XVII DOMINGO ORDINARIO – A
Evangelio: Mat 13,44-52 - Vivir en gracia de Díos
Continúa la reflexión sobre las parábolas del Reino, que Mateo recoge en
el cap. XIII. Hoy le toca a la parábola del tesoro escondido, que un hombre
encuentra en su campo; o la perla preciosa , que un mercader acierta a
comprar en el mercado. Ambos, premiados con la suerte, no les importa pagar
por esos tesoros lo que fuere necesario, pues saben de su valor y de la riqueza y
bienestar que les van a proporcionar.
El tesoro o la perla preciosa es la gracia de Dios , que Jesús ofrece a
todos a través de la Iglesia. Merece la pena hacerse con ella y conservarla
delicadamente como el mejor tesoro.
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Señor, Jesús, que me hablas de tesoros y de perlas preciosas,
para referirte a la fe y el amor de Dios,
que transformados en gracia santificante, nos ofreces a todos los
hombres.
Gracias por esta oferta maravillosa de tu gracia en mi alma.
Con ella me siento más a gusto, más feliz y con mejores sentimientos
y deseos de cumplir con el deber
y de ayudar a los demás a disfrutar también del amor de Díos.
Gracias, Señor, por esta maravilla de vivir unido a Ti, considerándome hijo
tuyo, miembro vivo de la Iglesia, y más urgido a la santidad y al
apostolado.
Además instituiste el sacramento de la Penitencia,
para recuperar la gracia, cuando por el pecado la he perdido.
Gracias, Señor, por este regalo de tu perdón,
y por poner, tan a mi disposición, este sacramento.
También lo llamamos sacramento de la alegría, y con toda la razón,
pues ya lo he experimentado muchas veces. Gracias, Señor, por todo ello.
Quiero vivir siempre en gracia de Díos, ¡ayúdame, Señor!
Te prometo, Señor, seguir poniendo los medios adecuados,
para no separarme de tu amor: la confesión, y la participación frecuente,
-diaria a ser posible- en la Eucaristía: Santa Misa y Comunión.
Sé, Señor, que poco, o nada, valen mis buenas obras en el trabajo
o en la ayuda al prójimo, si no vivo unido a Ti por la gracia santificante,
pues no es suficiente la fe, hace falta el verdadero amor de Dios.
Ayúdame, Señor, a no acostarme ningún día en pecado mortal,
y a que cada mañana pueda comenzar la jornada
con la alegría y el optimismo que Tu amor nos proporciona siempre.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez