DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECION
SERMON 1º 1
"Aleluya. Alabad al Señor todas las naciones: pueblos todos cantad sus alabanzas. Porque su
misericordia se ha confirmado sobre nosotros; y la verdad del Señor permanece eternamente.
Aleluya" Salmo 116
1.- Este día de la resurrección del Señor, a quien tres días antes le vimos morir en una Cruz y le
dejamos colocado en un sepulcro, es uno de los días más alegres y de mayor regocijo que jamás
amaneció en el mundo para todas las gentes y todos los pueblos de la tierra. Por ello, el profeta David,
contemplándolo de lejos, decía: Este es el día que ha hecho el Señor. Alegrémonos y regocijémonos en
él (Sal 117,24). Mas, ¿por qué, profeta? Porque la piedra que desecharon los arquitectos, ésa misma ha
sido puesta como piedra angular del edificio( ibíd. 22). Es decir, que la piedra que los judíos
desecharon es precisamente la cabeza del todo el edificio. ¡Oh, cuán desechado fue el Salvador, en su
Pasión, por los judíos! No sólo no lo quisieron por cabeza, sino incluso en ninguna parte del edificio.
Escogieron a Barrabás y desecharon a Cristo: Quita a éste —gritaron—, y suéltanos a Barrabás (Lc
23,18). Pero al resucitar hoy, queda manifiesto y probado que él es la Cabeza de todo, y como no le
cabe el gozo en el pecho, rompe en un grito de grande alegría, diciendo: Aleluya . Y convida no
solamente a los fieles de su pueblo, sino a todos los pueblos y naciones del mundo, a que vengan a Dios
y le alaben por los favores y mercedes que en este día hizo a todo el universo, diciendo: Alabad al
Señor todas las naciones; pueblos todos cantad sus alabanzas. Porque su misericordia se ha
confirmado sobre nosotros; y la verdad del Señor permanece eternamente . Esto es: Load al Señor
todas las gentes; alabadle todos los pueblos; hacedle gracias todas las naciones. Que nadie se excuse de
la alabanza, pues a todos cabe parte de su gloria, porque su misericordia se ha confirmado sobre
nosotros , pues al resucitar el Señor, se confirman hoy todas las mercedes que Dios nos ha hecho. Hoy
se pone el sello a todos los privilegios y favores que nos ha dado. Y la verdad del Señor permanece
para siempre, Aleluya . Por eso, alegría y regocijo tan grande, que no se puede explicar.
2.- Si este día fue de tanto regocijo para David, mirándolo de tan lejos; y es también de grande
gozo para vosotros que os habéis levantado muy de mañana y habéis venido aquí con tanto deseo a oír
y ver representar que Cristo ha resucitado; y si este día, por otra parte, produjo un gran contento en los
Apóstoles, que se alegraron al ver al Señor (Jn 20,20), y en las mujeres que acudieron al sepulcro y
luego estaban como fuera de sí por lo que los ángeles les habían dicho (cfr. Lc 24,22-23); ¿de cuánta
mayor alegría y de cuánta mayor gloria debió ser este día para nuestra Señora santísima, para la Madre
que lo parió y que con tanta amargura lo lloró en su Pasión? ¡Oh Virgen sagrada, cuánta debió ser
vuestra alegría al ver a vuestro Hijo resucitado, si en este pueblo observo que es tanto el regocijo que
hay de sólo oír que Cristo ha resucitado! Si el patriarca Jacob, habiendo dado por muerto a su hijo José,
pues había visto sus vestiduras bañadas en sangre, por lo que pensó que alguna fiera lo había
despedazado (cfr. Gn 37,33-34), cuando lo vio vivo y constituido gobernador de la toda la tierra de
Egipto, fue tanta y tan crecida su alegría que, abrazándole, le dijo: Ya puedo morir contento (ibíd.
46,30); ¿cuál no sería el gozo de la Virgen al ver a su Hijo resucitado? Sin duda que diría con Jacob: Es
tan grande mi alegría, que aunque la muerte me viniese ahora, no aguaría mi consuelo. ¡Oh cristianos!
Si tan crecido fue el gozo de Jacob cuando vio vivo a José, teniendo tantos hijos como tenía y no
habiéndole visto morir, ¿qué gozo y qué alegría, pensáis, que experimentaría nuestra Señora, vida y
esperanza nuestra, cuando contempló a su Unigénito Hijo, a quien ella lo había visto sentenciado a
muerte en su presencia y enterrado en el sepulcro, y que ahora estaba vivo con vida inmortal y gloriosa,
y que había sido constituido Señor del cielo y de la tierra, del mar y de los abismos, y que todas las
criaturas hincaban ante él su rodilla? ¡Oh qué alegría tan recia debió ser la vuestra, Virgen bendita, al
1 Obras y sermones , vol.I, pp.534-538. Según se indica en la edición original este Sermón fue predicado por la mañana.
ver aquella cabeza, que antes estaba coronada de espinas, y ahora aparecía coronada de gloria; y aquel
rostro, que en el sepulcro lo dejasteis afeado, y ahora es tan hermoso como el cielo; y aquel cuerpo que
estaba desgarrado por los azotes, y ahora lo veis más resplandeciente que el sol; y aquellas manos que
fueron agujereadas por los clavos, y ahora son besadas por los ángeles; y aquellos pies desgarrados en
la Cruz, y a los que ahora veis que les están sometidas todas las cosas! Si cuando Simeón vio a vuestro
Hijo recién nacido y lo tuvo en brazos, no le cupo el gozo en el pecho, y exclamó: Ahora, Señor,
puedes dejar libre en paz a tu siervo, según tu palabra, pues mis ojos han visto la salvación (Lc 2,29-
30), ¿qué gozo sería el vuestro cuando después de resucitado se acercó vuestro Hijo Unigénito a
besaros, y a abrazaros, y a enjugaros las lágrimas? Por eso: ¡Aleluya. Alabad al Señor todas las
naciones; pueblos todos cantad sus alabanzas. Porque su misericordia se ha confirmado sobre
nosotros; y la verdad del Señor permanece eternamente. Aleluya! . Y puesto que Jesucristo vino a
consolar a su Madre, vayamos también nosotros a regocijarnos con ella, dándole con la Iglesia nuestro
parabién, y diciéndole: ¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya. Porque el Señor, a quien has merecido
llevar. Aleluya. Ha resucitado según su palabra. Aleluya. Ruega al Señor por nosotros. Aleluya! 2 . Y
después de esto, añadamos todos: Ave Maria .
3.- Este misterio de la resurrección del Salvador es de tanto gozo y de tanta alegría, que faltan
las palabras para poderlo explicar. No se puede expresar con la boca lo que siente el corazón. Ni es
posible que la lengua de carne explique lo que concibe el espíritu de este misterio. Creo, y tengo por
cierto, que no soy yo sólo el que tiene esta sensación, pues me parece verla también en todos vosotros.
Grandes y muchas razones tenemos para alegrarnos y regocijarnos en este día, más resplandeciente que
todos los demás, pues el sol amaneció con mayor claridad; los elementos y las estrellas se han alegrado;
y las lumbreras del cielo, que el día de la Pasión del Redentor retiraron sus rayos de luz por no ver
crucificado y lastimado a quien los había creado, hoy le hacen reverencia con nueva y crecida claridad.
Este es el día en que el Salvador causó un mayor regocijo en el mundo. Mucho consuelo causó el día de
su nacimiento; pero templaba este gozo el verle llorar, tiernecito niñito, muerto de frío y envuelto en
pañales. Pero hoy, todo cuanto en él se ve, causa una incomparable alegría, y tanto mayor, cuanto más
crecida fue la tristeza que recibieron de su Pasión penosísima todos los que le querían bien. Por eso
escribe San Pablo: Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más, pues la muerte ya no
tiene dominio sobre él (Rm 6,9). Y por eso David, contemplando desde lejos este día, decía: Este es el
día que ha hecho el Señor. Alegrémonos y regocijémonos en él (Sal 117,24). Y, ¿por qué, profeta?
Porque la piedra que desecharon los arquitectos, ésa misma ha sido puesta como piedra angular del
edificio (ibíd. 22). Es decir, porque la piedra que los judíos desecharon, en este día se ve abiertamente
que es la cabeza de todo el edificio.
4.- ¡Oh cuán desechado fuiste, Salvador del mundo, y cuán reprobado por parte de los judíos!
No sólo no te quisieron por cabeza, sino que incluso trataron de que no tuvieras lugar alguno en el
edificio. Así lo profetizó Jeremías. ¡Ea!, démosle el leño en lugar de pan, y exterminémosle de la tierra
de los vivos, y que no quede memoria de su nombre (Jr 11,19). Y claramente lo demostraron, al pedirle
a Pilato: ¡Quita a ése, y suéltanos a Barrabás! (Lc 23,18). Pero en el día de hoy, al resucitar el
Salvador, queda claro, evidente y manifiesto que este Señor, a quien poco ha vimos desechado, no sólo
pertenece al edificio de la Iglesia, sino que es su Cabeza. El es de quien nos ha de venir todo bien, pues
pudo vencer al demonio y a la muerte, mientras que ni la piedra del sepulcro ni los guardias pudieron
con él. ¿Y qué digo los guardias? Ni siquiera todas las legiones del infierno juntas; antes bien hizo en
ellas un grandísimo estrago sacando de entre sus manos, como despojo, todos los justos del Antiguo
Testamento, que allí estaban esperando a que se cumpliese la profecía de Oseas: ¡Oh muerte!, yo he de
ser tu muerte; yo seré tu destrucción, ¡oh infierno! (Os 13,14). Y con este bocado salió del sepulcro
glorioso y triunfante, como lo harán los fieles en la resurrección final. Por tanto, ¿no os parece que
existe una gran razón para alegrarnos con Cristo resucitado, y para alabar a Dios, por la alegría que con
su resurrección ha dado a todo su pueblo? Así, pues: ¡Aleluya. Alabad al Señor todas las naciones;
pueblos todos cantad sus alabanzas. Aleluya! Pueblos todos no os canséis de dar gracias a Dios.
2 Antífona dedicada a la Virgen en la Liturgia del tiempo pascual.
5.- Porque su misericordia se ha confirmado sobre nosotros. Dejados aparte los otros
títulos por los que nos debemos alegrar, me parece que nos basta éste que nos apunta David. Y es que
al resucitar el Señor, se confirma en nosotros toda su misericordia, y la verdad de Dios permanece para
siempre . ¿Cuál es la misericordia que se confirma en nosotros con la resurrección de Cristo? ¿Por qué
buscáis hacer pública su misericordia? Cada uno de los actos de su misericordia de por sí, y todos
juntos, se confirman con la resurrección de Cristo.
6.- Misericordia de Dios, y muy crecida, fue el hacerse hombre por nosotros. El infinito se hizo
finito; el creador tomó la naturaleza creada; el que no cabe en el cielo, se estrechó en el vientre virginal
de una doncella. Gran misericordia fue nacer en aquel portalico de Belén, enseñándonos con el ejemplo
la humildad que luego predicaría con sus palabras. Crecida misericordia fue su predicación, cuando nos
descubrió el designio de Dios y su decisión de reparar el mundo con su Pasión. Por eso dijo por medio
de San Juan: Levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12,32). Incomparable fue la
misericordia de su Pasión, cuando dio por nuestras almas, no oro, ni plata, sino la sangre de sus venas.
E inefable misericordia es tenernos aparejada la gloria eterna, que comienza en el alma a la hora de la
muerte, si no hay pecado en ella, y luego en el cuerpo el día del juicio universal.
7.- Pero, cristianos, ¿de qué aprovechara todo esto si Cristo no resucitara, es decir, si no se
confirmara todo esto con su resurrección? Si no hubiera resucitado, no le creeríamos; y si no le
creyésemos, de nada nos aprovecharía todo lo demás. Toda nuestra fe depende de la resurrección de
Cristo. ¿Lo queréis ver? La Iglesia no tiene noticia acerca de lo que cree por la vista, sino por el oído.
Lo que creemos, la Iglesia lo aprendió de Cristo. Por eso dice San Pablo: La fe proviene del oír, y el oír
depende de la predicación de la palabra de Cristo (Rm 10,17). Por lo cual el mismo Apóstol llama a
Cristo autor y consumador de la fe (Hb 12,2). De donde se sigue que toda la autoridad de la fe depende
de la autoridad de Cristo. Y como sólo la autoridad de Dios es infalible, por eso fue necesario creer que
toda la autoridad de Cristo la recibe de Dios. Ahora bien, si no hubiera resucitado, si viéramos que la
muerte lo tenía cautivo, como a todos los demás, ¿quién creería que era Dios? ¿Por qué, si no, los
judíos, enemigos de la religión cristiana y de lo que hemos de creer, deseosos de borrar de los
corazones de los hombres no solamente la fe, sino también la memoria de Cristo, procuraron con tanta
diligencia quitarle la vida? Porque pensaban que, una vez muerto, no resucitaría; y no resucitando, su
autoridad quedaba del todo derribada y su doctrina habría tocado a su fin. ¿No recordáis lo que le
decían cuando lo tenían colgado de la Cruz: Si eres el Hijo de Dios, baja de la Cruz ? (Mt 27,40).
Dando a entender con ello que era un argumento muy fuerte en favor de su divinidad, el que se librase
de la muerte, porque si no se libraba de ella era una señal evidente de que no era Dios. Si Cristo no
hubiera resucitado, no creeríamos en él como Dios, y si no lo considerábamos como tal, de nada nos
aprovecharían todas las otras misericordias. Por eso, hablando al Padre eterno desde su humanidad,
exclama con el Salmista: ¿Qué utilidad te acarreará mi muerte y el descender yo a la corrupción del
sepulcro? (Sal 29,10). ¿Qué importa que yo me haya hecho hombre, para que los hombres crean lo que
de vos les he predicado, si yo no resucito? ¿Acaso el polvo cantará tus alabanzas, o anunciará tus
verdades? (ibíd.) Como si dijera: ¿Por ventura, si yo me deshago en el sepulcro y me vuelvo ceniza,
habrá quien crea en la verdad de mi encarnación y de mi predicación? Por eso decía San Pablo: Si
Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe (1 Co 15,14). Esto es, ni
nuestra predicación, ni vuestra fe tendrían fundamento; pero si Cristo ha resucitado, su resurrección es
prueba evidente de que es verdadero Dios. Dice San Pablo en otro lugar: Si bien fue crucificado como
flaco según la carne, no obstante vive por la virtud de Dios (2 Co 13,4). Por eso el Apóstol Santo
Tomás, que antes había sido incrédulo, viendo a Cristo resucitado, exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!
(Jn 20,28). Por consiguiente, si él es Dios, todo queda confirmado, todo queda averiguado y probado.
Si alguno no cree, será por su culpa.
8.- ¡Oh triunfador de la muerte! Que todo el mundo os adore por lo que sois. Que todas las
gentes crean en vuestra divinidad, pues después de muerto has sido capaz de triunfar de la muerte,
como muchos años antes lo anunciasteis por boca de Isaías, diciendo: El lagar lo he pisado yo solo, sin
que nadie de entre las gentes haya estado conmigo (Is 63,3). Yo solo he pisado el lagar, y no hay otro,
ni puede haberlo, como yo. ¿Y cuál es ese lagar que pisasteis vos solo, creador mío, sino el de la
muerte? En el lagar se estrujan las uvas, y en la muerte dejan los hombres la piel. Este lagar suele pisar
a los demás, pero vos, Señor, lo pisasteis a él. Os puso de bajo, pero revolviéndoos sobre la muerte, la
hollasteis y vencisteis para que nosotros podamos mofarnos de ella y decir: ¿Dónde está, oh muerte, tu
victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? (1 Co 15,55). Pues si al resucitar Cristo nuestra fe se
afianza y se certifica, digamos juntos: Alabad al Señor todas las naciones; pueblos todos cantad sus
alabanzas. Porque su misericordia se ha confirmado sobre nosotros; y la verdad del Señor permanece
eternamente.
9.- Con la resurrección de Cristo se confirma en nosotros su misericordia, porque al resucitar él
abrigamos nosotros la esperanza cierta de que también nosotros resucitaremos un día con aquella
misma gloria, inmortalidad, impasibilidad y agilidad con las que él resucitó. ¿Qué cosa hay en este
mundo que más pueda alegrarnos que la esperanza de salir de este cautiverio? La certeza de que
escaparemos de tantas miserias y desventuras como tenemos mientras vivimos esta vida mortal y
caduca, nos hace estar alegres en la esperanza (Rm 12,12). Ni la honra, ni las riquezas, ni los favores,
ni los deleites de este mundo son suficientes para alegrarme, dice San Pablo, porque aparte de que todo
se acaba, nada de esto me quita las miserias que padezco, no me libra de la muerte, no me exime del
infierno; y no dejo por eso de ser miserable, sujeto al hambre, a la sed, y a los enojos y a los
desasosiegos. Lo que me puede alegrar de verdad es la esperanza de que algún día se ha de acabar todo
esto y pasaré a ser bienaventurado. David exclamaba: Gran contento tuve cuando se me dijo: Iremos a
la casa del Señor (Sal 121,1). Como si dijera: Estoy muy alegre y es muy grande mi regocijo. ¿Por qué,
profeta? ¿Porque sois rey? ¿Porque salisteis siempre vencedor de vuestros enemigos?... No, nada de
esto me da contento. Estoy contento por lo que he han dicho. ¿Y qué es lo que os han dicho? Que
iremos a la casa del Señor . Es decir, que tengo que ser bienaventurado; que he de morar en la casa de
Dios; que no se acaba mi existencia cuando se termine esta vida, sino que iré a la casa de Dios en
donde seré para siempre bienaventurado, donde poseeré un gozo tal al que no sigue la tristeza, una
hartura tal a la que no sigue el hastío, una ciencia tal en donde no cabe la ignorancia, una riqueza tal sin
atisbos de pobreza, una salud tal sin ninguna clase de enfermedad, una perpetuidad tal sin ninguna
alteración, y una vida tal sin muerte.
10.- ¿Qué mayor consuelo para un cautivo que certificarle que saldrá de su cautiverio? ¡Oh
cristianos! ¡Cuánto deseo que, a esta vida que tanto aprecian los mundanos, la consideréis como cruel,
como un cautiverio y una desventura, al modo con que lo sentía David cuando decía: Saca de esta
cárcel a mi alma para que alabe tu santo nombre. Esperando están los justos el momento en que me
seas propicio (Sal 141,8). Y el santo viejo Simeón exclamaba: Ahora, Señor, puedes dejar libre a tu
siervo, en paz, según tu palabra (Lc 2,29). ¡Y cómo realmente lo es!, pues en este mundo estamos
sujetos a tantas necesidades corporales y espirituales, que ni siquiera podemos hacer lo que queremos.
Escribía San Pablo: Sabemos que hasta ahora todas las criaturas están suspirando y como en dolores
de parto (Rm 8,22). Si lo hicieseis así, sentiríais el gozo de la resurrección y os regocijaríais más de ver
a Cristo resucitado, que del resto de las cosas del mundo, porque al resucitar él, queda cierto y seguro
que también nosotros hemos de resucitar con aquella misma gloria y felicidad que él posee para
siempre.
11.- ¿Acaso no es nuestra cabeza?... Escribe San Pablo: Dios Padre ha puesto todas las cosas
bajo sus pies, y le ha constituido cabeza de toda la Iglesia, la cual es su cuerpo, y en la cual aquel que
lo completa todo en todos halla el complemento de todos sus miembros (Ef 1,22-23). ¿Y acaso nosotros
no somos sus miembros? Prosigue San Pablo: Así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, mas
no todos los miembros tienen un mismo oficio, así nosotros, aunque seamos muchos, formamos en
Cristo un solo cuerpo, siendo todos recíprocamente miembros los unos de los otros (Rm 12,4-5).
¿Cómo podría permitir Dios una monstruosidad tan grande, que viviera la cabeza, y que los miembros
estuvieran muertos, mayormente cuando la vida de los miembros proviene de la cabeza? Por eso
exclamaba San Pablo: Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos con él . Por tanto no
busquéis otra certeza de que tenéis que resucitar, fuera del hecho de que Cristo resucitó, porque es
imposible que, resucitando él, no resucitemos todos. Es tan cierta esta esperanza, que la podéis dar ya
por un hecho. Por eso Cristo, hablando con el Padre, dice en el Salmo: Saca de esta cárcel a mi alma
para que alabe tu santo Nombre, pues los justos están esperando el momento en que me seas propicio
(Sal 141,8). Y el Apóstol San Pablo añade: Dios, que es rico en misericordia, movido del excesivo
amor con que nos amó, aún cuando estábamos muertos por los pecados, nos dio vida juntamente en
Cristo, por cuya gracia vosotros habéis sido salvador, y nos resucitó con él, y nos hizo sentar sobre los
cielos en la persona de Jesucristo (Ef 2,4-7).
12.- ¡Oh cuan copiosa es la misericordia de Dios! ¡Oh cómo se confirman hoy en nosotros aquellas
palabras del Salmo: ¡Alabad al Señor todas las naciones! ¡Oh cuan inefable es su clemencia! ¡Oh
cuántas riquezas de caridad y de amor nos tiene escondidas Cristo en Dios! Pues siendo pecadores,
siendo malos y dignos de eterna confusión, nos ha dado la vida de la gracia mediante la sangre de su
Hijo. ¿Os parece poco todo esto? Pues aún os digo más, porque más ha hecho. Resucitando a Cristo,
nos ha resucitado a nosotros; y sentando a Cristo a su derecha, nos ha sentado allí también a nosotros.
Es tan cierta nuestra gloria desde el momento en que Cristo ha sido glorificado, que ya podemos
considerarnos resucitados y glorificados con él. Somos el cuerpo, y él es la cabeza. Su gloria es la
nuestra, y su resurrección, la nuestra. Esta ha de ser nuestra verdadera alegría y nuestro verdadero
consuelo. ¡Aleluya! Estas son las verdaderas fiestas pascuales, por eso: ¡Alabad al Señor todas las
naciones! ; pues resucitando él, como hemos dicho, se confirman en nosotros todas sus misericordias, y
la verdad del Señor permanece para siempre . Por ello, digamos todos al Señor con la Iglesia: Oh Dios,
que en el día de hoy nos abriste por tu Unigénito, vencida la muerte, el dintel de la eternidad;
ayúdanos también a realizar los deseos que previamente nos inspiras 3 . De esta manera queda
asegurado cuanto él nos ha predicado. Plegue a la divina bondad que este regocijo sea tal, que nos sirva
en este mundo para aumento de gracia, y como prenda segura para la Gloria, a la cual nos conduzca
nuestro Señor Jesucristo. Amén .
3 Oración de la liturgia del día de Pascua