“Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu”
Jn 3: 1-8
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
¿REZO PARA TENER LA MISMA VALENTÍA AL HABLAR DE LOS PRIMEROS
APÓSTOLES Y DISCÍPULOS?
Frente a la persecución, los primeros cristianos se pusieron a orar. No para ser liberados de las
molestias de la persecución, sino para no dejarse bloquear por los obstáculos y para no perder
el valor de anunciar la Palabra. El resultado es la venida del Espíritu Santo, que les infunde
energía y audacia. Para la evangelización se impone la oración, mucha oración. Y es que la
evangelización es obra del Espíritu, que toca no sólo los corazones de los oyentes, sino
también el corazón, a veces tibio y vacilante, de los anunciadores.
¿Rezo de verdad por la difusión del Evangelio? ¿Rezo para tener la misma valentía al hablar
de los primeros apóstoles y discípulos? ¿Estoy verdaderamente convencido de que, sin el
Espíritu Santo, resuena vacío el anuncio? Los santos oraban antes, durante y después del
anuncio para que el Espíritu Santo tuviera libre curso. Otra pregunta: ¿Pertenezco yo también a
esos que dedican una gran cantidad de tiempo a confeccionar planes y proyectos pastorales y
"pierden" poco tiempo en la oración?.
Hoy debería examinarme sobre el tipo de oración que practico: ¿está más orientada a la
segunda o a la primera parte del Padrenuestro? ¿Está más orientada a mis necesidades o a las
de las personas que conozco, o a la difusión del Evangelio, al “venga a nosotros tu Reino”, a la
difusión de la “Buena Noticia” en el mundo? El tipo de la oración que practico expresa la calidad
evangélica de mis preocupaciones. ¿Hay sitio en ella para la difusión de la Palabra ? ¿Incluso
para la difusión en la que no participa mi grupo o yo mismo?
ORACION
Debo reconocer, Señor, que mi oración es poca, y ese poco más bien narcisista. Te hablo de
mis cosas, de mis preocupaciones, de mi prójimo, de lo que me angustia o de lo que tiene
relación conmigo. Pero te hablo poco del Reino, de la Palabra -que debería ser anunciada de
modo menos endeble-, de mí y de los cristianos que están a la defensiva, de la evangelización
de los pueblos y del pueblo en el que vivo.
¿No será porque me he resignado al ocaso de la fe? ¿No será acaso que me impresiona más
la pobreza económica que la pobreza espiritual? ¿No será que también yo me he adecuado a
ese modo de pensar, tan difundido en nuestros días, de que lo importante es “hacer el bien”?
Señor, sé que eso es verdad, pero dame la profunda convicción de que también es insuficiente.
En efecto, si no te anuncio, ¿quién te amará? Y si no te amamos, ¿qué vale la vida?
Convénceme, Señor, del primado de la Palabra , de la necesaria prioridad que he de otorgarle
a su anuncio, del hecho de que debo participar en la evangelización a partir de mi oración. Oh
Señor, que amas a todos los hombres y toda la creación, dirige a ti y a tu Palabra mi pobre
oración.