DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECION
SERMON 2º 1
"Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí" Marcos 16,6
1.- Cuenta el glorioso San Marcos que el domingo, muy de mañana, vinieron tres mujeres al
monumento del Señor para ungirlo y que, cuando llegaron, hallaron la piedra del sepulcro levantada y a
un ángel que les dijo: «¿Buscáis por ventura a Jesús Nazareno, el crucificado? Pues ha resucitado y ya
no está aquí». Y se cree piadosamente que en ese mismo momento estaba Cristo con la santísima Reina
de los ángeles, Madre suya y Señora nuestra, la cual debió permanecer mucho tiempo con sus ojos
pendientes por ver de divisar la entrada de su Hijo en su retirado cuarto. Estando en esa profundísima
consideración, se cree que Cristo, nuestro Señor, le envió al arcángel San Gabriel, pues como él fue el
embajador de la encarnación, lo fuese también de la resurrección. Entró, pues, éste en el aposento de
María santísima con un cuerpo brillante y resplandeciente más que el sol, y postrado con muchísima
humildad debió decirle: «Alegraos, Virgen santísima, que en seguida os llegará el descanso y la alegría
de vuestro corazón; luego vendrá el Justo de los justos, el Santo de los santos, acompañado de los
santos padres de la Antigua Ley».Y no hubo acabado de decirle esto, cuando al punto llegó Cristo en
compañía de los ángeles, de los arcángeles, de los patriarcas, de los profetas y de los santos.
2.- ¿Qué lengua habrá que pueda explicar el acabado contento y singular gozo y alegría que
debió sentir en este momento la santísima Virgen? ¡Cómo debió derribarse a los pies de Cristo y le
diría: Oh pies santísimos! ¡Cuántos trabajos y amarguras me disteis, y cuánto contento, gozo y alegría
me dais ahora! Pues, ¿qué lengua celestial puede haber tan afilada que sea capaz de declarar la
singularísima satisfacción que recibiría la Virgen? Por eso, ¡alégrense los cielos, regocíjese la tierra, y
salten de placer los ángeles! Además de esto, se cree muy piamente, que en este momento se le debió
conceder también a la Virgen una visión de la divina esencia en la que vería y oiría aquellas músicas y
melodías suavísimas, y aquellos cantares dulces y apacibles que continuamente están cantando delante
de Dios los coros de los ángeles, de los arcángeles, de los querubines, de los serafines, de los tronos, de
las dominaciones, de las potestades y de tantos santos padres, como en el cielo están rindiendo
continuas alabanzas a Dios. Y todo eso fue para acrecentar el gozo y la satisfacción de María.
3.- Estaba la madre de Tobías llorando y lamentándose por el hijo que se había ido, y dice el
texto sagrado que lloraba inconsolable y decía: ¡Ay de mí! ¡Ay de mi hijo! (Tb 10,4). Pero que cuando
luego vio que volvía tan rico y hacendado, y con tantos despojos él y su esposa, que la madre no cabía
de contenta y de placer. Pues considerad que después del Viernes Santo la Madre de Cristo estaba
llorando con tanta amargura y tantas lágrimas, que más bien parecía inconsolable. Mas, ¿qué gozo no
sintió, tal día como hoy, cuando le vio venir con tanto gozo, tan rico, con tantos despojos, y que traía a
la sinagoga de la mano y a cada alma, como si fueran su esposa? Pues de este singular contento que
recibió María sacamos en limpio que, como las manos y el corazón corren siempre parejos, si su
corazón estaba ancho por la alegría y la satisfacción, también sus manos estarán anchas, abiertas y
extendidas para hacer mercedes y usar de liberalidad con todos. Porque, si el Viernes pasado, aún
estando el corazón de la Reina de los ángeles tan estrecho y con tanta angustia y dolor, nos acogimos a
ella para pedirle su favor y ayuda para recibir la gracia, y no nos la negó; con cuánta mayor confianza
podemos hoy pedírsela estando tan contenta y regocijada, que no cabe de placer. Por tanto,
lleguémonos con mucha confianza a pedirle el favor y la ayuda de la gracia. Y puesto que le pedimos
gracia, démosle la enhorabuena con gracia cantándole: ¡Reina del cielo, alégrate, aleluya! Porque el
Señor, a quien has merecido llevar, aleluya, ha resucitado, según su palabra, aleluya. ¡Ruega al Señor
por nosotros, aleluya! 2
1 Obras y sermones , vol. II, pp.1-7
2 Antífona del tiempo pascual en honor de la Virgen
4.- Dicen los cantores, y lo dicen con gran verdad, que el contrapunto, como es cosa dificultosa
de interpretar, para que se haga con el orden y el concierto debidos, es menester que esté apoyado en el
canto llano. Por eso, lo que os predique hoy acerca de esta fiesta de la santa resurrección del Señor, —
lo cual es, como el contrapunto, algo dificultoso—, es menester que esté apoyado sobre el canto llano
de la resurrección, esto es, viendo cómo sucedió, porque parece que existe alguna contrariedad entre los
evangelistas, aunque a decir verdad no existe ninguna, porque todos escribieron movidos por el Espíritu
Santo. Por eso he decidido contaros llanamente la historia de los hechos de dicha resurrección.
5.- Dice San Marcos que tres mujeres muy devotas y discípulas de Cristo, la noche de la Pascua
andaban muy afanadas y ocupadas en comprar ungüentos y perfumes preciosos, para luego, a la
mañana siguiente, ir a ungir el cuerpo de su Maestro (cfr. Mc 16,1-4). Y lo primero que cabe notar a
este propósito es que, si estuvieron estas mujeres con María, la Madre de Jesús, al pie de la Cruz, bien
vieron cómo José de Arimatea vino allí con permiso de Pilato para descender y bajar de la Cruz el
cuerpo del Señor, y que con él venía otro noble caballero, llamado Nicodemo, que traía, como dice la
Escritura, cien libras de ungüento y de mirra para sahumar y ungir el cuerpo de Cristo, y colocarlo en la
sepultura (cfr. Jn 19,39). San Juan dice literalmente: Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en
lienzos limpios con aromas, como es costumbre sepultar entre los judíos (ibíd. 40). Pues si esas
mujeres habían visto que el cuerpo de Cristo estaba ya sahumado y ungido con tantos ungüentos y
mirra, ¿a qué fin vienen hoy con otros ungüentos? ¿Por ventura no estaba lo suficientemente ungido
con cien libras de ungüentos olorosos?
6.- Pues aquí debemos entender, hermanos, cuáles son las finezas del amor, al cual todo le
parece poco, si él no mete las manos en lo que respecta a la persona amada. Por ejemplo, Marta tenía
muchas criadas, las cuales hubieran podido ocuparse muy bien del servicio a Cristo como huésped
cuando fue a su casa. Pero como ella le amaba tanto, no sólo se contentó que sus criadas se ocupasen de
su servicio, sino que ella misma quiso poner sus manos en administrarle y servirle lo necesario. Más
aún, era tanto el amor que le tenía, que no sólo ella y sus criadas se ocuparon de servir a Cristo, sino
que incluso se quejó de que su hermana Magdalena no colaborara en dicho servicio; y es que todo le
parecía poco para lo que se merecía su amado Maestro. Y por eso, según San Lucas, llega un momento
en que se queja a Jesús, diciéndole: Señor, ¿no te importa nada que mi hermana me deje servir sola?
Dile, pues, que me ayude (Lc 10,40). ¿Qué es lo que le causaba esta inquietud?... El fino y verdadero
amor. Pues esto mismo sucede hoy con estas santas mujeres. Bien habían visto que el día de la muerte
habían ungido el cuerpo de Jesús con ungüentos muy olorosos, pero les parecía poco o casi nada, si
ellas no metían sus manos en la labor y no lo ungían también ellas. Y que éste es el verdadero efecto
que causa el auténtico amor de Dios. Pues os digo de verdad, que aunque los hospitales estuviesen bien
provistos de lo necesario, y los encarcelados y las viudas bien proveídos de lo que han menester, todo
eso debería pareceros poco si vos mismo no pusieseis vuestras manos en ayudarlos, esto es, si vos
mismo no os pusieseis a servir y a visitar a los enfermos con vuestros propios pies y manos, porque al
fin ésa es la obra y el efecto que produce el verdadero y fino amor de Dios, como lo mostraron estas
santas mujeres en el día de hoy, las cuales no se contentaron con la unción de Nicodemo, sino que ellas
mismas quisieron hacerla por sí mismas.
7.- Así, pues, salieron de casa muy de mañana, y andando por el camino decían entre ellas:
¿Quién nos rodará la piedra de la puerta del sepulcro? (Mc 16,3). Mas, ¿cómo, santas mujeres, eso
sólo es lo que os preocupa? ¿En eso radica toda vuestra dificultad? ¿No es mayor dificultad el temor al
escuadrón de soldados que están delante del santo sepulcro, los cuales, en cuanto lleguéis, pensarán que
sois ladrones y que venís a hurtar el cuerpo de Cristo, y os llevarán a la cárcel, en donde os aplicarán
los mismos tormentos que a vuestro Maestro? ¿Cómo, pues, no decís: Quién nos librará de los
soldados, en lugar de preguntaros sobre quién os quitará la piedra? Pues, entended, hermanos, que el
amor todo lo pospone, y piensa que no hay cosa que se le resista ni que le impida realizar sus
propósitos; más bien piensa que todo lo podrá vencer a trueque de alcanzar lo que ama y desea. Y estas
santas mujeres van con tanto deseo de ver el santísimo cuerpo de Cristo y de ungirlo no sólo con
ungüentos aromáticos sino con sus propias lágrimas, que por eso todo lo posponen, no sienten ningún
temor, no les espantan los soldados, y si acaso las detuviesen están preparadas para morir allí junto al
santo cuerpo del Señor. Pero, decidme, santas mujeres, aunque vuestro amor sea tan grande que todo lo
pospone, ¿con qué fin os dirigís allí? ¿No sabéis que vosotras no podréis ladear la piedra, y que vuestra
ida es en vano? Pues en esto conoceréis, hermanos, las espuelas del amor, que aquello que de por sí
parece imposible, lo hace ligero y llano. Por eso, cuando queráis realizar una obra buena y santa, y el
demonio os ponga tropiezos e impedimentos, pasad adelante, no os canséis, no os volváis desde mitad
del camino, proseguidlo sin parar, como hicieron estas santas mujeres; pues cuando menos os percatéis,
los impedimentos habrán desaparecido y lo hallaréis todo llano. ¡Oh, hermano!, si quisieres de verdad
emprender la vida virtuosa al principio os parecerá que hay losas de piedra, que hay escuadrones de
soldados, que hay grandes trabajos e impedimentos, pero cuando menos os percatéis hallaréis que todos
ellos han sido quitados.
8.- Al fin estas santas mujeres se fueron hacia el sepulcro, y aunque salieron muy de mañana ,
antes de que apareciese el día, sin embargo, cuando llegaron, el sol ya estaba muy alto, y eso, no
porque caminasen perezosas, ni porque fuesen despacio por el camino, pues más bien fueron volando
como las águilas. Entonces, ¿por qué tardaron tanto? Yo os lo diré. Yendo de Jerusalén hacia el
sepulcro, pasaron por el monte Calvario, y hallaron allí la Cruz, porque como era día de fiesta no la
habían quitado, y cuando llegaron a la Cruz se pararon, y renovaron y refrescaron en su memoria los
dolores que allí había padecido Cristo; allí refrescaron todas sus llagas y todas las palabras que le
oyeron pronunciar desde la Cruz. Comenzaron a rumiarlo y a contemplarlo todo de nuevo, y se
entretuvieron tanto, que les amaneció el sol, y estaba ya muy alto, cuando recordaron adonde iban, y se
pusieron en camino porque cerca estaba el huerto y el sepulcro en donde habían depositado el cuerpo
del Señor. Cuando llegaron, encontraron a los guardas como muertos, y de nada se espantaron. ¡Ved
qué animo y qué corazón de mujeres!
9.- Pasaron más adelante, y hallaron a un ángel hermosísimo, vestido con una ropa blanca y
sentado sobre la piedra del monumento, que estaba levantada, y éste les dijo: «No temáis, santas
mujeres, porque los que buscan a Dios no tienen por qué temer; los que han de temer son los que le
crucificaron, ésos han de temblar; pero vosotras que le buscáis con el ungüento del amor no tenéis por
qué temer». Y después que las hubo alentado y animado, añadió: «Buscáis a Jesucristo resucitado; no
está aquí; ya ha resucitado. Andad vosotras y llevad estas nuevas al Cenáculo de los Apóstoles y a San
Pedro». Así, pues, se fueron hacia allá las santas mujeres, y comenzaron a contar lo que habían visto y
oído. Los Apóstoles primero pensaron que deliraban y que estaban locas; pero como las oyeron
contarlo con tanta persuasión, luego se fueron hacia allá San Juan y San Pedro, para comprobar si así
era, y las tres mujeres volvieron tras ellos; y como al llegar vieron que el sepulcro estaba abierto y era
verdad, se fueron de nuevo con estas noticias a los otros Apóstoles, y las Marías se quedaron en el
huerto. María Magdalena estaba junto al sepulcro llorando y gimiendo continuamente; las otras dos se
paseaban por el huerto, distrayéndose del trabajo y de la angustia que tenían; pero la Magdalena, como
más enamorada, se mantuvo siempre en el sepulcro, porque, como suele decirse: El amor la hacía
estar, y el dolor la hacía llorar . Observad cuánto puede la tristeza, que llega a agotar y endurecer el
entendimiento, el juicio y la razón, hasta el punto que nada más volver de Jerusalén al sepulcro, ya se
les había olvidado lo que les había dicho el ángel, que Cristo había resucitado y que no estaba allí. Pero
ellas aún lloraban como si estuviera muerto, y pensaban que lo habían hurtado, y por eso estaban
tristes.
10.- María Magdalena pensaba: "Si me voy, cuando vuelva hallaré el sepulcro derribado;
prefiero, pues, quedarme aquí junto al sepulcro de mi Maestro". Por eso no hacía más que ir y venir,
apartábase un poquito y luego volvía; hasta que al final su perseverancia halló la perla que buscaba. Se
le aparecieron dos ángeles que le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? (Jn 20,13). ¿A quién buscas? ¿Por
qué buscas entre los muertos al que vive? (Lc 24,5) ¿Por qué lloras como muerto, al que ya ha
resucitado? Ella les respondió: Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto (ibíd.).
Mirad cuán turbada estaba aún por la tristeza, que no entendió lo que le habían dicho. Luego vio a otro
hombre que le preguntó lo mismo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Y ella pensando que era
el hortelano le dijo: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo cogeré (ibíd. 15).
¡Mira qué varonil ánimo el de esta mujer! Si tú te lo has llevado —le dice—, dime dónde está, que yo
me atrevo a llevármelo. Viendo esto el Señor, no pudo contenerse por más tiempo, y abriendo su
santísima boca, pronunció el nombre con el que solía llamarla, y le dijo: ¡María, María! ¿Esa es la fe
que tienes en mí? ¿Esa es la memoria que guardas de las palabras que yo te dije? ¿Es ésta la eficacia
que hicieron en ti mis milagros?
11.- En cuanto María lo vio y reconoció, quiso derribarse a sus pies diciendo: ¡Maestro! Pero el
Señor le dijo: Deja de tocarme, porque todavía no he subido al Padre. Ve a mis hermanos y diles: Subo
a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios (ibíd. 17). El glorioso Padre San Agustín
explica estas palabras diciendo: Cristo no habla solamente de "mi Padre", sino de "mi Padre y vuestro
Padre", pues de una manera es Padre mío, y de otra, vuestro. Es padre mío por naturaleza; y es Padre
vuestro por gracia. Y tampoco habló de "nuestro Dios", sino de "mi Dios", bajo el cual estoy en cuanto
hombre, y de "vuestro Dios" porque entre él y vosotros estoy yo como mediador 3 . Y le mandó que
llevase esta buena noticia a San Pedro y a los otros Apóstoles, para que no perdiesen la confianza, antes
bien recobrasen la esperanza.
12.- En oyendo esta santa nueva, la Magdalena comenzó a caminar hacia el Cenáculo de los
Apóstoles en Jerusalén, y encontrando por el camino a las otras mujeres, les anunció las buenas
noticias. Y mientras andaban las tres en compañía, de nuevo se les apareció Jesús por el camino, para
premiarles el buen servicio y la buena obra que habían hecho de acompañar a María Magdalena, y
entonces les mostró un mayor amor, porque les dejó que le tocaran y adoraran, pues ya tenían más fe
(cfr. Mt 28,9). Cuando al fin llegaron al Cenáculo, hallaron que los discípulos estaban muy alborotados,
pues unos decían que el Maestro había resucitado, y otros que no. Estando en esta contienda, les dijeron
las mujeres: «Hermanos, no tenéis que dudar. Nosotras lo hemos visto y lo hemos tocado con estas
manos, y con esta boca hemos besado sus pies, y nos mandó que os trajésemos esta buena nueva». Y
aunque la mayoría les dio crédito a lo que decían, su fe no fue total, hasta que llegó San Pedro, al cual
también se la había aparecido el Señor, y llegaron los dos discípulos de Emaús con la misma noticia. Y
fue entonces, estando todos comentando que había resucitado, y teniendo cerradas las puertas del
Cenáculo, cuando Jesús entró en medio de ellos y les dijo: ¡Paz con vosotros! (Jn 20,21) Y de esta
manera los consoló, los animó, los esforzó y los confortó, dándoles mucha gracia y poder para perdonar
los pecados.
13.- Hasta aquí, hermanos, la historia fidelísima y como la substancia de lo que los evangelistas
nos cuentan acerca de la resurrección del Señor. Pues apoyados sobre este canto llano del relato de los
hechos, trataremos brevemente algunos puntos. De esta santísima fiesta afirma Isaías: Me acordaré de
las misericordias del Señor, y al Señor alabaré por todas las cosas que él ha hecho en favor nuestro (Is
63,7). Es decir, que siempre que celebramos alguna fiesta es para que nos acordemos de las
misericordias del Señor, y las tengamos perpetuamente en la memoria, y las refresquemos, para darle
gracias al Señor por ellas. Por otra parte, las fiestas también se celebran para que sean en nuestras
almas como la leña que las encienda en fuego vivo de amor y de caridad. Pero entre todas las fiestas, la
más principal e importante es la de hoy, por eso dice el Salmista: Este es el día que hizo el Señor (Sal
117,24). Pero, ¿acaso los otros días no los hizo el Señor?... Sí, por cierto, y en todos nos concede
mercedes; pero en éste de una manera más particular, porque esta fiesta es nuestra gloria y nuestro
contento. Hoy celebramos la fiesta de nuestra Cabeza, de donde se sigue, que si él está vivo, también
nosotros; y si él dijo: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos (Jn 15,5), síguese también que si la vid y
la cepa resucitan y tienen vida, necesariamente han de tenerla igualmente los pimpollos y los
sarmientos. Por consiguiente, su resurrección es nuestra resurrección, y su vida es nuestra vida, que
comienza en él como Cabeza y termina en nosotros como en sus miembros. Por tanto, hermanos,
nuestra es la fiesta, la gloria, el contento y el regocijo, pues hoy se nos pone delante el modelo según el
cual hemos de ser nosotros gloriosos un día 4 .
3 S AN A GUSTÍN , Tratado 121 sobre San Juan
4 Cfr. S ANTO T OMÁS DE A QUINO , Suma de Teología , III, q.56
14.- Pues siendo esto así, ¿por dónde comenzaremos sus alabanzas? Si el Padre eterno es tan
liberal que no deja nada sin premio, hasta un jarro de agua lo premia con la bienaventuranza, ¿qué
premios, qué coronas, qué guirnaldas de gloria no dará al que tanto le ha servido, y al que emprendió
una cruel batalla para servicio y provecho de los hombres? Como escribe muy bien San Juan en el
Apocalipsis: Vi y oí la voz de muchos ángeles alrededor del solio, y de los animales, y de los ancianos;
y su número era millares de millares; los cuales decían en alta voz: Digno es el Cordero, que ha sido
sacrificado, de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor, y la gloria, y la
bendición. Y a todas las criaturas que hay en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y las que
hay en el mar, a cuantas hay en estos lugares, a todas las oí decir: Al que está sentado en el trono y al
Cordero, bendición, y honra, y gloria, y potestad por los siglos de los siglos (Ap 4,11-13). Ahora bien,
esta gloria que se debe a Cristo es la misma que David enunciaba con aquellas obscuras palabras: El
Señor es la parte que me ha tocado en herencia y la porción del cáliz destinado para mí (Sal 15,5). Es
decir, el Señor es la parte de mi heredad y de mi cáliz. ¿Qué quiere significarse con eso? Pues que tú,
Señor, fuiste parte de mi muerte y de mi Pasión. ¿Cómo? Muriendo en el hombre, ya que decimos que
Dios murió. Por eso vos, Señor, que habéis participado de mi muerte y de mi Pasión, restituidme mi
herencia. ¿Y cuál es esta herencia de Cristo? Yo os lo diré. Cuando el alma de Cristo se unió a la
divinidad, en seguida fue bienaventurada y gloriosa, y el Padre le dio la herencia; pero no se la dio
toda, sino sólo una parte a cuenta de la deuda de Adán, la cual había de pagar él con su muerte y su
Pasión. Por eso dice: Padre eterno, ya he pagado la deuda, dame mi herencia entera que es la gloria del
cuerpo en la resurrección, y su inmortalidad e impasibilidad. Esto pedía el Hijo al Padre en cuanto
hombre, porque la resurrección es imposible llevarla a cabo si no es por virtud divina.
15.- Por ejemplo, tenéis un reloj con muchas ruedas; si por casualidad se desbarata, nadie puede
volver a concertarlo si no es el relojero. Pues entended que nuestro cuerpo humano en como un reloj en
donde existe tal composición de nervios, venas, huesos, en suma, de tantas ruedas como el reloj, que si
se desarregla por la muerte, es imposible recomponerlo si no es por el mismo Dios que lo creó; y por
eso el Hijo de Dios, en cuanto hombre, pedía su heredad entera. Esta es, pues, hermanos, la fiesta de
hoy, y acrecéntala todavía más la consideración de lo mucho que había ganado con su preciosísima
sangre.
16.- Por ejemplo, os acontece que vais a una tienda a comprar una pieza, y el precio os parece
caro. Regateáis lo que podéis, pero después que la habéis pagado y tenéis la pieza en la mano, vuestro
contento es muy grande por haberla comprado. Pues lo mismo. Vino Cristo a la tienda de este mundo a
comprar las almas, dando por precio su propia vida. Estando en el huerto de Getsemaní, por un
momento regateó el precio presentándosele la muerte como algo muy fuerte; pero después que pagó el
precio y se vio con la pieza en la mano, experimentó una gran alegría. Como se le presentaba
dificultoso y le parecía caro el precio, por eso regateó y gruñó como hacen las ruedas de los carros,
pero el remedio que tienen los carreteros es untar el hierro con sebo, y así no gruñen. Pues eso mismo
hizo Cristo cuando gruñó la carne. La untó con la unción de la santa oración, y así no gruñó más, ni se
le hizo más áspera la cuesta, sino que en seguida exclamó: ¡Hágase tu voluntad!
17.- Con esto se nos enseña que, cuando gruñe el carro de nuestra sensualidad y rehúsa subir
por la cuesta de la virtud, acudamos a la santa unción de la oración, y veréis cómo todo os parece fácil,
como le ocurrió a Cristo. Pero hoy, al contemplar la rica pieza que había ganado, no se fijó en el precio,
sino que se holgó mucho, porque con su muerte muchos habían sido congregados y salvados. ¡Quién
viera el corazón de Cristo lo contento que debió sentirse al comprobar que había ganado muchas almas
y al verse cercado y rodeado de tantos ángeles y cuerpos gloriosos! Pues es de creer, que Dios debió
permitir que con Cristo resucitasen otros muchos con su cuerpo para mayor gloria. Suele acaecer que,
cuando un gran señor se muda de una posada a otra, los que están en la posada de donde se muda se
quedan tristes y con pesar; mientras que los que están en la posada adonde se dirige, lo reciben con
gran contento y alegría, al ver que tienen un huésped tan importante. Pues eso mismo hizo Cristo.
Durante treinta y tres años estuvo en la posada de este mundo, y su principal morada fue el templo; y
porque por algún espacio de tiempo se fue al limbo, sintieron aquéllos una gran tristeza y se rasgó el
velo del templo; en cambio en el limbo lo recibieron con un gran contento, y se abrieron los sepulcros,
y resucitaron muchos santos, como se cree de San José, de San Joaquín y Santa Ana, de Abraham, de
Abel, del rey David, etc. 5 . Todos fueron liberados, todos salieron de sus tumbas y todos acompañaron
a Cristo con los ángeles y demás santos. Como dice Isaías: Se alegraron delante de ti, como los que se
alegran en la siega, o como se huelgan los vencedores con el botín que cogieron, al repartirse los
despojos (Is 9,3). Es decir, que todos, Señor, se huelgan y saltan de contentos. Todos los santos salen a
tu encuentro con sus despojos, porque: Este es el día que hizo el Señor. Alegrémonos y regocijémonos
en él (Sal 117,24).
5 En una nota marginal leemos: "Es sentencia de muchos santos padres y autores graves que con nuestro Señor Jesucristo resucitaron
algunos patriarcas y profetas de la Antigua Ley. Véanse los Expositores del cap. 27 de San Mateo, v. 52, donde dice: Resucitaron muchos
cuerpos de santos que habían muerto . La opinión de los teólogos que hablan sobre este particular puede verse en S ANTO T OMÁS DE
A QUINO , Suma de Teología , III, q. 53, art. 3"