Comentario al evangelio del Jueves 12 de Mayo del 2011
El camino emprendido por Esteban entre los judíos es continuado por Felipe en otras tierras. Leyendo
con atención los relatos de los Hechos, sabemos que el apostolado tanto de Esteban, el «servidor»,
como el de Felipe, «apóstol», nacen de la disponibilidad que ambos le ofrecen al Espíritu del
Resucitado. Los cristianos no seguimos a un fracasado, ni sostenemos una causa perdida; más bien, le
hemos abierto nuestras puertas al Dios vivo que ama y actúa en el mundo. Ese Dios que es Espíritu,
Señor y Dador de Vida, y que hace de la Iglesia un humilde instrumento de su acción en nuestra
historia. El mismo Espíritu que permite contemplar la vida desde su profundidad y leer los
acontecimientos «por dentro». La primera lectura nos muestra un ejemplo de ello: un etíope que
conoce sin comprender, que busca en el testimonio de la experiencia de Dios con los hombres —en el
testimonio de la Escritura— un sentido que le mueva a entender y actuar. En Felipe, encontramos un
modelo de atención y audacia, que nos invita a tener unos ojos atentos y unas manos prontas para
ayudar a nuestros hermanos a creer en la Palabra de la Vida. Como dice el Salmo: «Venid a escuchar,
os contaré qué ha hecho conmigo».
También el Evangelio de hoy insiste en ello: todo el que se acerca a Jesús, en el fondo, ha sido atraído
por el Padre. Por ello, sus seguidores hemos de sentirnos llamados a descubrir esa atracción de Dios en
el corazón de nuestros hermanos y ayudarnos mutuamente a creer, a confiar en que quien emprende su
camino hasta el final, tendrá vida para siempre. Para esto vino al mundo y para esto se hizo semejante a
nosotros: se hizo carne para la vida del mundo. Pidámosle esta capacidad de acogida, atención y
generosidad; será nuestro mayor amor al mundo.
Samuel Sueiro, cmf