¡CAMINO Y CENA DE RESUCITADOS!
DOMINGO 3º DE PASCUA
8 de Mayo de 2.011
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea
llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había
sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar
con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Ellos se detuvieron
preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: ¿Eres tú el único forastero en
Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días? El les preguntó: ¿Qué? Ellos le
contestaron: Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante
Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que
lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro
liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres
de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no
encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles,
que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo
encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Y, comenzando por
Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron,
diciendo: Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. Y entró para quedarse
con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo
dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron:
¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once
con sus compañeros, que estaban diciendo: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha
aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan. Lucas 24, 13-35
El caminar de los discípulos de Emaús constituye una especie de pedagogía precisa del acto
de fe. Al comienzo, se les descubre cargados de las creencias de la religión judía. Después se
les ve compartiendo con Jesús una vida de hombres: palabra, camino, comida, esperanza y
decepción. Esto constituye el segundo tiempo: no se llega hasta la fe si no es perteneciendo
realmente a la humanidad y descubriendo a Jesús en esa humanidad. Entonces es cuando
aparece el Señor, no como quien aporta soluciones a los interrogantes formulados, sino como
quien también formula interrogantes, aprende a formularlos correctamente y llega hasta el final
de la búsqueda que ellos mismos ponen en marcha. Que es, si se quiere, el tercer tiempo en el
proceso evolutivo de la fe. Inmediatamente después, los discípulos vuelven a Jerusalén en
donde encuentran a la Iglesia simbolizada en el grupo de los Once: y encuentran que también
éstos viven de la fe en el Señor Resucitado y se organizan para vivir cada día mejor de ella.
Los discípulos de Emaús se incorporan a esa Iglesia, a su mensaje e instituciones esenciales.
Ésta es la última etapa de su caminar y ha supuesto en ellos una vuelta sobre sí mismos, una
conversión.
Al cristiano moderno que se pregunta si tiene fe, se le podría ayudar a que se pregunte en cuál
de estas etapas se sitúa. En primer lugar parece que no hay que confundir la fe con la
religiosidad o con una simple creencia, más o menos intelectual, en la existencia de Dios. La fe
no se tiene porque se tenga “necesidad” de Dios para tranquilizarse y estar seguro o para
explicar la creación o la moral. De igual modo, la fe no se tiene realmente porque se atribuya
mucha importancia al contenido de la fe, a los diferentes dogmas que encierra, a los sistemas
de pensamiento que consagra en su formulación.
Pero antes de ser un contenido preciso, la fe es ante todo una actitud: la actitud de un hombre
que vive al máximo su pertenencia a la humanidad. Ahora bien: por encima de las alegrías y de
las desventuras, por encima de los éxitos y de los fracasos, el hombre experimenta la
alienación y la pobreza de su condición humana, se produce en él una sed de absoluto que no
llega a satisfacer o que aplaca a base de crearse unos absolutos o ídolos que finalmente no
valen la pena. Además, la humanidad no consigue desprenderse de ciertas alineaciones: la
pobreza, la guerra, la enemistad del hombre hacia su hermano, el repliegue dentro del
egoísmo, el sufrimiento y sobre todo la muerte. Viviendo estas condiciones, el hombre, cristiano
o no, formula algunas preguntas: ¿cuál es el sentido de todo eso, cuál es el significado de
nuestra condición humana…
Y es entones cuando, en el caminar de los hombres y con los hombres, aparece Cristo
compartiendo sin soluciones inmediatas los interrogantes humanos, sugiriendo la providencial
conveniencia de un amor crucificado y aceptando la oferta hospitalaria de unos corazones
agradecidos a la luz y al fuego del Compañero de camino. Es entonces, tras una celebración de
la Palabra ambulante y un Pan comensal bendecido, cuando experimentaron creyentemente
nuestros dos caminantes que no había sido en vano su esperanza en el futuro, ahora allí
presente, Liberador de Israel… ¡ Y fue entonces, cuando vieron sin verlo al Primogénito de la
Nueva Humanidad, al primer nacido de la muerte , inmortal y glorioso, ampliando para todos los
hombres , sus hermanos, la gloriosa condición de “muertos y resucitados en Él por el amor
creador y recreador del Padre Universal!
Juan Sánchez Trujillo