“El que Dios envió dice las palabras de Dios, porque Dios le da el Espíritu sin
medida”
Jn 3, 31-36
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
“Trataba (hablaba) mucho de Dios, de manera que edificaba” (Santa Teresa de Jesús, V
6,2)
Lectio Divina
¿QUIÉN NO ES PECADOR? ¿QUIÉN NO TIENE NECESIDAD DE PERDÓN?
Todos los discursos de Pedro concluyen con la promesa de la remisión de los pecados para
aquellos que se conviertan. La obra de Jesús se presenta aquí como la del iniciador y salvador
destinado a dar a Israel la gracia de la conversión y de la remisión de los pecados.
Esto nos hace pensar: ¿por qué este tema está desapareciendo de la predicación y de la
conciencia de no pocos cristianos? Presentar la salvación como perdón de los pecados está,
por lo menos, fuera de moda. No se usa mucho. Sin embargo, para quien tiene el sentido de
Dios, para quien se da cuenta de la importancia decisiva que tiene estar en comunión con él,
para quien siente la experiencia de la tragedia que supone estar lejos de él, para quien se toma
en serio el hecho de que, en definitiva, lo que cuenta es estar en amistad y en comunión con
Dios, el perdón de los pecados se presenta como el hecho decisivo de la vida.
¿Quién no es pecador? ¿Quién no tiene necesidad de perdón? ¿Quién es más “salvador” que
aquel que, al perdonar, restablece la amistad con Dios? Presentar la obra de Jesús como
ligada al perdón de los pecados, significa presentarla como la de alguien que restablece la
comunión filial, amistosa, tranquilizadora, beatificante, con Dios. Ese es el inicio de cualquier
otro bien mesiánico. ¿Qué se puede construir sin este fundamento? Estar lejos de Dios,
sentirnos no aceptados por él, sentirnos ajenos a nuestro origen y a nuestro fin: ¿se puede
llamar a eso vida? Por eso anuncia Pedro a Jesús como alguien que ha sido exaltado por Dios
con el poder de ofrecer el don del restablecimiento de la amistad entre el angustiado corazón
del hombre y el ardiente corazón del Padre.
ORACION
Te doy gracias, Señor, por haber hecho que me encontrara hoy con esta Palabra que me
recuerda el don del perdón de los pecados. Me olvido demasiado pronto de las veces que me
has perdonado, de la alegría de sentirme reconciliado por ti y contigo. En el intento de
“actualizar” la palabra salvación para hacerla comprensible y aceptable por los otros, por los
hermanos que considero distraídos por las excesivas cosas de este mundo, corro el riesgo de
olvidarme de que la salvación, si bien se refleja también en este mundo, consiste
fundamentalmente en estar y en sentirse en comunión contigo. Para nosotros, pecadores, eso
incluye y presupone que tú perdonas nuestros pecados.
Señor, ilumíname para que sepa hablar de tu salvación en términos comprensibles, pero, al
mismo tiempo, no me olvide del núcleo insustituible de esta realidad que es estar unido contigo.
Haz, sobre todo, que no pierda la esperanza de tenerte como amigo benévolo cuando, oprimido
por mis culpas, me dirija tembloroso a ti: muéstrame entonces tu rostro benigno de salvador y
dame tu Espíritu “para el perdón de los pecados”.