiene en la mano
un cáliz de vino puro, lleno de amarga mixtura. Sin embargo, no por eso se han apurado sus heces,
pues las han de beber todos los pecadores de la tierra (Sal 74,9). Este cáliz es el de vuestra Pasión, que
tenéis en vuestra mano; pues así como fue voluntaria vuestra venida a este mundo, también lo ha de ser
vuestra muerte. En vuestra mano está este cáliz lleno de vino puro. En la Pasión de Cristo hallamos
vino puro y hallamos heces. El vino puro es la exaltación con que el Padre lo ha de glorificar,
sentándolo a su derecha y dándole la gloria con que ha aventajado a todos cuantos están en el cielo. Lo
coronaste de gloria y dignidad , exclama David (Sal 8,6). Este vino lo bebe solamente Cristo, porque es
vino puro, sin mezcla de pecados: Lleno de gloria y dignidad . Y las heces que se derraman sobre la
tierra son su preciosa sangre, que como si fueran heces la derramaron por el suelo. De ésta han de beber
todos los pecadores. Por tanto, conviene que Cristo muera en una Cruz, convertido todo él en una
fuente de sangre. Hoy se cumple la profecía de Zacarías: Y respondió el Señor al ángel que hablaba
conmigo palabras buenas, palabras de consuelo (Za 1,13). Y hoy se cumple también lo que el ángel le
dijo a Tobías: ¡Buen ánimo, que no tardará Dios en curarte! (Tb 5,13).
§ XI
39.- El segundo personaje que vino a consolar a Cristo fue el pueblo hebreo, que a penas se podía
mover por la carga de tantos sacrificios y ceremonias. Este le dijo al Señor: Acordaos, mi Dios, que
hace cinco mil años que llevo este yugo tan pesado a cuestas, que a penas me deja moverme. Todos
estos sacrificios me daban a entender que con vuestra sangre y muerte me rescataríais. Por eso, os
suplico, Señor, que puesto que me amasteis tanto y me sacasteis de Egipto, y me ayudasteis a pasar el
Mar Rojo, y me condujisteis por el desierto durante cuarenta años dándome a comer manjar del cielo;
además, ya que vos habéis dicho que no habéis venido a buscar sino a las ovejas perdidas de la casa de
Israel, a las cuales no las hallaréis si no es con el cayado de la Cruz, y puesto que siempre habéis sido
para mí tan fiel amigo, que tenéis que serlo hasta la muerte. Mirad que vuestro profeta Isaías me tiene
dicho: En aquel día será quitado de encima de tus hombros el yugo de tu cerviz, y pudriráse el yugo
por la abundancia del aceite (Is 10,27). Y es que este yugo tan pesado ha de deshacerse con el aceite
de vuestra sangre. Por tanto, no temáis el morir, pues tampoco temisteis cargar con la empresa de pagar
por mí.
40.- El tercero en venir a consolar a Cristo es el pueblo gentil, todo lleno de llagas por tanta
infidelidad y tanta idolatría. Y le dice: Ya veis, Señor, cuán llagado estoy, que no hay parte sana ni en
mi cuerpo, ni en mi alma. He servido al demonio, y sé que la única medicina que me ha de sanar es
vuestra sangre. Por tanto, conviene que muráis vos, para que todos podamos vivir. Esto nos lo prefiguró
el Espíritu Santo en la persona del santo Job al cual, estando en el muladar, vinieron a consolarlo sus
tres amigos Elifaz de Temán, Badad de Suhá, y Sofar de Naamat (cfr. Jb 2,11). Job significa el
doliente , y representa al Hijo de Dios tan lleno de dolores y de angustias, como vemos. Los tres amigos
representan a los tres que han venido a consolarle. Elifaz significa milagro del Señor , y representa al
ángel, porque fue una cosa milagrosa el haber creado una criatura tan excelente de la nada. Badad
significa cosa vieja , y representa al pueblo hebreo, envejecido por sus ritos y ceremonias. Y Sofar
significa destructor de atalayas , y representa al pueblo gentil que con su idolatría destruía la fe, que es
la atalaya desde donde miramos las cosas del cielo. Estos, pues, viéndole sentado en tierra, y todo
cubierto de sangre, le vienen a consolar. Y el consuelo que le dan es decirle que tiene que morir. Por
eso Cristo pudo responderles como Job: Consoladores bien pesados sois todos vosotros (ibíd. 16,2).
41.- Después de estos personajes, entran tres doncellas hermosas: la fe, vestida con ropas blancas;
la esperanza, con ropas verdes; y la caridad, con ropas coloradas. El Hijo de Dios, cerciorado de la
voluntad e su Padre, levántase de la oración, limpia su divino rostro de la sangre que había sudado, y se
dirige a sus discípulos, a quienes halla dormidos. ¡Cuán diferentes son los cuidados del Maestro a los
de los discípulos! El Maestro anda desvelado y con una agonía de muerte; en cambio los discípulos se
dedican a dormir. Este es un paso de la Pasión muy digno de ponderar. ¿Que ande el Hijo de Dios tan
desvelado, sumido en agonía y cubierto de sangre, y que los discípulos duerman tan a su sabor, tan a
rienda suelta, hasta el punto que no basta para despertarlos ni la reprensión del Maestro, ni la mala
cama que allí tenían, ni el desabrigo y relente de la noche? ¿No pensáis que todo esto fue una figura de
lo que ahora pasa? ¿Que ande el Hijo de Dios tan solícito en tratar los negocios de nuestra redención,
hasta el punto de sudar sangre, y que los hombres estén tan dormidos en sus pecados, que no los
despierta ni el recuerdo de los muchos tormentos que ha tenido que sufrir para redimirnos? Pues
llegado Cristo adonde estaban los discípulos, como los halló durmiendo, no quiso despertarlos. Sólo les
dijo: ¡Dormid ya y descansad! (Mt 26,45). ¿Qué es esto, mi Dios? ¿Ahora les mandáis que duerman?
¿No sentís ya los pasos de Judas que viene con tanta gente armada para entregaros en manos de
vuestros enemigos? Más parece éste tiempo de velar, que no de dormir. Son varias las causas por las
que les dijo que durmieran. ¡Dormid!, porque ya está dada la sentencia definitiva según la cual el
hombre ha de ser redimido y le ha de ser restituida la herencia del cielo. ¡Dormid! , porque ya ha cesado
la guerra entre Dios y los hombres. ¡Dormid! , porque el príncipe de este mundo ya está juzgado (Jn
16,11). ¡Dormid, pues, y descansad! ¡Oh. mi Dios! ¿Y cómo van a poder descansar vuestros
discípulos? ¿Qué descanso pueden tener, cuando vos mismo les dijisteis: Heriré al pastor y se
dispersarán las ovejas del rebaño ? (Mt 26,31). ¿Cómo podrán descansar cuando vean que os prenden,
y os llevan con tanta deshonra, como a un hombre condenado a muerte? Considerad, hermanos, cuán
dolorosa debió ser esta salida del Hijo de Dios, y cuán llena de trabajos, prefigurada por David cuando
postrado en tierra lloraba por la muerte de su hijo Absalón (cfr. 2 R 18,33).
§ XII
42.- La segunda salida que hace Cristo esta noche es del huerto de Getsemaní a casa de Anás.
Esta salida es muy diferente a la primera. En ésta salió a orar acompañado de sus discípulos; en la
segunda va acompañado, no de sus discípulos, sino de hombres armados; y no a orar, sino a morir.
Estando Cristo diciendo a sus discípulos que reposasen, se presenta Judas con gran estruendo de gentes,
armadas con hachas y linternas, para prender al inocentísimo Cordero. Dice San Mateo: Estando Jesús
hablando todavía, llegó Judas, uno de los Doce, y con él una turba numerosa con espadas y palos (Mt
26,47). Ved a Judas, falso amigo, hecho adalid de aquella infernal compañía y capitán del ejército de
Satanás. Se acerca a su Maestro y le da un beso de paz. Muchas cosas hay que contemplar en esta
salida. Primeramente, la gran ceguedad de Judas al vender un tesoro de valor infinito, cual era la
persona del Hijo de Dios, por un precio tan bajo, como eran treinta reales. La bajeza del precio,
aumenta la gravedad de la injuria. Gran miseria es vender a un hombre por dineros, y mayor bajeza aún
ser vendido a sus enemigos, y por un precio tan vil como son treinta reales, pues por mayor precio se
compra una bestia en el mercado. Pues todo esto hizo el malaventurado de Judas al vender al Hijo de
Dios, cuya persona no tiene precio, y cuya sangre vale tanto, que una sola gota de las que ha sudado
esta noche en el huerto vale más que todas las riquezas del mundo, pues éstas no son suficientes para
rescatar al hombre, y una sola gota de aquella sangre, sí. Y lo vende por dineros; y no a San Pedro, ni a
San Juan, ni a Marta, ni a la Magdalena; no lo vende a su triste Madre para que lo cuide y agasaje; sino
a los fariseos, a sus enemigos, a los que están deseosos de beber su sangre; y no por millones de
ducados, sino por treinta reales. ¿Qué mayor ceguedad pudo haber que ésta? ¡Qué ciego sería un
mercader si una pieza de brocado la trocase por un sayal grosero! No lo hizo así aquel sabio mercader
que en cuanto halló una piedra preciosa dio cuanto tenía por ella y la compró (cfr. Mt 14,46).
43.- Pues, ¿qué diamante hubo más fino, ni que rubí más rubicundo, ni qué piedra preciosa más
resplandeciente que el Hijo de Dios? ¡Malaventurado de ti, Judas! Si fueras capaz de ver el resplandor
de esta piedra, antes te vendieras a ti mismo para comprarla, que no deshacerte de ella vendiéndola por
treinta reales. Si las manos te hubieran parecido a las de Esaú (cfr. Gn 27,22), y como hombre querías
venderlo, ¿por qué no te fijaste en su voz, que era la voz de Jacob, la voz de Dios? Pues la voz de Jacob
era cuando te dijo: Lo que vas a hacer, hazlo pronto (Jn 13,27); la voz de Jacob era cuando dijo: Uno
de vosotros me va a entregar (ibíd. 21); la voz de Jacob fue cuando afirmó: Aquel a quien diere el
bocado que voy a mojar, ése es (ibíd. 26). Pues esta bendición es la que profetizó Zacarías al decir:
Ellos valoraron mi salario en treinta siclos de plata (Za 11,12). Esta bendición la prefiguró también el
Espíritu Santo en José, el hijo de Jacob, al que sus hermanos lo vendieron por treinta reales (cfr. Gn
37,28). José significa hijo de aumento , y representa a Cristo a quien el Padre eterno aumentó de bienes
espirituales y de trabajos corporales. Esta bendición se prefiguró asimismo en Gieci, discípulo de
Eliseo, cuando Naamán el sirio vino a Eliseo para que le curase de su lepra, y una vez que el profeta lo
curó sin cobrarle nada, fue Gieci tras de Naamán y le pidió dineros (cfr. 4 R 5,20-22). Naamán el
leproso representa al género humano, enfermo todo él por la lepra del pecado original. Eliseo
representa a Cristo, a quien acudieron los hombres para que los curase de la lepra. Y Gieci que vende la
curación, representa a Judas que vendió la redención del género humano, cuando Cristo quiere redimir
de balde, sin oro, ni plata, como dice Isaías: De balde fuisteis vendidos y sin dinero seréis rescatados
(Is 52,3). Pues de balde nos vendió nuestro padre Adán por una manzana, que más le valiera haberla
comido nunca. El nos vendió de balde, y Cristo quiere redimirnos sin plata; y Judas la vende por treinta
reales. Mas con todo eso no deja de cumplirse la profecía, aunque después, movido por el
arrepentimiento, devolvió los dineros (cfr. Mt 27,3-4). Pues hemos de ser redimidos sin plata, sino con
la sangre del inocente Cordero. ¿Quién no dirá que Judas es digno de reprensión? Pues más lo son
aquéllos que venden a Cristo por una nonada.
44.- Lo segundo a considerar es la desvergüenza con que viene éste desventurado, sin tener en
cuenta a Dios, a quien ofende; ni a su Maestro, a quien vende; ni a la Madre de este Cordero, de quien
tantos beneficios había recibido. Pues así, olvidado de todo, con la mayor desvergüenza del mundo, se
acerca a él y le da un beso de paz, para encubrir la guerra. Beda el Venerable comenta que le dio la paz,
porque aún le quedaba un poquito de resabio de su condición de Apóstol, y que no se atrevió a venderle
y entregarle descubiertamente, sino con este gesto 14 . Según Teofilacto, este beso de paz no lo dio Judas
en su condición de dis cípulo, sino de traidor, pues pensó que con aquel signo de paz no le iban a
descubrir su traición . Es decir, que le dio la paz, porque temía que si acometía contra él con mano
armada, luego se les escaparía de las manos; y por eso, para asegurarse, le dio la paz. D e esta
desvergüenza habla Jeremías cuando escribe: Presentas el semblante de una mujer prostituta, y no has
querido tener rubor ninguno (Jr 3,3). Esto nos los prefiguró el Espíritu Santo cuando Joab, fingiendo
estar en paz con Amasá, por una parte lo abrazó y le dio la paz, y por otra le metió el puñal por el
costado (cfr. 2 R 20,9-10). Pues lo mismo hace hoy el desventurado de Judas: por una parte, quiere dar
a entender que viene en son de paz, y por otra, lo vende. ¿Quién dijera a Judas en ese momento, qué es
lo que haces; mira que antes de seis horas te pesará esta traición, y devolverás los dineros, y los echarás
por tierra? Pues así como él vende a Cristo a los fariseos, de la misma manera será vendida su alma a
los infiernos. ¡Pluguiese a Dios que los pecadores considerasen esto y pensasen que, aunque ahora
andan muy alegres y contentos en sus pecados, que muy presto llegará el momento en que lo irán a
pagar en el infierno. Como dice Job: Pasan en delicia los días de su vida, y en un momento bajan al
sepulcro (Jb 21,13).
§ XIII
45.- Lo tercero que hay que considerar en este paso es la inefable bondad de Cristo que, aunque
conocía el fin por el que se le acercó Judas, no lo recibió ásperamente, ni le descubrió su pecado, sino
14 Cfr. B EDA EL V ENERABLE , Comentario a San Marcos , cap. 14.
que con palabras dulces y suaves le dijo: Amigo, ¿para qué has venido? (Mt 26,50). ¡Con cuanta razón
le pudo decir: Oh Judas, a qué has venido! Porque de discípulo se había tornado traidor; de oveja en
lobo; de hijo de Dios en siervo del demonio. Y lo recibió con palabras tan amables, porque el mismo
Señor había dicho: No quiero la muerte del impío, sino que se convierta de su mal proceder y que viva
(Ez 33,11). Sólo quiero que todos se salven, pues muero por todos. Quiere que a todos aproveche su
sangre, pues por todos la derrama. Aquí se cumplió con toda verdad aquella profecía de Isaías: No
voceará, no será aceptador de personas; no se oirá en las calles su voz; la caña cascada no la
quebrará; ni apagará el pábilo que aún humea; y ejercerá el juicio conforme a la verdad (Is 42,2-3).
Todo esto lo vemos cumplido en el comportamiento de Cristo con Judas. No le dio voces contra su
ingratitud; no se mostró aceptador de personas, pues llama amigo a un traidor enemigo; y le ofrece el
rostro a quien ha vendido toda su persona. Por otra parte, el malaventurado de Judas aparece como una
caña cascada, como una caña vacía y sin gracia y amor de Dios; cascado por el peso de su avaricia, y
tizón del infierno que no le queda más que un humillo de vida corruptible, para que en cuanto se le
acabe arda en el fuego del infierno. Pues bien, siendo así, Cristo no le pone el pie de su furor para
acabar de quebrar esa caña, ni le echa el agua del castigo para quitarle allí mismo la vida, como lo
merecía, sino que usa de una inmensa clemencia con él. No de balde dijo David: Dios es bondadoso
con todos, y su misericordia se extiende a todas sus obras (Sal 144,9). Pues en este caso, su
misericordia llegó a un grado tan alto, que a su enemigo lo llama amigo, y al que ha trabajado por darle
muerte, él trabaja por darle la vida del alma.
46.- Después que Judas hubo dado la paz al Cordero pacífico, y hubo mostrado a sus
perseguidores a quién tenían que prender, luego, según el Papa San León: Los hijos de las tinieblas se
arrojaron sobre el que es la luz, y usando hachones y linternas, no supieron evadirse de la noche de su
infidelidad. Se ocupan en detener al que voluntariamente se entrega, y tratan de atraerse al que
libremente desea ser atraído 15 . Después, aquella manada de lobos hambrientos arremetió contra Cristo
para despedazar a aquel santo Cordero. Por una parte, unos le sujetan por la cabellera; otros le tiran de
la barba; otros le dan bofetadas; y otros, coces. En suma, que todos andaban a porfía por ver quien
procuraba hacerle mayor mal. Era tan grande el deseo que abrigaban desde hacía tiempo de tenerle
entre sus manos, que ahora no se hartan de hacerle todas las injurias que pueden. Como cuando un rey
ha tenido cercada por mucho tiempo a una ciudad deseando vengarse de ella, que cuando la toma todo
lo pasa por el fuego y por la sangre. Pues de esta misma manera trataron a Cristo estos ministros sin
misericordia. Hacía mucho tiempo que deseaban vengarse de él, y por eso ahora nada les satisface. Esto
es lo que profetizó David, en la persona de Cristo, cuando dijo: Están acechándome como el león
preparado para arrojarse sobre la presa (Sal 16,12). Es decir, se han encrudecido de tal manera
conmigo, como el león muerto de hambre que está esperando la caza para hacerla pedazos. Pues de esta
manera se han encrudecido éstos con mi persona. Y en otro Salmo dice David: Me rodearon como un
enjambre de abejas y ardieron de ira como el fuego que prende en los espinos secos (Sal 117,12).
Como si dijera: Me han cercado como las abejas, y cada uno procura lastimarme con lo que puede: con
la lengua, con las manos o con los pies. Y además se encendió su ira contra Jesucristo como el fuego
que prende en los espinos. Y aún en otra parte dice el Salmista: Me han cercado de novillos en gran
número, y me han sitiado con recios y bravos toros (Sal 21,13). En realidad, becerros desvergonzados
fueron los ministros que prendieron a Jesús; y toros bravos, por su malicia, los fariseos. Entre todos le
cercaron para quitarle la vida. Y poco más abajo exclama: Me veo cercado de una multitud de perros
rabiosos (ibíd. 17)... Leones los ha llamado, por su soberbia; abejas, por su envidia; toros, por su
obstinación; y perros, por su desvergüenza.
47.- Después que se hubieron cansado de atormentarle a placer, tomaron sus sacratísimas manos,
que poco antes habían realizado tantas maravillas, y se las atan fuertemente con unas sogas. Y es que
como no habían podido tenerle atado con las cadenas del amor a su alma, ahora átanle con las cadenas
de los yerros y pecados que cometen. Y, de esta manera, lo llevaron atado públicamente por las calles
de Jerusalén, con una soga a la garganta, y las manos cruzadas. ¡Oh mi Dios! Que ya veo que empiezan
15 S AN L EÓN M AGNO , Sermón sobre la Pasión del Señor , nº 8.
a crecer vuestros trabajos. Ya empezáis a sentir por experiencia en vuestro cuerpo lo que poco antes, en
la oración, sólo sentíais por medio de la contemplación en el alma.
§ XIV
48.- Viendo los discípulos que trataban a su Maestro con tanta crueldad, fue tan grande el temor
que les asaltó de morir con él, que todos lo olvidaron y lo dejaron solo; incluso un joven, que iba
cubierto con una sábana, al echarse a correr, la dejó y se marchó desnudo (cfr. Mc 14,51-52). Según
San Gregorio este joven era San Juan evangelista 16 . Otros dicen que fue Santiago el mayor; otros, que
se trataba de un mozo de la casa en donde habían cenado; y otros finalmente opinan que quizás fuera el
hijo del hortelano que habría salido al oír el ruido y el estruendo de las armas 17 . Sea como fuere, lo
cierto es que todos lo abandonaron y huyeron (Mt 26,56). Esta huída llagó más las entrañas del Hijo de
Dios, que la misma prisión, porque si él se veía en manos de los hombres, a sus discípulos los veía en
peligro en boca del demonio. Así se cumplió la profecía de Zacarías: Heriré al pastor y se dispersarán
las ovejas del rebaño (Za 13,7). De esta manera lo llevaron a casa de Anás, en medio de grandes gritos
y deshonras.
49.- ¿Quién, hermanos míos, no derrama lágrimas de verdad, al ver cómo llevan al inocentísimo
Jesús a casa de Anás, atadas las manos, en medio de un gran vocerío, dándose prisa, a empujones, y sin
dejarle apenas respirar? Una vez entrado en casa de Anás, que se encontraba sentado en su tribunal, le
ponen delante al Hijo de Dios, y acto seguido aquél comenzó a examinarlo y a preguntarle acerca de
sus discípulos y de su doctrina. Sobre sus discípulos le preguntó de dónde los había reclutado, con qué
fin los tenía, y qué pretendía hacer con ellos; pareciéndole que Cristo tenía muy poca autoridad para
poseer un grupo de discípulos, cuando en realidad —como dice el Salmo—, todos los ángeles deben
servirlo y adorarlo (cfr. Sal 96,7). Acerca de su doctrina le preguntó, diciendo: Ven acá y dinos cómo te
atreves a enseñar; explícanos cuál es tu doctrina y en donde la aprendiste. Dinos también con qué
autoridad enseñas lo que ni siquiera Moisés ni ninguno de los profetas enseñaron. Tú no eres sacerdote,
ni de la tribu de Leví, ¿y te atreves a bautizar y predicar? Hasta ahora hemos disimulado contigo, pero
ya no podemos aguantar más. Tú debes ser algún hereje que quieres introducir alguna nueva secta con
tus discípulos. Por eso, dame razón de cómo predicas y qué es lo que enseñas... ¡Oh malaventurado de
ti, juez inicuo! Si Cristo quisiese responderte cómo predica, podría muy bien decirte, que lo hace tan
dulce y suavemente, y con tanta gracia, como jamás se vio, ni se verá. Y si quisiese decirte qué es lo
que predica, podría contestarte que la doctrina que aprendió en la escuela de la eternidad, y que sus
palabras son palabras de vida eterna. ¿Os dais cuenta cuáles son los pecados que este inicuo Pontífice
halla en Jesucristo, a saber, que tiene discípulos y que predica una doctrina nueva? No halla en él
hurtos, ni homicidios, ni blasfemias, por las que le pudiera condenar. El mismo Cristo ya les había
dicho en una ocasión a los judíos: ¿Quién de vosotros puede convencerme de pecado? (Jn 8,46). Y no
hallaron cosa alguna por la que pudieran echarle mano. Por eso Anás sólo le pregunta acerca de sus
discípulos y de su doctrina; y esto, no por celo de conocer la verdad, sino por envidia, por deseo de
desterrarlo del mundo. Ahora bien, Cristo no le respondió nada acerca de sus discípulos, porque uno le
había vendido, otro lo iba a negar, y los demás lo habían abandonado. Sólo le respondió sobre su
doctrina, porque si ésta es buena, buenos serán también los discípulos. Y le respondió acerca de ella,
para que Anás no pensase que se arrepentía de haberla predicado. He aquí la respuesta que le dio, según
refiere San Juan: Yo he hablado al mundo públicamente. Yo siempre he enseñado en la sinagoga y en
el templo, donde se reúnen todos los judíos. Y en secreto no he dicho nada. Pregunta a los que me han
oído; ellos saben lo que he hablado ( Jn 18,20-21).
50.- Como podréis comprobar, con dos argumentos demuestra Cristo la verdad de su doctrina. El
primero, por el hecho de haber predicado manifiestamente, lo cual es señal de que su doctrina es
verdadera, porque —como él mismo había dicho en una ocasión—, todo el que hace el mal, odia la
luz; pero el que obra el bien viene a la luz para que se vea que sus obras están hechas conforme a Dios
(Jn 3,20-21). El segundo argumento consiste en remitirse a quienes le han oído, que es la mejor señal
16 S AN G REGORIO M AGNO , Tratados Morales , lib. 14, cap. 23.
17 Cfr. T EOFILACTO , Comentario a San Marcos , cap. 14.
de la verdad de su doctrina; porque los que siembran errores, no se remiten a sus oyentes, sino que son
ellos mismos, con sus argucias, los que pretenden defender su doctrina. Ninguna de las cosas de las que
el Hijo de Dios predicó, quiso él que fuera secreta, sino que en seguida, o pasado algún tiempo, se
manifestase, porque él mismo era la luz del mundo y no quiso que su doctrina estuviese escondida. Así
lo había profetizado ya Salomón: La sabiduría enseña en público y levanta su voz en medio de las
plazas (Pr 1,20). Y es que quiso que todo fuese manifiesto, para que nadie tuviera luego la excusa de
que no lo oyó.
51.- En cuanto Cristo acabó de dar esta respuesta tan comedida y de buena educación, no faltó
quien, de forma descomedida y descortés, uno de aquellos ministros sin temor de Dios ni vergüenza de
los hombres, levantó su grosera mano y dio una gran bofetada a aquel rostro divino, reprendiéndole con
gran temeridad que había hablado malcriadamente al Pontífice. ¿Quién, señores, no dará aquí voces al
cielo contra un siervo tan mal educado? ¿Quién no deseará que aquella mano sea cortada y quemada
con el fuego del infierno? Este paso de Cristo invita a una contemplación y meditación muy profunda.
Por una parte, contemplemos quién es el que recibe la bofetada. En cuanto Dios: El mismo resplandor
de la gloria del Padre..., que está sentado a la diestra de su majestad en lo más alto de los cielos (Hb
1,3). Y en cuanto hombre, el más hermoso de entre los nacidos de mujer; el más cortés y mejor hablado
de cuantos existen; el que a nadie hizo nunca una injusticia, ni usó de mala crianza: a esté le dan la
bofetada. Y, por otra parte, ¿quién fue el que le pegó, sino un porquero, un mozo de caballos, un
cualquiera de mala apariencia ante los mismos hombres, y delante del mismo juez, en donde los reos
deben ser defendidos antes de ser condenados? ¿Que los justos sean tan mal tratados? Pensad también
qué clase de juicio era éste, en donde hasta los mismos mozos tenían licencia para poner las manos
sobre el acusado; y qué clase de juez era éste que, viendo esta injusticia, calla y disimula. Todo esto son
señales de que no se buscaba la justicia, sino la venganza; su envidia y mala voluntad lo había urdido
todo.
52.- Además no se le dio esta bofetada porque Cristo se hubiera manifestado desmesurado contra
el juez, o porque le hubiere negado la verdad, sino simplemente porque había respondido a lo que le
había preguntado. ¡Oh rostro divino, y qué maltratado te veo! ¡Los ángeles en el cielo no se hartan de
contemplar tu hermosura, y los hombres en la tierra no se hartan de abofetearte! Pues, la verdad es, que
no te hiciste hombre para redimir a los ángeles; ni tomaste su naturaleza para sublimarlos más de lo que
están. Te hiciste hombre para redimir a los hombres y para elevarlos por encima de la dignidad de los
ángeles. Y con todo, como paga a tantas mercedes, un siervo y esclavo del juez, porque decís la verdad,
os da una bofetada. Decidme, señores, ¿quién hay entre vosotros que si se hubiera hallado allí, con la fe
que ahora tiene, no saliera en defensa de la honra de Cristo por la injuria cometida contra él, ya que el
juez no lo hace? No dudo de que cada uno saldría en su defensa, y tomaría por propia la injuria inferida
a él. Pues dime, cristiano, si entonces te hubieras puesto de su parte, ¿por qué no haces ahora lo
mismo? Considera que entonces le dieron una bofetada durante la noche, y ahora le dan muchas
durante el día. ¿Acaso las herejías que surgen en la Iglesia no son sino bofetadas que le dan a Cristo?
Todos los pecados públicos con que le ofenden los malos, ¿qué son sino bofetadas que le dan en su
rostro? Cuando vosotros queréis hacer una injuria a un enemigo vuestro, decís que le daréis una
bofetada en el rostro. Por eso, todas las injurias que le infieres a Dios, son como bofetadas que le das.
¿Qué mayor bofetada, que negar la verdad evangélica, como lo hacen los herejes? ¿Qué mayor
bofetada que renegar públicamente de su santo Nombre? ¿Qué mayor bofetada que estar tú
amancebado en presencia de todo el mundo? ¡Oh santo Isaías, y cuán acertadamente pedías a Dios que
nos enviase un cordero para redimir al mundo, y no un león, ni un ángel, ni un hombre! Porque para
sufrir tantas bofetadas, como las que los pecadores le dan cada día en el rostro, era necesaria una
mansedumbre como la del cordero, que no sabe abrir su boca. ¡Pecador!, deja ya de dar bofetones en el
rostro de Dios, y vuelve tu mano contra ti, y dátelos a ti mismo, pues ofendiste a la suma bondad.
53.- Por muchas razones quiso Cristo sufrir esta bofetada en su delicado rostro. En primer lugar,
para que se cumplieran las Escrituras. Esto lo había profetizado Job, diciendo: Todos han abierto
contra mí su boca, y zahiriéndome con oprobios me han abofeteado, y se han recreado de ver mis
penas (Jb 16,11). Y Jeremías: Presentará su mejilla al que lo hiere y lo hartarán de oprobios ( Lm
3,30). Y Miqueas: Los enemigos herirán con una vara la mejilla del juez de Israel (Mi 5,1). En
segundo lugar, porque así estaba prefigurado en Miqueas a quien Sedecías mandó dar una bofetada
(cfr. 3 R 22,24). En tercer lugar, para darnos ejemplo de cómo hemos de comportarnos ante semejantes
injurias. En el primer sermón que Cristo predicó a sus discípulos, nos había dicho que si a uno le daban
un bofetón en una mejilla, que presentase la otra (cfr. Mt 5,39). Pues hoy nos enseña con hechos lo que
entonces nos enseñó de palabra; porque aparejado estaba el buen Jesús para presentar la otra mejilla,
siempre que el enemigo quisiere, como muy pronto veremos que no sólo en una mejilla sino en las dos
le dan bofetadas. Al verse herido tan injustamente, Cristo le dice al ministro: Si he hablado mal,
muéstrame el mal. Y si bien, ¿por qué me hieres? (Jn 18,23). Como si le dijera: Tú me has dado un
bofetón porque he respondido al Pontífice. O he respondido mal, o he respondido bien. Si mal, lo
primero que has de hacer es decirme en qué respondí mal; y si bien, no existía causa para que tú me
afrentaras así, cuando no tienes de qué reprenderme. Me hieres tú, que no tienes autoridad para ello. Tú
me hieres en el rostro; y yo querría herirte a ti con mi amor en el corazón, porque al darme tú esta
bofetada, echas tu alma al infierno, y a mí me duele esto más que la injuria que me haces.
54.- Cuán de veras se muestra Cristo en esta ocasión como un cordero pacientísimo, pues
teniendo la venganza en sus manos no la tomó; ni se enojó contra el que lo había abofeteado, ni le
reprendió con palabras ásperas; y además se mostró misericordioso al intentar hacerle comprender el
mal que había hecho, para que se enmendase si quería. En esta ocasión Cristo se comportó como
David, el cual teniendo en la mano a su enemigo Saúl, que le había tirado una lanza para matarle, no
quiso vengarse de él, ni reprenderle con palabras duras, sino que se humilló ante él (cfr. 1 R 26).
§ XV
55.- La tercera salida que hizo el Hijo de Dios esta noche es de casa de Anás a la de Caifás,
adonde lo llevaron atado y con la misma deshonra con que lo habían traído a casa de Anás. El
inocentísimo Cordero llega aquí, y lo primero que hacen con él es acusarlo falsamente; y por eso, una
vez colocado ante Caifás, éste y sus consejeros comenzaron a buscar falsos testigos para condenarle a
muerte. ¡Vaya comienzo para un verdadero juicio! ¡Vaya conciencia la de estos Sumos Sacerdotes y
jueces, que sólo buscan falsos testigos para condenar al inocente! Sabían muy bien que era el Mesías 18 ,
y que Isaías había profetizado de él que no cometió pecado, ni hubo dolo en sus palabras (Is 53,9). Por
eso, no buscan testigos verdaderos, sino falsos; y como su juicio iba a ser falso, y sin verdad, de ahí el
que busquen a esta clase de testigos. Y por más prisa que se dieron en buscarlos, no sólo no hallaron
quien con verdad pudiese acusarlo de algo, pero ni siquiera con apariencia o color de verdad. Porque,
¿qué pecados podían hallar en la vida de quien es la vida para todos? ¿Qué yerros en la doctrina de
quien es la misma Palabra del Padre?... Caifás, ya puedes revolver el mundo entero con tus consejeros,
que no hallarás testimonios valederos para condenar a muerte a quien te da la vida.
56.- Después que se hubieron presentado muchos falsos testigos, para complacer a Caifás, y
viendo que sus acusaciones no tenían apariencia de verdad, vinieron a la postre dos falsos testigos que
declararon: Este ha dicho: Puedo destruir el templo de Dios y reedificarlo en tres días (Mt 26,61). Es
cierto que Jesucristo había pronunciado una sentencia similar a ésta; pero los testigos mintieron en
cuanto al fin con que Jesús la dijo, y en cuanto a la forma con que la pronunció. La acusación era falsa
en cuanto al fin, porque Cristo no se refería al templo de Salomón, sino a su sacratísimo cuerpo, como
así lo entendieron, después de la resurrección, sus propios discípulos, según lo explica San Juan: El
hablaba del Templo de su cuerpo (Jn 2,21). Y los testigos herraron también en cuanto a la forma con
que Jesús pronunció esta sentencia. Cristo no dijo: Puedo destruir este templo , sino destruid vosotros
este templo (cfr. ibíd. 19). Y Cristo tampoco dijo, lo reedificaré , sino simplemente, lo levantaré (cfr.
ibíd.). Pues, como hemos dicho, hablaba de su cuerpo... A todo esto, Cristo callaba, como cordero
inocente. Es por lo que el Pontífice, lleno de ira y de indignación, se levantó de su silla y se encaró con
él diciéndole enfurecido: ¿Nada respondes acerca de lo que éstos atestiguan contra ti? (Mt 26,62). A
lo que Cristo tampoco quiso responder, porque no se trataba de una reconvención del juez, sino a lo
18 Cfr. S ANTO T OMÁS DE A QUINO , Suma de Teología , III, q.47, art. 5.
tratado en un conciliábulo de homicidas y en una cueva de ladrones, en donde no se busca la verdad,
sino la mentira; y en tales casos no es obligado que el reo responda a lo que le preguntan, porque no es
ése un procedimiento jurídico. La verdad es que no había testigos verdaderos, ni indicios aparentes de
delito, ni había precedido infamia por parte de Cristo.
57.- Como Cristo no tenía nada a qué responder, este silencio atormentaba más el corazón de
Caifás, que lo que podían atormentar a Cristo los falsos testimonios que aducían en contra suya. Y es
que la mayor venganza que uno puede tomar contra su enemigo, es no importarle nada los males que
éste trata de infrigirle. Cuando martirizaban a los cristianos, esta actitud es la que más atormentaba a
sus tiranos, el ver que los mártires no hacían ningún caso a los castigos con que los maltrataban. Pues
esto fue también lo que más atormentaba al malaventurado de Caifás, el ver que Cristo callaba a todo y
no hacía caso de lo que proferían contra él. Y entonces, viendo que ni por una parte ni por otra lograba
que Cristo respondiese, al final le requirió por el nombre de Dios, diciéndole: Yo te conjuro por el Dios
vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios (Mt 26,63). Toda la solicitud de Caifás por hacer
hablar a Cristo no se cifraba en ver si podía librarlo, sino, al contrario, en ver di declaraba algo por lo
que pudiese condenarlo a muerte.
58.- Al verse requerido por el nombre de su Padre, Cristo, guardándole la reverencia que siempre
le había tributado, respondió: «Tú me preguntas quién soy yo; y sé muy bien que, aunque te lo diga, no
me has de creer, y si te lo preguntare yo, tampoco me responderías. Mas como me has conjurado en
nombre de Dios, contento voy a responderte. Te digo que de hoy en adelante veréis al Hijo del hombre,
sentado a la derecha de Dios, y que viene sobre las nubes del cielo» (cfr. Mt 26,64). Esta respuesta era
suficiente para romper el duro corazón de Caifás, y ablandarle sus venenosas entrañas, y hacerle
desistir de sus malos propósitos, y hacerle temer el juicio de Dios. Pero la envidia es como la araña que
transforma en ponzoña mortal a las flores más dulces y saludables. En efecto, era tanta la envidia que
Caifás le tenía a Cristo, y deseaba tanto beber de su sangre, que esta respuesta, que más bien se parece
a las flores por su vida y su verdad, él la convirtió en ponzoña de ira y de rencor y en pecado de
blasfemia. Por eso exclamó: ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Vosotros habéis oído su
blasfemia, ¿Qué os parece? (Mt 26,65-66). Era costumbre entre los reyes y sacerdotes del pueblo judío
el que, cuando oían blasfemar contra el nombre de Dios, se rasgasen las vestiduras en señal de que les
pesaba este desacato. Por eso Caifás, pareciéndole que Cristo había blasfemado al llamarse Hijo de
Dios, se rasgó la túnica. Pero lo hizo, no porque le pesase la blasfemia, sino para resaltar más el hecho
y dar a entender que con justa causa lo condenaba como blasfemo. ¡Oh mi Dios! ¿Consideran
blasfemia el que te llames Hijo de Dios? No así lo considera tu Padre, pues por el Salmista nos dice:
Hijo mío eres tú, a quien he engendrado hoy (Sal 2,7). Y tampoco los ángeles consideran esto una
blasfemia, pues todos te adoran como a Dios.
59.- A la pregunta del Pontífice respondieron todos los del conciliábulo: ¡Es reo de muerte! (Mt
26,66). ¡Nuestro parecer es que muera! Y de esta manera dictaron la sentencia, y cerraron el proceso.
¡Oh crueles fariseos, y sin misericordia alguna! ¿Qué habéis visto en este inocente Cordero, para que
así lo condenéis a muerte? No le condenan las obras que hizo en cuanto Dios, porque de ellas dice el
profeta: Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento anuncia las obras de sus manos (Sal
18,1). Tampoco le condenan las obras que ha hecho en la tierra en cuanto hombre. Pues no es obra
digna de muerte el resucitar a tantos muertos, el sanar a tantos enfermos, el devolver la vista a tantos
ciegos, y el librar a tantos endemoniados. Estas obras no lo condenan como reo digno de muerte, sino
que todas ellas predican que es Hijo de Dios. Como el mismo Cristo dijo: Las obras que hago, éstas
dan testimonio de que el Padre me ha enviado (Jn 5,36). No le condena a muerte la justicia de la ley,
pues ésta decía: No harás morir al inocente y al justo (Da 13,53). Sólo le condena la envidia de los
fariseos. Esta es la que halla en él pecados; ésta es la que lo califica de samaritano, de endemoniado, de
traidor y embaucador. Esta es la que lo llama amigo de Belcebú. Y ésta es la que lo considera como
blasfemo, y la que levanta falsos testimonios contra él y la que lo condena a muerte.
60.- ¿Qué haces, alma cristiana, en este paso tan doloroso? ¿Cómo no se vuelven tus ojos en
fuentes de lágrimas al oír decir que tu Dios es condenado a muerte? Si el patriarca Jacob lloró tanto la
muerte de su hijo José, hasta el punto que no había quien lo consolase; y si David lloró tanto a Absalón,
hasta el extremo de que deseaba morir por él; y si el bueno de Tobías lloraba la ausencia de su hijo;
¿con cuánta más razón debes tú llorar la muerte de este Cordero inocentísimo, que es al mismo tiempo
tu Esposo? Como dice el Eclesiástico: Llora tú por el muerto, porque le faltó la luz ( Ecli 22,10).
61.- ¡Oh afligida y angustiada Madre! ¿Qué sentiría vuestro triste corazón cuando oísteis tan
malas noticias, esto es, cuando os dijeron que vuestro Hijo había sido condenado a muerte? Si el
sacerdote Helí sintió tanta tristeza cuando le dijeron que el Arca del Testamento había caído en poder
del enemigo, y de puro dolor cayó muerto en tierra (1 R 4,18); ¿qué haréis vos, triste Madre, al saber
que vuestro Hijo ha sido condenado a muerte? Como dice Jeremías: Inconsolable llora ella toda la
noche, e hijo a hilo corren las lágrimas por sus mejillas (Lm 1,2). Ahora bien, los fariseos condenaron
a muerte a Cristo y levantaron falsos testimonios contra él, porque así estaba profetizado. En primer
lugar, por el santo Job, cuando dice: Las arrugas de mi piel dan testimonio contra mí; y lo que es más
curel, cierto hombre se vuelve contra mí, contradiciéndome cara a cara con falsos y calumniadores
discursos (Jb 16,9). En segundo lugar, por David cuando escribe: Levantáronse testigos falsos que me
interrogaban de cosas que yo ignoraba ( Sal 34,11). Y finalmente por el profeta Daniel cuando
exclama: Tú sabes, Señor, que éstos han levantado contra mí un falso testimonio (Da 13,43). Y Cristo
fue además falsamente acusado, porque así fue prefigurado en Nabot, a quien dos testigos le acusaron
falsamente de que no quería dejar la viña (cfr. 3 R 21,13). Y también en la casta Susana a quien
falsamente acusaron dos testigos de adúltera, es decir, de blasfema. Susana representa aquí a la
humanidad de Cristo.
62.- Lo segundo a lo que viene Cristo a casa de Caifás es a ser maltratado. En efecto, después que
los sacerdotes y fariseos acabaron el consejo y cerraron el proceso, como estaban cansados, se fueron a
dormir, y entregaron al Hijo de Dios, como persona ya muerta, en manos de los sayones para que lo
maltrataran. Y entonces, todos, a porfía, comenzaron a darle bofetones y pescozones; a escupirle con
sus infernales bocas aquel rostro divino; a cubrirle los ojos con un pañuelo y a darle bofetadas; y a
jugar con él, diciéndole: Adivina quien te dio. ¡Oh hermosura de los ángeles!, ¿y cómo te veo tan
maltratado? ¿Qué es esto, mi Dios, y cómo les dejas que te deshonren de esta manera? ¿Acaso tu rostro
se merece que lo escupan? ¡Oh noche cruel y desasosegada, en la cual, Señor, no te dejan ni dormir, ni
reposar y no se cansan de afrentarte! ¿Ha habido algún negro que fuera tan maltratado y abatido como
el Hijo de Dios en esta noche? En verdad que lo afrentaron con las mayores injurias que jamás hombre
alguno soportó. ¿Qué mayor afrenta que darle a uno un bofetón o un pescozón, y que escupirle en el
rostro, después de taparle los ojos? Son afrentas impropias de un hombre con cabal uso de razón. Son
afrentas que sólo los siervos, los esclavos y los locos sin juicio pueden hacer. No sin causa, los santos
evangelistas han tenido cuidado de referirlas por extenso, porque aunque saben que es Dios quien las
padece, no piensan que sea injuria el contarlas, sino gran gloria suya y nuestra. Por tanto, siempre será
bueno que miremos a este modelo, que leamos con frecuencia estos libros, que los traigamos impresos
en nuestros corazones, para que, cuando veamos que el Rey de majestad infinita así se humilla, el
humilde gusanillo, que somos nosotros, no se ensoberbezca. Esto es lo que ya había profetizado
Abdías: Todos tus aliados se han burlado de ti, se han alzado contra ti tus amigos, y aquellos mismos
que comían en tu mesa te han armado acechanzas (Ab 7). Y esto mismo nos lo prefiguró el Espíritu
Santo cuando Semeí maldecía a David y le tiraba piedras (2 R 16,6-8).
63.- Lo tercero a lo que va Cristo a casa de Caifás es a que su discípulo muy amado le niegue, lo
cual no fue menor afrenta que las pasadas. Observar cómo aquel amigo suyo tan familiar, aquel a quien
había escogido para contemplar la gloria de su transfiguración, aquel que había sido honrado entre
todos con el principado sobre la Iglesia, que éste precisamente le negara dos y tres veces, fue una gran
afrenta. Gran afrenta fue que le negara en ese momento; por lo menos, Cristo la sintió más que todas
las anteriores. Un doctor opina que no sólo le negó tres veces, sino siete. Tres en presencia de las
mujeres, y cuatro en presencia de los hombres 19 . Pero, ¿qué es esto Pedro? ¿Así niegas con juramento?
¿No recuerdas que éste es del que tu dijiste: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16); y al que
19 Cfr. T OMÁS DE V ÍO C AYETANO , Comentario a San Juan , cap. 18.
tú respondiste en una ocasión: Señor, a quién iremos si tú tienes palabras de vida eterna ? (Jn 6,68)
¿No recuerdas que le viste transfigurado en el monte? ¿No escuchaste entonces la voz del cielo que
decía: Este es mi Hijo predilecto ? (Mt 17,5) ¿No te acuerdas de que a éste le dijiste tú en la última
cena: Tú me vas a lavar a mí los pies ? (Jn 13,6) Por eso Pedro es digno de que le contemplemos, y de
que le temamos. A San Pedro lo vimos poco antes en gracia del Espíritu Santo, cuando Cristo le dijo:
Quien se ha bañado, no necesita lavar sino los pies (ibíd. 10). Vimos también cómo recibió
dignamente el Cuerpo y la Sangre de su Maestro. Lo vimos asimismo armado de fortaleza cuando dijo:
Aunque tenga que morir contigo, no te negaré (Mt 26,35). Y ahora lo vemos caído, negando que
conoce a Cristo por la simple palabra de una mujerzuela. ¿Qué significa esto, sino darte a entender que,
por más santo que seas, no has de confiar en tu santidad, porque no está en la mano del que quiere y del
que corre el perseverar en la gracia, sino que esto es un don de la misericordia de Dios? Con esto se te
quiere dar a entender que, para salvarte, necesitas un auxilio y socorro constante de la mano de Dios. Si
San Pedro cayó, es porque le faltó este auxilio particular, lo mismo que a Moisés cuando las aguas de
Meribá (Ex 17,7), y a David cuando cayó en adulterio (cfr. 2 R 11,27).
64.- Por lo tanto, cristiano que me escuchas, cuando piensas que estás en gracia, debes rogar
continuamente a Dios para que no te falte nunca este socorro, porque de lo contrario caerás y negarás a
Cristo como San Pedro. Luego, viendo Cristo a éste tan olvidado de lo que poco antes había
proclamado, y viéndole además tan cerca de la boca del dragón, tuvo misericordia de él. Por eso escribe
el evangelista San Lucas: Volvióse Jesús y miró a Pedro (Lc 22,61). Cristo se volvió hacia San Pedro,
porque los pecados de éste lo habían apartado de aquél; y lo miró con los ojos de su misericordia,
devolviéndole la gracia perdida y dándole el auxilio particular para que luego perseverase en el bien. Y
fue de tanta eficacia esta mirada de Cristo, que penetró las entrañas de San Pedro, y le hizo caer en la
cuenta de su gran pecado, por lo que saliendo afuera, es decir, de la culpa que había cometido, lloró
amargamente. ¡Oh mi Dios! Puesto que tu mirada penetra los corazones de los pecadores, te suplico, mi
Dios, que pongas tus ojos en todos los que están aquí, para que si alguno se halla en pecado mortal, lo
conviertas.
65.- Esta negación la había profetizado Job cuando dijo: Si alguno lo arrancare de su sitio, éste
renunciará a él, y le dirá: No te conozco (Jb 8,18). Primero se lo tragó el dragón y lo apartó del estado
de gracia en que se encontraba, para que le negase, pues nadie puede negar a Cristo si primero no se lo
traga el dragón. Por eso dice Salomón: Dame sólo lo necesario para vivir, no sea que viéndome
sobrado, me vea tentado de renegar de ti (Pr 30,9). Y por eso Pedro, estando harto del manjar celestial,
negó a Cristo. Esto mismo nos lo prefiguró el Espíritu Santo en Cusái que, siendo un buen amigo y
consejero de David, en presencia de Absalón lo negó (cfr. 2 R 17,5-14).
§ XVI
66.- La cuarta salida que hace Jesús en su Pasión es de casa de Caifás a la casa de Pilato. Cuenta
San Marcos que los Sumos Sacerdotes, al amanecer, tornaron a entrar en consejo (cfr. Mc 15,1), porque
tenían mucha prisa en echar de este mundo al Hijo de Dios. Por eso, al hacerse de día, empezaron a
tratar y a poner en ejecución la sentencia de muerte que durante la noche habían dictado. Mas como
ellos no tenían potestad para llevar a cabo una causa de sangre, esto es, no podían matar a nadie, se
vieron forzados a acudir ante Pilato, que es quien gobernaba en nombre del Emperador Tiberio. Ahora
bien, muy pronto comprendieron que si acusaban a Cristo ante Pilato sólo por blasfemo, como éste era
gentil, no le importaría nada dicha acusación, ni haría caso de un tal delito. Por eso entraron en consejo
para tratar qué falsos testimonios aducirían para forzar a Pilato a condenarle a muerte. De ahí que
determinaron acusarle de que Cristo negaba y prohibía que se pagase el tributo al César, y que era un
hombre sedicioso que revolvía al pueblo, y que se atrevía a usurpar la dignidad de rey, proclamándose
como tal. A todos pareció bien esta deliberación y acuerdo, y levantándose todos, se llevaron a Cristo
con las manos atadas y con una soga a la garganta, por mitad de las calles de Jerusalén, hasta la casa de
Pilato. Fueron todos los del consejo, porque no se fiaban de sus ministros, y para que al verlos Pilato no
osase diferir la sentencia, ni que nadie se atreviese a defenderle. Puesto Cristo delante de Pilato, lo
primero que hicieron sus enemigos es acusarle de los falsos testimonios que previamente habían
tramado. Según San Lucas le dijeron a Pilato: Hemos averiguado que éste perturba a nuestra nación y
prohíbe pagar los impuestos al César, y se llama a sí mismo el Mesías Rey (Lc 23,2).
67.- Como puede verse, le acusaron de tres cosas que, según el sentido literal, todas tres eran
mentira y falsos testimonios. Mienten al decir que pervertía a los judíos, pues su venida a este mundo
no tuvo otro objeto que convertirlos (cfr. Mt 15,24). Mienten también al decir que prohíbe que se
paguen los tributos, pues él afirmó: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (ibíd.
22,21); y él mismo los pagó en una ocasión (cfr. ibíd. 17,24-27). Y mienten al acusarle de que quería
proclamarse rey, porque cuando la gente quiso hacerlo, él mismo se escondió (cfr. Jn 6,15).
Ahora bien, si queremos entender estas acusaciones en sentido espiritual, entonces nos
encontramos con que, aunque les pese a sus enemigos, las tres expresan grandes verdades. En efecto,
Cristo subvertía a los pecadores, no con armas, ni escuadrones de gentes, sino con sólo su doctrina,
convirtiéndoles de malos en buenos, de pecadores en justos, de hijos del demonio en hijos de Dios. Y él
trastornaba ciertas costumbres haciendo que el hijo negase a su padre, y la hija a la madre, y la nuera a
la suegra, como él mismo lo manifiesta con estas palabras: No creáis que vine a traer paz sobre la
tierra; no vine a traer paz, sino espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija
con su madre, a la nuera con la suegra, y serán enemigos del hombre los de su casa (Mt 10,34-35). Es
decir, que él vino a subvertir a los pecadores y a los impíos, para convertirlos de pecadores en justos.
En este sentido espiritual también Cristo prohibía que se pagasen los tributos al César. El César
era como el rey de los romanos, y representa al demonio, rey de los soberbios. A éste le pagaban
muchos el tributo del honor y del amor, honrándole como a Dios y ofreciéndole sacrificios. Pues bien,
estos tributos los prohíbe Cristo, y manda que sólo se den a Dios, porque solamente a él hay que
tributarle el honor y la gloria.
Por último, Cristo se reconoce a sí mismo como Rey, no por sus obras, vestidos o palabras que
eran pobres, humildes y sencillos, sino por el testimonio de las Escrituras que afirman de él: Yo he sido
constituido por Dios como Rey en Sión su monte santo, para predicar su ley (Sal 2,6).
68.- Oídas estas acusaciones, y reconociendo Pilato que todas provenían de la envidia, no hizo
caso de las dos primeras, y sólo se fijó en la tercera, según la cual, se presentaba como rey. Y entonces
le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos? (Jn 18,33) A lo que Cristo respondió que era Rey, mas no de
este mundo. Cuando Pilato conoció más de cerca el asunto, trabajó por todos los medios que pudo para
excusarle de culpa. Primero, por vía de inocencia, diciéndoles: Me habéis traído a este hombre como a
perturbador del pueblo, y veis que yo, después de haberlo examinado delante de vosotros, no he
encontrado en él ninguna culpa de las que le acusáis (Lc 23,14). Mas viendo que por este camino no
podía librar a Cristo, Pilato escogió otro, dándoles a escoger entre Cristo y Barrabás. Pero todos
respondieron: No a éste sino a Barrabás (ibíd. 18). Finalmente, viendo que por aquí tampoco conseguía
nada, determinó que fuera cruelmente azotado, para ver si con este castigo lograba apaciguar su furia y
furor, y por eso mandó que lo desnudasen, lo amarraran a una columna y que le dieran cinco mil y
tantos azotes.
69.- ¡Oh sentencia cruel y nunca jamás oída! ¿Quién oyó jamás que a Dios habían de azotarle?
¿Que sobre las espaldas de la majestad divina tenían que caer unos azotes? David decía: No llegará a ti
el mal, ni el azote se acercará a tu morada (Sal 90,10). Y ahora resulta que le azotan, no con cuarenta,
ni con cincuenta, sino con cinco mil y tantos azotes. Los judíos solían usar de misericordia con aquellos
a quienes azotaban, no exigiendo el cumplimiento riguroso de la ley que mandaba que se les diera
cuarenta azotes; por eso, siempre restaban algo a este número. Sólo en el caso de Jesucristo les falta
misericordia, y les sobra ira y furor, para cumplir no sólo lo que la ley mandaba, sino para excederla
sobremanera, ya que nunca se halló un tirano que a tanto llegase su crueldad y envidia hacia su
enemigo, como en la encendida crueldad que hoy muestran los fariseos. Así pues, una vez que fue
dictada la sentencia de que le azotasen, aquellos sayones tomaron a Cristo y, sin un ápice de reverencia
y de respeto, le desnudaron de sus ropas y lo dejaron afrentado delante de toda la gente. Piensa, por un
momento, qué afrenta debió suponer para un hombre tan honesto como éste, el verse totalmente
desnudo en presencia de todos. Dios vistió a nuestro padre Adán con las ropas de la justicia original, y
juntamente con él a todos nosotros; pero perdió aquél estas ropas y quedamos, tanto él como nosotros,
desnudos. Por eso viene ahora el Hijo de Dios, permite que le quiten sus ropas y con ellas nos viste a
nosotros. Adán nos desnudó junto al árbol de la ciencia del bien y del mal; y el Hijo de Dios nos viste
junto a la columna, que para él fue como el árbol en el que aprendió muchas penas, y para nosotros el
árbol de tanto bien y de tanta misericordia como nos hace al querernos vestir con su desnudez. ¿Pensáis
que Cristo hubiera permitido que le desnudaran en presencia de tanta gente, si con ello no entendiera
que así iba a vestirnos a nosotros con sus ropas? De Jonatás leemos que amó tanto a David, que se
despojó de sus propias ropas y se las dio a David, para que se vistiese con ellas (cfr. 1 R 18,1-4).
Jonatás significa paloma que da , y representa al Hijo de Dios que hoy nos da cuanto tiene. Nos da las
plumas de sus ropas para que nos vistamos con ellas, y nos da su Sangre para redimirnos. Y David es
figura del género humano al que Cristo viste hoy con sus ropas.
70.- Hoy se cumple en Jesucristo lo que en la ley estaba prefigurado. Dios mandaba en el
Antiguo Testamento que el cordero que tuviera que ser ofrecido en sacrificio, que le quitasen el pellejo
(cfr. Lv 3-4). Y hoy se ofrece el verdadero Cordero en sacrificio, sobre el altar de la columna, y por eso
le quitan primero sus ropas. ¡Oh crueles sayones, que desolláis a este Cordero sin el más mínimo
sentimiento de misericordia! Bien podéis desnudarle de las ropas de lana con que su cuerpo anda
vestido; bien podéis quitarle el pellejo de su carne y sacarle la sangre de las venas; que por mucho que
hagáis no podréis arrancarle la ropa de la caridad con que va vestida su alma. No seréis capaces de que
se vuelva atrás y se deje lo que tiene empezado, porque el amor con que nos ama es fuerte como la
muerte (Ct 8,6).
§ XVII
71.- Después que le hubieron desnudado, lo ataron de pies y manos a aquella columna, con tanta
crueldad, que le rodearon los brazos y las piernas con cordeles, para que no se les escapara. ¡Oh ciegos
verdugos, que pensáis tener atado a Dios contra su voluntad! Pues yo os doy como cierto que si otras
sogas no le ataran a la columna más que vuestros cordeles, éstos no serían capaces de tenerlo atado. Si
cuando Sansón se vio atado con siete cuerdas de cáñamo, dice la Escritura, que las rompió como si
fueran un hilo de estopa mal torcido (cfr. Jc 15,14), ¿con cuánta mayor razón podría hacer esto el Hijo
de Dios, que es tan fuerte que lo sustenta todo con su poderosa palabra ? (Hb 1,3). Y es que, en
realidad, a Cristo no lo tenían atado a la columna las sogas de cáñamo, sino las sogas de su infinito
amor. Estas son las que ataron a su divina Persona al pilar de nuestra flaca humanidad con un nudo
indisoluble; éstas son las que le atan ahora a la columna; y éstas mismas son las que luego lo atarán a la
Cruz. Cristiano, ¿quieres tú estar atado a la columna con Cristo? Pues que no te aten las cadenas de
hierro de la cárcel del infierno, sino las cadenas del amor, que son como collares del cielo.
72.- Estas son las cadenas de las que él mismo dijo por Oseas: Yo los atraje hacia mí con los
vínculos de la caridad (Os 11,4). ¿No te parece que es soga de amor ésta que hoy te echa Jesucristo, al
permitir que le desnuden, que le aten y que le azoten? Soga es, sin duda, y de tres ramales, porque
como dice el Eclesiastés: La cuerda de tres dobleces difícilmente se rompe (Ecl 4,12). Es suficiente
cadena para sacarte de lo profundo de tus pecados, y para que te conviertas y lo ames. Y si echándote
Cristo esta cadena y tirando fuertemente, como lo hace, tú no te mueves, piensa que no hay monte más
pesado que tú. Si esta soga es capaz de arrancar los montes y de mudarlos de lugar, e incluso para bajar
los cielos a la tierra, y a ti no puede moverte, piensa que eres más pesado que los montes y que, en tu
soberbia, estás por encima de los cielos. Pues yo se aviso: si el peso de tus pecados te llega a echar en
lo hondo del infierno, no habrá soga capaz de sacarte de allí. ¡Oh Hijo de Dios, que hoy extiendes estas
sogas por todas partes para atar a todos los hombres y llevártelos tras de ti! Yo se suplico, mi Dios, que
tú mismo nos ates y fuerces nuestras rebeldes voluntades para que te sigamos.
73.- Esto es lo que le pedía Isaías: Toma un sitio más espacioso para tus tiendas, y extiende
cuanto puedas las pieles de tus pabellones, alarga tus cuerdas, y afianza más las estacas (Is 54,2).
¿Quién es el tabernáculo de Cristo sino su santísima humanidad, constituida como tabernáculo de su
divinidad? Hoy los azotes dilatan este tabernáculo, no dejando en él cosa sana. Hoy extienden las pieles
de sus delicados miembros, pues con los azotes se los llevan por una parte y por otra. Extended,
extended, Señor, estas cuerdas de vuestro amor. Por favor ni digáis: No he sido enviado sino a las
ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 15,24). Extendedlas más, y atad con ellas al pueblo gentil que
está más lejos.
74.- Después que aquellos crueles sayones le hubieron atado, se arremangaron y, unos por una
parte y otros por otra, empezaron a descargar azotes sobre aquel cuerpo santísimo, de manera que lo
dejaron totalmente llagado y maltratado. Como dice Isaías: Desde la planta del pie hasta la coronilla
de la cabeza no hay en él cosa sana, sino heridas y cardenales, y llagas corrompidas que no han sido
curadas, ni vendadas, ni suavizadas con bálsamo (Is 1,6). ¡Piensa, cristiano, cómo estaba el Hijo de
Dios en este paso, y sobre todo su bendita alma, desamparada de todo consuelo! Si miraba hacia la
derecha, veía a los sayones que le azotaban; y si a la izquierda, veía a los escuderos de Pilato, que se
burlaban de él. Si volvía su mirada hacia atrás, veía a Pilato sentado en su trono; y si miraba hacia
delante veía la columna fría a la que estaba atado. Si fijaba sus ojos en el suelo, lo veía todo regado con
su sangre; y si los alzaba hacia el cielo, oía la voz del Padre que le decía: ¡Aún has de afrontar mayores
tormentos! Este divino Cordero pudo decir con Isaías: Eché la vista alrededor, y no hubo quien
acudiese a mi socorro (Is 63,5). Y con el Salmista: Vivo cual pájaro que está solitario sobre los tejados
(Sal 101,8); y no vestido con mis plumas, sino despojado de mis ropas.
75.- ¡Oh dulcísimo Jesús! Cómo te veo en esa columna llagado y abandonado como un semivivo.
¿No se hallará en todo Jerusalén un samaritano que, viéndote tan llagado, no te lave esas llagas con
vino y te las unte con aceite? ¿No habrá un cristiano que con su entendimiento y contemplación pase
por la audiencia de Pilato, y viendo al Hijo de Dios atado a una columna con heridas de muerte y todo
desangrado, que no se duela de él, y que con el vino de las lágrimas le lave esas llagas, y con el aceite
de la compasión se las unte?... ¡Oh Virgen soberana, y qué lamentable es que sólo vos os mováis a
compasión de vuestro Hijo! Pasó el sacerdote del pueblo judío y no se condolió de él; pasó también el
levita del pueblo gentil y le hizo burla. Pasad vos, lastimada Madre, por el pretorio de Pilato, y mirad a
vuestro Hijo, que por descender de Jerusalén a Jericó ha caído en manos de los fariseos, intentando
robarle el alma con tantos falsos testimonios. Ladrón es Pilato, pues le hurtan la justicia, sabiendo que
lo acusan por envidia. Ladrones son los sayones, pues le hurtan su inocentísima sangre y carne, y le han
hecho tantas heridas con los azotes, que lo han dejado rendido en una columna como a un muerto. Pues
pasad vos, desconsolada Señora, y condoleos de él, y tomad el vino de vuestros amargos dolores y
lavadle con él sus llagas; y tomad el aceite de la compasión, y doleos de vuestro Hijo; pues sólo vos
sois la que de verdad vais a sentir en vuestra alma su Pasión.
76.- Esta flagelación la profetizó Job, cuando dijo: Entended de una vez que Dios me atribula y
descarga sobre mí sus azotes;... me despojó de mi gloria;... y sitiaron con cerco mi morada (Jb 19,6-
12). Aquí lo veis todo ceñido de azotes, privado de su gloria, azotado como un ladrón y cercado por los
que le azotan. Esto es lo que exclamaba David: La verdad es que estoy resignado para recibir los
azotes, y siempre tengo presente mi dolor (Sal 37, 18), pues sin resistencia se ofreció en manos de los
sayones. Esto nos lo prefiguró el Espíritu Santo en Aquior, quien por decir la verdad fue atado a un
árbol y escarnecido y azotado por orden de Holofernes (Jdt 6,9).
§ XVIII
77.- Después que Cristo fue azotado, aquellos infernales sayones se reunieron y concertaron
hacer con Cristo una especie de farsa regia, una de las tragedias más crueles y lamentables nunca vistas.
Para ello, primero lo vistieron con un manto viejo de púrpura; luego le colocaron una corona de espinas
en la cabeza; le pusieron en su mano derecha una caña a modo de cetro, e hincándose de rodillas
delante de él se burlaban diciéndole: ¡Dios te salve, rey de los judíos! Y juntamente con ello le
escarnecían el rostro con la caña que tenía en las manos, le herían la cabeza y le daban bofetadas. ¡Oh
qué paso digno de toda compasión y lástima! Dime, cristiano, ¿qué corazón habrá que no reviente de
dolor, y qué dureza tan endurecida que no se ablande? ¿Qué ojos hay que no se conviertan en fuentes
de lágrimas, viendo al Hijo de Dios tan deshonrado? ¿A quién no se le romperán las entrañas de dolor,
viendo aquella delicadísima cabeza, ante la que tiemblan las potestades del cielo, traspasada con
crueles espinas, y aquel divino rostro todo él abofeteado? ¿A quién no le romperán las entrañas tantas
afrentas e injurias juntas? ¿No bastaban los azotes pasados, y la muerte venidera, y tanta sangre
derramada, sino que por fuerza tenían que agujerearle la cabeza con espinas? ¿Quién jamás leyó, ni
oyó, que a alguien le hicieran una corona así? ¿No bastaban para ti, Señor, los tormentos que para otros
malhechores se habían hallado, sino que era menester atormentaros con nuevas maneras e invenciones?
78.- ¡Oh resplandor de la gloria del Padre!, ¿quién os ha maltratado así? ¡Oh espejo sin mancilla
de la majestad de Dios!, ¿quién os ha manchado totalmente? ¿Quieres saber, pecador, quien ha parado
así a Dios?... No las espinas que le traspasan la cabeza, sino los pecados que ves en tu alma. Tus
pecados son las espinas que le traspasan la cabeza; tus pecados, ensangrentados con mil homicidios,
son el manto de púrpura que le ponen; tu soberbia y presunción es la caña que le colocan en las manos;
tus blasfemias son los salivazos inmundos con que le escupen; tus hipocresías son las ceremonias con
que se burlaron de él. Todo lo hacen tus pecados; y para subsanarlo toma estas purgas tan amargas.
Pues si tus pecados han dejado así a aquel cuerpo inocentísimo, ¿cómo habrán dejado a tu miserable
alma? Por tanto, abre bien los ojos, pecador, y mira que todas estas cosas son medicinas para tu alma.
Todas estas deshonras deben ser honras para ti; la púrpura con que le visten, es la gracia con que has de
revestir tu alma; la corona de espinas es la honra y gloria con que te corona; la sangre que él derrama,
es el color que has de darle a tu rostro. Deja, pues, tus pecados; sal de esa mala vida, y sábete
aprovechar de estos tesoros.
79.- Esta coronación la profetizó Job cuando dijo: ¡Que el todopoderoso me otorgue ceñírmelo
como una diadema! (Jb 31,36). Y también Ezequiel: Hijo de hombre, no te quitarás la corona que ciñe
tu cabeza (Ez 24,16-17). Y también Zacarías: Harás unas coronas que pondrás sobre la cabeza del
Sumo Sacerdote Jesús (Za 6,11). Y esta misma coronación la prefiguró el Espíritu Santo en el cordero
que vio Abraham, que tenía la cabeza enredada entre unos espinos (cfr. Gn 22,13); y en el Arca del
Testamento sobre la cual mandó Dios que se pusiesen unas coronas o anillos (cfr. Ex 25,12). Y esto
mismo se prefiguró en la vida de David, cuando Saúl y sus criados los cercaron a modo de corona para
matarlo (cfr. 1 R 23,26).
§ XIX
80.- Después que se hartaron aquellos sayones de atormentar al inocente cordero, le pareció a
Pilato que esto sería suficiente para aplacar la ira y el furor de los judíos; y, por eso, tal como estaba
Cristo, coronado de espinas y vestido con aquel manto viejo de púrpura, corriéndole la sangre por todo
el cuerpo y con la caña en la mano, le sacó a la puerta del pretorio, para moverlos más a compasión, y
les dijo: ¡He aquí al hombre! (Jn 19,5) Como si dijera: Ved aquí, judíos, al hombre que me habéis
traído; miradle bien, que lo veréis tan desfigurado que apenas lo reconoceréis. Si pecó alborotando al
pueblo, ahora podéis verlo bien azotado. Si persuadió que no se pagasen los tributos al César, él los ha
pagado con su sangre. Si pretendía hacerse rey de veras, aquí lo tenéis como un rey objeto de burla,
vestido con una púrpura vieja y coronado de espinas. Creo que éste es un castigo suficiente para que
con él pague todo el mal que decís que ha hecho. ¡He aquí al hombre! Ved aquí al que, siendo Dios,
estaba vestido con una ropa resplandeciente como la lumbre, y ahora lo veis hecho hombre y vestido
con una púrpura vieja; y así como, siendo Dios, aparecía coronado de gloria, así ahora, como hombre,
aparece coronado de espinas. Ved aquí al hombre que, en cuanto Dios, no sabía qué era el dolor, y
ahora, en cuanto hombre, no hay parte en su cuerpo en la que no lo sienta. Ved aquí al hombre que, en
cuanto Dios, tiene las manos libres para hacer lo que quiere, y ahora, como hombre, las tiene atadas.
81.- ¡He aquí al hombre! Que oigan esta sentencia los maniqueos, ellos que niegan la humanidad
de Cristo, y reconozcan que éste no fue un hombre fantástico, sino verdadero, a quien las espinas lo
coronaron de verdad, y a quien los azotes le sacaron tanta sangre. Y oigan esto también los cristianos, y
puesto que con los ojos carnales no pueden ver en Cristo más que a un hombre maltratado, que con los
ojos de la fe vean que es el Hijo natural del Padre eterno, sentado a su derecha. Oigan asimismo estas
palabras los pecadores, y alégrense de ver que hoy el Hijo de Dios paga por ellos. Ellos fueron los
ladrones, y Cristo es azotado. Ellos quisieron levantarse con la dignidad regia, pretendiendo ser
semejantes a Dios, y Cristo es coronado de espinas. Por eso, como se dice en el Cantar de los Cantares:
Salid afuera, hijas de Sión, y veréis al rey Salomón con la diadema con que lo coronó su madre en el
día de sus desposorios, día en que quedó colmado de júbilo su corazón (Ct 3,11). Salid, almas
pecadoras, salid de vuestras culpas y pecados; salid de vuestras malas conciencias; y mirad al rey
Salomón, esto es, a este Rey tan pacífico, Cristo, que con su sangre ha pacificado el cielo y la tierra.
Salid y miradle coronado con una corona de espinas; salid y miradle el rostro abofeteado y escupido;
salid y mirad su cuerpo santísimo hecho todo él pedazos por los azotes. ¿Qué corazón habrá en el
mundo tan de piedra que, viendo al Hijo de Dios tan maltratado, no se enternezca? Por tanto,
pecadores, salid de vuestros pecados, y mirad esta imagen que Pilato os pone hoy delante, pues
solamente el verla será suficiente para quebrantar vuestros corazones y para aborrecer todo el mal de
este mundo, pues por amor a vosotros Cristo aborreció su honra, su fama y su vida. Salid, pues, y
miradle con la corona con que su madre, la sinagoga, le coronó como premio por tantos beneficios
recibidos de su mano.
82.- ¡Oh triste y desconsolada Madre, María! ¿Adónde estáis que no salís a ver este retrato, a
conocer si esta es la figura de vuestro Hijo? Con todo, yo pienso, Señora, que es mejor que no salgáis,
porque así no lo veréis tan maltratado y vuestro corazón no sufrirá. No salgáis, Señora, que vuestro
corazón podría reventar de dolor. Que salgan los ángeles del cielo y que lloren amargamente al ver su
cabeza coronada de espinas; que salgan los justos del Limbo y lloren al ver a su Redentor tan
deshonrado; que salgan los pecadores de sus pecados y derramen lágrimas al ver a su Dios derramar
sangre. No salgáis aún, Virgen gloriosa, que todavía no es el momento. Esperad un poco a que le
condenen a muerte, y entonces saldréis a hacerle compañía hasta la muerte.
Este castigo fue suficiente para aplacar toda la ira de Dios; fue suficiente para pagar por todos los
pecadores del mundo; y fue suficiente para derretir los corazones de sus enemigos furiosos, más duros
que las piedras, que cuando le vieron, empezaron a dar voces diciendo: ¡Quita, quita, crucifícalo! (Jn
19,15). No nos contentamos con lo que has hecho, Pilato; poco es para lo que se merece; no estaremos
satisfechos hasta que lo cuelgues de una cruz.
§ XX
83.- La última salida que hizo el mansísimo Cordero en el día de hoy fue desde casa de Pilato
hasta el monte Calvario. ¡Salida enormemente lamentable y dolorosa! Viendo Pilato que por ninguna
parte hallaba el camino para librar al Hijo de Dios, y que le instaban con grandes voces a que lo
crucificase, se determinó a cumplir su petición y dictó la sentencia para que fuera crucificado. ¡Oh falso
y malvado juez! Has confesado por tu propia boca que no hallas en él causa por la que merezca la
muerte, ¿y lo condenas a ella? ¿Tú mismo lo has reconocido como rey, y lo condenas a muerte de cruz,
que es la muerte propia de los hombres viles? ¿No sabes que ese género de muerte sólo se aplica a los
ladrones y a las personas despreciables? Si hubieras mandado montar un cadalso y que allí le cortaran
la cabeza, más propio hubiera sido esta clase de muerte al título de rey que tú mismo le has dado, que
no la muerte en cruz a que le condenas. Y es que el malaventurado de Pilato tuvo más respeto a las
falsas acusaciones, que a la persona de Cristo y a lo que su propia conciencia le dictaba. Los fariseos
habían acusado a Cristo de ladrón, porque se usurpaba el nombre de Dios y se llamaba Hijo de Dios;
porque le usurpaba el nombre al César, proclamándose rey; y porque le usurpaba a Moisés el título de
legislador, presentándose él mismo como tal. Por eso, como a ladrón, lo condenan a muerte en cruz.
84.- Por otra parte, así estaba prefigurado además —en sentido acomodaticio— en el rey Hai, a
quien Josué mandó poner en una cruz hasta la tarde (cfr. Jos 8,29). Hai significa vida de los valles , y
representa a Jesucristo que es la vida de los humildes. Josué representa a Pilato, que mandó poner a
Jesucristo en una Cruz, hasta la tarde, en que vino Nicodemo a pedir su cuerpo. Esto mismo leemos de
Acab, rey de Israel, que después de haber peleado durante todo el día, por la tarde le mataron en su
carro (cfr. 3 R 22,35). Acab significa hermano de nuestro padre , y representa a Cristo que, al hacerse
hombre, se hizo hermano de nuestro padre Adán. Y Cristo, después de haber peleado todo el día con
tantos tormentos, por la tarde le mataron en su carro, que fue la santísima Cruz. Esto mismo nos lo
prefiguró Dios en la serpiente que mandó a Moisés colocar sobre un palo, para que todos los que la
mirasen quedaran sanos (cfr. Nm 21,8-9). Esta serpiente en el palo fue figura de Cristo en la Cruz, al
cual hemos de mirar crucificado para sanar de nuestros pecados, pues esa Cruz es medicina capaz de
sanar todas nuestras enfermedades.
85.- Si tu alma está enferma de soberbia, mira a Cristo en una Cruz, y lo verás tan humillado cual
nunca hombre alguno se vio. Si está enferma de avaricia, mírale en la Cruz tan liberal y generoso, que
todo lo que tiene lo da. A los sayones les dio sus ropas, para que se las repartiesen entre sí; a las espinas
les ofrece su cabeza para que la lastimen; a los clavos, sus pies y manos; a la lanza, el costado; a los
azotes, sus espaldas; y a todos los pecadores, su sangre. ¡Suficiente liberalidad es ésta para sanar la
avaricia del mundo! Si eres lujurioso, mírale todo disciplinado y en seguida sanarás. Si eres iracundo y
soberbioso, mírale tan paciente, que por más deshonras e injurias que le hacen, no se enoja, ni abre la
boca para responder una mala palabra. Si eres envidioso, mírale tan lleno de caridad que llega a rogar
por sus enemigos deseándoles la prosperidad de la gracia y de la gloria. Si eres glotón, esto es, amigo
de comer y de beber, mírale en la Cruz con el manjar de la hiel y la bebida del vinagre. Si eres perezoso
y negligente para lo que te conviene en orden a tu salvación, mírale en la Cruz y verás la prisa que se
da por pronunciar aquella frase: Todo está cumplido (Jn 19,30); y la prisa que se da también en rogar
por los que le crucifican, en encomendar al discípulo amado a su Madre, y en enviar a la gloria al buen
ladrón. ¡Oh mi Dios! Y cuán poquitos hay que te imiten en esto y se den prisa en llegar consigo al Todo
está cumplido de la muerte. Por el contrario, unos se cansan al principio, otros hacia la mitad y otros
cuando ya están para llegar. Pues yo te aseguro, hermano mío, que si no llegas con él a ese Todo está
cumplido , esto es, si no acabas tu vida con él en estado de gracia, tampoco te dirá: Hoy estarás conmigo
en el paraíso (Lc 23,43), pues como escribe San Pablo: Nadie recibe la corona si no ha competido
según el reglamento (2 Tm 2,5).
86.- Ved por qué Pilato lo condenó a muerte de Cruz, porque había de ser colocado en ella como
medicina de todas nuestras enfermedades. Por eso David afirma que: El es quien sana todas nuestras
dolencias (Sal 102,3). ¡Oh dulcísimo Jesús! Si de la misma manera con que, puesto en la Cruz, eres
medicina de nuestras enfermedades espirituales, sanases las enfermedades corporales, de forma que con
sólo mirarte sanasen todos los enfermos, cómo te mirarían todos y cuán buscada sería esta medicina.
Mas como sólo eres medicina del alma, por eso ninguno te busca. Son muy pocos los que procuran
tenerte consigo. Si la planta del ruibarbo, porque sana las enfermedades del cuerpo, la pesan a oro y
acuden a ella constantemente, ¿cómo a ti, mi Dios, que con sólo mirarte en la Cruz salvas las almas, y
de muertas las tornas vivas, no hay quien te busque, ni que dé una blanca por ti?
§ XXI
87.- Dictada la sentencia de que muera, y con muerte de Cruz, alégranse los ángeles en el cielo,
los santos padres en el limbo y los judíos en la tierra. Todos se alegran con esta sentencia; no porque
hubiera estado bien dada, sino porque era necesaria. Y todos se alegran, aunque no todos por la misma
causa. Los ángeles se alegran, porque las sillas del cielo empiezan hoy a repararse; los santos padres se
alegran, porque hoy se acaba su destierro; y los judíos se alegran al ver que hoy su malicia triunfa sobre
la inocencia de Cristo. Hasta hoy habían ido a porfía Dálila y Sansón, y aquélla no había podido
vencerle (cfr. Jc 16); hoy le vence y lo entrega en manos de sus enemigos. La malicia de la sinagoga
había andado a porfía con la inocencia de Cristo, una vez llevándole al monte para despeñarle, otra vez
enviándole sus ministros para que le prendieran, en otra ocasión queriéndole matar a pedradas en el
templo, y nunca había podido salir con la suya hasta el día de hoy, que le trasquila los cabellos, que le
repela las barbas, que le escupe en el rostro, que le quita las fuerzas y que le condena a muerte de Cruz.
Y como aquéllos que alcanzaron la muerte de Sansón dieron grandes voces de placer y de alegría, así
también estos judíos. No mirando a sus conciencias, ni cayendo en la cuenta de que condenando a
muerte a Jesucristo, se condenaban a ellos mismos a las penas del infierno, y que la muerte de este
inocente iba a ser mayor perdición para ellos, estos crueles fariseos no se contentaron con ver aquel
cuerpo hecho pedazos a fuerza de azotes, ni su cabeza sembrada de espinas, y el rostro todo abofeteado
y cubierto de sangre, sino que para burlarse más de él y regocijarse con su victoria, unos le silbaban
como a un toro, otros le hacían muecas como a un loco, otros se burlaban de él como a un necio, y
otros saltaban y daban palmadas de placer al verle condenado a muerte. Así lo había profetizado
Jeremías: Abrieron contra ti su boca todos tus enemigos; dabas silbidos y rechinaban sus dientes y
decían: Nosotros nos lo tragaremos, ya llegó el día que estábamos aguardando; ya vino, ya lo tenemos
delante (Lm 2,16). Dice San Juan Crisóstomo que en cuanto Pilato lo condenó a muerte, fue muy
grande el regocijo de los judíos, porque pensaban que el haber alcanzado victoria sobre él, iba a
suponerles mayor gloria y descanso para ellos. Y resulta que les ocurrió todo lo contrario, que de esta
muerte provino su perdición y su deshonra. Acaecióles a ellos lo que a los filisteos con Sansón, que
pensando descansar al quitarle la vida, resultó que el quitársela fue buscar su destrucción.
88.- Orígenes dice que, en cuanto fue dada la sentencia de que muriese, en seguida se repartió el
ejército de Satanás. Unos fueron a buscar madera para hacer la cruz, otros a traer carpinteros que la
realizasen, otros a buscar los clavos, otros se fueron a romper la peña en donde había de ser colocada la
Cruz, y otros a reunir a la gente que les había de acompañar. Hecho todo esto, se asoma la temerosa
bandera que amenazaba contra la cabeza del mansísimo Cordero. Empiezan a tañer las trompetas de
afrenta y deshonra, y sacan al Hijo de Dios del pretorio de Pilato con la cabeza coronada de espinas,
con las manos atadas, y condenado a muerte con dos ladrones.
§ XXII
89.- ¡Ea, almas cristianas! Los que tenéis que acompañar en esta jornada al humildísimo Jesús,
disponeos, que ya está de partida, ya está aparejado el caballo de la Cruz sobre el que ha de ir, ya se
tañe la trompeta para que la compañía de guardia se allegue. ¡Ea!, daos prisa, que ya sale de la
audiencia de Pilato, con la cabeza inclinada por el dolor de las espinas, con el rostro desfigurado por los
bofetones que le han dado, y con las manos atadas para que no se les escape. ¡Ea!, aparejaos, que ya
sube en el caballo para caminar, ya le ponen encima de sus delicados y lastimados hombros aquella
Cruz tan pesada, con la que en seguida va a caer en tierra. En realidad debía de ser una Cruz muy
pesada, pues tenía que sustentar a un hombre tan fornido como lo era Cristo. Además tenía que ser más
pesada que el cielo y la tierra, pues este divino Cordero lleva sobre sus hombros a todo el mundo, y no
le produce ninguna fatiga; mientras que esta Cruz es tan pesada que da con él en tierra. Se trata de la
Cruz de los pecados, de la Cruz de las afrentas y deshonras, de la Cruz de la maldición. Le ponen esta
Cruz a cuestas como si fuese un hombre maldito y desacreditado, y él la recibe como gloria y bendición
de los fieles, pues como dice el Apóstol: A mí líbreme Dios de gloriarme, sino en la Cruz de nuestro
Señor Jesucristo (Ga 6,14). Ellos se la ponen para darle muerte, y él la recibe para darnos la vida. Ellos
se la ponen como signo de ignominia y de castigo, y él la toma como carro triunfal de sus victorias.
Ellos se la ponen como a un hombre vencido y derrotado, y él la toma como vencedor. Aquí se cumplió
la profecía de Isaías que dice: Se nos ha dado un hijo, el cual lleva sobre los hombros el principado...,
y se sentará sobre el solio de David (Is 9,6-7).
90.- Cristo sale así de la casa de Pilato, porque si él no sale de allí, tampoco tú saldrías nunca de
la casa del demonio. Considera, cristiano, cuánto debes a tu Dios y cuánta obligación tienes de amarle,
pues para que tú fueses liberado de los azotes del infierno, él quiso recibirlos en sus espaldas; para que
su Padre eterno te corone de gloria, él consintió en que le coronasen de espinas; para que tú te sientes
en las sillas de los ángeles, él ha querido cargar sobre sus hombros la silla de la Cruz; y para que tú
salieses de la casa del pecado en la que estabas sin gloria y sin honra, él sale de casa de Pilato con tanta
afrenta y deshonra. ¿Quién querrá a partir de hoy quedarse en casa de Pilato, si Cristo sale de ella?
¿Quién querrá seguir ofendiendo a Dios, si los pecados son los que le han puesto en tanta deshonra?
91.- Después que le pusieron la Cruz a cuestas, salieron los ladrones, y salió Cristo. Y en cuanto
salieron, empezaron a sonar las trompetas, a relinchar los caballos, la gente a dar gritos de placer, y el
pregonero a dar voces, diciendo: «Esta es la justicia que el gobernador Pilato manda que se le aplique a
Jesús el Nazareno, porque falsamente ha querido usurparse la dignidad real de los emperadores
romanos». Y con este alboroto y afrenta le llevaron por las calles de Jerusalén. Ya el homicida Caín
lleva al campo a su hermano Abel para matarlo; ya Noé entra en el Arca para librarnos del diluvio; ya
Isaac lleva la leña a cuestas para el sacrificio; ya Jacob se arrima a la escalera para entrar en el cielo; ya
Moisés va con su vara en la mano para abrirse paso por el Mar Rojo; ya José va vendido por sus
hermanos; ya Josué levanta contra Hai su escudo; ya Gedeón toma su espada en la mano; ya el fuerte
Sansón se abraza a las columnas del templo; y ya el verdadero sol de justicia se va a eclipsar.
92.- Grandes ejemplos de humildad nos ha dado esta noche el Hijo de Dios. Ya fue un gran
ejemplo el que nos ofreció al querer lavar los pies a sus discípulos; mucho mayor aún al consentir ser
abofeteado y escupido en casa de Anás y de Caifás; y mayor todavía al dejarse azotar y coronar de
espinas. Todos éstos fueron ejemplos de una profundísima humildad. Mas el de ahora, el que se deje
llevar por las calles de Jerusalén de esta manera, excede a todos los demás. Si el Hijo de Dios llevara la
Cruz a cuestas por la ciudad de Belén o de Nazaret, no sería tanto de maravillar, porque en la primera
nació como un pobre en un establo, y en la segunda lo consideraban como el hijo de un pobre
carpintero. Como eran ciudades pequeñas, este hecho no hubiera maravillado tanto. Pero, que quiera
ser llevado por las calles de Jerusalén, ciudad tan populosa, en donde había realizado obras portentosas
y milagros tan grandes, y en la época del año en la que se celebraban las mayores fiestas, y que lleve la
Cruz por las mismas calles por las que el domingo pasado había entrado con tanta honra y triunfo,
pregonado como verdadero Mesías, y que por esas mismas calles vaya hoy coronado de espinas como
un loco, con pregones públicos como un malhechor, y con una cruz a cuestas como un condenado a
muerte, esta humildad es la que espanta no sólo a los hombres, sino también a los ángeles.
93.- ¿Qué es esto, mi Dios, que te humillas tanto? ¿Por ventura hemos de decir que quieres pagar
con esta humildad algún exceso producido el domingo pasado cuando entraste en Jerusalén con tanta
honra?... No, por cierto, porque en el Hijo de Dios, que es la misma Sabiduría del Padre, no cabe
exceso de culpa. ¿Cómo puede excederse el que es el justo medio de todas las virtudes, sin caer en
extremos de ninguna clase? En aquella procesión no hubo exceso de culpa, sino de amor, porque si
quiso entrar con aquella solemnidad, fue para enseñarnos a los justos el ejercicio que han de tener en el
cielo, que es seguirle y acompañarle, como explica San Juan en el Apocalipsis, que vio a Jesucristo y a
los ejércitos del cielo que le seguían (cfr. Ap 16). Entra, pues, con esta pompa porque ama a los
pecadores y quiere mostrarles que es Dios y el verdadero Mesías Salvador; y entra de esta manera
porque ama a los profetas y quiere cumplir sus profecías. Por tanto, no es llevado hoy el Hijo de Dios
con tanta deshonra, porque entonces se hubiese cometido algún exceso culpable, sino para confundir
con su humildad el exceso de la soberbia humana. Sale a las calles tan humilde, porque él mismo nos
ha predicado que aprendamos de él a ser mansos y humildes de corazón (Mt 11,29); y sale tan humilde,
porque éste es el único camino para llegar a la exaltación, como dice San Pablo: Se humilló a sí mismo
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz; por lo cual también Dios lo ensalzó y le dio un
nombre superior a todo nombre (Flp 2,8-9).
94.- A la vista de esto, ¿qué soberbia de los hombres quedará hoy en pie, viendo a la majestad de
Dios tan humillada? ¿Y qué ambición, viéndole tan deshonrado y abatido? ¿Quién querrá quedarse esta
noche en Jerusalén, si el Hijo de Dios sale de ella? ¿Quién querrá quedarse en sus vicios, pecados, y
placeres sensuales, pues éstos son los que le hacen salir al Hijo de Dios tan afrentado? El Apóstol nos
exhorta: Salgamos con él fuera de la ciudad, cargados con su improperio (Hb 13,13). Vayamos tras él
derramando lágrimas, pues él va derramando sangre de sus venas. Salgamos tras él a morir, pues él va a
morir por nosotros. Salgamos tras él, siquiera para hacerle compañía a su santísima Madre, la cual va
llena de angustias y de penas; pues si Cristo lleva la Cruz sobre los hombros, ella la lleva en el corazón
y en el alma. Hoy cumple el Hijo de Dios el mandato que mucho antes había dado Dios a Abraham: Sal
de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que te mostraré (Gn 12,1). Hoy
le dice el Padre eterno al verdadero Abraham, Jesucristo, que salga de Jerusalén, que deje a sus amigos
y parientes, a la sinagoga, y que se venga al monte Calvario para reinar sobre los gentiles. Y hoy, como
otro Abraham que salió de su tierra acompañado solamente de su mujer Sara y de su sobrino Lot, el
Hijo de Dios sale de Jerusalén en compañía de su santísima Madre y de su discípulo amado, porque
todos los demás se avergonzaron de él y no le acompañaron.
95.- Una vez hubo salido de Jerusalén, le faltaron las fuerzas al Cordero, Cristo. Había sufrido
tantos tormentos e iba tan desangrado, que no pudo seguir adelante y cayó con la Cruz en tierra.
Entonces los judíos alquilaron a un hombre para que le ayudase a llevar la Cruz hasta el Calvario, más
por temor a que se les muriese antes de verle colgado de la Cruz, que por misericordia hacia él. Y dice
San Lucas que tras de Cristo iba mucha gente y muchas mujeres que lloraban viéndole tan maltratado, a
las cuales se volvió y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí. Llorad más bien por vosotras y por
vuestros hijos (Lc 23,28). Les dice que no lloren porque su muerte no es forzada, sino voluntaria. No
lloréis, viene a decirles, porque tengo potestad para resucitar, y con mi muerte voy a destruir la muerte.
Llorad más bien por vosotras mismas porque vosotras sois la causa de mis males.
96.- De esta suerte llegó el Hijo de Dios al Calvario. Los judíos tomaron la Cruz de los
hombros del Cireneo, la extendieron en tierra, desnudaron al Hijo de Dios de sus ropas de misericordia,
le reprodujeron las llagas que le habían causado antes, lo hacen tenderse sobre la Cruz para marcar los
agujeros, y una vez hechos, toman el martillo y los clavos y empiezan a dar golpes, clavándole primero
la mano derecha, luego la izquierda y por último los pies. ¡Pensad qué tormento debió suponer para su
Madre el oír aquellos martillazos! ¿Quién duda de que, si a su Hijo le atravesaban los pies y las manos,
a ella le traspasaban el corazón? Después que le hubieron clavado, agarraron entre varios la Cruz, la
levantaron en peso gritando: ¡Aquí!, ¡más allá!, ¡sujetadla!, ¿dejadla caer!, hasta que de golpe la
metieron en el hoyo que previamente habían hecho, y así quedó nuestro Bien colgado del madero. ¿Qué
corazón habrá tan de piedra que no reviente de dolor al contemplar una muerte tan cruel? Plegue a su
divina bondad que por ella vivamos en la Gloria. Amén.