III Semana de Pascua Ciclo A
VIERNES
Lecturas
a.- Hch. 9, 1-20: Conversión de San Pablo.
b.- Jn. 6, 51-59: Mi carne es verdadera comida.
La conversión de Saulo, es otro de los grandes hitos del libro de los Hechos. El
perseguidor es ahora perseguido por la gracia y camino de Damasco se produce el
encuentro donde del ¿por qué me persigues?, le sigue otra pregunta: ¿quién eres
Señor? (v. 4). Jamás Saulo, se imaginó este encuentro con Jesús resucitado, menos
cuando el iba a Damasco en busca de cristianos para encarcelar, por ser miembros
de esta nueva secta. Esta conversión va marcar el rumbo de los acontecimientos en
la intención de Lucas que dedicará buena parte de su obra a relatar las actividades
del apóstol de los gentiles, como lo insinúa el propio Jesús, en su diálogo con
Ananías será instrumento elegido para esa misión (vv. 15-16). La imposición de
manos por parte de Ananás colma del Espíritu Santo a Saulo y recibe el bautismo.
Esta experiencia paulina será seguida a lo largo de los siglos por muchos santos y
santas que descubren en este acontecimiento el interés de Jesús de escoger a sus
discípulos y testigos para el bien de su Iglesia.
Juan evangelista nos plantea, cómo reaccionaron los judíos a las palabras de Jesús:
“Cómo puede este darnos a comer su carne?” (v. 52). Fue la interrogante de los
que escuchaban a Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Jesús, no se detiene ni en el
cómo, ni en la respuesta que ellos esperan. Va más allá, a los efectos de la comida:
vida eterna y comunión con ÉL y con el Padre. Asegura que si no se comen su carne
ni se beben su sangre, no hay vida en ellos, en cambio, quien lo hace, es decir,
quien come su carne y bebe su sangre, tiene vida eterna; su carne es verdadera
comida, su sangre es verdadera bebida; más aún, “el que come mi carne y bebe mi
sangre, habita en mí y yo en él” (v. 56). El lenguaje es duro pero real, Jesús habla
de comer su carne y beber su sangre. No vale la interpretación materialista ni
antropofágica, ni el simbolismo protestante, sino la realidad sacramental, que nos
deja el propio Jesús, en su despedida en la última Cena. Si en un comienzo Jesús
en su discurso une la vida eterna a la fe, creer en el Aquel enviado del Padre, en
esta segunda parte, la vincula con la comunión con su cuerpo y sangre, verdadera
comida, verdadera bebida. Se necesita fe para la vida nueva de hijos de Dios, fe
para vivir la eucaristía, fe para recibir el cuerpo y sangre de Cristo, como fuente de
vida eterna para quien comulga. Sin fe no hay vida ni sacramento ni comunión con
Jesucristo, de ahí que al comulgar decimos “Amén” cuando se nos presenta a Jesús
sacramentado: “Este es el Cuerpo de Cristo”. La fe precede al sacramento y éste la
expresa y alimenta. La comunión significa nuestro vivir en Cristo, pero
fundamentalmente su vivir en nosotros con la misma dimensión con que ÉL habita
en su Padre. La Comunión eucarística que me abre a la comunión trinitaria, vida
intra-trinitaria de amor y conocimiento, es alianza de Dios con el hombre, por
medio del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El hablar de la carne, mejor dicho, de su
carne y de su sangre en labios de Jesús denota la importancia del misterio de la
Encarnación y del misterio pascual, ambas realidades unidas están asociadas a la
Eucaristía, cuyo origen unión Jesús a su muerte en la cruz, en la víspera, como
alianza nueva y eterna. El sentido y valor de sacrificio y kerigma que posee la
Eucaristía van muy unidos a la hora de proclamar la muerte y resurrección de Jesús
y la espera en su pronta venida.
La visión beatífica, comienza en el alma del cristiano desde que comienza a amar a
Dios y cumplir su palabra concientemente, aunque sabemos que su comienzo lo
encontramos en su inicio de fe bautismal. Viene al alma ha habitar el Padre y el
Hijo, también después de cada comunión eucarística, hecha con fe, pan que da vida
eterna en el aquí y ahora. ¡Qué de bienes trae consigo cada visita del Señor! Es lo
que enseña Juan de la Cruz, desde su experiencia eucarística y contemplativa.
“Oh qué bienes serán aquellos que gozaremos con la vista de la Santísima
Trinidad!” (D 188).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD