III Domingo de Pascua, Ciclo A
La presencia real del resucitado
El mensaje central del cristianismo que en estos domingos de Pascua se recuerda y
se celebra especialmente es el anuncio del Resucitado. Desde los orígenes de la
Iglesia, según los evangelios, la pretensión fundamental de las comunidades
cristianas primitivas no era demostrar la resurrección de Jesucristo sino mostrar la
presencia misteriosa pero real del Resucitado en la historia humana. Los autores de
los evangelios disponen para ello de dos datos diferentes: el sepulcro abierto sin el
cuerpo de Jesús y las apariciones del Resucitado a las mujeres y a los discípulos.
Los relatos evangélicos del sepulcro de Jesús, abierto y vacío, no son pruebas de la
resurrección sino signos que ayudan a las mujeres, a los discípulos y a los
creyentes de toda la historia, a entender el mensaje de alegría y de esperanza del
Evangelio: Cristo ha resucitado. Mas el testimonio decisivo del acontecimiento de la
Pascua viene transmitido por los relatos diversos de las apariciones del Resucitado,
en los cuales se muestra que no se trata de visiones subjetivas de quienes las
experimentan sino de vivencias extraordinarias de unos testigos a los cuales se
presenta el mismo Jesús después de resucitar de la muerte. Lucas, en su doble
obra (el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles) se concentra especialmente en
ello: El Viviente es el crucificado que ha sido resucitado por Dios.
Hoy se proclama en la Iglesia la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús (Lc
24,13-35). Es un texto eminentemente eucarístico, pues el encuentro vivo con el
resucitado encuentra en la fracción su momento culminante. Así lo muestra la
repetición de los gestos eucarísticos sobre el pan en Lc 24,30 (tomar el pan,
bendecirlo, partirlo y darlo). Es el texto central de las tres partes del capítulo 24 de
san Lucas, capítulo que constituye sin duda una de las páginas más bellas y densas
de la Biblia tanto por su composición literaria como por su contenido teológico, y al
mismo tiempo refleja una multiplicidad de testimonios de fe de la comunidad
cristiana primitiva, elaborados con una maestría sin igual por el evangelista, al
servicio del mensaje central del Evangelio que nos anuncia que Jesús vive.
Pero no se trata sólo de un texto eucarístico, pues el mensaje se concentra en
presentarnos a Jesús vivo y resucitado cuya presencia en la historia es ciertamente
misteriosa pero muy real. De la lectura atenta y actualizada de todo este capítulo
24 se pueden indicar tres ámbitos de dicha presencia. Primero, la presencia
desapercibida y sorprendente del Resucitado en el camino de la humanidad
decepcionada y deprimida, que, como los discípulos de Emaús, está ya cansada y
desesperanzada ante el dolor y el sufrimiento injusto de los inocentes. Sin saber
exactamente cómo, la verdad es que Jesús, el Viviente, es el compañero
seguramente desapercibido de aquellos discípulos y de todos los dolientes de la
historia. Singular importancia adquiere también la presencia emocionada y
presentida del Resucitado en la Escritura y en la Palabra, presencia que ha de llevar
a los creyentes a comprender los acontecimientos de nuestra vida personal y social
desde la Palabra de Dios y a poner en el centro de nuestra espiritualidad el
Evangelio. Tal como el papa ha afirmado, en la Verbum Domini 56, el evangelio es
el cuerpo de Cristo. Finalmente la presencia reconocida y gozosa del Resucitado se
hace presente en la Eucaristía y en el misterio de comunión fraterna que de ella
emana.
Los discípulos cambiaron de rumbo su vida y así se convirtieron en testigos públicos
del Resucitado, experimentando la liberación profunda que significa el paso de una
vida sumida en el absurdo y la ignorancia a una conducta nueva, caracterizada por
la sobriedad, la libertad y la esperanza. Particular importancia adquieren desde ese
evangelio de Emaús todas aquellas personas que de algún modo se hacen ahora
compañeros de camino de las víctimas de nuestro mundo en cualquiera de las
manifestaciones de sufrimiento en el que éste está sumido, dando testimonio con
su solidaridad de que el Viviente se hace presente en medio del dolor de la
humanidad.
También hoy les deseo feliz domingo de Pascua.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura