Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
El rey salvador viene a su casa, a los suyos, año tras año, trayendo salvación y las
actitudes de los receptores se vuelven a repetir: unos le aclaman con cantos y
ramos y otros no le reciben. Entonces no sabían dónde iba Jesús y qué iba a hacer,
nosotros, sí lo sabemos: va a entregar su vida por nosotros, va a llevar a cabo un
mesianismo que pasa por la cruz. ¡Bájate de la cruz!, le decían los que pasaban por
allí, ¡sálvate a ti mismo! Menos mal que nuestro Dios no piensa como nosotros y no
huye ni sortea el sufrimiento. Menos mal que no piensa solo en sí mismo, sino en
los demás.
La pasión de Mateo señala la derrota de Jesús: traicionado, mal vendido, esclavo,
…; seala su soledad en el prendimiento, en los juicios, en el camino de la cruz, en
la muerte sin brillo, sin gloría, sin lucha, aunque se respira un ambiente de
violencia. Es el triunfo de las tinieblas, de la noche, cuando los discípulos se
desestructuran, cuando canta el gallo. Es expresión de lo que somos los humanos
de paradójicos y contradictorios: elegimos el mal (Barrabás), cuando Dios nos
destina al bien, optamos por el mal proclamando el bien. Menos mal que en medio
de tanta contradicción siempre hay algún Cirineo, representante de la semilla de
bondad que llevamos dentro los hombres, que a pesar de todo valoramos a quien
se entrega y ama. Pero también, al pasión de Mateo, señala su inocencia y su
solidaridad con los abatidos y humillados, crucificado entre los malditos, ladrones y
abandonado por la justicia; señala cómo la noche sólo se vence con la luz de la
resurreccin y el “¡Dios mío, Dios mío!” de Jesús es la confianza mantenida en el
Padre, que produce y es semilla de resurrección. Por eso se siente acompañado,
sobre todo de la verdad, independientemente de las apariencias y el fracaso
aparente antes los ojos hasta de sus discípulos que no entienden mucho.
Los abatidos, los pobres y humillados tienen a quien mirar: al que ha sido
levantado en la cruz, obediente al Padre, que ofrece su espalda y no oculta su
rostro. Por eso la cruz deja de ser maldición, para hacerse bendición y señal de
identidad. Desde ahora a los más castigados por la vida, los invisibles porque nadie
mira, lo peor de la sociedad les asiste el espíritu de exhaló Jesús en su muerte, es
decir el espíritu de vida que Jesús pasa a la comunidad para que viva.
La pasión que hemos escuchado es para contemplar y recuperar la memoria, de
donde nos viene la salvación. Contemplar, como Jesús, que no contestó a una sola
pregunta, (27, 14,) la aceptación silenciosa de su suerte de pobre desauciado, que
no quiere decir que estuviera de acuerdo con el poder opresor que le llevaba a la
muerte; contemplar la donación de su vida, que él no defiende, ni justifica, ni se
queja, porque esa es su verdad. Y es también una memoria subversiva, porque
como hijos de Dios vivimos en un mundo en estado de pasión, desgarrado por
condenas injustas, desigualdades, diferencias, intereses políticos, alianzas
interesadas,…Los ramos no son fetiches, ni adornos, sino signos de salvacin para
nuestros entornos inhumanos que los poderes del mundo siguen proporcionando.
Jesús no utiliza los derechos de Dios, renuncia al éxito y a las victorias, se hace
hombre.
Tantas pasiones en nuestro mundo producidas por las guerras, los egoísmos de los
poderosos, nuestra falta de compartir o de asegurarnos nuestra imagen a cambio
del sufrimiento de otros, (emigrantes y refugiados siempre en camino; niños
utilizados como escudos de desamor; compañeros de trabajo pisoteados; parados
de larga duracin; …). Nuestra posicin suele estar del lado de la pena y lástima,
mucho mejor si nos ponemos en el lado de la solidaridad y hacemos que
desaparezca alguna pasión; mejor si nuestra solidaridad expresa hoy la entrega de
Jesús y pone freno al mal para que no se lo crea, ni se extienda; mejor si nuestra
solidaridad deja que las pasiones que sabemos y conocemos nos mueven a actuar.
Las pasiones, los sufrimientos de nuestros hermanos, vecinos, conocidos o no, nos
llevan a gritar a Dios, pero no todos lo hacemos de la misma forma: cuando
contemplamos el sufrimiento desde lejos, le exigimos y preguntamos a Dios ¿por
qué permites esto?, como si fuera alguien insensible; cuando el sufrimiento lo
padecemos en nuestra carne, el acento es otro: ¿Dios mío por qué te ocultas?
¿dónde estás? ¿no ves mi dolor y mi pena? Si Dios nos abandonara sería insensible
y hasta cruel, pero como a Jesús, no nos abandona en su silencio. Cristo sufre la
muerte en cruz y el Padre sufre la muerte del Hijo, es la pasión del Padre. Si Dios
está sufriendo en la cruz de Cristo trae la comunión del Padre para quienes se
sienten humillados y maltratados, para los crucificados de nuestro tiempo. Por eso
mismo a Dios le duele el hambre de los pobres y las desgracias de cualquier
hombre. Este Dios crucificado entre nosotros es nuestra esperanza, no sabemos por
qué lo permite, pero es así y sí que sabemos que es una cruz que termina en
esperanza, en resurrección.
Fr. Pedro Juan Alonso O.P.
Convento del Santísimo Rosario (Madrid)
(con permiso de dominicos.org)