VI DOMINGO ORDINARIO - A
Evangelio: Mt 5,17-37 Todo por amor de Dios
Un párrafo largo se lee hoy en el Evangelio, que si bien tiene una idea que
lo vertebra, pero son varios los temas que aborda: fe en su Palabra, necesidad
de dar buen ejemplo, perdón y reconciliación entre todos, limpieza del corazón,
fidelidad matrimonial, lealtad a la palabra dada.
El evangelista Mateo quiso, sin duda, recopilar esta serie de temas, que
seguramente Jesús abordó muchas veces, e incluso con machaconería, para
recalcar la necesidad de la rectitud de intención al actuar en las diversas
circunstancias de la vida, y de la altura de miras a la hora de cumplir normas,
leyes o costumbres.
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Señor, Jesús, gracias por esas primeras palabras:
“No he venido a abolir la ley, sino a dar plenitud”.
No quieres seguimiento a medias, compromisos mediocres,
vocaciones cristianas tibias o superficiales. Como dice la canción:
“No quieres corazones partidos, me pides y exiges que te lo entregue entero”.
Que acoja y siga tu llamada a la santidad de vida cada mañana
al comenzar la jornada con garbo humano y sobrenatural;
y que viva cada minuto del día luchando con alegría y optimismo,
con entrega y generosidad por esa meta de perfección y santidad cristiana,
como tu quieres para mí; y que comprenda que solo en ello conseguiré ser feliz.
Quieres que me santifique en la vida ordinaria y cumpliendo las obligaciones
y preceptos que pueden parecer de mínima importancia.
De otra manera no podría ni soñar con la santidad, ni disfrutar
de la alegría del apostolado y la evangelización.
Que nunca olvide “que la santidad grande está en cumplir el pequeño deber de
cada momento”. No hay “cosas pequeñas”, todo es grande, si se hace con
Amor.
Y es que la perseverancia en las “cosas pequeñas” por Amor es heroísmo.
En ocasiones, Señor, me puede la tibieza y la mediocridad, sin duda por falta de
Amor.
Que en esos momentos no me falte, por lo menos el santo temor de Dios,
para que me haga reaccionar y no pierda de vista la meta que me propones,
y por la que yo también quiero luchar, pues es lo único que merece la pena:
luchar por ser santo, vivir amándote a Ti sobre todas las cosas,
para poder morir con la paz y la alegría de tu abrazo amoroso de padre.
Mirando a este objetivo, te pido, Señor, como me recuerda el Evangelio
de este día: amar sin límites a los demás, perdonar siempre, pronto y con
generosidad,
ser limpio de corazón para amar con profundidad y fecundidad,
decir siempre la verdad aunque me cueste y tenga que arriesgar y sufrir.
En una palabra: “Dios mío, te amo, pero ... ¡enséñame a amar!”.