“Yo tampoco te condeno le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante”.
Jn 8, 1-11
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
"ANDA, Y NO PEQUES MÁS".
Hoy, lunes quinto semana de cuaresma tiene como característica peculiar la intensidad de la
voz del Justo rodeado por sus perseguidores. Es un presagio de la pasión.
Jesús está cada vez más solo. Está solo sobre todo porque ha decidido llevar a cabo su misión
hasta sus últimas consecuencias llegando donde nadie ha llegado y nadie le puede ayudar
fuera del Padre. Es admirable que, precisamente en esta hora de mayor soledad, él manifieste
plenamente la grandeza de su amor por los hermanos, su capacidad de cargar con todo el
peso del pecado de los hombres para expiarlo. Tenemos una prueba patente en el evangelio
que nos ofrece la liturgia de hoy, y que podemos vivirlo como protagonistas.
La escena es impresionante: escribas y fariseos someten a Jesús a una especie de proceso
poniéndole delante la mujer adúltera. En el silencio se oyen graves palabras..., los acusadores
se alejan bajo el peso de su orgullo y su mentira. Sólo se queda la mujer, pobre pecadora, bajo
la mirada misericordiosa de Jesús. Así puede recibir el perdón y ser renovada en su amor:
"Anda, y no peques más".
También nosotros debemos presentarnos a él, junto con nuestros hermanos, para pedir no la
condena, sino el perdón. El perdón nos hace fieles al "mandamiento nuevo", nos hace pasar a
la "novedad" de vida, convirtiéndonos en testigos de esperanza, fuertes por la ayuda del Señor.
Nos es necesaria la constancia para perseverar en nuestro camino de conversión y llegar a la
pascua con plenitud de gozo.
ORACION
Jesús, misericordia del Padre, que has venido a encontrarte con nuestra miseria en los
caminos del mundo, en las plazas de nuestras ciudades. Tú siempre te vuelves a nosotros con
tus brazos infinitos, abiertos para abrazar al que estaba perdido, en el ímpetu de tu piedad. No
queremos ser "escribas ni fariseos" acusadores de nuestros hermanos, dispuestos a lanzar a
otros la piedra de nuestro pecado.
Jesús, Señor del soberano silencio, en medio del tumulto de nuestras pasiones, haznos
capaces de callar ante ti mientras nuestra alma, desnuda y avergonzada, se confiesa
sencillamente dejándose mirar por tus ojos de pastor humilde. ¿Quién nos condenará si tú nos
absuelves? ¿Quién nos despreciará si tú nos amas? Tú eres el único que te quedas con
nosotros, oh Inocente, oh Puro, oh Santo, que no puedes ver el mal. Míranos purificados por tu
perdón: no queremos pecar más. Confírmanos en la fidelidad del amor. Amén.