XV DOMINGO ORDINARIO - A
Evangelio: Mat 13,1-23 - Parábola del sembrador
Haciendo gala de Maestro perfecto, Jesús recurre a las parábolas,
ejemplos o anécdotas, tomados de la vida ordinaria de los oyentes. El campo, el
sembrado, la semilla, el sembrador. Todos le entienden.
El sembrador arroja su semilla en el campo, y esta cae en terrenos
distintos: un pedregal, al borde del camino, entre zarzas y en buena tierra.
¿Resultado? El esperado. Unas personas son duras y tercas, soberbias y
egoístas, y no calan en la Palabra de Dios; otras, sí, pero son inconstantes para
generar y esperar los frutos apropiados y maduros. Otras son atrapadas por las
malas influencias y se dejan llevar del qué dirán y del mal ambiente. Por fin,
algunas sí, son como la buena tierra.
_______________________________________________________
Gracias, Señor, por tu pedagogía aparentemente infantil,
pero profundamente aleccionadora para jóvenes y mayores,
hombres y mujeres, de todos los tiempos. A todos quieres, Señor,
que nos llegue tu Palabra. La Iglesia esta abierta
y acoge a todas las personas, que desean escuchar la Palabra de Dios.
Gracias, Señor, por esta siembra maravillosa de tu Palabra,
que el Papa, los Obispos y los sacerdotes y catequistas hacen
públicamente
y en privado, a grupos numerosos y a pequeñas comunidades.
Que nunca nos falten, Señor, los predicadores de tu Evangelio, o Buena
Nueva,
y que sean buenos testigos y santos sacerdotes y apóstoles.
Es cierto, Señor, que si la Palabra no produce fruto, es
principalmente
porque la tierra que la acoge o debería hacerla fructificar,
no la medita seriamente, no la profundiza ni la cultiva,
con deseos de mejorar y ayudar apostólicamente.
Te pido, Señor, por los oyentes de tu Evangelio, para que a todos
resulte
una Buena Nueva, que alegre los corazones, fomente la paz y la
solidaridad
en las relaciones y comprometa gozosamente en frutos de santidad
personal.
Pero sobre todo, Señor, quiero aplicar, una vez más, la enseñanza
a mi propia vida, pues ha habido de todo: momentos de terquedad
y dureza de corazón, de superficialidad e infantilismo mental,
de cobardía y temor al qué dirán, al ambiente hostil, a los falsos profetas.
Quiero, Señor, ser siempre esa “buena tierra”, humilde y
acogedora,
sincera y valiente, leal y constante, que escucha a tus ministros, que
medita tus palabras, que reza cada día y participa en la Eucaristía,
y que hace producir el Amor de Dios en el apostolado personal.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez