II DOMINGO PASCUA
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
Del racionalismo acérrimo a la fe
Dicen que para mucha gente lo que no sale en la Tele no existe. Para otros, sólo
existe lo medible y lo cuantificable. El Principito decía que las cosas más
importantes sólo se ven con el corazón. Tomás es un personaje interesante. Uno no
sabe si tratarle de solitario, de pesimista o de racionalista incrédulo. Quizá fue las
tres cosas a la vez, como tanta gente. Al final se apuntará a lo del Principito, y será
sólo Tomás el creyente.
“Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús”
Le vemos como un hombre que ha empezado a vivir su fe o su oscuridad en
solitario, por libre. La fe, la vocación, el seguimiento, es verdad, son en último
término una decisión personal; Dios no nos ama en abstracto sino en nuestra
propia individualidad. Eso es una cosa, pero otra muy diversa es el individualismo,
que tan poco le gustaba a Jesús.
Hemos vivido en nuestra Iglesia épocas de excesivo individualismo: “mi misa”, “mis
devociones”, hasta “mis pobres”. Hoy, gracias Dios, aunque nos quede mucho
camino por andar, ponemos toda la fuerza en lo comunitario. Mucho ha tenido que
ver en ello el Concilio Vaticano II, en el que una de las palabras claves fue la de
“comunión”. Dios mismo no es soledad, sino familia trinitaria, misterio de amor y
de comunión en sí mismo. Y misterio de comunión es la Iglesia; comunión para la
misión al servicio de la unión de los hombres con Dios y de la unión del género
humano.
Otros han vista a Tomás como un pesimista. ¿Por qué se había alejado del grupo?
¿Fue consecuencia de la decepción, de la desilusión? Había puestos tantas
esperanza en el profeta galileo, le había visto realizar tales signos; su anuncio del
Reino despertó tantas esperanzas en el corazón de los pobres y en el mismo
corazón de Tomás que ahora, tras el trauma del Calvario, siente como si el mundo
se hubiera derrumbado a su pies, como si ya nada tuviera sentido. “Nosotros
esperábamos”… decían los dos que caminaban a Emaús, también en retirada,
mientras caía la tarde. El silencio de Dios y su aparente pasividad ante la muerte de
Cristo le pesaba tanto…, había sido aquello un golpe tan duro que, como todos los
pesimistas, pensaba que allí ya no había nada que hacer.
¿Quién no se ha encontrado alguna vez en una situación parecida a la de Tomás?
Recuero aquella mujer de mi parroquia, que había sido tan religiosa, pero que
llevaba veinte años sin querer oír hablar de Dios ni de la Virgen, porque había
perdido una hija en plena juventud. El mentarle a la Virgen provocó una estampido
tal de ira, una de esas situaciones que te hacen exclamar el consabido “tierra,
trágame”. Aquel estampido la desbloqueó; la ira se fue trasformando en un llanto
cada vez más dulce, hasta acabar en una preciosa confesión de fe, como Tomás.
De lo que sí hemos tachado a Tomas es de incrédulo. Todos le hemos bautizado
alguna vez como el incrédulo, el racionalista, el prototipo de los empiristas
pragmáticos.
Los compañeros, exultantes de gozo, le decían: “H emos visto al Señor ”. Pero a
Tomás hasta le molestaba comprobar lo pronto que su compañeros se habían
subido al carro de la ilusión. Él ni siquiera se fiaba de la vista, que a veces nos hace
ver espejismos; que, en momentos de delirios, nos hace ver fantasmas. “Si no veo
en sus manos la señal de los clavos, y no meto mi dedo en el agujero de los clavos
y no meto mi mano en su costado, no creeré ”.
“Ocho días después, estaban los discípulos dentro, y Tomás con ellos. Se presentó
Jesús en medio estando cerradas las puertas, y dijo: Paz a vosotros. Luego dice a
Tomás: -Trae aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado, y no seas incrédulo, sino creyente
Siempre en el día octavo, el día de la resurrección, el domingo, que es desde el
tiempo apostólico el día de encuentro de la comunidad cristiana. La fe sólo se vive y
crece en comunidad. Cuando nos desenganchamos, nos pasa lo que al bueno de
Tomás, no vemos al Señor y quedamos presos de nuestros prejuicios.
Tomás, el racionalista acérrimo, acaba haciendo un acto precioso de fe : “Señor mío
y Dios mío ”: Es una bellísima oración para todos aquellos que caminan con sus
dudas a cuestas o para los momento oscuros en que parece que Dios no significa
nada en nuestra vida tan materialista.
“Porque has visto has creído. Dichos los que no han visto y han creído”. Es la última
bienaventuranza del evangelio. Ahora tendremos que descubrir a Jesús con otros
ojos, los de la fe. Y cuando no veamos será bueno preguntarnos no sólo donde esta
Dios, sino dónde estamos nosotros.