"yo hago siempre lo que le agrada"
Jn 8, 21-30
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
SABRÉIS QUE YO SOY
Al leer atentamente los grandes textos del evangelio de Juan, nos sentimos un poco perdidos.
Se condensan muchas ideas que a veces parecen casi contradictorias. Por ejemplo, Jesús
dice: "Donde voy yo, vosotros no podéis venir". ¿Por qué? Porque no creemos suficientemente.
La fe nos permite ir donde va él. ¿No dijo a sus discípulos: "Donde yo voy, no podéis seguirme
ahora; me seguiréis más tarde" (cf. Jn 13,36)? ¿Sólo le podremos seguir después de nuestra
muerte corporal? Creer y esperar con amor es ir donde Jesús se encuentra siempre, junto al
Padre.
En el contexto, Jesús alude a la salvación por medio de la cruz. Los medios de gracia
derivados de la cruz nos permiten encaminar nuestros pasos por el sendero justo. Es cierto que
no podemos ir donde Jesús se encuentra, en el sentido de que no podemos ser artífices de
nuestra propia salvación. Pero si nuestros ojos, oscurecidos por el pecado, se elevan al que,
como dice Pablo, se hizo pecado por nosotros, en este intercambio de miradas -porque él
también nos mira desde lo alto de la cruz- descubriremos no sólo que estamos en el buen
camino, sino también que ya ha comenzado nuestra felicidad eterna.
Cuando adoremos la cruz el Viernes Santo, podremos recordar dos expresiones de la lectura
de hoy: el que miraba a la serpiente "quedaba curado" (Nm 21,9) y "sabréis que yo soy" (Jn
8,28). Contemplada ya desde lejos, la cruz revela quién es Jesús: es el camino, la verdad, la
vida.
ORACION
Oh Padre, Dios de amor y de piedad, tú te has compadecido del hombre y no le has dejado
perecer encerrado en la dureza de su pecado y de sus rebeliones. Ya en el Antiguo
Testamento quisiste que la serpiente, portadora de muerte, se transformase, por tu gracia, en
medio de curación.
Más aún: has permitido que tu Hijo amado asumiese en su cuerpo todo el horror del pecado
para que el que lo contemple no vea ya en el duro suplicio de la cruz -culmen y síntesis de la
crueldad humana- la ignominia del desprecio, sino el misterio de un amor sin medida.
Enséñanos a creer siempre que eres Padre y que no hay una experiencia desoladora de
muerte ni horror de pecado que no pueda convertirse, por el misterio de tu compasión
omnipotente, en lugar de manifestación de tu misericordia, signo de vida y de esperanza.