JESÚS RESUCITADO VIVE EN SU IGLESIA
(II DOMINGO DE PASCUA)
3 abril 2005
"Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos, y, en esto, entró Jesús, se
puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros, y, diciendo esto, les enseñó la manos y
el costado... Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos..." (Jn 20,19-31)
A partir del "día primero de la semana", se asegura la presencia del Resucitado en
medio de los suyos. Esto hace que la Iglesia, que es su Cuerpo, sea una realidad
sacramental. Es decir, la Iglesia se convierte en el lugar del diálogo entre Dios y el
hombre. Porque es posible acceder al Cristo sacrificado en la Cruz y devuelto a la
vida, en la actualización continua que de este acontecimiento tiene lugar en la
Iglesia. Y, así, es posible el diálogo salvador entre Dios, que toma la iniciativa, y el
hombre, que responde en aceptación gozosa.
De todo el entramado sacramental de la Iglesia, el Bautismo y la Eucaristía
adquieren la máxima importancia. Por el Bautismo, el hombre se hace apto para
amar a Dios y a los hombres. Por la Eucaristía, el hombre se vive como familia de
Dios, rodeado de hermanos.
Los dos sacramentos hacen referencia a la cruz-muerte-resurrección de Cristo. Es
decir, a su Pascua. O, lo que es lo mismo, a la vida nueva que de ella se deriva y de
la que nos hacemos partícipes mediante los signos sacramentales. Por el Bautismo,
somos bautizados en Cristo, por lo que recorremos su mismo camino de muerte-
resurrección, por el que alcanzamos la vida nueva que viene de Dios, alejada del
pecado y de los planteamientos que le son propios. Por la Eucaristía, participamos
de la experiencia de ser Cuerpo de Cristo, por la que nos unimos a los bautizados y
aprendemos a ser familia unida, que vive desde el amor.
Desde aquí comprendemos perfectamente la realidad de la Iglesia. Esta va mucho
más allá de una simple organización que conserva gran veneración por Jesucristo, o
que enseña unos principios que son útiles para el comportamiento humano. La
Iglesia, como realidad sacramental, es el Cuerpo de Cristo, lugar de su presencia,
que posibilita el encuentro personal con Él. Es algo más que una escuela de
sabiduría, para convertirse en el templo de la presencia divina, habitada por el
mismo Resucitado.
Despertar la fe en Jesús Resucitado y vivo, hoy, para nosotros. Reunir en torno a la
mesa eucarística a la comunidad de los que han descubierto y aceptado esa
presencia por el Bautismo. Prolongar en medio del mundo la renovación que
proviene de la Resurrección. Son otros tantos compromisos que le corresponden a
la Iglesia de Jesús, el muerto-resucitado.
Miguel Esparza Fernández