“Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte”
Apuntes de +Carmelo Juan Giaquinta, para la homilía del Jueves Santo,
01/04/2010, sobre Jn 13,1-15, en la Abadía Niño Dios, Victoria (ER).
I. “Los am hasta el fin”
1. Después de la homilía, dramatizaremos el gesto de Jesús
de Jesús de lavar los pies a sus discípulos. Conviene que,
por la fe y el amor, captemos la profundidad del mismo. Las
palabras con que se inicia el relato nos dan la clave para
entenderlo: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús
que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre,
él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo,
los am hasta el fin” (Jn 13,1).
2. Prestemos atención a estas últimas palabras: “los amó
hasta el fin” . No se trata sólo del amor que Jesús tuvo
hasta el último día de su vida mortal, sino del colmo de su
amor. ¿Y cuál es el colmo de su amor? Él mismo lo dijo al
explicar su gesto: “Comprenden lo que acabo de hacer con
ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón,
porque lo soy. Si yo que soy el Señor y el Maestro, les he
lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies
mutuamente” (vv. 12-14).
En la antigüedad, lavar los pies era un gesto de
hospitalidad de los dueños de casa para con los visitantes.
Pero lavar los pies de los señores era tarea de los
esclavos. Es esto lo que Jesús simboliza al levantarse de
la mesa, sacarse el manto, ceñirse una toalla a la cintura,
echar agua en un recipiente, y empezar a lavar y a secar
los pies de sus discípulos. Él, el Señor del mundo,
haciendo de esclavo. Este es el colmo de su amor. Esta es
la actitud que Jesús quiere también de sus discípulos.
3. Hemos escuchado esta misma lección el domingo de Ramos
en el relato de la Pasión según San Lucas. Frente a la
discusión de los discípulos “sobre quién debía ser
considerado como el más grande”, Jesús contrapone su
actitud de humildad y servicio: “Quién es más grande, el
que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está
a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el
que sirve” (Lc 22,24.27).
4. En este Jueves Santo, ante el ejemplo de Jesús, conviene
que examinemos nuestra actitud de vida para con el prójimo,
si condice con la que él nos enseña. Pensemos en el prójimo
concreto: los miembros de mi comunidad cristiana, de mi
familia, de mi trabajo, de mi vecindario, etc.
II. “¿Tú, Seor, me vas a lavar los pies a mi?”
5. Ante el gesto de Jesús, la sorpresa de Pedro fue grande.
E intentó resistirse: “ Tú jamás me lavarás los pies a mí”.
Así hasta que escuchó de Jesús: “Si yo no te lavo, no
podrás compartir mi suerte”. Entonces Pedro se dio por
vencido: “Seor, no slo los pies, sino también las manos
y la cabeza!” (vv. 6.8.9).
6. Casi en vísperas de la Vigilia Pascual, cuando
renovaremos las promesas hechas en el bautismo, no podemos
dejar de pensar en él. Jesús no nos lavó con un baño
cualquiera. Juan Bautista supo distinguir entre su bautismo
y el de Jesús: “Yo los bautizo con agua…; él los bautizará
en el Espíritu Santo” (Lc 3,16).
A fuerza de escuchar palabras tan hondas, su sentido se nos
desdibuja. Que Jesús nos lava o bautiza en el Espíritu
Santo significa que nos sumerge en él. De este modo, todo
nuestro ser - sentimientos, pensamientos, afectos, todo lo
que somos y hacemos -, queda empapado y purificado por el
Espíritu Santo. Y somos capacitados para vivir una Vida
nueva conforme a Jesucristo.
San Pablo, en la carta a los romanos que leeremos en la
Vigilia Pascual, nos enseña que, por el bautismo, la muerte
y la resurrección de Cristo se realiza espiritualmente en
nosotros: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la
muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del
Padre, también nosotros vivamos una Vida nueva” (Rm 6,4).
III. Vivir hoy nuestro bautismo
7. ¿Vivimos así nuestro bautismo? La experiencia dice que,
con frecuencia, lo vivimos con mediocridad. Y a veces, en
flagrante contradicción con él. Incluso que, en ocasiones,
algunos ministros de la Iglesia somos ocasión de escándalo
para propios y extraños.
Sin embargo, así como la negación de Pedro, la traición de
Judas y la deserción de los discípulos no disminuyeron el
amor de Cristo a los hombres pecadores, y al contrario lo
impulsaron a “amarlos hasta el fin”, del mismo modo ningún
pecado hoy de ningún ministro de la Iglesia, puede ser
excusa para no vivir el bautismo, y dejar de creer en
Jesucristo o no amarlo con todo el corazón. Al contrario,
ha de ser ocasión para comprender a qué grado de
deshumanización se puede llegar cuando no se vive conforme
al bautismo. Y, a la vez, para comprender que Cristo nunca
deja de amar a su Iglesia formada por nosotros, hombres
pecadores. Y que gracias al bautismo, por el cual
participamos de su muerte y resurrección, siempre podemos
vivir una Vida nueva. Como escribió el apóstol Pablo a los
cristianos de Éfeso: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó
por ella, para santificarla. Él la purificó con el bautismo
del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia
resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto,
sino santa e inmaculada” (Ef 5,25-27).