DOMINGO RESURRECCIÓN
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
“Ha resucitado. No temáis. Id a anunciarlo”.
Los cristianos no vivimos de un recuerdo, sino de una presencia. En la Vigilia
Pascual escuchamos un anuncio conmovedor: ¡Jesús, el crucificado, ha resucitado!
A lo largo de los domingos de Cuaresma -encuentro con la samaritana, curación del
ciego de nacimiento, la vuelta a la vida de Lázaro- Jesús se nos ha ido ofreciendo
respectivamente como el agua para nuestra sed, la luz para nuestras cegueras,
resurrección y vida para nuestras muertes. Eran los signos - luz, agua, vida- que
recobran toda su frescura en la Vigilia Pascual.
En la pasión y en la muerte de Jesús hemos contemplado hasta donde llega el amor
de Dios. En Jesús, Dios se ha manifestado como compasión y misericordia haciendo
suya la pasión de todos los crucificados de la historia.
Ahora, Dios Padre resucitando a Jesús pone el sello de la autenticidad sobre su
persona y su enseñanza. Su mensaje queda legitimado, su verdad garantizada, su
misión confirmada.
Las mujeres, Maria Magdalena y la otra María, tienen un protagonismo singular.
Pasado el sábado, muy temprano, antes de salir el sol, van al sepulcro. El amor
siempre madruga. Son las primeras en descubrir que el crucificado ha resucitado.
La Iglesia primitiva ha señalado que mientras los hombres expresamente elegidos
por Jesús le abandonan, reniegan de él o le traicionan, las mujeres han hecho la
travesía de la pasión sin ausentarse, incluso han estado al pie de la cruz en la hora
suprema. Ellas van a ser enviadas como apóstoles de los Apóstoles, primeras
anunciadoras de la resurrección.
Mateo, intentando describir lo indescriptible, echa mano de todas las imágenes
clásicas con que en el Biblia se anuncia el Día del Señor: de el Ángel de Yahveh, de
el seísmo, del resplandor, de los vestidos blancos… El hecho es histórico, ha dejado
marcas bien concretas: el sepulcro vacío, la piedra movida, el cambio que se opera
en los discípulos. Pero es un hecho transhistórico, divino. La presencia del ángel
muestra que la resurrección no pertenece al orden de los fenómenos visibles e
imaginables.
En ese contexto de perplejidad e incertidumbre resuena el mensaje que viene de lo
alto: “¡No temáis! Buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como
había dicho. Id a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos; va
delante de vosotros a Galilea; allí le veréis ”.
En el relato evangélico se recogen las tres palabras clave de la experiencia pascual
de ayer y de hoy: “ Ha resucitado. No temáis. Id a anunciarlo ”.
“¡ Ha resucitado !”. Resucitar no es volver a la vida caduca, limitada por el espacio
y el tiempo, propia de la existencia terrestre. Resucitar es pasar de este mundo a la
plenitud del Padre. Tenemos que acostumbrarnos a una nueva forma de presencia
del Resucitado, sólo perceptible ya con los ojos de la fe, hasta que veamos a Dios
cara a cara. Hemos de encontrarle en su palabra, en los sacramentos, en los
acontecimientos de nuestra vida, que, leídos a la luz de la palabra, se tornan en
señales luminosas.
“¡ No temáis !”. El mensaje de la resurrección nos transmite una inquebrantable
confianza en Dios Padre, ilumina el sentido de la vida y de la muerte, neutraliza
nuestros miedos, vence nuestros pesimismos. Dios es fiel a sus promesas, no
defraudará a quien confía en Él, es capaz de dar vida a lo muerto. En la soledad y
en el aparente abandono de la cruz Dios no estaba ausente, sino que estaba
reconciliando al mundo consigo. Hay esperanza para el hombre, para todos los
hombres, para todos los que murieron víctimas de la injusticia sin ser rehabilitados.
La resurrección de Cristo es la suprema y más eficaz protesta contra el mal, la
injusticia y la muerte que ya no tendrán la última palabra. Cristo el mártir por
excelencia es el resucitado por excelencia. La causa de Dios es la causa del hombre.
A nosotros, asustados por la crisis y la deriva ética de nuestra sociedad occidental,
la Resurrección de Cristo nos infunde la confianza de que el bien, aparentemente
tan débil e inerme, es más fuerte que el mal. Necesitamos los creyentes de este
oxígeno vivificador. Esta certeza infundió la fortaleza a los mártires.
“¡ Id a anunciarlo !”. Frente al miedo que encoge y paraliza, la resurrección dilata
nuestra capacidad de acción y testimonio. Que esta certeza haga estallar en
nosotros los moldes viejos en los que la insensibilidad, la rutina o una identidad
cristiana difuminada han ido dejando las huellas de sus pasos.
Cuando vuelven temblando y llenas de alegría para llevar la noticia a los apóstoles,
Jesús viene a su encuentro con un saludo familiar: “Alegraos”. Ellas se postran en
un gesto de adoración. Jesús les repite las mismas palabras del ángel con un ligero
cambio: habla de los discípulos como “ mis hermanos ”. A pesar de sus abandonos y
defecciones les regala afectuosamente la dignidad de hermano . Ellos serán luego
los testigos cualificados para las comunidades. La experiencia de la resurrección es
siempre una experiencia eclesial.