VII DOMINGO ORDINARIO - A
Evangelio: Mt 5, 38-48 Santidad de vida
El párrafo evangélico de este domingo es continuación del leído y
proclamado el domingo anterior. Sigue San Mateo exponiendo consejos
concretos y muy prácticos, que en muchas ocasiones habría escuchado al
Maestro, Jesús de Nazaret. Son frases que, como buen profeta y pedagogo,
Jesús repetiría machaconamente.
Eran consejos y advertencias que venían pintiparadas a aquellos judíos,
tan aferrados a sus tradiciones, que se creían los mejores e insuperables, y los
más celosos cumplidores de la ley. A la vez sufrían a veces, atosigados por
multitud de preceptos triviales, que valoraban más que la rectitud de intención y
el objetivo de agradar a Dios y actuar motivados por su amor.
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Señor, Jesús, que nos ilustras con tu magisterio, haciéndonos profundizar
en los motivos fundamentales y en los objetivos más nobles e ilusionantes que
cabe pensar.
Dame siempre, Señor, rectitud de intención al cumplir mi deber de cada
momento,
y grandeza de miras, e ilusión sobrenatural, para santificarme en la vida
ordinaria
y en mi convivencia social, aún en las acciones menos importantes y triviales.
¡Qué fácil, y a la vez exigente es tener siempre corazón grande y noble,
libre y universal, al actuar y cumplir con los propios deberes!
Y a la vez: ¡qué gratificante y tranquilizador es la visión sobrenatural en todo,
y el deseo de amarte siempre y en toda circunstancia!
Al purificar y ennoblecer tus consignas de vida, con la ley del amor, Tu nos
ofreces un panorama de vida que ilusiona a los corazones limpios y generosos
y que se desborda inevitablemente en buenas obras de caridad y apostolado.
Quiero “saborear” tus palabras, Seor, para que se graven en mi mente
y transformen mi corazón de enamorado por el Amor de Dios y de apóstol sin
límites
ni fronteras. “No hagáis frente al que os agravia. Al contrario,
si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra;
al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa;
a quien te pida, dale, y al que pida prestado, no lo rehuyas”.
Ayúdame, Señor, a ser sincero y exigente en mi respuesta a tu amor.
Y aún más, me dices: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien
a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian.
Así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”.
Gracias, Señor, por estas propuestas tan exigentes, pero tan necesarias
para vivir en paz y ser felices, como es lo propio de tus hijos.
Y por último, Seor, acojo tu llamada a la santidad de “primera divisin”:
“Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Que este sea mi único
ideal de vida: amarte siempre y en todo y luchar por la santidad en mi vida
ordinaria.